Con este artículo
pretendemos demostrar una tesis central: la integración suramericana –que se
convirtió en el principal objetivo de la actual política externa brasileña– es
más que una cuestión económica, la integración es un fenómeno de larga
duración, expresión de un destino histórico.
Theotonio Dos Santos / ALAI
El continente americano,
antes de la llegada truculenta de Cristóbal Colón, albergaba una población de
cincuenta a setenta millones de habitantes que estaban relativamente
integrados, sobre todo a través de las conquistas Aztecas en el sur de América
del Norte y del avance del imperio Inca en la región Andina. Hoy sabemos
también que la región amazónica comprendía cerca de cinco millones de
habitantes y había una alta comunicación de estos imperios en su interior,
entre ellos y entre los pueblos que no estaban incorporados a ellos.
La violenta colonización
española y portuguesa (además de las incursiones de otros centros imperiales
europeos) buscó administrar esta vastísima región articulándola demográfica,
económica, social y culturalmente bajo una dirección única, a la vez que reorientó
sus economías hacia el mercado mundial en expansión del siglo XV al XVIII bajo
la égida del capitalismo comercial-manufacturero. En las regiones de
menor densidad habitadas por poblaciones originarias, asistimos al fenómeno del
comercio de esclavos, traídos de África en condiciones infrahumanas.
La lucha por la
liberación de las Américas rompió esta dimensión continental. Las
colonias inglesas consiguieron su liberación en el siglo XVIII, inspiradas en
una ideología liberal y republicana que vino a revolucionar el mundo a finales
del siglo, a través de la Revolución Francesa y su expansión por toda Europa y
sus colonias, particularmente en el Caribe. La onda democrática por ella
desencadenada llegó a la América española y portuguesa bajo la forma de la
invasión napoleónica que condujo a la gesta independentista que cumple ahora
200 años. A pesar de iniciarse en los cabildos de las colonias españolas,
ella recorrió toda la región con una concepción unitaria de la cual Bolívar fue
el intérprete máximo. En Brasil con la llegada de la corte portuguesa en
1808 se mantuvo la unidad en torno al príncipe portugués que declaró la
independencia.
No debemos olvidar las
variadas rebeliones indígenas como la tentativa de Tupac Amaru de reconstruir
el imperio Inca o las revueltas afro-americanas bajo la forma de los quilombos,
cuya expresión más representativa fue la de Zumbi de los Palmares. No
faltaron tampoco brotes de rebeldía contra la colonización o incluso propuestas
independentistas lideradas por una ya poderosa oligarquía local (Tiradentes).
Dos proyectos
América Latina surgió
unida, pero se dejó dividir por los intereses de las oligarquías exportadoras
locales, de la expansión británica sobre el comercio de la región y en función
de los intereses de Estados Unidos recién formados. El conjunto de estas
fuerzas vino a fortalecer las articulaciones regionales orientadas hacia el
comercio y apoyadas en el liberalismo económico.
La región se dividió así
entre dos grandes doctrinas. De un lado, el bolivarismo buscó preservar
la unidad continental en la búsqueda de la formación de una gran nación, por lo
menos suramericana. Del otro lado, la doctrina Monroe buscó alejar la
presencia británica y europea en general bajo la consigna de “América para los
americanos”.
De un lado, Bolívar fue
derrotado, pero el bolivarismo continuó desarrollándose como expresión de esta
historia secular y multidimensional (hoy día, los descubrimientos arqueológicos
de la ciudad sagrada de Caral nos remiten a una civilización altamente desarrollada
hace cinco mil años, cuya continuidad es realmente impresionante al ser
preservada, aunque secretamente, por sus descendientes indígenas actuales).
Del otro lado, Estados
Unidos no pudieron ser fieles a su pretensión pan-americana. Cumpliendo
la previsión de Bolívar, según la cual los Estados Unidos estaban destinados a
confrontar a América Latina, invadió México en la mitad del siglo XIX y se
apropió de la mitad de su territorio; realizó varias intervenciones militares
en Centroamérica y en el Caribe (la participación de Estados Unidos en la
guerra de independencia de Puerto Rico y Cuba dio origen a la incorporación de
Puerto Rico como una colonia y, al fracasar la ocupación de Cuba, al
establecimiento de la base militar de Guantánamo, la mayor de sus miles de
bases militares esparcidas por el mundo).
El mismo papel desempeñó
la construcción del canal de Panamá que separó esta región de Colombia y tantas
otras intervenciones brutales en la región que fueron desplazándose inclusive a
América del Sur en la medida en que las ambiciones imperialistas de Estados
Unidos se fueron ampliando. Fue así como Estados Unidos tuvo que
renunciar en la práctica a su doctrina panamericana convirtiéndose en
el monstruo que Martí, Hostos, Mella, Sandino y otros tantos pensadores
latinoamericanos identificaron.
