La suerte de los
golpes de estado en cada uno de estos países fue distinta. Lo que hoy vive Honduras
es una muestra del destino que le estaba deparado a Venezuela y Ecuador. Pero
en Honduras, a pesar de la resistencia heroica de amplios contingentes de
población después del golpe, no se había logrado cimentar un movimiento popular
organizado vinculado al gobierno que pudiera frenar la asonada.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
En abril de 2002, el pueblo venezolano derrotó a los golpistas |
La famosa “era de la
democracia” que vive América Latina, y con la que analistas y políticos se
llenan la boca, parece funcionar siempre y cuando se cumplan ciertos
requisitos, el primero de los cuales es no hacerle muchas olas a los grupos
dominantes y a los Estados Unidos. Honduras y Venezuela son dos casos que lo
ejemplifican a cabalidad, y no hay que echar a volar mucho la imaginación para
incluir en esta lista a Ecuador, en donde la asonada se vistió de sublevación policial
que tuvo al presidente Rafael Correa acosado y en un tris de perder no solo el
poder sino la vida misma.
¿Cuál es el
denominador común de estos tres casos? Pues pura y simplemente que se trata de
gobiernos progresistas que buscan caminos propios de desarrollo y tratan de
encontrar nuevas formas de relación, más equitativas, con los Estados Unidos de
América. Intentar esto en América Latina es un atrevimiento que se paga caro.
Quien intente transitar este camino ha de tener claro que, tarde o temprano, el
Tio Sam sacará a relucir el garrote y repartirá cachiporrazos a diestra y
siniestra hasta llevar las cosas a su estado “normal”.
Muchos de estos mismos
analistas que hablan de esta era democrática constatan o se quejan de que los
Estados Unidos no nos ponen la debida atención, que ven para otro lado, que se
distraen en juegos de guerra por
distintos lares y a nosotros nos abandonan.
Cada cierto tiempo, cuando hay elecciones en los Estados Unidos,
escudriñan los discursos de los candidatos de uno u otro partido para contar
cuántas veces dicen nuestro nombre o
escarban tratando de encontrar algún vestigio de interés en lo que pasa al sur
del río Bravo. Es decepcionante: no nos
mencionan o nos mencionan poco; a veces nos mencionan mal, confunden
nombres, lugares, fechas, y con frecuencia dicen verdaderas barrabasadas.
Consideran los sesudos analistas que a está falta de atención se debe que los
latinoamericanos hayan quedado a merced de las hordas facinerosas que hoy
gobiernan países como Ecuador y Venezuela.
Pero eso no es cierto.
Como muestran los casos extremos de los países que hemos mencionado, los
Estados Unidos son un gigante que duerme con un ojo abierto. Si las fuerzas
progresistas han avanzado en América Latina es porque hay un hartazgo de la situación
prevaleciente y se hacen esfuerzos mancomunados por buscar salidas propias,
inéditas, sin la tutela de Washington. Éste hace todos los esfuerzos por evitar
esta situación, y acude a las medidas extremas, como los golpes de estado,
cuando lo demás no le ha funcionado.
Atento está, pues, el
gigante de las siete leguas, activo también pero, como muestra la realidad, no
es omnipotente y pueden ponérsele valladares.
La suerte de los
golpes de estado en cada uno de los países mencionados fue distinta. Lo que hoy
vive Honduras es una muestra del destino que le estaba deparado a Venezuela y
Ecuador. Pero en Honduras, a pesar de la resistencia heroica de amplios
contingentes de población después del golpe, no se había logrado cimentar un
movimiento popular organizado vinculado al gobierno que pudiera frenar la
asonada.
El ejemplo más claro
de la fortaleza que proporciona el apoyarse de forma clara y contundente en el
pueblo, de establecer una alianza férrea entre gobernantes y gobernados es
Cuba. Si los Estados Unidos no han logrado ahí nada semejante a lo ocurrido en
el país centroamericano ha sido por esa estrecha unidad que han logrado
construir los cubanos.
Escribimos y
publicamos estas líneas a pocos días de celebrarse el décimo aniversario de la
derrota por parte del pueblo venezolano de la asonada que intentó desbancar al
presidente Hugo Chávez Frías y a escasas horas que, en Cartagena, Colombia, se
realice la segunda Cumbre de las Américas de la era Obama. A ella no se ha
invitado a Cuba aduciendo la misma cantaleta que cada vez suena más desfasada
en el nuevo contexto: que en la isla no hay un gobierno democrático que esté a
la altura del resto, incluyendo a Honduras, por cierto. Según la lógica que ha
guiado los acontecimientos, solo un golpe de estado exitoso podría devolverla
al seno de la comunidad de países democráticos.
A diez años de la
asonada venezolana los Estados Unidos, en vez de marginar a Cuba, debería
llegar a pedir perdón por lo que en contra de la democracia han hecho en
Nuestra América. Y Cuba debería estar presente sin el más mínimo ambage.
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