Los
discursos mediáticos están comprometidos con el control selectivo de las
informaciones, de la opinión y de los juicios de valor que circulan
socialmente. Eso se manifiesta en las manipulaciones de los noticieros y la
interdicción de los puntos de vista antagónicos, afectando la comprensión de
las circunstancias en que ciertos hechos acontecen (generalmente los que son
contrarios a la lógica económica o a las concepciones políticas dominantes).
Denis de Moraes / Barómetro Internacional
I
El
sistema mediático contemporáneo demuestra capacidad de fijar sentidos e
ideologías, seleccionando lo que debe ser visto, leído y oído por el conjunto
del público. Por más que existan por parte de lectores, oyentes y
telespectadores expectativas y respuestas diferenciadas a los contenidos
recibidos, son los grupos privados de comunicación que prescriben
orientaciones, enfoques y énfasis en los informativos; cuáles son los actores sociales
que merecen ser incluidos o marginalizados; cuáles las agendas y pautas que
deben ser destacadas o ignoradas.
Los
medios difunden juicios de valor y sentencias sobre hechos y acontecimientos,
como si estuvieran autorizados a funcionar como una especie de tribunal, sin
ninguna legitimidad para eso. Su intención, asumida pero no declarada, es
diseminar contenidos, ideas y principios que ayuden a organizar y unificar la
opinión pública en torno a determinadas visiones de mundo (casi siempre
conservadoras y sintonizadas con el estatus quo).
Los
medios eligen los actores sociales, articulistas, analistas, comentaristas y
columnistas que deben ser prestigiados en sus vehículos y programaciones. En la
mayor parte de los casos, como observa Pierre Bourdieu, estos portavoces nada
no hacen más que reforzar el trabajo de los “think tanks” neoliberales en favor
de la mercantilización general de la vida y la desregulación de las economías y
los mercados. En efecto, los “intelectuales mediáticos” o “especialistas” dicen
todo aquello que sirve a los intereses de clases e instituciones dominantes,
combatiendo y descalificando ideas progresistas y alternativas transformadoras.
Los
grupos mediáticos mantienen también acuerdos y relaciones de interdependencia
con poderes económicos y políticos, en busca de presupuestos de publicidad,
patrocinios, financiaciones, exenciones fiscales, participaciones accionarias,
apoyos en campañas electorales, concesiones de canales de radiodifusión, etc.
No son neutros y exentos, como quieren hacer creer; son parciales, toman
partido, favorecen los intereses mercantiles, defienden posiciones políticas,
combaten ideológicamente a los opositores.
II
Los
medios se apropian de diferentes léxicos para intentar colocar dentro de sí
todos los léxicos, a servicio de sus objetivos particulares. Palabras que
pertenecían tradicionalmente al léxico de la izquierda fueron resignificadas
durante la hegemonía del neoliberalismo en las décadas de 1980, 1990 y parte de
2000. Cito, de inmediato, dos palabras: reforma e inclusión. De la noche a la
mañana, pasaron a ser incorporadas a los discursos dominantes y mediáticos, en
sintonía con el ideario privatista. Se trata de indiscutible apropiación del
repertorio progresista, que siempre asoció reformas al imaginario de la
emancipación social. Las apropiaciones tienen el propósito de redefinir
sentidos y significados, a partir de ópticas interpretativas propias.
III
Al
celebrar los valores del mercado y del consumismo, el sistema mediático
subordina la existencia al mantra de la rentabilidad. La glorificación del
mercado consiste en presentarlo como el ámbito más adecuado para traducir
anhelos, como si sólo él pudiera convertirse en instancia de organización
societaria. Un discurso que no hace más que realzar y profundizar la visión,
claramente autoritaria, de que el mercado es la única esfera capaz de regular,
por sí misma, la vida contemporánea. Los proyectos mercadológicos y los énfasis
editoriales pueden variar, menos en un punto: las corporaciones operan,
consensualmente, para reproducir el orden del consumo y conservar hegemonías
instituidas.
IV
Los
discursos mediáticos están comprometidos con el control selectivo de las
informaciones, de la opinión y de los juicios de valor que circulan
socialmente. Eso se manifiesta en las manipulaciones de los noticieros y la
interdicción de los puntos de vista antagónicos, afectando la comprensión de
las circunstancias en que ciertos hechos acontecen (generalmente los que son
contrarios a la lógica económica o a las concepciones políticas dominantes).
Los
medios masivos buscan reducir al mínimo el espacio de circulación de ideas
contestatarias –por más que estas continúen manifestándose y resistiendo. La
meta es neutralizar análisis críticos y expresiones de disenso. Un ejemplo de
lo que acabo de decir son los enfoques tendenciosos sobre las reivindicaciones
de movimientos sociales y comunitarios. Son frecuentemente subestimadas, cuando
no ignoradas, en los principales periódicos y telediarios, bajo el argumento
falaz de que son iniciativas “radicales”, “populistas”, etc. La vida de las
comunidades subalternas y pobres está disminuida o ausente en los noticieros.
V
El
sistema mediático rechaza cualquier modificación legal que ponga en riesgo su
autonomía y sus ganancias. A cualquier movimiento para la regulación de la
radiodifusión bajo concesión pública, reacciona con violentos editoriales y
artículos que presentan los gobernantes que se solidarizan con la causa de la
democratización de la comunicación como “dictadores” que quieren sufocar la
“libertad de expresión”. Es una grosera mistificación. Lo que hay, en verdad,
es el bloqueo del debate sobre la función y los límites de la actuación social
de los medios. Las grandes empresas del sector no tienen ninguna autoridad
moral y ética para hablar en “libertad de expresión”, pues niegan diariamente
la diversidad informativa y cultural con el control selectivo de la información
y la opinión. Se confunden intereses empresariales y políticos con lo que
sería, supuestamente, la función de informar y entretener. Todo eso acentúa la
ilegítima pretensión de los medios hegemónicos de definir reglas
unilateralmente, inclusive las de naturaleza deontológica, para colocarse por
encima de las instituciones y los poderes constituidos, ejerciendo no la
libertad de expresión, sino la libertad de empresa.
VI
Los
conglomerados detienen la propiedad de la mayoría de los medios de difusión, la
infraestructura tecnológica y las bases logísticas, lo que les confiere dominio
de los procesos de producción material e inmaterial. La digitalización
favoreció la multiplicación de bienes y servicios de infoentretenimiento;
atrajo players internacionales para negocios en todos los continentes;
intensificó transmisiones y flujos en tiempo real; y agravó la concentración en
sectores complementarios (prensa, radio, televisión, internet, audiovisual,
editorial, telecomunicaciones, publicidad, marketing, cine, juegos
electrónicos, móviles, plataformas digitales, etc.).
Todo
eso hace sobresalir nuevas formas de plusvalía en la economía digital: la
tecnología que posibilita sinergias y convergencias; el reparto y la
distribución de contenidos generados en las mismas matrices productivas y
plataformas; la racionalidad de costes y la planificación de inversiones.
Se
origina de ahí un sistema multimediático con flexibilidad operacional y
productiva, que incluye amplia variedad de iniciativas y servicios digitales,
flujos veloces, espacios de visibilidad, esquemas globales de distribución,
campañas publicitarias mundializadas y técnicas sofisticadas de conocimiento de
los mercados. La finalidad es garantizar el mayor dominio posible sobre las
cadenas de fabricación, procesamiento, comercialización y distribución de los
productos y servicios, incrementando la rentabilidad y los dividendos
monopólicos.
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