Nuestras oligarquías
exportadoras o aquellas ligadas al capital internacional perciben a Estados
Unidos como un aliado casi incondicional pero los pueblos de la región se
sienten mucho más identificados con la visión bolivariana. Así también se
sienten los nuevos empresarios, sobre todo industriales, inclinados al mercado
interno de la región. Continúan actuando así las fuerzas que aspiran a
una mayor integración de la región. Fueron ellas las que, en 1947, se
unieron en torno a la idea de formar en las Naciones Unidas una Comisión
Económica de América Latina (CEPAL), a la que se opuso inútilmente el gobierno
estadounidense. La CEPAL no solamente sirvió de base para iniciativas
diplomáticas sino que se convirtió en el centro de un pensamiento alternativo
que se diferenciaba teórica y doctrinariamente de la Organización de los
Estados Americanos (OEA), del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco
Mundial. Fue bajo su inspiración que se creó la Asociación
Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) en 1960. Iniciativa a la que
Estados Unidos responde con la creación del Banco Interamericano de Desarrollo
(BID), con la Alianza para el Progreso, la USAID y otras iniciativas
diplomáticas y de seguridad (contra insurgencia).
A partir de este momento
podemos contar una historia muy interesante de la resistencia latinoamericana
más o menos radical. Varios estudios nos cuentan buena parte de esta
historia al presentar de manera didáctica los antecedentes y las perspectivas
de un esfuerzo integracionista regional que avanza a pasos agigantados a
pesar de la tentativa sistemática de un pensamiento dependiente y subordinado
que insiste en ignorar todos estos pasos que forman una interesantísima
acumulación de experiencias que ganó una intensidad extremadamente rica estos
últimos años, que en parte es consecuencia de la pérdida de hegemonía de
Estados Unidos sobre la economía mundial. Es así que asistimos,
inclusive, a una presencia constante de otras regiones antes totalmente
ausentes de nuestra historia como la de China, que se está convirtiendo
en el principal socio comercial e incluso inversor de casi todos países de la
región.
Brasil y América Latina
La creciente
incorporación de Brasil en este frente latinoamericano, tan despreciada
históricamente por nuestra oligarquía, es un factor decisivo para viabilizar
este proyecto histórico. Toda la región espera de Brasil que asuma un
liderazgo histórico a favor de la integración regional. Una parte significativa
de la población brasileña ya adhirió a esta idea y el gobierno Lula da Silva
consiguió concretar esta meta histórica con la creación de la Unión de Naciones
Suramericanas (UNASUR), el apoyo al Banco del Sur y el asumir posiciones
políticas siempre favorables a los intereses regionales.
El gobierno Dilma
Rousseff viene dando continuidad a estos cambios, buscando darles mayor
eficiencia y eficacia. La Constitución brasileña ya había consagrado
nuestra definición estratégica por una relación privilegiada con América
Latina, seguida de África. Caminamos así hacia una política de Estado a
favor de la integración regional así como fortalecemos nuestra decisión
histórica de ejercer un papel unificador de las dos orillas del Atlántico Sur.
El Ministerio de Relaciones
Exteriores de Brasil está buscando definir con mayor precisión lo que llama
como las prioridades de nuestra política de integración. Él define la
relación con la Argentina y, consecuentemente, con el Mercado Común del Sur
(MERCOSUR) como prioridad "A". Le sigue, como prioridad
"B", la integración de América del Sur, que tiene como su máxima
expresión a la UNASUR, en pleno proceso de institucionalización. Así
también debería priorizar el Banco del Sur, pero éste viene sufriendo la
oposición del capital financiero nacional e incluso de los bancos públicos de
inversión del país que aspiran a financiar directamente las inversiones, sobre
todo para infraestructura de la región. En tercer lugar, encontramos la
integración de Latinoamérica y el Caribe en su conjunto, que encuentra en la
CELAC su expresión máxima y que podría dar pasos significativos con el
restablecimiento de la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI)
en México, pues le será muy difícil abandonar, en esta coyuntura, la postura
programática histórica de este partido a favor de la unidad latinoamericana.
Se debe tomar en cuenta que los problemas emigratorios con los Estados
Unidos y las dificultades registradas en las relaciones comerciales
preferenciales con ese país y, finalmente, las dificultades surgidas de la
demanda estadounidense de las drogas y la acción singular de la DEA en el
“combate” al tráfico de drogas, todo esto lleva al PRI a la necesidad de rever
su desvío derechista hacia el neoliberalismo que le desplazó del poder.
