Por más de diez años, el ex general Efraín
Ríos Montt logró evadir la justicia con distintas estratagemas pero, ahora,
parece, le llegó el turno. Sin embargo, falta
un largo camino por recorrer para que el asesino sea, finalmente, condenado; un
camino no exento de peligros de toda índole porque, desgraciadamente, como dice
Tito Monterroso, el dinosaurio todavía está ahí.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Ríos Montt escucha la resolución que lo declara imputable: ¿alcanzará la justicia al genocida? |
El guatemalteco Augusto “Tito”
Monterroso escribió el cuento más corto del mundo: “Cuando despertó, el
dinosaurio todavía estaba ahí”, que ha tenido cientos, si no miles, de
interpretaciones y comentarios.
Para los guatemaltecos, sin embargo, la
interpretación no es muy difícil: durante varias generaciones, nos hemos
despertado y el dinosaurio todavía estaba ahí y, en buena medida, todavía sigue
estando.
Guatemala es un país que hay que conocer
personalmente. Es de una belleza natural y cultural sobrecogedora, que
contrasta drástica y dolorosamente con su realidad social y política. En medio
de volcanes, lagos, paisajes bucólicos y coloridos, ha vivido una era de dolor
prácticamente sin parangón en América Latina.
Desde 1960, como consecuencia del golpe
de Estado que sacó de la presidencia a Jacobo Árbenz Guzmán en 1954, y que puso
término a uno de los experimentos democráticos más avanzados de su época en
nuestro subccontinente, el país sufrió un enfrentamiento armado que dejó una
estela de muerte y destrucción que alcanza cifras escalofriantes.
En 1996, en el contexto del fin de la
Guerra Fría, habiendo quedado las fuerzas progresistas guatemaltecas aisladas
internacionalmente ante la caída de la URSS y el campo socialista y, en
general, con las fuerzas progresistas de todo el mundo en retroceso, se firmó
un conjunto de acuerdos de paz que pusieron fin a dicho enfrentamiento.
La firma de estos acuerdos no pusieron
fin, claro está, a la situación de inequidad que vive el país en todos los
órdenes, pero sí pretendieron poner las bases para que se pudiera avanzar en
esa dirección paulatinamente. Una de esas condiciones es la de hacer justicia
con los responsables de haberse ensañado con la población civil que apoyaba a
las fuerzas insurgentes; ensañamiento que llegó a tener el carácter de
genocidio a inicios de los años 80, cuando cientos de aldeas del altiplano
occidental guatemalteco fueron desaparecidas de la faz de la tierra en el marco
de una política llamada “de tierra arrasada”.
Uno de los principales instigadores de
esa matanza fue el tristemente célebre ex general Efraín Ríos Montt aunque no
solo él, por más que sea la cabeza más visible entre los responsables. Hay toda
una cohorte de militares, algunos de los cuales aún se encuentran activos en la
vida pública del país, que ejecutaron, con distinto grado de responsabilidad,
esta política. Hay, también, muchos civiles (latifundistas, banqueros,
comerciantes, etc.) que no solo estuvieron de acuerdo y se regocijaron con esta
política de represión indiscriminada sino que, también, la instigaron, idearon
y acuerparon.
El ejército guatemalteco, en aquello
años, fue el brazo ejecutor de una política que tuvo su paroxismo entonces,
pero que, viniendo de muy atrás, respondía a los intereses y necesidades de una
oligarquía cavernícola que basaba su existencia en la explotación a mansalva de
la fuerza de trabajo indígena. Igual que en la Colonia.
Tal política encontró personajes como
Ríos Montt, que se tragaron el cuento de que estaban defendiendo el último
bastión de la civilización occidental y cristiana. Para ello, este nefasto
personaje se imbuyó de un espíritu mesiánico paranoico y sembró el terror en la
ciudad y en el campo.
Por más de diez años, el ex general
logró evadir la justicia con distintas estratagemas pero, ahora, parece, le
llegó el turno. Como se sabe, el lunes 28 de enero pasado el juez Miguel Ángel
Gálvez lo declaró imputable y lo sentó en el banquillo de los acusados.
Al llegar ese lunes a la sala en la que
está siendo juzgado fue recibido por una doble valla de ex militares que
hicieron el saludo militar a su paso y Ríos Montt desfiló entre ellos.
Falta un largo camino por recorrer para
que el asesino sea, finalmente, condenado; un camino no exento de peligros de
toda índole porque, desgraciadamente, como dice Tito Monterroso, el dinosaurio
todavía está ahí.
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