Conferencia de Fernando Martínez Heredia
en la Cumbre de los Pueblos, Sindical y de los Movimientos Sociales de Nuestra
América, celebrada en Panamá, 10 de abril de 2015.
Fernando
Martínez Heredia* / Cubadebate
Queridos
compañeras y compañeros:
Las cubanas y
los cubanos que estamos aquí nos sentimos felices, porque en la Cumbre de los
Pueblos, Sindical y de los Movimientos Sociales de Nuestra América estamos en
nuestra casa.
La más
recordable de las llamadas Cumbres de las Américas es la cuarta, en 2005,
porque ella fue la del viraje: el principio del fin del panamericanismo
imperialista. En el estadio de Mar del Plata, la Cumbre de los Pueblos de
Nuestra América repudió el ALCA. Siempre recordaremos aquel día, y
el discurso del Presidente de la Venezuela bolivariana, Hugo Chávez Frías, líder de su patria y
nuevo conductor que le había nacido con el siglo a la causa de la
liberación. Hugo habló por los pueblos ese día, como hablará hoy aquí Evo por los
pueblos. Y en la reunión de los gobernantes en Mar del Plata se
levantaron voces de jefes de Estado que rechazaron el dogal imperialista y
exigieron relaciones justas, basadas en el derecho internacional y en el
respeto a las soberanías nacionales. Esa conjunción de pueblos y gobernantes acabó
con el intento imperialista de imponer el ALCA, una gran victoria que le dio
impulso al entonces naciente proceso de independización de nuestros Estados
latinoamericanos y caribeños.
La soberbia y
el desprecio son rasgos permanentes de la conducta de los gobernantes de
Estados Unidos, aunque a veces traten de disimularlos. Después
de décadas de terribles y criminales represiones, en 1994 creyeron que era la
hora de alinearnos como borregos obedientes, ahora con gobiernos que
disfrazaban su entreguismo, su corrupción y la creciente miseria de las
mayorías con los apellidos que le ponían a la palabra democracia. Entonces
promovieron el ALCA e inventaron las Cumbres de las Américas. Por
si hubiera dudas, la primera fue en Miami. Pero encontraron obstáculos en
algunos países que se resistían a abrirse a ese nuevo paso de la explotación.
Esos escollos se profundizaron por la oposición de numerosos países en la
Conferencia de la Organización Mundial de Comercio en Cancún, en 2003.
Mientras, la protesta popular en las calles se enfrentó siempre a aquellos
encuentros, estuvo en Cancún y ha ido organizando y efectuando cumbres como
esta de Panamá.
La derrota del
ALCA en 2005 fue en realidad un campanazo. El 14 de diciembre de 2004, Cuba
y Venezuela habían fundado el ALBA en La Habana. En diciembre de 2005, las
luchas heroicas de los bolivianos se plasmaron en una victoria electoral
completa que convirtió en presidente de la república a un líder popular de raíz
autóctona, Evo Morales. El 29 de abril de 2006,
Bolivia se unió a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, y
le sumó su concepto de Tratado de Comercio de los Pueblos. Otros países
latinoamericanos y caribeños se integraron a esta organización internacional de
nuevo tipo, que tiene como prioridades la solidaridad y la voluntad política.
Aquel mismo año 2005, Hugo Chávez lanzó la creación de Petrocaribe, que brinda
petróleo en términos solidarios a países de esa región.
En 2008
sesionó en Salvador de Bahía la I Cumbre de América Latina y el Caribe (CALC).
Por primera vez en la historia se reunieron los jefes de Estado y de gobierno
soberanos de la región sin Estados Unidos ni Canadá. Allí se convocó a una II
Cumbre, celebrada en febrero de 2010 en México: la Cumbre de la Unidad de
América Latina y el Caribe. En ella se aprobó la creación de una entidad
permanente de los 33 países de la región, lo que se efectuó en Caracas, en
diciembre de 2011. Esa III Cumbre, que asumió también a la CALC y el Grupo de
Río, creó oficialmente la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, la
CELAC.
