Un hombre que hubiera
podido pasar a la historia como el Líber Seregni de Guatemala (el general
uruguayo que construyó el Frente Amplio), finalizó siendo una suerte de
Himmler, Göering o Hess, aquellos genocidas nazis que terminaron sentados en el banquillo de
los acusados en los juicios de Nuremberg.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Triste es el fin de
Efraín Ríos Montt. Su partido se eclipsó
y él será enjuiciado.
Tal es la reflexión al
enterarnos de que a fines de enero de 2013 un juez ha decidido que es imputable
de los cargos de genocidio y por tanto junto a quien fuera su director de
inteligencia, José Mauricio Rodríguez Sánchez, será llevado a juicio. A sus
casi 87 años, el anciano general tendrá que defenderse de la grave acusación de ser autor
intelectual de la muerte de 1771
indígenas de la etnia Ixil y de 15 masacres efectuadas en la región con el
mismo nombre durante el tiempo en que
fue jefe de estado (1982-1983).
La verdad histórica apunta a que
durante los años de su mandato
fueron más las masacres y las víctimas
que las que ahora se le imputan en la disputa
por la verdad jurídica. Durante
el gobierno de Ríos Montt, la política de tierra arrasada, el terror masivo y
selectivo, no solamente en el campo sino también en las ciudades, fue llevado
en Guatemala a su máxima expresión. No fueron esos años la primera vez en el
cual el nombre de Ríos Montt estuvo asociado a hechos represivos de semejante
calado. Hay que recordar que el 28 de
mayo de 1973 los periódicos dieron la noticia
de que se había efectuado una masacre de campesinos ladinos en el
caserío de Sansirisay, Aldea de Palo Verde en el municipio de Jalapa. Recuerdo muy bien las fotos del entonces Jefe
del Estado mayor del Ejército, General Efraín Ríos Montt, descendiendo del
helicóptero en el cual sobrevoló la zona
en donde se había efectuado la masacre.
Este hecho no fue óbice
para que una alianza de fuerzas
progresistas encabezada por la Democracia Cristiana y distintas organizaciones
socialdemócratas, inclusive militantes del movimiento revolucionario, le dieran
su apoyo para la candidatura presidencial de 1974 a través del Frente Nacional
de Oposición. Algo deben haber visto en el enérgico general, René de León
Schlotter, Manuel Colom Argueta y Alberto Fuentes Mohr para pensar que podría
encabezar una candidatura viable de oposición. Éste último fue su compañero de
fórmula, dándole a la misma un carácter progresista. Con dicha candidatura,
Ríos Montt se estaba rebelando contra la camarilla militar que dominaba al
país, la cual junto al general Carlos Arana Osorio había decidido que el
próximo presidente sería Kjell Laugerud.
Finalmente esto ocurrió cuando se efectuó el fraude electoral de aquel
año. Imposible olvidar el desencanto que causó el general Ríos Montt cuando en
lugar de defender dignamente su triunfo aceptó un exilio dorado como agregado
militar en España. Ríos Montt finalmente vio cristalizado su sueño presidencial
con el golpe de estado de 1982. Pero no encabezaría un gobierno progresista
como el que habían soñado los opositores en 1974. En lugar de ello encabezó
una suerte de modernización estatal convirtiendo a su gobierno en mitad
humano (voluntad reformista) y mitad bestia (masacres y terror estatal) que lo
llevó a emular al centauro Quirón que evocaría
Maquiavelo en su obra “El Príncipe”.
En 1974 la grandeza
tocó las puertas de Ríos Montt. Otro
habría sido su destino si las hubiera abierto. En 1982 sus puertas sonaron
nuevamente, esta vez fue la infamia la
que dio los aldabonazos. El general abrió su portón y la dejó entrar. Por ello,
un hombre que hubiera podido pasar a la historia como el Líber Seregni de
Guatemala (el general uruguayo que construyó el Frente Amplio), finalizó siendo
una suerte de Himmler, Göering o Hess, aquellos genocidas nazis que terminaron sentados en el banquillo de
los acusados en los juicios de Nuremberg.
Triste fin el del
general. Pudiendo escoger la grandeza, prefirió la ignominia.
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