Rolando González
Patricio / Para Con Nuestra América
Desde La Habana, Cuba
"Martí", de José Luis Fariñas (enero de 2013). |
Unas horas antes de exponer su cuerpo al fuego de la
fusilería española, desde el campamento de Dos Ríos, José Martí caracterizó
aquel momento de la historia de Cuba cuando, iniciada la guerra, estaba por
constituir la nueva república en armas, y faltaba la consiguiente definición de
cuál sería en adelante su lugar dentro de la revolución. En ese contexto le
aseguró a su amigo mexicano Manuel Mercado: "en cuanto a formas, caben
muchas ideas, y las cosas de hombres, hombres son quienes las hacen. Me conoce.
En mi sólo defenderé lo que tengo yo por garantía o servicio de la Revolución.
Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi
oscuridad. Y en cuanto tengamos forma, obraremos, cúmplame esto a mi, o a
otros." Pocas veces la historia recoge hombres de una estatura ética como
la de Martí quien, conocedor de su valor político dentro del proceso, era al
mismo tiempo portador de una humildad plenamente convencida.
La aleación que deriva de fundir en un hombre de
vida breve al renovador literario, al político creador y al pensador
extraordinario, no basta para explicar toda su presencia en nuestros días.
Especialmente cuando formamos parte de un sistema mundo en el cual predominan
ideas y valores que brindan poco o ningún espacio a la ética, la memoria y el
pensamiento.
La cultura hegemónica de los tiempos que vivimos se
esmera en hacer pensar únicamente —incluso a quienes desde el fondo de su
realidad están poco menos que condenados a no poder pensar— con los códigos de
la inmediatez, lo industrial, lo moderno, lo confortable, lo propio, lo
placentero, lo simple, lo fácil… Este camino para travestir el ciudadano en
consumidor demuestra ser mucho más atractivo que la ruta al paraíso
después de la muerte. Por si fuera poco, sigue pareciendo más accesible un
televisor que una escalera para subir al cielo.
La tecnología de las esperanzas y las expectativas
es parte de la ingeniería del consenso creada al servicio del capital.
Semejante tecnología solo apunta al futuro, porque no puede detenerse a
explicar las crudezas del presente y se bloquea ante la historia. La memoria es
altamente corrosiva para esa tecnología, por lo que la producción industrial de
consumidores exige altas concentraciones de amnesia masiva. Para generarla se
emplea toda la diversidad de aparatos culturales disponibles. Para sólo citar
ejemplos en el campo educacional, baste recordar el afán neoliberal por
degradar la formación universitaria en ciencias sociales y humanidades, y cómo
tras el tratado de libre comercio con los Estados Unidos los libros escolares
mexicanos comenzaron a omitir aquellos capítulos del siglo XIX que pudieran
generar un sentimiento adverso al vecino del norte. Paralelamente, el entonces
presidente Vicente Fox hacía retirar de la presidencia el cuadro con la imagen
de Juárez.
Cuba ha tenido la sabiduría y la oportunidad de
transitar por caminos diferentes, pero el lugar especial que la Revolución le
confiere a Martí tampoco explica por sí sólo la vigencia y actualidad de su
obra. He tenido la oportunidad o el privilegio de poder bucear en sus miles de
páginas con alguna profundidad, pero soy de quienes me aproximo a ellas
para intentar descubrir para mí su valor y alcances, no de quien asume
previamente, o de oídas, un carácter sagrado en su palabra. Esta postura no
impide advertir todo lo venerable que resulta su contribución a la historia y
la cultura de Cuba, de nuestra América y de la humanidad. No es fortuito que
Fidel catalogara alguna vez a Martí como el más universal de todos los cubanos.
Intento explicarme la vigencia y actualidad de José
Martí por un camino que no parte de su obra escrita y en actos, sino de la
historia en su complejidad y condicionamientos. Dicho del modo más breve,
considero que la actualidad de Martí nace de la historia como proceso
inacabado. Lamentablemente, la humanidad, nuestra América y Cuba, aunque en
proporciones diferentes, no han cambiado lo suficiente como para permitirnos
desechar la riqueza de la aportación martiana. Los problemas del mundo de hoy
tienen tanto en común con los que Martí conoció y avizoró desde la segunda
mitad del siglo XIX, que el calado de su análisis nos llega como un referente
imprescindible.