Se abre pues un contexto
cada vez más favorable para la integración regional. Falta, sin embargo,
que nuestras universidades y nuestra enseñanza en general tomen en serio su
papel en la creación de una conciencia regional. De la gran prensa podemos
esperar poco. Ella es propiedad de las más retrógradas oligarquías
regionales, que se oponen radicalmente a la integración regional y al avance de
ésta, a toda costa. La oligarquía tradicional y la oligarquía financiera,
que tienen especial interés en la dispersión de los intereses regionales a
favor de los centros de poder financiero mundial, se parecen muy claramente a
las oligarquías regionales que, en las puertas de la independencia de la
región, continuaban atrapadas en la sumisión a los imperios ibéricos.
Estos sectores económicos están cada vez más ausentes de las necesidades
de la población de sus países y tienden a perder liderazgo ante un
enfrentamiento serio con ellos.
Es hora que las fuerzas
progresistas de la región se unan para promover un nuevo estilo de desarrollo
socioeconómico, ecológicamente sostenible, con profundo sentido social y
humano. Para esto, además de los avances políticos y económicos, tienen
que crear y articular una prensa escrita, hablada y virtual que cuide de los
intereses de la región y de sus pueblos. El ejemplo de la Telesur ha
demostrado la utilidad de esta propuesta, a pesar del poco apoyo que ha
recibido de gobiernos como el brasileño.
Establecer un gran frente
Las tareas son cada vez
más complejas, pero esto es una consecuencia de los avances que hemos tenido.
Pues, mientras avanzamos moderadamente en la integración de las zonas de
predominio de políticas de altas concesiones a nuestro pasado colonial y a la
decadente ofensiva neoliberal, vemos que la propia CEPAL reconoce los
resultados positivos alcanzados por la Alianza Bolivariana para los Pueblos de
Nuestra América (ALBA). La unión de los países de orientación socialista
en la región, inspirados sobre todo en la cooperación y la solidaridad,
presenta una ventaja derivada de la unidad política de estos países y del peso
de sus políticas públicas en todos los campos.
Para espanto de los
economicistas “realistas”, apoyados en el individualismo posesivo del siglo
XVIII, son los “idealistas” y románticos colectivistas los que presentan
mejores resultados. Ellos no aprendieron nada de la victoria del
Socialismo sobre el Nazismo en la Segunda Guerra Mundial, que afectó tan
intensamente las políticas económicas de la posguerra, ni del Movimiento de
Liberación Nacional anti-colonial y anti imperialista. Regresaron en los
años 70 del siglo pasado con su carga reaccionaria a favor del “libre” mercado
y del llamado “Estado mínimo” y con el canto de sirena del “equilibrio” de los
fundamentos del mercado como el gran objetivo económico.
Tras reinar por 30 años
entraron en una crisis definitiva: el legado de sus políticas fue un Estado
deudor máximo, sumergido en una crisis fiscal colosal para defender la
supervivencia de una esfera financiera especulativa que vive a costa de la
transferencia de recursos públicos; nos entregaron un mundo de crisis
económicas y de déficits comerciales, fiscales y de anarquía monetaria.
Si no dejamos que nos
tomen las reservas financieras que acumulamos los últimos años y aplicamos
nuestros recursos a la creación de un poderoso mercado regional, sustentado por
políticas industriales que reestructuren nuestra participación en la división
internacional del trabajo, al lado de las zonas emergentes en el mundo,
estaremos listos para dar un salto civilizatorio que nos coloque al frente de
la articulación de una nueva economía mundial. Esta afirmación tendría
que complementarse con nuevos estudios sobre los cambios civilizatorios que se
imponen en el mundo contemporáneo.
Ellos crearon, por lo
tanto, las condiciones para establecer un gran frente, similar al que se creó a
partir de 1935 contra el fascismo y por la participación de un Estado de base
popular en la atención de las necesidades humanas. Las interacciones
regionales son una parte esencial de este cambio político al esparcir por todo
el mundo una nueva fase de desarrollo científico y tecnológico en la cual las
nuevas naciones podrán ejercer un papel cada vez más activo. La promesa
de los BRICS de convertirse en polos económicos cada vez más importantes se
hace realidad cada día.
Y una América Latina
unida podrá hacer mucho más. Si las oligarquías no están dispuestas a
cumplir este papel, los sectores populares no dudarán un sólo instante en asumirlo.
Esta es la tarea fundamental para transformar en realidad el sueño
histórico de nuestros antepasados. (Traducción ALAI)
- Theotonio dos Santos es
profesor emérito de la Universidad Federal Fluminense, Presidente de la Cátedra
UNESCO-ONU sobre Economía Global y Desarrollo Sostenible.
theotoniodossantos.blogspot.com.br
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