Las transformaciones de los últimos años permiten reconocer la
existencia de un “nuevo orden panamericano” para el cual los países de la
región deben articular sus diferencias y unirse sobre lo que los funde, “como
la plata en las raíces de los Andes”, para evitar que el “gobierno permanente”
de los EE.UU. consolide su proyección hegemónica sobre Nuestra América.
Alejandro L. Perdomo Aguilera /
Para Con Nuestra América
Desde La Habana, Cuba
La OEA: punta de lanza del panamericanismo. |
Concluía la política de Guerra Fría con el derrumbe del llamado campo
socialista de Europa del Este. En este escenario el presidente George Bush
padre (1989-1993), planteó la necesidad de construir un “nuevo orden mundial”
donde se consolidara la hegemonía estadounidense. Para las relaciones
panamericanas, este interés hegemónico fue proyectado a través de instrumentos
político-jurídicos, económicos, militares, de seguridad e
ideológico-culturales, en interés de configurar “el nuevo orden panamericano” (Suárez Salazar, 2003).
En la arena Latinoamericana y caribeña vieron el fin varios procesos
progresistas en Centroamérica, con la derrota del FSLN de Nicaragua en las
elecciones de 1990 y la “solución política y negociada del conflicto
salvadoreño” (enero de 1992).
Las administraciones de George H. W. Bush (1989-1993) y William J.
Clinton (1993-2001) en la década del 90 y de George W. Bush (2001-2009) y
Barack Obama (2009- ) hasta la actualidad, han reflejado la continuidad del
interés de consolidación hegemónica regional, independientemente de los cambios
y matices ajustados al contexto histórico e internacional, las condicionantes
internas de ese Estado-nación y las características de cada presidente.
En el plano militar y de seguridad ya se venían preparando nuevos
enemigos que sustituyeran la “batalla” contra el comunismo, y continuaran
alentando el Complejo de Seguridad Industrial[i]
para el enfrentamiento al llamado narcotráfico. (Perdomo, 2012) En este
sentido, el gobierno de Ronald Reagan (1981-1989) había incentivado la guerra
contra el flagelo de las drogas, con una militarización que ha sido continuada
por los diferentes gobiernos demócratas y republicanos de ese país.
El contexto internacional para la política exterior y de seguridad del
líder del sistema-mundo (según la teoría de I. Wallerstein), estuvo incidida por la Guerra del Golfo
Pérsico entre 1990 y 1991. La necesidad de nuevas guerras por el control de
recursos naturales geoestratégicos, adquirió como justificaciones más útiles la
lucha contra el terrorismo y contra el narcotráfico, aunque también fueron
revalorados los temas de las migraciones descontroladas, la gobernabilidad y
los derechos humanos, entre otros.
El sistema interamericano se reajustó para ello, con nuevo aparato
categorial, de principios y valores acordes al nuevo contexto internacional.
Entre los instrumentos político-jurídicos de este periodo se destaca el
Compromiso con la Democracia Representativa y la Modernización del Sistema
Interamericano, aprobado en 1991 en la Asamblea General de la OEA, en Santiago
de Chile. Este adecuaba la institucionalidad de sistema interamericano con
principios y valores, susceptibles de ser reinterpretados de manera
desfavorable para gobiernos latinoamericanos y caribeños, que resultaran
perjudiciales para las pretensiones imperiales de UE. Estas reformas de la OEA
impulsadas por Washington en la posguerra fría, contaron con la cooperación de
Canadá.[ii]
Como parte de esas reformas fue firmado en 1991 el Protocolo de
Washington, el cual invalidaba los principios del “pluralismo ideológico y
político” establecido en el Protocolo de San José en 1975. En septiembre de
2001, fue aprobada la Carta Democrática Interamericana (CDI), que revaloraba
los la necesidad de “promover y consolidar la democracia representativa”. Con ello,
se ponderaba la necesidad de consolidar la democracia y el Estado de derecho en
los países miembros.