En 2008 se
constituyó la Unión de Naciones Suramericanas, UNASUR, integrada por los doce
Estados de esa región. Es una instancia permanente que posee un gran valor como
foro de concertación política, y que ha dado muestras de firmeza en su defensa
de gobiernos legítimos con apoyo popular, frente a intentos golpistas. En su
Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno celebrada en Quito en diciembre pasado
expresaron objetivos integracionistas concretos y ambiciosos. Ernesto Samper,
su nuevo secretario general, declaró: “tenemos que pensar en un nuevo bloque, el
bloque Sur–Sur (…) si no tenemos nuestro propio bloque, las reglas nos las van
a poner otros bloques.”
Otras
organizaciones internacionales de esta región participan en esfuerzos
integradores, por sí o en colaboraciones con los mencionados.
Una nueva
realidad y un nuevo lenguaje han nacido y crecido en la América Latina y el
Caribe, un continente que se ha convertido en vanguardia en el mundo actual. Un
ejemplo de esto último es la Proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz,
acordada en La Habana en la II Cumbre de CELAC por la totalidad de sus Estados
miembros. Desde el punto de vista geopolítico se han abierto nuevos espacios de
concertación económica y política que pueden llegar a tener una importancia
decisiva. En cuanto a los Estados y gobiernos, estamos ante hechos nuevos de un
enorme alcance potencial: la actuación independiente que no se pliega a Estados
Unidos, el control sobre los recursos naturales del país y acciones encaminadas
a beneficiar a sectores que están entre los más pobres, mediante
redistribuciones de la renta y otras iniciativas.
Analistas
clasifican como de izquierda o centroizquierda a los gobiernos de países en los
cuales vive algo más de la mitad de la población de la región. Pero en cuanto nos asomamos a
la situación en que viven las mayorías del continente, aparecen las realidades
seculares de desigualdades, pobreza y miseria, y su agravamiento por el
desastre social que conllevó la implantación del neoliberalismo. Durante décadas, Cuba ha
sido uno de los denunciantes de esa situación, y en CELAC ha señalado que debe
ser una tarea primordial enfrentar y erradicar el hambre, la pobreza y las
desigualdades. Al hablar en la III Cumbre en San José de Costa Rica, el 28 de
enero pasado, el presidente Raúl Castro enfatizó que esta región es la más desigual
del planeta, que registra 167 millones de personas viviendo en la pobreza y uno
de cada cinco menores de quince años vive en la indigencia. “¿Qué
pensarán las decenas de millones de marginados acerca de la democracia y los
derechos humanos?”, preguntó. “¿Cuál será su juicio sobre los modelos
políticos? ¿Qué dirían si se les consultara sobre las políticas económicas y
monetarias?”
Esto nos
lleva a la complejidad real de la situación concreta actual. A la
acumulación de fuerzas lograda desde puntos de partida al interior de lo que ha
sido el sistema de dominación, sus reglas de juego político y su legalidad,
escollos enfrentados con la conciencia política y social que guía
los combates, las resistencias y las voluntades que pretenden ir mucho más allá
de lo que parece posible, y de las insuficiencias propias. Nos lleva a no
olvidar la heterogeneidad de los componentes de la gran coalición que está
impulsando la fase actual de la independización continental, ni a la
contraofensiva taimada o abierta, subversiva o cooptadora, de las clases que no
quieren ceder su poder, su lucro y sus privilegios. Y sobre todo a la unión que
tendrá que venir y a las jornadas y los procesos decisivos, en los que la gente
común se tornará histórica.
Durante gran
parte de mi vida he estudiado los movimientos populares de la América nuestra,
he acompañado en sus prácticas a más de uno y he analizado las realidades desde
sus perspectivas. Pero hoy no me toca tratar esos temas, que serán muy bien
desarrollados en las mesas de trabajo y los paneles de esta Cumbre. Vuelvo al
entorno más general.
Le hemos
quitado el traspatio al imperialismo. Ya se acabó su panamericanismo, de él
solo queda un cascarón vacío. El edificio secular del poder de los Estados
Unidos sobre este continente se va a caer, pero no se caerá solo: hay que
derribarlo. Los pueblos que se liberan a sí mismos y liberan a sus países
aprenden a manejar la geopolítica, en vez de ser manejados por ella. Pero permítanme un breve
comentario sobre geopolítica.
