Quienes claman
masivamente por sus derechos son aquellos que (re)sienten la marginación más
crudamente. Por eso luchan por hacerse reconocer como ciudadanos plenos,
recurriendo, si es del caso, a la
violencia directa enfrentando a las tiranías; u
organizando protestas callejeras, o recurriendo a otras formas de disconformidad, en el caso
de quienes viven en el seno de una democracia formal.
Arnoldo Mora Rodríguez * / Especial para Con Nuestra
América
Cuando hablamos de
Patria, solemos referirnos a un territorio cuyas fronteras han sido reconocidas
a la luz del derecho internacional. Esa definición es correcta pero no enfatiza
en lo esencial: su población. Ahora bien, cuando hablamos de población solemos aludir al aspecto cuantitativo: un montón de gente.
Los cual también es cierto. Sin embargo, esto mide tan solo la cantidad como si
de una manada de animales se tratara, cuando en realidad estamos hablando de
SERES HUMANOS, de personas dotadas de
libertad(es) reconocida política y
jurídicamente, de sujetos con deberes y
derechos. A esos seres humanos los calificamos
como CIUDADANOS…Es entonces cuando el número se reduce. Gente que vive
en la miseria o que sufre la discriminación, cualquiera sea la excusa, como
sería alegar motivos religiosos, ideológicos, legales, étnicos, raciales,
clasistas, culturales, de nacionalidad,
etc. en la práctica son tratados como seres infrahumanos; algunos incluso son
penalizados. Luego de las dos mas cruentas guerras que conoce la historia,
la humanidad se ha propuesto combatir
toda forma de discriminación. Desde su fundación (1947) Las Naciones Unidas han
promulgado LA CARTA DE LOS DERECHOS HUMANOS, a tenor de lo cual se debe concluir
que solo se puede reconocer como DEMOCRACIA aquel sistema político que se
inspira en el ejercicio real de los derechos humanos.
Esta concepción
jurídica y política se inspira en la filosofía estoica y la espiritualidad
judeo-cristiana que proclaman el universalismo ético, que postula el
reconocimiento de la dignidad de TODOS
los seres humanos y no solo de algunos. De ahí el principio
constitucional que está en la base del derecho y que dice: “Todos somos iguales ante
la ley”. Lo cual está muy bien formalmente. Pero en la práctica, debemos
reconocer con amargura que estamos lejos de que estos bellos postulados sean
hábito cotidiano de los ciudadanos y de sus gobiernos. Amplios sectores de la
población se ven sistemáticamente - y no solo esporádicamente - excluidos del
ejercicio real de sus derechos constitucionales. De ahí que la tarea de
construir una sociedad auténticamente
democrática se convierte en un deber
ciudadano – el prioritario - de todos los días.
Quienes claman
masivamente por sus derechos son aquellos que (re)sienten la marginación más
crudamente. Por eso luchan por hacerse reconocer como ciudadanos plenos,
recurriendo, si es del caso, a la
violencia directa enfrentando a las tiranías; u
organizando protestas callejeras, o recurriendo a otras formas de disconformidad, en el caso
de quienes viven en el seno de una democracia formal. Estas protestas suelen
tener una raíz socio-económica o política. Pero en la actualidad se dan otras manifestaciones, frecuentemente
menos beligerantes, pero no por
ello menos combativas, que cuestionan
hábitos pseudoculturales. Los prejuicios inspirados en abominables y
anacrónicos atavismos culturales suelen ser los mas difíciles de quitar por su
arraigo ancestral y legitimidad en la vida cotidiana.
Todo lo anterior explica la agitación que hoy viven los
pueblos en todo el planeta. Solo
construyendo una democracia real, basada en la justicia social y en el
reconocimiento de la dignidad de todo ser humano se logrará una paz duradera.
*Filósofo costarricense,
ex Ministro de Cultura y miembro de la Academia Costarricense de la Lengua.
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