La firma de la CDI ocurre en un complejo escenario internacional, luego
de los ataques terroristas contra las Torres Gemelas (World Trade Center de Nueva
York) y el Pentágono de Estados Unidos de América, que aprovechó muy bien la
diplomacia estadounidense para impulsar la aprobación de este documento, con el
conmovedor discurso del ex Secretario de Estado, Colin Powell, en la Asamblea
General de la Organización de los Estados Americanos (OEA), en Lima. Estos
hechos “validaron” la Estrategia de Seguridad Nacional de EE.UU. de 2002, que
dio a conocer públicamente el presidente G.W. Bush, la cual ha tenido un
impacto significativo en el sistema interamericano. (Véase: Suárez, 2003)
Los instrumentos económicos de EE.UU. para Nuestra América, también han
ejercido un papel notorio en la conformación del “nuevo orden panamericano”.
Estos tuvieron una base inicial en 1990, cuando ese país emitió una serie de recetas
económicas para los países de la región, a través del Consenso de Washington.
Estas políticas económicas tenían como fin, perpetuar la dependencia
estructural a la economía estadounidense e incrementar la explotación del
hemisferio occidental.
También con ese objetivo fueron promovidos algunos acuerdos
económicos-comerciales como la fracasada Área de Libre Comercio de las Américas
(ALCA), y otros más efectivos como el Tratado de Libre Comercio para América
del Norte (NAFTA por sus siglas en inglés), entre EE.UU., Canadá y México; el
Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Estados Unidos, Centroamérica y República
Dominicana (DR-CAFTA) y los TLC para los países de Suramérica (Colombia, Perú y
Chile).
En el plano ideológico-cultural, se incrementó la diplomacia ciudadana y
el trabajo con los llamados sectores vulnerables de las sociedades
latinoamericanas y caribeñas, con la influencia de los patrones ideológico-
culturales, reforzados con el poderío sobre los medios de comunicación y la
industria cultural (Hollywood). También en el orden ideológico e intelectual,
se han apoyado en la influencia de ideólogos estadounidenses provenientes de
los centros de pensamiento y su rotación por los diferentes gobiernos, lo cual
ha tenido un impacto considerable en el ejercicio de una política exterior y de
seguridad más ajustada a las preferencias e intereses de cada país y subregión.
En este sentido, fue importante la actuación de académicos como Anthony
Lake y Richard Feinberg en la Administración del William Clinton. (Suárez, 2003)
Influido por este pensamiento, el gobierno de Clinton avaló la necesidad de una
renovación de las relaciones político-diplomáticas hacia el hemisferio, donde
se revaloraba, entre otros aspectos, la atención a la sociedad civil. Orientada en este fin, la Administración de W.
Clinton, convocó en 1994 a la Primera Cumbre de las Américas (sin la presencia
de Cuba), realizada en Miami entre el 9 y el 11 de diciembre de ese año.
Los objetivos de esta cumbre y sus posteriores ediciones han estado
encaminados a concertar los intereses interamericanos de una forma más hábil e
inteligente. Con estas reuniones, el gobierno estadounidense logró un nuevo
foro donde reajustar el sistema interamericano a los nuevos tiempos, haciendo
hincapié en aquellos aspectos que resultan más factibles para los objetivos de
política exterior y de seguridad de Washington en la región.
En las Cumbres de las Américas de los años 90
EE.UU. contó con el apoyo canadiense para consolidar las políticas del llamado
“espíritu de Miami”, que acentuaban las asimetrías existentes entre Canadá y
EE.UU. respecto a Latinoamérica y el Caribe. En 2001, Canadá fue sede de la
Cumbre, realizada en la Ciudad de Québec, donde mantuvo una política
descontextualizada de la realidad regional, abogando por la inclusión de
conceptos como la “seguridad humana” -que luego han sido utilizados por el
Imperio estadounidense para las intervenciones, bajo la llamada responsabilidad
de proteger- que amenazaban el respaldo la soberanía y la no intervención[iii] en los pueblos de Nuestra América.