La
geopolítica es una ciencia de medir correlaciones de fuerza, conocer intereses
en juego y actuar de acuerdo a lo que es posible. Es conveniente conocerla,
pero no debemos regirnos por ella. En sus leyes no caben las luchas de los
pueblos, ni hay lugar para victorias populares. Para triunfar, sostenerse y
adquirir permanencia, la Revolución cubana tuvo que destrozar las leyes de la
geopolítica primero, y torcerle más de una vez el brazo después. ¿Qué
son los poderes populares y los Estados que se independizan del imperialismo
en este continente sino quebrantamientos de las leyes de la geopolítica? Y
los movimientos populares combativos y organizados que florecen y actúan
por doquier, ¿no quebrantan las leyes de los arreglos por arriba y la política
posibilista? ¿No reparten poder, no son creadores de poder? ¿Y
qué mayor triunfo sobre la geopolítica que el ejercicio del internacionalismo? Es
muy grande y muy hermosa la historia de la solidaridad
internacionalista latinoamericana y caribeña, pero lo más grande que tiene es
que ya constituye una cultura, una manera de ser, un hecho natural para
millones, un avance de la condición humana y una gran fuerza social con la que
contamos.
Cumpliendo la
segunda parte de mi tarea en este encuentro, paso a referirme a la situación y la
posición cubanas de cara al bloqueo sistemático que mantiene Estados Unidos
contra Cuba desde hace más de medio siglo. Ese bloqueo es un acto
delictivo genocida de carácter continuado, que viola en un alto grado el
derecho internacional y la soberanía de muchos otros Estados. Es el sistema de sanciones unilaterales más
injusto, severo y prolongado que se ha aplicado contra país alguno. Ese
es un hecho que nadie discute y que nadie se atreve a justificar. Lo han
condenado millones de personas a lo largo del planeta, entre ellos muchos
norteamericanos. Instituciones, parlamentos, gobiernos, personalidades, lo
repudian con duros calificativos y con razones jurídicas, políticas y éticas.
La Asamblea General de las Naciones Unidas lleva veintitrés años condenándolo.
A ese juicio mundial casi unánime se han unido en tiempos recientes varios
políticos del establishment norteamericano y órganos de prensa muy
influyentes. Cabe entonces preguntarse: ¿por qué se mantiene el bloqueo, y se
ha recrudecido en los últimos años su alcance extraterritorial?
El bloqueo de
Estados Unidos contra Cuba es quizás la señal más escandalosa de la distancia
que existe entre los principios y las normas que fueron conquistados mediante
colosales sacrificios por la humanidad a mediados del siglo XX y la realidad de
su incumplimiento en el siglo XXI. Después de 1945, Estados Unidos logró
controles esenciales a escala mundial, y se presentó como el líder del llamado
mundo libre. Pero cuando una pequeña nación vecina se hizo dueña de sí misma y
comenzó a cambiar su vida en beneficio de su pueblo, la atacó con todos los
medios y de todas las formas que pudo, para destruir la nueva sociedad que con
tantos esfuerzos construía, y para borrar el mal ejemplo de rebeldía triunfante
que les daba a los demás pueblos de este continente. John F. Kennedy reconoció que solo
a partir de 1959 Cuba era realmente libre, pero desde aquel mismo año su país
le ha hecho al nuestro una guerra sin cuartel. La decisión agresora que creó el
bloqueo lo reconoció claramente: la mayoría de los cubanos apoya a su gobierno.
Por consiguiente, hay que sumirlos en la miseria y el hambre, y lograr que se
desesperen y prefieran derrocarlo.
El entorno
geopolítico del bloqueo contra Cuba es la violación continua por Estados Unidos
de la soberanía de los Estados y la autodeterminación de los pueblos, los
asesinatos masivos de cientos de miles de personas inermes, y los crímenes
selectivos, la invasión y la ocupación de países en pleno siglo XXI, y las
imposiciones y abusos de todo tipo a escala mundial. Es el manejo más cínico del
repertorio antiguo o reciente de logros de la convivencia humana, las formas de
gobierno y el derecho, por parte de un matón que dice defenderlos. Es una
violación abierta de los términos de su alianza con países europeos cada vez
que los castiga –y los humilla– por tener relaciones financieras con Cuba. Es
la situación que hace parecer normal que haya que discutir si un Estado debería
estar o no en una lista confeccionada por el mayor terrorista del planeta, de
países a los que califica de patrocinadores del terrorismo internacional.
