sábado, 14 de noviembre de 2015

Capital natural: una peligrosa metáfora

La noción de capital natural no es más que una metáfora peligrosa y no responde a ningún criterio científico o a un imperativo técnico. Pero cuidado, las metáforas tienen una extraña tendencia a adquirir vida propia.

Alejandro Nadal / LA JORNADA

Desde hace dos décadas avanza la idea perniciosa de que la naturaleza es una reserva de activos que producen servicios ambientales y de que a ese reservorio se le puede denominar “capital natural”. Los promotores de esta idea sostienen que esta es la forma de lograr que las empresas y los gobiernos valoren de manera adecuada a la naturaleza y comiencen a cuidarla en lugar de destruirla.

La idea de que la naturaleza entera, sus ecosistemas y “componentes” pueden ser equiparados al “capital” está basada en una profunda ignorancia de la teoría económica. Eso no deja de ser irónico, porque los animadores del capital natural quieren vestir de un ropaje técnico un discurso que conduce simple y llanamente a la mercantilización de la naturaleza.

Esta noción de capital natural ha sido adoptada por muchos organismos oficiales y no gubernamentales en el mundo. En México la Comisión para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) piensa que el capital natural comprende “el conjunto de ecosistemas de nuestro país y los organismos que éstos contienen”, ya que “por medio de sus procesos naturales generan bienes y servicios ambientales indispensables para la sobrevivencia y el bienestar social y el mantenimiento de la vida como la conocemos” (biodiversidad.gob.mx).

Esto no es una definición, así que Conabio pasa a informarnos que ese capital natural es comparable “a los capitales clásicos (financiero, de infraestructura, etc.) de un país” y que constituye el entramado necesario para mantener la actividad productiva generada por los otros capitales.

Los promotores de la idea de capital natural ignoran todo sobre el concepto de capital. En especial, parecen no saber que el concepto de capital en teoría económica ha sido objeto de controversias desde el nacimiento de esta disciplina. En el siglo pasado la polémica más importante en teoría económica fue precisamente sobre el concepto de capital. El debate es conocido como las controversias de Cambridge sobre teoría del capital, y giró alrededor de una simple pregunta: ¿qué es ese “factor de producción” que se denomina “capital” en la teoría económica neoclásica? Y esa interrogante se desdobla en otra pregunta: ¿el capital es un conjunto de máquinas y medios de producción (físicos y heterogéneos) o es un fondo financiero?

Vale la pena sintetizar los términos del debate. Supongamos que el capital está compuesto de un conjunto de máquinas, edificios, herramientas, vehículos, etc. ¿Qué tienen en común estos objetos heterogéneos? Pues que cada uno tiene un precio. Y eso es lo que los autores neoclásicos y tanto aficionado a la economía utilizan para agregar los medios de producción y hablar de “capital”.

Pero ese proceder adolece de una circularidad fatal. El precio de los medios de producción, por ejemplo, de una máquina, depende de la ganancia que se espera obtener de ellos. Ahora bien, la tasa de ganancia no es otra cosa que el cociente que se obtiene dividiendo la ganancia por el precio de la máquina. Es decir, la tasa de ganancia sólo puede conocerse a través de la agregación (vía los precios) de los medios de producción. Pero esos precios dependen a su vez de la tasa de ganancia. Y en una economía en la que todos los medios de producción son mercancías producidas, el movimiento de precios trae aparejado un sistema caótico en el que no se puede decir nada sobre la cantidad de capital y sobre los procesos de mercado.

Para la teoría económica neoclásica esto implica un desastre porque desaparece la posibilidad de medir la intensidad de capital en función de la tasa de ganancia (o la tasa de interés). El movimiento de precios hace imposible la medición del “capital”: la agregación de los medios de producción a través de sus precios es una quimera. Vale decir que los sacerdotes supremos en el templo de la teoría neoclásica, con Samuelson a la cabeza, aceptaron este resultado.

¿Qué implicaciones tiene esto para la noción de “capital natural”? Para empezar habría que abandonar la idea de que “el capital natural es comparable a los capitales clásicos”. Como hemos visto, esos “capitales” no pueden ser objeto de una medición unívoca en la teoría económica. Así que la idea medular de la noción de capital natural carece de sentido.

Hablar de capital natural evoca también un proceso de apropiación y mercantilización aunque los “componentes de los ecosistemas” no hayan sido producidos para ser vendidos en el mercado y que por eso no tengan un precio. Hoy prolifera una rama de actividad pseudo-científica que consiste en examinar cómo se le puede poner precio a todo lo que hay en la naturaleza. Es el primer paso para crear mercados en los que los ecosistemas y sus componentes serán objeto de transacciones mercantiles. Hay que recordar que la polémica sobre la teoría del capital también demostró que el mercado de “capital” es caótico.

La noción de capital natural no es más que una metáfora peligrosa y no responde a ningún criterio científico o a un imperativo técnico. Pero cuidado, las metáforas tienen una extraña tendencia a adquirir vida propia.

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