No obstante a que en las siguientes Cumbres, el contexto regional ha
favorecido posiciones más contestatarias (la Cumbre de Trinidad y Tobago y la
de Cartagena, en Colombia), ello no significa necesariamente el fracaso de
estas reuniones, para los intereses estadounidenses.
En el orden militar han continuado las intervenciones estadounidenses en
la región, con un trabajo más coordinado entre el poderío militar (hard power)
y los instrumentos político-diplomáticos, culturales e informacionales (soft
power,) que han perfilado la diplomacia interamericana, ganando el apoyo de países como Canadá. Este país, influido
por concepciones de política exterior y de seguridad, que priorizaban elementos
de seguridad transnacional, como la lucha contra el tráfico ilícito de drogas y
otros delitos conexos, sobre aspectos de
la seguridad nacional, apoyó a EE.UU. en las llamadas “intervenciones democráticas” en Perú (1992),
Guatemala (1993), Haití (1994) y Paraguay (1996).
Estos hechos denotan como EE.UU. ha perfeccionado los instrumentos del
poderío nacional (Perdomo, 2012) para justificar las incursiones imperiales
como humanitarias, en aras de preservar la estabilidad, la gobernabilidad y la
seguridad humana. Entre los ejemplos más significativos se destacan:
- La ratificación del Tratado de
Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) por el Congreso estadounidense y la
Casa Blanca en 1994, con las
“enmiendas laboral y medio ambiental”. (Suárez, 2006)
- La intervención en Haití, luego del golpe de Estado contra el gobierno
del presidente Jean-Bertrand Aristide en 1994. Posteriormente a su devolución,
Washington obligó a ese presidente reelecto (2001-2003) a aceptar el tutelaje
de la OEA en los asuntos internos y seguir su liderazgo en la guerra antidroga,
y un control de la emigración hacia Estados Unidos.
- La firma de un tratado acuerdo entre EE.UU. y El Salvador para la
creación de un centro de monitoreo de la
Marina de Guerra de ese país, con el que se aseguraba el control del espacio
aéreo y marítimo de la subregión centroamericana.
- El Plan Colombia
- La Iniciativa Regional Andina (IRA)
- La Iniciativa
Mérida
- La Iniciativa de Seguridad
Regional para América Central (CARSI)
- La Iniciativa para la Seguridad de la Cuenca del Caribe
- La reactivación de la IV Flota
- El uso de 7 nuevas bases en Colombia
- La injerencia de agencias como la USAID, la NED y la DEA en los
asuntos internos de gobiernos reformistas-revolucionarios y nacionalistas de la
región.
Estas transformaciones permiten reconocer la existencia de un “nuevo
orden panamericano” para el cual los países de la región deben articular sus
diferencias y unirse sobre lo que los funde, “como la plata en las raíces de
los Andes”, para evitar que el “gobierno permanente” de los EE.UU. (Suárez
Salazar, 2003) consolide su proyección hegemónica sobre Nuestra América.
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NOTAS
[i] Se denomina Complejo de Seguridad Industrial y
no Militar Industrial, pues se considera que es mucho abarca más esferas que lo
estrictamente militar.
[ii] Canadá se inserta en el sistema interamericano
institucionalizado, en enero de 1990 (luego de haber sido observador durante 18
años) con el gobierno conservador de Brian Mulroney (1984-1993).
[iii] No obstante a estas acciones, la pujanza del
gobierno de la República Bolivariana de Venezuela posibilitó que fueran
incluidas las cláusulas defensoras de la soberanía y la no intervención a la
Carta Democrática Interamericana, aprobada por la Asamblea General de la OEA en
Lima, Perú, en septiembre de ese mismo año.
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