Ante todo, el
bloqueo ha causado enormes daños a la vida de la gente, desde las necesidades
básicas, como son la alimentación, la salud, la educación, la cultura y los
deportes, hasta su tranquilidad psíquica y espiritual. Como es natural, esto no
lo miden los grandes burgueses ni sus testaferros políticos, porque el mundo de
ellos solo mide la ganancia y el poder irrestricto. Las personas y el planeta
solamente existen para ellos cuando aparecen en sus cálculos.
El entramado
legal y administrativo del bloqueo es complicado, pero la retórica de la
Administración Obama sobre una supuesta flexibilización de las sanciones contra
Cuba es desmentida por los hechos. No se ha dado ni un paso legal hacia su
eliminación, pero numerosas acciones lo han agravado, en particular con un
acoso sin precedente a la actividad bancario-financiera. El bloqueo pone innúmeros
obstáculos al comercio entre ambos países y dificulta el cubano con otros
países, prohíbe que Cuba utilice el dólar en sus transacciones financieras o en
cuentas suyas en bancos extranjeros, y que se le otorguen créditos bancarios o
de instituciones financieras internacionales. Con tenacidad ejemplar e inmoral,
priva a Cuba de tecnologías, inversionistas, medicamentos y cualquier otro bien
que le resulte posible. El daño económico directo ocasionado a Cuba por la
aplicación del bloqueo, a precios corrientes, se estima en más de 116 880
millones de dólares.
Toda la
actividad económica del país es perjudicada por el bloqueo, desde lo necesario
para el funcionamiento de las ramas económicas mismas hasta los altos precios
que debemos pagar por un gran número de importaciones. El desarrollo económico
autónomo, una meta tan difícil para todo país de los que llaman
subdesarrollados, resulta aún más difícil en nuestro caso. Si se añaden las
pérdidas humanas y los daños materiales ocasionados por la larga historia de
sabotajes y actos terroristas alentados, organizados y financiados desde
Estados Unidos, el enorme empleo de recursos humanos y materiales en la defensa
a que nos ha obligado durante más de cincuenta años y los aspectos sensibles de
nuestra organización y valoraciones políticas que ha condicionado, puede
tenerse una idea de lo que ha significado y significa el sistema de agresión de
Estados Unidos contra Cuba. Un
gesto elemental de ese país a la hora de negociar la normalización de
relaciones con el nuestro sería el de incluir su disposición a indemnizarnos en
alguna medida por tanto dolor y tantos daños causados.
Pero el
bloqueo también ha sido la prueba de que el imperialismo no es omnipotente. Tuvieron que convertirlo en
su carta permanente y enfrentar la condena y el desprestigio que implica para
ellos, porque no pudieron destruir ni arrodillar a la Revolución cubana.
“Nuestro pueblo todo se volvió un Maceo”, dijo el Che al recordar al gran
revolucionario que un día escribió: “Aquel que intente apoderarse de Cuba solo
recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha”. Y
sucedió todo lo contrario de lo que creían sus sesudos geopolíticos y sus
torpes halcones. Sometiendo a Cuba a esa prueba terrible solamente lograron
hacerla más unida y más fuerte en su decisión, más socialista a su sociedad y a
su poder revolucionario, más humana a su gente en la capacidad de ser solidaria
y volverse un haz de trabajo, voluntad y amor compartidos, más consciente
políticamente frente a todas las circunstancias, hechos, desafíos y
necesidades, y también frente a las maniobras más hábiles de nuestros enemigos.
La conciencia desarrollada es el escudo y el arma de un pueblo culto, y permite
a las personas ser muy superiores a lo que parece posible.
El
internacionalismo practicado a lo largo de más de medio siglo por cientos de
miles de cubanas y cubanos, sostenidos por el amor y la admiración de sus
familias y sus paisanos, ha sido y sigue siendo una rotunda victoria sobre el
bloqueo. Creyeron que podían acorralarnos y aislarnos, rumiando miserias y
angustias, y Cuba se ha multiplicado entre los pueblos del planeta, ha sabido
darse al acudir a colaborar y al hermanarse con tantos que no conocíamos,
contribuyendo así al desarrollo de una cultura muy superior y ajena a la del
egoísmo y el afán de lucro capitalistas. Al mismo tiempo, el internacionalismo
nos ha dado mucho más que lo que hemos aportado, en términos de desarrollo
humano y social.
Nosotros
aprendemos, los pueblos aprenden, pero los imperialistas no quieren aprender.
Sin una palabra de reconocimiento para las miles de víctimas cubanas de sus
agresiones, ni de admisión de culpas, el 17 de diciembre pasado Estados Unidos
solo declaró que su política contra Cuba ha fracasado. Demasiado tiempo 56
años, y muy pobre moral la que solo sabe de éxitos y fracasos. Pero al menos son
sinceros. Dice la declaración oficial de aquel día: “El Presidente anunció
medidas adicionales para poner fin a nuestro enfoque obsoleto y promover de
manera más eficaz la implantación de cambios en Cuba, dentro de un marco acorde
con el apoyo de Estados Unidos al pueblo cubano y en consonancia con sus
intereses de seguridad nacional”.
Desde entonces
se inició una curiosa negociación, en la que una de las partes liberaliza
algunas de las tantas medidas de agresión económica que ha mantenido contra la
otra mientras declara que solamente desarrollará relaciones con empresarios
privados cubanos o en áreas en que le convenga, pretende que se abran embajadas
sin cambiar lo esencial de su política agresiva –lo cual es casi igual a cero—y
espera que Cuba se sienta agradecida y le haga concesiones. Mientras tanto mantiene,
con el mismo entusiasmo de siempre, su actividad subversiva y de trabajo con
mercenarios contra la otra parte. Como es natural, es muy poco lo que puede
avanzar así una negociación. Un botón de muestra. Hace quince días,
la subsecretaria de Estado Roberta Jacobson anunció que de
dos mil millones de dólares solicitados por el presidente al Congreso para
Latinoamérica se destinarían 53,5 millones para la Iniciativa Regional de
Seguridad (CBSI), y una parte de esto se empleará en programas de promoción de
“la libertad de prensa y los derechos humanos” en Cuba, Venezuela, Ecuador y
Nicaragua.
Pero en su
discurso en la III Cumbre de CELAC el presidente Raúl Castro les dejó todo
claro. Primero, la actual posición norteamericana se debe a que no han podido
vencer a la heroica lucha iniciada hace casi 150 años ni a nuestra fidelidad a
los principios, al mismo tiempo que a la nueva época que está
viviendo Nuestra América, que ha generado la firme actuación de sus gobiernos
en defensa de los derechos de Cuba. Segundo, es posible encontrar solución a las
profundas diferencias entre Cuba y Estados Unidos mediante un diálogo
respetuoso basado en la igualdad soberana y la reciprocidad, el
respeto a las diferencias y la cooperación, pero sin pretender que Cuba
renuncie a sus ideales, sus principios y su soberanía nacional, que han sido
establecidos con grandes sacrificios y riesgos. Tercero, no tendrá sentido
el acercamiento diplomático entre ambos países si Estados Unidos no levanta
totalmente el bloqueo, saca a Cuba de su lista de supuestos
patrocinadores del terrorismo, le devuelve al Estado cubano el territorio de
Guantánamo ocupado ilegalmente, en el que está la más antigua base militar
extranjera del continente, e indemniza los cubanos por los daños que les ha
causado su política agresiva. Cuarto, esos actos deberán ser unilaterales, como
fueron los hechos que crearon los males. Quinto, Cuba no hará ninguna concesión acerca de sus
asuntos internos ni en detrimento de su soberanía. El objetivo
de derrocar nuestro régimen social utilizando otras vías fracasará. Sexto, nada cambiará en nuestros principios en el plano internacional.
Dijo Raúl: “La voz de Cuba defenderá sin descanso las causas justas y los
intereses de los países del Sur y será leal a sus objetivos y posiciones
comunes, sabiendo que Patria es Humanidad.”
Mientras su
país se afanaba por abrir una embajada en La Habana antes de esta Cumbre de
Panamá, el presidente Obama dictó el 9 de marzo una Orden Ejecutiva asombrosa,
acerca de “…la inusual y extraordinaria amenaza que constituye la situación de
Venezuela sobre la seguridad nacional y la política exterior de Estados
Unidos”. Utilizó palabras rituales del ejecutivo imperial, idénticas a las
usadas en 1985 por el presidente Reagan –aquel actor mediocre– para acusar a
Nicaragua. Esa declaración provocó de inmediato un rechazo continental de las
sociedades, los Estados y las organizaciones regionales. Su torpeza sin igual
es realmente difícil de explicar, pero hizo muy incómoda la situación del
declarante, próximo a presentarse en la Cumbre de Panamá.
