Desde la democracia
digital de consumo por Twitter y Facebook se habla de generaciones amortizadas
y desechables. Bajo este contexto surgen partidos políticos que huyen de
cualquier vínculo con las derechas o las izquierdas. Sus nombres son ambiguos y
gelatinosos.
Marcos Roitman Rosenmann / LA JORNADA
La relación entre
partidos políticos y democracia parece unívoca. La existencia de muchos se
entiende como síntoma de buen funcionamiento democrático. Desde su axioma se
extrae la siguiente premisa. La democracia es un juego entre partidos, su
objetivo, disputar cargos públicos para gestionar fondos y controlar las
decisiones que orientan el proceso económico-social al interior del
capitalismo. Esta definición minimalista del papel de los partidos políticos y
la democracia, como procedimiento electoral para elegir gestores, ha ganado
terreno frente a la concepción de los partidos políticos como constructores de
alternativas y defensores de la democracia, en tanto práctica plural de control
y ejercicio social del poder, desde los principios del bien común, la dignidad
y ética.
No todos los partidos son
democráticos. El político como servidor del Estado, al margen de valores
éticos, ideologías y principios, se ha extendido. Una nueva generación reclama
el traspaso de poderes y se proyecta como la élite política del recambio y la
regeneración. Se definen como jóvenes dotados de cualidades hasta ahora
desconocidas. Se consideran elegidos dado sus conocimientos ¿aristócratas del
saber? Currículum brillante, doctorados en universidades privadas, políglotas,
emprendedores, expertos en redes sociales y el mundo digital. Se autodenominan
la generación de “los mejor formados” de la historia. El poder les pertenece,
se trasforman en adalides de la lucha contra la corrupción y practican la
política de la transparencia. La reclaman para desnudar las prácticas de los
considerados políticos de la guerra fría.
Chul-Han, uno de los
filósofos más creativos de este siglo, apunta en su ensayo, Psicopolítica.
Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder, cual es el significado de
reclamar transparencia en el mundo actual: “La reivindicación de la
transparencia presupone la posición de un espectador que se escandaliza. No es
la reivindicación de un ciudadano con iniciativa, sino la de un espectador
pasivo. La participación tiene lugar en forma de reclamación y queja. La
sociedad de la transparencia, que está poblada de espectadores y consumidores,
funda una democracia de espectadores”.
La sociedad de la
transparencia no tiene ningún color. Los colores no se admiten como ideologías,
sino como opiniones exentas de ideología, carentes de consecuencias. Por eso se
puede cambiar de opinión sin problemas. Un día digo, digo, al día siguiente
digo Diego, y al tercero, ni digo, ni Diego, sino Pedro.
Desde la democracia
digital de consumo por Twitter y Facebook se habla de generaciones amortizadas
y desechables. Bajo este contexto surgen partidos políticos que huyen de
cualquier vínculo con las derechas o las izquierdas. Sus nombres son ambiguos y
gelatinosos. Suelen referenciar actitudes alusivas al esfuerzo individual, suma
de voluntades. Hay que ser positivos. En la mayoría de los casos son partidos
atrápalo todo. En España, Ciudadanos, Podemos, Unión Progreso y Democracia. La
experiencia se reproduce en la mayoría de países. Tienen un punto de unión: su
obsesión por la transparencia.
Sin embargo, la
transparencia sólo es posible en un espacio despolitizado. Por ello son la cara
amable del neoliberalismo de segunda generación, sustituyen a los partidos
socialdemócratas y de centroderecha. Nada que ver con la coalición griega de
izquierda radical, cuyas siglas son Syriza. Nuevamente, Byung Chul Han, en su obra
La sociedad de la transparencia, apunta acerca de su significado en el
neoliberalismo: “Las cosas se hacen transparentes cuando abandonan cualquier
negatividad, cuando se alisan y allana, cuando se insertan sin resistencia en
el torrente liso del capital, la comunicación y la información. Las acciones se
tornan transparentes cuando se hacen operacionales, cuando se someten a los
procesos de cálculos, dirección y control. (...) Las cosas se vuelven
transparentes cuando se despojan de su singularidad y se expresan completamente
en la dimensión del precio. El dinero, que todo lo hace comparable con todo,
suprime cualquier rasgo de lo inconmensurable, cualquier singularidad de las
cosas. La sociedad de la transparencia es un infierno de lo igual. (...) La transparencia
estabiliza y acelera el sistema por el hecho de que elimina lo otro o lo
extraño. Esta coacción sistémica convierte a la sociedad de la transparencia en
una sociedad uniformada. En eso consiste su rasgo totalitario”.
Así, la trasparencia de
la cual hacen gala, nada dice de la democracia. En su reivindicación no
reclaman hacer transparente cómo, quiénes y cuántos participan en el proceso de
toma de decisiones, la construcción de la agenda y la designación de cargos.
Sólo reclaman la transparencia del dinero. ¿Cuánto gana un político?, ¿cuál es
su estado de cuenta bancario?, ¿qué propiedades posee?, ¿dónde vacaciona?, ¿qué
compra? Sin duda ello es necesario, pero insuficiente y nada significativo. La
transparencia del dinero no hace la democracia ni genera una sociedad más libre
y participativa, simplemente explota lo visible hasta convertir la
transparencia del capital en una realidad obscena. Su posible éxito puede minar
el futuro de un proyecto democrático real, afincado en la participación, la mediación,
el diálogo, la negociación y la representación. Negando el conflicto
desaparecen las contradicciones. Démosle la bienvenida.
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