Si nos congratulamos de
la transición en curso hacia un mundo multipolar, es en la convicción de que el
caos sistémico y la multiplicidad de poderes son caldo de cultivo para la lucha
antisistémica. Ni más ni menos.
Raúl Zibechi / LA JORNADA
Aunque resulta indudable
que vivimos un periodo turbulento y, por tanto, opaco y confuso, la
diversificación de los puntos de observación y análisis necesarios para
comprenderlo no debería dejar de lado principios éticos sin los cuales la
actividad para cambiar el mundo pierde sentido. Las modas intelectuales, así
como las ilusiones en la evolución gradual del sistema, poco ayudan para
guiarnos en la turbulencia.
Una de esas modas es la
geopolítica. No son pocos los que buscan atajos que nos evitarían los
inevitables dolores de esta etapa. Los BRICS forman parte de la nueva realidad
multipolar y caótica, llamados como están a desplazar a las potencias del Norte
(Estados Unidos, Unión Europea y Japón) como centros excluyentes del
sistema-mundo. Sin embargo, los países llamados emergentes encarnan formas y modos
de gestión del capitalismo diferentes al modelo anglosajón, pero tan
capitalistas como éste.
Si nos congratulamos de
la transición en curso hacia un mundo multipolar, es en la convicción de que el
caos sistémico y la multiplicidad de poderes son caldo de cultivo para la lucha
antisistémica. Ni más ni menos.
Las miradas gradualistas
no toman en serio que vivimos bajo varias guerras. Los 70 años transcurridos
desde el fin de la Segunda Guerra Mundial parecen haber convencido a muchos
analistas de que las guerras se han extinguido, cuando son el modo habitual del
capitalismo en su fase extractiva y de acumulación por despojo/robo.
El análisis zapatista
sobre la “cuarta guerra mundial” del capital contra los pueblos ayuda a
comprender las agresiones que sufren los de abajo en todo el mundo, desde las
guerras de aniquilación abiertas, como en Medio Oriente, hasta las guerras
silenciosas, que el modelo extractivo descarga sobre los pueblos para instalar
minas a cielo abierto, monocultivos y represas hidroeléctricas, por mencionar
los casos más frecuentes.
Hay guerras económicas,
monetarias, por el control de las fuentes de agua; guerras contra las mujeres y
los niños y niñas, en fin, el más diverso tipo de agresiones sistemáticas y
sistémicas contra los más diversos pueblos y sectores sociales.
José Luis Fiori, profesor
de política económica en la Universidad Federal de Río de Janeiro y coordinador
del grupo de investigación Poder Global y geopolítica del capitalismo, esboza
una mirada distinta de la economía actual. “Debemos comenzar por el análisis y
comprensión de cómo funcionan los mercados internacionales, que se parecen más
a una guerra de movimientos entre fuerzas desiguales que a un intercambio entre
unidades iguales y bien informadas” (página13.org.br, 30/1/15).
Inspirado en el
historiador Fernand Braudel, Fiori considera que estados y capitales actúan en
esa guerra asimétrica como “grandes predadores” en la lucha por “el control
monopólico de posiciones de mercado, innovaciones tecnológicas y lucros extraordinarios”.
Las consideraciones
anteriores (mercados como guerras de posiciones, estados/capitales como
predadores) son más consistentes que considerarlos herramientas casi neutrales
que pueden ser utilizadas por clases, razas, géneros y etnias en su beneficio.
Posiciones de este tipo tienden a desarmar a los de abajo en este periodo en el
que no pueden ni deben confiar en otra cosa que no sean sus propias fuerzas y
capacidades.
Quisiera agregar tres
ideas que Fiori viene esbozando en sus artículos periodísticos y en las que se
explaya en su último libro História, estratégias e desenvolvimento: para uma
geopolítica do capitalismo (Boitempo, São Paulo, 2014).
La primera se relaciona
con China, pero puede aplicarse a todos los BRICS. “El poder es siempre
expansivo (….) Fue así en cualquier tiempo y lugar, durante toda la historia de
la humanidad, independiente de la existencia de economías de mercado, y mucho
antes de la existencia del capitalismo” ( Outraspalavras, 25 /4/13). Nos
alerta sobre la creencia de que Rusia, o China, puedan ser y hacer algo muy
distinto de lo que ya conocemos. No son fuerzas anticapitalistas.
La segunda se relaciona
con la economía; dice que ésta se subordina a los objetivos de larga duración
de los estados. “Las políticas económicas de los países varían en el espacio y
en el tiempo, y su éxito o fracaso depende de factores externos a la propia
política económica, y no a la verdad o falsedad de sus premisas teóricas” ( Carta
Maior, 27/11/14).
Afirma que es inútil
buscar políticas económicas de izquierda. Se trata de tener en cuenta los
objetivos en función de los cuales los estados adoptan diversos lineamientos
económicos. Tiene la virtud que nos aleja del economicismo dominante en las
izquierdas, los progresismos y muchos movimientos sociales. En todo caso, esa
premisa no debería ser adoptada al pie de la letra por los movimientos
antisistémicos, porque es la ética la que preside su accionar.
Por último, tiene una
mirada muy clara de la política de Estados Unidos. Recuerda que fue Nicholas
Spykman el teórico geopolítico que tuvo mayor influencia en la política
exterior estadunidense en el siglo XX. Dividía el subcontinente latinoamericano
en dos partes. La parte norte incluye hasta Centroamérica, el Caribe, Venezuela
y Colombia, que deben permanecer en “absoluta dependencia” de Estados Unidos.
El resto de Sudamérica
cuenta con tres estados, como Brasil, Argentina y Chile, que pueden amenazar la
hegemonía imperial si actúan en común, amenaza que debe ser “respondida a
través de la guerra”. Fiori considera que el problema no es el imperio, sino en
este caso la región y, muy en concreto, su propio país: Brasil. “Estos son los
términos de la ecuación y la posición estadunidense fue siempre muy clara. Lo
mismo no se puede decir de la política exterior brasileña” ( Sin Permiso,
30/03/14).
Nada ganamos culpando al
imperio de nuestras debilidades. Es imposible cambiar al enemigo. La pelota
está en nuestro campo y sólo nos sirve mirar la realidad de frente.
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