Un breve inventario comparativo de su tiempo con el
nuestro, entrados ya en el siglo XXI, bastaría para advertir los denominadores
comunes. Hoy la satisfacción de las necesidades de la humanidad —en los órdenes
económicos, político, social y cultural— continúa a la zaga de las esperanzas
de hace cien años. Martí alcanza nuestro tiempo porque puso todo su talento y
energías en función del suyo.
Es bien conocida su consagración a la plena
independencia de Cuba y Puerto Rico, a la "segunda independencia" de
la América nuestra, a la búsqueda del "equilibrio del mundo" y al
"bien mayor del hombre". Haber propuesto un nuevo horizonte humano,
aún por conseguir, y entregarse a su conquista, hace inevitable que Martí pase
a las filas del combate contemporáneo por un mundo mejor.
Muy lejos están estas líneas de menospreciar la
devoción popular a Martí. El mismo escribió que perdura lo que un pueblo
quiere. Si me interrogo acerca de la actualidad de Martí, desde las
herramientas de la ciencia social, es para poner en jaque algunas posturas más
o menos polares en la cartografía ideológica de nuestra época.
En los años noventa, en vísperas del centenario del
combate de Dos Ríos, un lector anónimo de un diario con cuyas páginas
colaboraba, escribió invitando a dejar tranquilos a los muertos. Debo subrayar
que ese lector se refería a hombres como Martí y Maceo, y nunca a los muertos
que desde entonces hasta la fecha generaron los males que ellos enfrentaron
hasta las últimas consecuencias. Curiosamente, la invitación llegaba cuando el
descalabro del socialismo histórico y la expansión de la geocultura neoliberal
eran manejados por los centros de poder hegemónico mundial al servicio de
promover la idea de que no existía alternativa al capitalismo. Eran años en los
que se intentaba tanto cuestionar la Revolución cubana con frases martianas
extirpadas de sus contextos, como hicieron varios presidentes de los Estados
Unidos, como degradar la figura de Martí. Ambas posturas perseguían fines
contrarios a una nación cuya gente compartía y comparte sentimientos de
especial respeto hacia Martí, como uno de sus referentes imprescindibles.
En esos mismos años, y con las mejores intenciones,
algunos intentaban hacer un uso de la obra martiana que considero inapropiado.
Una tarde alguien interrumpió mi lectura en la biblioteca del Centro de
Estudios Martianos. Su organismo preparaba una importante exposición y, del mismo
modo que los colegas de la salud se servían de las referencias martianas a la
nicotina en su campaña de prevención, él quería que la industria de los
alimentos usara alguna cita de Martí sobre los espaguetis. El asombro me
impidió responder al instante, y preferí, en un momento en que todavía no
teníamos las obras completas en formato digital, someterlo al peso de buscar,
página a página, en una veintena de tomos.
Intentos como aquel —sin dudas bien intencionado—
faltos de visión y de cultura, traen costos culturales que no podemos
desconocer. Cuando nuestros medios de difusión insistieron machaconamente en
traer a colación a Martí en cualquier campo tratado, lejos de difundir su
legado corrían el riesgo de banalizar el mensaje. En el campo de la cultura y
de las ideas los excesos no son menos costosos que la apelación insuficiente.
Desde entonces considero que la obra de Martí, su
ejemplo y recepción constituyen un capital cultural invaluable. Sin embargo, por
contradictorio que parezca, desperdiciamos una parte importante del potencial
movilizador que hoy ofrece esa obra monumental. Finalmente comprobé mi
hipótesis cuando en su abarcadora definición de revolución, a las puertas del
nuevo milenio, Fidel convocó a cambiar cuanto fuera necesario. Pero hasta
entonces, y aún una década después, no hemos sido capaces de un empleo otro de
la sabiduría martiana. Generalmente desperdiciamos por omisión aquellas ideas
que ayudarían a cuestionar y subvertir lo que no hacemos bien, al tiempo que
sobre usamos frases martianas que parecerían aplaudir todo lo hecho.
Tengo el convencimiento de que nuestros jóvenes
descubrirán, más temprano que tarde, ese Martí radicalmente cuestionador,
profundamente revolucionario, y alzarán aún más alto su antorcha liberadora.
Desde el futuro que sobrevendrá a ese momento de hoy y mañana será posible
ratificar la condición de contemporáneo de un Martí que, en lo individual, supo
desaparecer; y hacerlo de manera heroica, convencido, como los millones que
sumamos sus seguidores, de que no desaparecerá su pensamiento.
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