Sin
recuperación de la soberanía en todos los órdenes, y sin integración al espacio
geopolítico, económico y cultural que es
natural y propio de la región latinoamericana,
ningún país será viable frente a las presiones y apetitos que, desde
hace siglos, gravitan, voraces, sobre el destino de nuestra América.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Rico en
acontecimientos de profundo valor simbólico, de esos que viven en la memoria
colectiva de los pueblos y la iluminan con sus enseñanzas, abril se ha
convertido literalmente a sangre y fuego en un mes fundamental en la historia
de las luchas por la independencia –nacional y regional- y la liberación de
nuestra América.
Para los
centroamericanos, en general, y los costarricenses en particular, abril
recuerda el triunfo, en 1856, sobre las tropas filibusteras del estadounidense
William Walker y sus planes esclavistas y de dominación geopolítica, en
sucesivas batallas en Santa Rosa, al norte de Costa Rica, y en Rivas, al sur de
Nicaragua, hasta alcanzar una victoria -el 11 de abril- que cambió el curso de
la guerra patria: derrotado por un ejército compuesto
mayoritariamente por campesinos y civiles, que plantó cara a soldados
experimentados (muchos de ellos curtidos en la guerra entre Estados Unidos y
México, de 1846-1848) y mercenarios norteamericanos y europeos, Walker fue
forzado a replegarse y, un año más
tarde, declaró la capitulación definitiva ante la alianza centroamericana.
Aquella
avanzada del incipiente imperialismo norteamericano sobre las naciones del
istmo tenía un solo objetivo, inscrito en la bandera del primer batallón
filibustero: “five or none”, las
cinco o ninguna, el control total de las repúblicas centroamericanas en el
marco más amplio de la expansión de los Estados Unidos hacia el sur y oeste de
sus fronteras. De ahí, precisamente, el enorme valor de aquel triunfo: gracias
al coraje civil y militar, y a la osadía unionista de aquella gesta, fueron
detenidos los apetitos expansionistas del gigante que recién despertaba.
En el siglo
XX, otro abril, pero ahora en Cuba, en los albores del triunfo de la Revolución
-en 1961-, definió lo que desde entonces se conoce como la primera derrota del
imperialismo estadounidense en América Latina. La victoria del ejército
revolucionario, y más concretamente del pueblo cubano, en Playa Girón (del 17
al 19 de abril), contra una invasión mercenaria organizada por la CIA y apoyada
por el gobierno de John F. Kennedy, abrió un frente de hostilidades de Estados
Unidos contra la Revolución que ya supera el medio siglo de prácticas inhumanas
y violatorias del derecho internacional, entre estas, el bloqueo económico, la
protección de reconocidos terroristas como Luis Posada Carriles y los juicios
plagados de vicios e inconsistencias jurídicas contra los cinco antiterroristas
cubanos.
Pero Playa
Girón también fue un punto de inflexión en la historia latinoamericana: por
primera vez, una revolución socialista, que al mismo tiempo realizaba aquella
otra revolución de “los pobres de la tierra”
por la que dio su vida José Martí, se levantaba frente a la potencia imperial.
Fidel Castro captó entonces la dimensión de ese enfrantamiento: “lo que
no pueden perdonarnos los imperialistas es que estemos aquí, lo que no pueden
perdonarnos los imperialistas es la dignidad, la entereza, el valor, la firmeza
ideológica, el espíritu de sacrificio y el espíritu revolucionario del pueblo
de Cuba”.
Cuarenta y
un años después, a inicios del siglo XXI, el abril soberano nuestroamericano
reapareció en Venezuela: en 2002, el golpe de Estado contra el presidente Hugo
Chávez, perpetrado por la oligarquía y el poder mediático venezolano, en
complicidad con el gobierno estadounidense de George W. Bush, fue derrotado por
el pueblo alzado en las calles –el poder popular en acción- y por los soldados
bolivarianos, que devolvieron con vida al presidente Chávez al Palacio de
Miraflores, y restauraron así el orden democrático.
El golpe
fallido fue un intento desesperado del imperialismo –que por entonces emprendía
sus aventuras guerreristas en Afganistán e Irak- para detener el avance
nacional popular en América Latina: recuérdese que no solo en Venezuela, sino
también en Argentina y Brasil, en Bolivia y Ecuador, asomaban nuevos actores
políticos y sujetos sociales que poco a poco ponían en jaque la dominación
neoliberal del Consenso de Washington en la región. Con gran nitidez, el intelectual brasileño Emir Sader
compara los hechos de Cuba en 1961 con los de Venezuela, al
afirmar que “el golpe del 11 de abril de
2002 fue, para los medios golpistas latinoamericanos, lo que también la
fracasada invasión de Playa Girón fue para el imperialismo norteamericano: su
primera gran derrota, que demostró que los pueblos del continente no están
dispuestos a aceptar más que los medios pongan y quiten a los gobernantes. Que
ahora es el pueblo quien decide su destino en América Latina” (la
traducción es libre).
Ahora, en
2012, otro acto soberano, a saber, la decisión del gobierno de Argentina de
recuperar sus recursos energéticos –gas natural y petróleo-, por medio de la
nacionalización de la empresa REPSOL-YPF, anunciada el pasado 16 de abril por
la presidenta Cristina Fernández, ha desatado la furia de la derecha española
–la que está dentro y fuera del Partido Popular- e insospechadas reacciones de
apoyo de la derecha en América Latina, claramente expresadas por los
mandatarios Felipe Calderón, de México, y Sebastián Piñera, de Chile.
Lo cierto es que la
nacionalización de recursos energéticos y mineros forma parte de una larga
tradición revolucionaria en nuestra América, y que precisamente tiene en el
México de Lázaro Cárdenas (1934-1940), en la Revolución Boliviana de 1952 -y en
el proceso que ahora lleva adelante Evo
Morales-, en la Revolución Cubana, en el gobierno de la Unidad Popular en el Chile de Salvador
Allende, y en la Revolución Bolivariana de Venezuela, algunos de sus más
destacados referentes.
Una
tradición vinculada, además, a una diversidad de proyectos políticos que, desde
corrientes como el nacionalismo popular, el reformismo socialdemocrático o el
socialismo, han apostado por la búsqueda de un desarrollo nacional
relativamente autónomo, con marcado interés en el fortalecimiento de la
economía y el mercado interno, y en el
control de recursos naturales y áreas estratégicas de la producción por parte
del Estado para, desde allí, emprender políticas de redistribución de la
riqueza y reparación de las injusticias y desigualdades sociales.
Más
importante aún, todos esos proyectos políticos han entendido que sin
recuperación de la soberanía en todos los órdenes, y sin integración al espacio
geopolítico, económico y cultural que es
natural y propio de la región latinoamericana,
ningún país será viable frente a las presiones y apetitos que, desde
hace siglos, gravitan, voraces, sobre el destino de nuestra América.
No hay comentarios:
Publicar un comentario