¿Qué esperar de la
séptima Cumbre de las mal
llamadas “Américas” (Panamá, 10-11 abril), un aquelarre inventado por el
Consenso de Washington y la anacrónica OEA en el decenio de 1990? ¿Un choque
entre gobiernos serviles o renuentes a Estados Unidos, o el hipócrita
“consenso” que al imperio le facilite ofrecer, bilateralmente, zanahorias para
Cuba y garrotes para Venezuela?
A 10 años del entierro
del ALCA (cuarta Cumbre de Mar del Plata), parecería que el “panamericanismo”
en versión new age trata de recuperarse de sus crónicas derivas. Es lo
que se trasluce de la creciente partición entre el mare nostrum caribeño
y mesoamericano, y algunos gobiernos del sur que andan juntos para marchar
separados, fortaleciendo desconfianzas, miedos, desunión.
Con la aparición de Hugo
Chávez, la revolución bolivariana y la vigorosa irrupción de los movimientos
populares en América Latina, muchas cosas empezaron a cambiar. Estos procesos
conllevan, en efecto, sentimientos comunes con otros: la “Patria Grande” de
Bolívar, la “América nuestra” de Martí.
Pero en el cono sur sus
lecturas no admiten fáciles analogías. V. gr.: las maniobras de Inglaterra para
que Brasil expandiera su vasto territorio, Chile se convirtiera en un British
garden, Argentina levantara un enclave neocolonial similar al de Hong Kong
y, en medio, un “algodón entre dos cristales”: Uruguay. Mientras Paraguay, por
resistirse a la geopolítica del Foreign Office, fue literalmente reducido a
cenizas por sus vecinos.
Para no ir lejos,
aterricemos en la segunda etapa del “panamericanismo”, luego de que en la
Conferencia de Yalta Washington y Moscú se repartieron el mundo de posguerra
(1945). El capitalismo, entonces, descubre nuevos enemigos: los pueblos que
luchan contra el colonialismo, intentando su liberación por vía armada.
En América Latina, donde
con excepción de Puerto Rico no había lucha anticolonial, Estados Unidos
concluye que la “penetración ideológica del comunismo” era una forma de
“agresión extracontinental”. Cosa curiosa, pues bien sabía Washington que los
partidos comunistas de la época no tenían permiso para pensar.
El de 1953 fue un año de
inflexión: muerte de Stalin, empate militar en la guerra de Corea, clímax del
macartismo en Estados Unidos, carrusel de ensayos nucleares bajo tierra, en
Irán la CIA derroca al gobierno nacionalista de Mossadegh, en España Washington
decide apoyar a Franco, y en Indochina Ho Chi Minh lanza una profecía: “Los
imperialistas norteamericanos incitan a Francia a intensificar su guerra de
reconquista en Vietnam. Lo que quieren es debilitar a los franceses para ocupar
su lugar”.
Tal era el clima de la
época, con los intelectuales de París decodificando qué quiso decir Samuel
Beckett en Esperando a Godot: “Nada ocurre, nadie viene, nadie va, es
terrible”. Angustias de la gente intoxicada de “cultura”. Porque en sentido
contrario, en julio de aquel año, un joven médico se despedía en Buenos Aires
de padres, hermanos y amigos, exclamando “¡Aquí va un soldado de América!”,
desde un tren que la locomotora de la historia ponía en marcha. Y días después,
en rara sincronía, otro joven inquieto encabezaba el ataque al cuartel Moncada,
rompiendo en dos la historia de Cuba y América Latina.
Sin saber qué hacer con
el “ecléctico” Juan D. Perón, Moscú y Washington lo calificaron de “nazifascista”.
Cargo que los historiadores demoliberales de izquierda o derecha sostendrán,
velada o “científicamente” (el funcionalismo positivista mata), hasta nuestros
días. Y guay de quien se atreva a dudar de que Perón giraba órdenes a Hitler y
la Gestapo desde Argentina.
En tanto, la flamante OEA
(1948) retomaba el espíritu monroísta de la vieja “Unión Panamericana” (1891) y
Henry Cabot Lodge (embajador del presidente Dwight Eisenhower en la ONU) se
ilusionaba con atar “…los lazos que existen entre nosotros y todos nuestros
vecinos de la Unión Panamericana”. Pero sólo le creyeron los que asistían a la
proyección del filme estelar del año, Cantando bajo la lluvia, dando
pasitos de baile o silbando como el inolvidable y antimacartista Gene Kelly.
El 11 de noviembre de
1953, sin dejarse intimidar frente a la dicha “panamericanista”, Perón
pronunció una conferencia secreta en la Escuela Nacional de Guerra, cuyos ejes
temáticos trascendieron recién en 1967. Tras analizar la situación mundial,
continental y local, el führer de los argentinos proponía las líneas y
los cursos de acción que Fidel y Chávez retomarían después: la nueva estrategia
en la lucha por la liberación nacional de nuestra América.
En la ocasión, Perón
habló de un mundo superpoblado y superindustrializado que “…presenta para el
futuro un panorama que la humanidad todavía no ha conocido… un panorama en que
las luchas serán eminentemente económicas…”
Añadió: “Este proceso
planteará, en forma cada vez más acuciante, dos problemas vitales para la humanidad:
alimentos y materias primas”. Y para ello, Perón planteó la alianza política y
económica con Chile y Brasil. El pacto ABC, que analizaremos en la siguiente
entrega.
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