Quizá la mayor gloria de Francisco Gavidia, en tanto
traductor impar de Víctor Hugo, fue revelarle a un juvenil Darío la
musicalidad del verso alejandrino francés, y que a partir de su
adopción hacia 1882 por el futuro autor de “Azul”, dotó a la poesía castellana
de nuevas posibilidades sonoras y rítmicas, acto que constituye una de las
mayores hazañas del modernismo americano.
Carlos María Romero Sosa / Para Con Nuestra
América
Desde Buenos
Aires, Argentina
Francisco Gavidia. |
En la Avenida del Libertador vereda impar,
entre las calles Agüero y Austria de la ciudad de Buenos Aires, se
encuentra -en su nuevo emplazamiento- la estatua de Rubén Darío, obra del
escultor porteño José Fioravanti. Inaugurada en 1968, hasta su traslado
en los años noventa a su actual sitio a pocos metros del originario, avenida
del Libertador de por medio, lució en los terrenos de la ahora plaza Eva Perón
que se extiende detrás de la Biblioteca Nacional, un espacio verde antes
bautizado con el nombre o mejor dicho con el seudónimo que universalizó el
poeta nicaragüense.
Cuando paso ante ese bronce recuerdo una lejana
iniciativa de un grupo de figuras de nuestras letras promoviendo que se
homenajeara con una placa a descubrir precisamente en un ámbito de recordación
rubendariano, al poeta, humanista y académico de la lengua hijo de la
República de El Salvador, Francisco Gavidia (1864¿?-1955).
Quizá la mayor gloria suya, en tanto traductor impar
de Víctor Hugo, fue revelarle a un juvenil Darío la musicalidad del
verso alejandrino francés, metro tan empleado por Hugo y por otros
románticos galos como Alfonso de Lamartine o el conde Alfredo de Vigny y
que a partir de su adopción hacia 1882 por el futuro autor de “Azul”,
dotó a la poesía castellana de nuevas posibilidades sonoras y rítmicas, acto
que constituye una de las mayores hazañas del modernismo americano. “Fue con
Gavidia, -cuenta Darío en su Autobiografía- la primera vez que estuve en
aquella tierra salvadoreña con quien penetran en iniciación ferviente, en
la armoniosa floresta de Víctor Hugo; y de la lectura mutua de los alejandrinos
del gran francés, que Gavidia, el primero seguramente, ensayara en castellano a
la manera francesa, surgió en mí la idea de renovación métrica, que debía ampliar
y realizar más tarde”.
Como nunca es tarde para solemnizar el recuerdo,
sería bueno hacer realidad aquella lejana iniciativa cuyos autores fueron entre
otros, el embajador Enrique Loudet, el escritor Jorge Max Rohde y el
historiador Carlos G. Romero Sosa. Ello porque no representa un dato de
menor importancia dentro de la historia del arte moderno lo destacado por el
crítico, pedagogo y luchador revolucionario nicaragüense que hasta llegó a
tener trato con el Che Guevara, Edelberto Torres Espinosa, en su libro “La
dramática vida de Rubén Darío” (8ava. Edición, Managua 2009, Ed.Amerrisque): la
reforma métrica de la poesía castellana se inició en la casa de Francisco
Gavidia en la ciudad de San Salvador, en 8va, Calle Poniente, antaño
avenida de San José.
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