En la
feroz búsqueda de nuevas maneras de generar ganancias, el capitalismo pasó de
la expansión de la producción a lo que Harvey ha llamado “la acumulación por desposesión”. Ésta implica el despojo de territorios para
implantar los proyectos de muerte o megaproyectos.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Puebla, México
En
los últimos años, vastas regiones de América Latina y de la periferia
capitalista se han visto desolados por los llamados proyectos de muerte o
megaproyectos. La minería a cielo abierto, las hidroeléctricas a ésta
asociadas, las vastos proyectos carreteros, portuarios o aeroportuarios, la
construcción de nuevos medios de transporte como los trenes ligeros, los nuevos cultivos de gran rentabilidad y en
particular los agrocombustibles, oleoductos, proyectos turísticos depredadores,
remodelaciones urbanas, centros de esparcimiento para las clases privilegiadas
como los clubes de golf etc., se han convertido en un espacio privilegiado de
la inversión de capital. Y estas inversiones de capital se ha visto acompañadas
de despojos territoriales, desplazamientos poblacionales, envenenamiento ambiental y violencia. En México, para poner un ejemplo, el 27% del
territorio nacional (el equivalente al territorio total de España) ya ha sido
concesionado a las grandes empresas transnacionales y nacionales que están
ávidas de impulsar estos grandes
proyectos que dejan enormes ganancias.
Más
allá de la afirmación general de que esto es producto del desarrollo
capitalista pintado por los ideólogos
neoliberales como modernidad y progreso, cabría preguntarse por la causa
fundamental que alienta a estas nuevas
modalidades de acumulación capitalista. Lo que afirman los analistas más serios
del desenvolvimiento capitalista mundial es que todo ello es producto de los
límites a los que éste último se ha visto enfrentado desde el primer lustro de
la década de los setentas. En aquel momento empezaron a verse las consecuencias
de una sobreacumulación de capital (David Harvey en su libro “El Nuevo Imperialismo”) y de una baja
de la rentabilidad de las inversiones por
la cada vez mayor inversión en maquinaria y medios de producción en
detrimento de la fuerza laboral (Wim Diercksens en “Crisis y sobrevivencia ante
un mundo de guerreros y banqueros”). La economía mundial no ha dejado de
decrecer desde hace varias décadas. El capitalismo no tuvo más que deshacerse
del Estado de bienestar y sustituirlo por el neoliberalismo. Los grandes
capitales abandonaron la economía real y buscaron la especulación financiera
por que las ganancias bursátiles eran mayores y más rápidas que en las inversiones en la industria o
agricultura. Los gastos militares y la necesidad constante de hacer guerras fue
otra de las maneras de volver a elevar las ganancias (Diercksens nuevamente).
Y
en la feroz búsqueda de nuevas maneras de generar ganancias, el capitalismo
pasó de la expansión de la producción a lo que Harvey ha llamado “la
acumulación por desposesión”. Ésta
implica el despojo de territorios para implantar los proyectos de muerte o
megaproyectos; la privatización de los bienes del estado, la salud, la
educación; los prestamos leoninos a los países pobres o empobrecidos (Grecia);
la apropiación de diversas ramas de la economía
en aquellos países que han quedado devastados por las recurrentes crisis
económicas regionales (México 1994, Sudeste Asiático 1997, el mundo entero a
partir de 2008).
El
capitalismo fue transformado radicalmente por el neoliberalismo. Y la
resistencia social a éste también. La lucha de clases es otra hoy, pero allí
está.
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