Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Durante muchos años, el
Partido Revolucionario Institucional en México ejerció gran fascinación entre
diversos círculos políticos de América Latina. No fueron pocos los
dirigentes latinoamericanos que viajaron
a México para observar cómo se había construido un régimen político estable
producto de una hegemonía y no
fundamentalmente represivo. Aunque
durante los 70 años que duró la
primera fase del príato, la represión fue una constante y tuvo una visible expresión en la matanza de
Tlatelolco en 1968.
Pero no fue el
ejercicio del terrorismo de estado lo que
le dio estabilidad a México, en un siglo en el cual golpes de estado,
sublevaciones y dictaduras militares fueron el acontecimiento cotidiano en
América latina. Fue la construcción de
una ideología sólida -el nacionalismo revolucionario-, una legitimación
asentada en la revolución mexicana, un control político a través de un partido
que extendía sus tentáculos sobre la sociedad civil a
través de sus organizaciones más representativas: la Central de Trabajadores de
México (CTM), la Central Nacional Campesina (CNC) y la Confederación Nacional
de Organizaciones Populares (CNOP). Fue también la ejecución de políticas
sociales como la reforma agraria, la seguridad social, la movilidad social a
través de la educación, en fin un pacto social eficaz porque tenía ideología y
acciones públicas visibles. Pero el
esplendor del priato se sustentó también en
el clientelismo, las prebendas que disciplinaban, una enorme corrupción, la represión cuando a juicio de los
gobernantes era necesaria y el fraude
electoral si preveía derrotas.
Hoy en Guatemala,
continúa la fascinación que el PRI
antaño ejerció. El extinto Frente Republicano Guatemalteco con su líder en
arresto domiciliario y la familia Ríos Montt-Sosa en sus márgenes, ha decidido
cambiar su nombre por el de Partido
Republicano Institucional y remedar el logo del PRI mexicano eligiendo una
bandera en forma de círculo. La diferencia: en lugar de los colores de la
bandera de México, irán los de la de Guatemala. Curiosa copia porque imita al PRI cuando lo que le dio esplendor
no existe más. En lugar del nacionalismo revolucionario, hoy el PRI representa a la derecha neoliberal y le
quedan sobre todo sus perversidades de antaño: el autoritarismo, la corrupción,
el clientelismo y el habilidoso uso del fraude para ganar en donde va a perder.
Sorprende por ello, que
el otrora hombre de izquierda, Gustavo Porras, en una entrevista concedida en
enero de 2013 a un medio electrónico guatemalteco, alabe al PRI de hoy en base
a sus méritos del pasado. Más aun, que alabe al monopolio mediático de Televisa
asignándole virtudes que nunca tuvo (crítica e independencia frente al
presidente de turno; efectos moralizantes en la sociedad; constructor de
Estado). Ayer Televisa resguardaba al presidente porque era obsecuente con el autoritarismo priísta, hoy vela por la
imagen del presidente porque es su criatura. Gustavo se declara partidario de
crear en Guatemala una “dictablanda” como la del príato, olvidando que la lucha
por la democracia en México durante buena parte del siglo XX se hizo en contra
del autoritarismo del PRI. Y suspira anhelante: “Si aquí hubiera un PRI…” para
luego afirmar desenfadadamente que el PRI no ganaba con fraude y que ha regresado a la presidencia sin fraude…
Basta recordar que más del 30% de los votantes en la elección presidencial de 2012 fueron coaccionados o comprados.
La fascinación por el
PRI surgió de su habilidad para mantener un gobierno autoritario y con gran
estabilidad política. La admiración que aun suscita es algo que se sustenta en
la perspectiva de la dominación y no de la resistencia frente a la voracidad
neoliberal. El PRI ha retornado y ahora ajeno al nacionalismo revolucionario,
administrará la profundización neoliberal con la corrupción, el soborno y la
represión.
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