Galeano era un donador
de claridades en medio de tantas oscuridades. Un portador de lucidez admirable
en un mundo que invita constantemente al desaliento. Con un lenguaje sumamente
sencillo, lograba tocar las fibras más delgadas de los deseosos de libertad, de
emancipación.
Óscar Ureña García / Especial para Con Nuestra América
Eduardo Galeano |
Hace unos años, cuando
era estudiante de la carrera de periodismo, conocí la obra del escritor y
periodista uruguayo, Eduardo Galeano. Sus artículos de opinión me marcaron. Y
ni qué decir de su ensayo más conocido: Las
venas abiertas de América Latina, que dejó una huella en el pensamiento de
muchos jóvenes latinoamericanos, pues nos mostró el sometimiento que ha vivido,
desde el siglo XV, Nuestra América. Precisamente, dentro de su obra y su
persona, la enseñanza más grande que nos dejó Galeno fue la necesidad de que
los jóvenes, Latinoamérica y el mundo, se emanciparan de las ideas absolutas
que favorecen a unos y destruyen, cruelmente, a la mayoría.
Sus textos,
principalmente los de periodismo argumentativo, defendían tesis en contra del
neoliberalismo capitalista y sus posturas absurdas de beneficiar al mercado
antes que a las personas; de la competencia como principal doctrina y que
“perder, es el único pecado que no tiene redención en nuestro tiempo”, como lo
destacaba.
Galeano era un donador
de claridades en medio de tantas oscuridades. Un portador de lucidez admirable
en un mundo que invita constantemente al desaliento. Con un lenguaje sumamente
sencillo, lograba tocar las fibras más delgadas de los deseosos de libertad, de
emancipación.
En una entrevista
televisiva, realizada en el año 2012, en Tv 3 de Cataluña, Galeano comentó que,
cuando visitaba México, se permitía aconsejar a los mexicanos de cuidarse del
poderoso vecino del norte. “Dudemos de los mesianismos”, les decía. “Yo siempre
que hago lecturas en las universidades norteamericanos, inicio pidiendo que no
me salven: please don´t save. Yo no
quiero ser salvado. Porque ese poderoso vecino del norte, salvó a Irak
convirtiéndolo en un manicomio y salvó a Afganistán convirtiéndolo en un vasto
cementerio”.
Miles de jóvenes
encontramos el camino de la libertad huyéndole a la salvación. Encontramos la
emancipación por medio de las palabras de un hombre con acento uruguayo que nos
regalaba el derecho al delirio. A soñar que otro mundo es posible. Un mundo en
el que “debería de agregarse en los códigos penales, el delito de estupidez de
los que viven por tener y no viven por vivir, como el pájaro que canta sin
saber que canta o el niño que juega sin saber que juega”.
A él le llegó el tiempo
de marcharse. Un silencioso destructor le invadió el pecho, principalmente los
pulmones y, el viernes 10 de marzo, fue ingresado a un hospital de su querida
Montevideo. El lunes, su cuerpo no resistió más y se entregó al destino. Pasó
lo que tenía que pasar. Nadie lo salvó y, así, con ese acto silencioso, nos
enseñó que negarse a ser salvado, es el camino a la libertad.
Hasta siempre, maestro.
Gracias por la lucidez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario