La educación ambiental
más eficaz es la que consigue operar a través de las redes y organizaciones
sociales ya existentes en la comunidad, haciendo de lo ambiental parte de una
agenda colectiva más amplia.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
y
a Isabelita Martínez, al centro de nuestra América
Hay términos cuya
ambigüedad los hace especialmente apreciados en el ámbito de los organismos
internacionales. Uno de ellos es el de “comunidad”, que ahora ingresa al debate
sobre el desarrollo sostenible proclamando las virtudes de la educación
ambiental comunitaria. Eso es bueno, en cuanto indica la necesidad de acercar
la educación ambiental a las realidades y necesidades de quienes deben encararlas
cada día. Aun así, para que eso contribuya a resolver los problemas que intenta
ayudar a resolver, siempre será útil comprender el alcance del término
“comunidad” en nuestras sociedades, y el lugar que esas estructuras sociales
ocupan en el proceso de desarrollo del capitalismo en nuestros países.
Asumiendo el término en
su acepción más frecuente, el planteamiento puede referirse, por ejemplo, a
comunidades indígenas y campesinas que están en riesgo de perder el control
sobre su entorno debido a la expansión de empresas extractivistas; a
comunidades recientes o ya consolidadas de pobres urbanos que demandan
condiciones básicas de vida, como agua, saneamiento y energía; a comunidades de
capas medias urbanas que buscan preservar y valorizar su patrimonio amenazado
por la especulación inmobiliaria, o a comunidades empresariales que aspiran a
ampliar y consolidar su dominio sobre los recursos naturales y los servicios
ambientales de una región determinada. Por diferentes que puedan parecer, todos
estos casos se relacionan entre sí en cuanto expresan la aspiración de cada uno
al control de lo que percibe como su entorno vital.
Verlo así ayuda a
entender que la educación ambiental comunitaria emerge como necesidad ante la
expansión y el incremento – en el marco del proceso de crecimiento económico
sostenido con inequidad creciente y degradación ambiental - de los conflictos
que surgen cuando sectores sociales distintos aspiran a hacer usos excluyentes
de los recursos de un mismo ecosistema. En esa circunstancia, la educación
ambiental debe asumir el conflicto como objeto de análisis, y encarar la
necesidad de vincularse al mismo como elemento que facilite la mutua
comprensión entre las partes, sea para descubrir juntos la posibilidad de un
acuerdo, sea para entender que no hay acuerdo posible.
Vista así, la educación
ambiental más eficaz es la que consigue operar a través de las redes y
organizaciones sociales ya existentes en la comunidad, haciendo de lo ambiental
parte de una agenda colectiva más amplia. En efecto, la complejidad del
problema demanda fomentar el diálogo y el intercambio de experiencias entre
todas las partes involucradas, en busca de identificar elementos de interés
general para todos, más allá del conflicto inmediato que los ha puesto en
confrontación.
La formación de redes
de educadores o de organizaciones dedicadas a la educación tiene una indudable
utilidad para este propósito, en cuanto contribuye a vincular a las propias
comunidades entre sí para el intercambio de experiencias, la identificación de
necesidades, aspiraciones y objetivos comunes, y el fomento de actividades que
permitan transformar experiencias diversas en conocimiento colectivo. Aquí, por
ejemplo, tiene gran importancia estimular el diálogo de saberes, que vincule a
las experiencias comunitarias con las de la comunidad científica, en un proceso
de aprendizaje compartido.
Con una salvedad:
siempre será útil recordar que una educación para el desarrollo sostenible,
como la ambiental, entrará en contradicción más temprano o más tarde con la
educación para el crecimiento económico sostenido dominante en nuestros países.
En ese sentido, quienes se dediquen a la educación ambiental debe estar
preparados para enfrentar el dilema político que subyace a esa actividad: que,
siendo el ambiente el producto de una modalidad socialmente determinada de
relación de la sociedad con la naturaleza, si se desea un ambiente distinto
será necesario crear una sociedad diferente. Porque aquí, a fin de cuentas,
está la divisoria entre las comodidades de la ambigüedad, y las dificultades de
la lucha por transformar la realidad.
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