Toda Cuba se
movilizó para proclamar su solidaridad con la Venezuela bolivariana, en todas
las coyunturas y formas en que sea necesario. Estamos junto al presidente
Nicolás Maduro y su propuesta de paz, que es, con las palabras suyas, “paz con
justicia, con igualdad, la paz de pie, no la paz de rodillas, es la paz con
dignidad y desarrollo”. En la reunión de jefes de Estado del ALBA para declarar
su solidaridad plena con Venezuela, celebrada en Caracas hace tres semanas, el
Presidente Raúl Castro expresó: “No se puede manejar a Cuba con una zanahoria y
a Venezuela con un garrote (…) Estados Unidos debería entender de una vez que
es imposible seducir o comprar a Cuba, ni intimidar a Venezuela. Nuestra unidad
es indestructible. Tampoco cederemos ni un ápice en la defensa de la soberanía
e independencia, ni toleraremos ningún tipo de injerencia, ni condicionamiento
en nuestros asuntos internos. No cejaremos en la defensa de las causas justas
en Nuestra América y en el mundo, ni dejaremos nunca solos a nuestros hermanos
de lucha. Hemos venido aquí a cerrar filas con Venezuela y con el ALBA y a
ratificar que los principios no son negociables.”
Cuba ha venido
por primera vez a una Cumbre de las Américas porque la actitud dignísima de
numerosos jefes de Estado latinoamericanos lo ha venido exigiendo, hasta el
punto de condicionar su asistencia a esta séptima a la presencia cubana. Fue el presidente de Panamá,
como correspondía, quien invitó al presidente cubano a participar en esta
cumbre. Cuba agradece esas actitudes, y viene aquí invitada por los que tienen
derecho a hacerlo. Estados Unidos
se ha visto obligado a estar de acuerdo, para no agravar su aislamiento.
Hay dos
Américas. Todos sabemos a cual pertenecemos. Estamos orgullosos de formar parte de
lo que José Martí bautizó como Nuestra América. Solamente asumiendo que hay dos
Américas, en todas sus realidades y sus implicaciones, será posible que puedan
sentarse ambas en un mismo lugar, y que comiencen a exponer y a intercambiar
acerca de sus realidades y sus proyectos, sobre la base del más absoluto
respeto mutuo.
Mañana hará
120 años que Martí pudo llegar al fin a su patria, a combatir por la libertad y
la justicia plenas, a pelear para lograr que Cuba fuera la primera república
nueva de este continente y que América Latina declarara su segunda
independencia. “Dicha grande”, escribió en su cuaderno, porque él sabía que la
felicidad también está en la lucha. Ha sido largo el tiempo y áspero el camino,
pero hoy es un día dichoso en Panamá, porque los pueblos de la América nuestra estamos
aquí, conscientes de quiénes somos y de la riqueza de nuestros movimientos, de
la fuerza del derecho que tenemos y del potencial de liberación plena de este
continente que alberga la coyuntura actual. Y estamos decididos a formar un
nuevo bloque histórico y hacer realidad esa liberación.
El 12 de
marzo se cumplieron cincuenta años de la publicación en el semanario
uruguayo Marcha de El socialismo y el hombre en Cuba,
de Ernesto Che Guevara, que es el análisis americano más profundo de la
compleja e inmensa tarea de transformar nuestras realidades, y la propuesta más
ambiciosa que puede hacerse: la de crear entre todos personas nuevas y
sociedades nuevas. Al final, el Che envía un saludo en el que
dice, “como un apretón de manos o un Ave María Purísima. Patria o muerte”. Hoy,
los que estamos aquí podemos decirles a nuestros hermanos de todo el
continente: “haremos un cielo nuevo y una tierra nueva. Conquistaremos toda la
justicia y todas las liberaciones”.
*Filósofo y
ensayista cubano. Es Premio Nacional de Ciencias Sociales. Entre otros libros
ha publicado “El corrimiento hacia el rojo” y “Repensar el socialismo”.
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