No se sorprenda si la
próxima vez que se le presenten ante sus ojos algunas de las muchas
alternativas de mundos posibles que se construyen en nuestro continente, la
telecracia le informe de una interrupción en la programación por razones ajenas
a nuestro control.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Enrique Peña Nieto en Costa Rica: escoltado por su esposa y la presidenta Laura Chinchilla. |
“La
telenovela de éxito es, por regla general, el único lugar de este mundo donde
la Cenicienta se casa con el príncipe”. Eduardo Galeano.
Diplomacia de telenovelas. El flamante presidente
de la telecracia corporativa mexicana, Enrique Peña Nieto, rostro visible y
comercializable del muy viejo y autoritario Partido Revolucionario
Institucional (PRI), visitó Costa Rica, gobernada por el muy viejo y
anquilosado Partido Liberación Nacional (PLN), para realizar su primera gira
oficial. En San José, entre fastos y candilejas, Peña Nieto, de cabello
engominado y gestos milimétricamente calculados, intentó seducir a mandatarios
y representantes de Centroamérica y República Dominicana con el anuncio de lo
que –dice- será el nuevo rol de México como líder regional y global.
Para los escépticos,
que vemos con dolor cómo México está siendo lentamente devorado en las entrañas del monstruo, y para el
deleite de los medios de comunicación,
ávidos de titulares y portadas, la Primera Dama, Angélica Rivera, consumada
actriz del emporio mediático de Televisa, cumplió a cabalidad su papel en la
nueva diplomacia mediática y nos regaló unas declaraciones de antología. En
entrevista para un diario costarricense, La
Dueña de Peña Nieto declaró: “Me dio
mucha confianza, lo vi tan honesto,
tan sencillo, que empezamos a salir y a salir hasta que me enamoré… y aquí
estoy” (La Nación,
21-02-2013).
¿Quién dijo que los
dinosaurios no ven telenovelas y que la dominación no se vale, también, de las
historias de Cenicienta?
La tierra prometida del desarrollo neoliberal. Melodramas aparte, la oferta de
una nueva alianza lanzada por Peña Nieto y el PRI para Centroamérica y
República Dominicana, denominada acuerdo
de asociación estratégica, tiene muy poco de nuevo y reincide en la apuesta
ciega por el neoliberalismo. En San José, el mandatario mexicano aseguró que su
gobierno “aspira a unir esfuerzos con nuestros hermanos centroamericanos para
transformar a Mesoamérica en una región con mayor progreso económico y cohesión
social”, y agregó que es del interés de México “detonar el bienestar social, la
paz y la seguridad de nuestras sociedades”.
Casi 20 años después de
la entrada en vigencia del Tratado de Libre Comercio de México con Estados
Unidos y Canadá, que había sido anunciado por el presidente Carlos Salinas de
Gortari como la puerta de acceso al Primer Mundo, al desarrollo tan ansiado por
varias generaciones de latinoamericanos,
y tantas veces pospuesto por nuestros propios pecados –según reza la
doctrina neoliberal-, otro gobernante del PRI nos recuerda –como el Josué del
relato bíblico- que el camino a esa tierra prometida todavía es largo y que la
clase política mexicana y centroamericana no tienen previsto cambiar el rumbo,
lo que solo puede reservarle una peregrinación más tortuosa a nuestros
pueblos.
Más grave aún: el mismo día que Peña Nieto aterrizó en Costa Rica, el diario La Jornada informó que en los últimos dos años el número de pobres en México creció en 3,1 millones de personas, al pasar de 48,8 millones a 51,9 millones. Según datos del Consejo Nacional para la Evaluación de la Política Social, “sólo dos de cada diez mexicanos no son considerados pobres ni sujetos a alguna carencia relacionada con vivienda, educación, salud y acceso a la seguridad social”.
Más grave aún: el mismo día que Peña Nieto aterrizó en Costa Rica, el diario La Jornada informó que en los últimos dos años el número de pobres en México creció en 3,1 millones de personas, al pasar de 48,8 millones a 51,9 millones. Según datos del Consejo Nacional para la Evaluación de la Política Social, “sólo dos de cada diez mexicanos no son considerados pobres ni sujetos a alguna carencia relacionada con vivienda, educación, salud y acceso a la seguridad social”.
A la luz de estos
hechos, ¿tiene sentido insistir en un sistema económico, político e ideológico
que estimula la exclusión social y expulsa ríos de gente al
infierno de la migración y el exilio económico; que lanza a los jóvenes a las
redes del crimen organizado y la muerte temprana; que tolera la anulación de la
diversidad humana y abre puertas al colonialismo cultural; y que justifica,
bajo la lógica del cálculo de utilidad, la depredación de la naturaleza y sus
recursos como condición necesaria para obtener un ínfimo beneficio material y
calmar los apetitos de la inversión extrajera? ¿Es este el espejo en que debemos mirarnos los mesoamericanos, sin otra alternativa
posible?
Estas cuestiones, por
su supuesto, ni siquiera estuvieron presentes en la exclusiva mesa de los
comensales del convite neoliberal en San José.
El prohibibo reino de lo posible. Casi desapercibida por
el sistemático silencio que la prensa hegemónica impone a todo lo que ocurre en
los países de América del Sur que han emprendido procesos de cambio con un horizonte
progresista, ni la contundente victoria electoral de Rafael Correa en Ecuador
ni los extraordinarios logros de la Revolución Ciudadana merecieron en Costa
Rica, durantes estos días, los sesudos análisis que la intelectualidad criolla
dedicó, por ejemplo, a los discursos de Barack Obama en los Estados Unidos, a
la desalmada gestión de la crisis europea por parte de la canciller alemana
Angela Merkel, o a las andanzas de la pareja presidencial mexicana.
Casos como el de
Ecuador, que bajo el gobierno de Correa, logró salir de la larga noche
neoliberal para emprender un proyecto nacional-popular con resultados
impresionantes en materia de recuperación de la soberanía; en educación y salud; en la redistribución de la
riqueza, la reducción de la pobreza y la disminución de la desigualdad,
constituyen un mal ejemplo para los países y pueblos sometidos a los designios
del orden neoliberal dominante y para sus agentes y administradores de turno.
Por eso se los invisibiliza, se les etiqueta como populistas, y se les ataca
sin piedad.
¿Cuál es la función de los medios en América
Latina?, se había preguntado alguna vez el investigador Jesús Martín Barbero. A la luz de las
declaraciones de la Primera Dama (¿o actriz?) mexicana, que citamos antes, o
del tratamiento mediático, sesgado y malintencionado que se da a los procesos de
cambio en nuestra América, la respuesta que diera el intelectual español resulta inobjetable: los medios son
funcionales al poder para “hacer soñar a
los pobres el mismo sueño de los ricos”.
Por eso, no se
sorprenda si la próxima vez que se le presenten ante sus ojos algunas de las
muchas alternativas de mundos posibles que se construyen en nuestro continente,
la telecracia le informe de una interrupción en la programación por razones ajenas a nuestro control.
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