Pocos intelectuales contemporáneos
han ejercido el influjo que Eduardo Galeano en los más amplios sectores de
América Latina. Sus libros, y extractos de ellos, circulan por doquier, y su
presencia convocó siempre multitudes fervorosas, sobre todo de jóvenes, que le
leen y escuchaban embebidos, oyendo traducir sus anhelos en sus palabras.
Rafael
Cuevas Molina /Presidente AUNA-Costa Rica
Su libro, Las venas abiertas de América Latina
fue y sigue siendo un libro imprescindible, de referencia, que sigue circulando
en fotocopias o copias ajadas por el trasvase de mano en mano. Ha sido tan
importante, ha tenido tanta influencia que un pequeño batallón de ideólogos de
la derecha, con el cubano-norteamericano pagado por la CIA Carlos Montaner a la
cabeza, le dedicó un libro tratando de rebatir sus argumentos, al que llamaron Manual del perfecto idiota latinoamericano.
¡Cómo debe haberse reído Galeano
con tamaña sandez de estos señores! Hugo Chávez, otro que ha sido catalogado de
idiota, feo y demagogo por este tipo de gente, le regaló el libro a Obama en la
Cumbre de las Américas de Barbados, en un gesto meramente simbólico porque,
aunque el texto regalado estaba en inglés, Obama debe haberlo pasado a su
edecán número 430 para que lo guardara en la gaveta M-238 del archivo de la
Casa Blanca, con lo que siguió sin entendernos y metiendo la pata a diestra y
siniestra, como lo ha dejado bien demostrado en la última Cumbre de las
Américas realizada en Panamá, en donde pasó las 72 horas que estuvo en ese país
a la defensiva, y escuchando que los presidentes latinoamericanos le pusieran
los puntos sobre la i.
Eduardo Galeano no fue solamente
un intelectual de izquierda sino, también, un latinoamericanista de cuerpo
entero. Tal vez decir esto sea una redundancia, pero es bueno acentuarlo en el
caso de Galeano porque en él, el latinoamericanismo resultó ser un rasgo
sobresaliente de su postura ante el mundo. Tuvo frases impecables que
sintetizaron brillantemente características de lo que somos. Me parece de una
especial lucidez aquella que dice que los latinoamericanos somos expertos en
escupir al espejo. O la que nos caracteriza como enfermos de copianditis; o la
que nos descubre ansiosos por “querer ser como ellos”.
Hay una idea suya que ha circulado
mucho en los últimos años. La he encontrado en epígrafes de libros, de
artículos, en las redes sociales y en uno que otro grafiti. La que compara a la
utopía con el horizonte y que, por lo tanto, la vuelve eternamente
inalcanzable, pero que tiene una utilidad cimera: sirve para caminar en pos de
ella. ¡Tanto tratado y viene Galeano con esta frase, patea el tablero, nos la
espeta en toda su sencillez y resuelve el problema!: la utopía sirve para
caminar, para que vayamos en pos de ella, para movilizarnos, para tener un
norte.
Solo por estas frases lapidarias,
conclusiones de breves textos no mayores de media página, Eduardo Galeano se
merece nuestro agradecimiento.
¿Qué más podemos decir después de
todo lo que se ha dicho en estos días? Nada más. Solamente darle las gracias
desde esta humilde revista latinoamericanista que trata de emular el espíritu
de sus textos, y desearle buen viaje: ¡Buen viaje, hermano, aquí nos quedamos
un tiempo más en pos de la utopía!
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