Si el poder
masculinizante dio como resultado en el mundo esta catástrofe que tenemos
actualmente, con sus interminables “conquistas” y violencia generalizada
llevándose todo por delante, es hora de empezar a pensar en una crítica radical
de ese paradigma machista y patriarcal que está a su base.
Marcelo Colussi / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de
Guatemala
El título del presente
texto es ya provocador. O problemático. Presentado explícitamente sin otras
consideraciones, da a entender que sí, efectivamente, hay machismo. Ello, por
supuesto, es muy fácilmente constatable. Basta mirar un poco a nuestro
alrededor para encontrarlo por todos lados: la cultura dominante, más allá de
algunos cambios que se están operando en el mundo, sigue siendo profundamente
machista.
Ahora bien: como en
toda relación interhumana, la ideología dominante parte de la base (errónea por
cierto) de una situación “natural”, que interesadamente podría tomarse por
“normal”. Pero sucede que en la dimensión humana no hay precisamente “buenos” y
“malos”, ángeles y demonios, una normalidad dada de antemano, genética. Menos
aún, una pretendida normalidad determinada por los dioses (dicho sea de paso:
¿cuáles?, visto que existen tantos). Hay, en todo caso, conflictos (“La violencia es la partera de la historia”).
El paraíso es un mito, está perdido.
Abrir una crítica
contra el machismo dominante –que, por lo visto, atraviesa la historia humana y
está presente en todas las latitudes– es imprescindible. Pero, ¿por qué? Podría
comenzarse diciendo que por una cuestión de equidad mínima, por justicia
universal y respeto por parte de los varones (dominadores hasta ahora) hacia
las mujeres (las dominadas). Sin dudas si alguien sale perjudicado en esta
asimétrica relación, es el género femenino. “Gracias
dios mío por no haberme hecho mujer”, reza una oración hebrea. Abundar con
ejemplos acerca de esta injusta situación no es el objetivo de este breve
texto, pero partimos de saber que los mismos se cuentan por cantidades
industriales.
Por razones de la más
elemental ecuanimidad debería corregirse de una vez por todas esta aberración
del patriarcado. ¿Con qué derecho un varón tendría más cuota de poder que una
mujer? ¿Por qué lo que a uno de los géneros se le prohíbe (“canas al aire”, por
ejemplo) en otros se aplaude? ¿Por qué la irracional, absurda y malintencionada
visión de las mujeres como malas conductoras de automóviles si estadísticamente
está más que demostrado que tienen menos accidentes que los varones? (porque no
son tan irresponsables, cuidan más su vida y la de los otros, cumplen más
fielmente los reglamentos de tránsito). ¿Por qué los golpes lo siguen
recibiendo siempre ellas y no ellos?
Por supuesto que no hay
ningún “derecho natural”, ninguna presunta determinación biológica que lo
“justifique”. Es una pura construcción histórica, una ideología del poder
masculino que se ha impuesto, una nefasta injusticia –una más de tantas– que
pueblan la vida humana. No se trata, entonces, de hacer un mea culpa por parte de los varones “salvaje, malos y abusivos” para
tornarse más “piadosos”, más “buenos”. Definitivamente, no va por allí la
cuestión.
Por cierto, un cambio
en la construcción de las relaciones humanas daría como resultado una equiparación
en derechos y deberes por parte de ambos géneros. De eso se trata, y no de un
“abuenamiento” de los machos violentos.
Pero queremos poner el
acento en otra vertiente. ¿Por qué no ser machistas? No sólo porque los varones
no tienen ningún derecho sobre las mujeres (¡que no son su propiedad!) sino –y
quizá esto puede ser fundamental– porque el modelo de sociedades patriarcales
que se ha venido construyendo desde que tenemos noticias, propiedad privada de
por medio, ha estado centrado en la supremacía varonil. El poder, hasta ahora,
se ha venido concibiendo como un hecho “masculino”. ¿Por qué la representación
del poder es siempre un símbolo fálico? (bastón de mando, cetro, báculo
pastoral… ¿Hasta los prelados católicos, que hicieron voto de castidad,
representan su mandato con una evocación de aquello que no usan como órgano
sexual y se une con lo fálico?).
Las sociedades que se
han tejido en torno a este resguardo de la propiedad privada han sido
tremendamente masculinizadas, entendiendo por “masculino” todo lo que se liga
con los atributos de un “macho”: fuerza, poderío, resistencia, supremacía. El
aguante femenino ante el dolor de un parto, por ejemplo, ni siquiera se
considera. Lo “importante” es lo varonil (el parto de un niño varón en cualquier
aldea de Latinoamérica atendido por una comadrona empírica, por ejemplo, es más
caro que el de una niña mujer. ¿Por qué razón?)
Si ese ha sido el molde
con el que se edificaron las sociedades –machistas, basadas en la supremacía
del más fuerte, llevándose todo por delante, destruyendo al otro que termina
siendo siempre adversario a vencer– los resultados están a la vista. Más allá
de pomposas declaraciones de igualdad, justicia, paz y entendimiento (que nadie
cree), la historia se sigue definiendo por quien detenta el garrote más grande
(hoy día podría decirse: mayor cantidad de misiles nucleares
intercontinentales).
La “conquista” –que es
siempre agresiva– sigue siendo lo dominante. Se “conquistan” mujeres,
territorios, incluso el espacio sideral. Si esa es la matriz que nos constituye
(¿machista, patriarcal, centrada en el garrote más grande como definición
última de nuestra dinámica?), el resultado habla por sí solo. Ese es el mundo
que tenemos: se gasta más en armas que en satisfacer las necesidades básicas de
la Humanidad. Y aunque se habla de paz y desarrollo equitativo, deciden los
destinos del mundo los que tienen poder de veto en el Consejo de Seguridad de
Naciones Unidas, los que tienen el garrote más grande (¿el tamaño sí importa?).
Si el mundo que,
propiedad privada de los medios de producción mediante, hemos construido se
basa en esa sed de “conquista” (machista), evidentemente ser machistas no nos
depara lo mejor. Es hora de reemplazar esos patrones entonces. Quizá no
pensando en una nueva masculinidad sino, siendo más amplios, en nuevas
relaciones humanas. Ello no sólo porque los varones deben ser “bondadosos” y no
maltratar a las mujeres (aunque suene cínico o absurdo dicho así). Se trata de
construir una nueva sociedad que replantee la idea de poder. ¿O habrá que
pensar que estamos condenados al bastón de mando masculino?
Si el poder
masculinizante dio como resultado en el mundo esta catástrofe que tenemos
actualmente, con sus interminables “conquistas” y violencia generalizada
llevándose todo por delante, es hora de empezar a pensar en una crítica radical
de ese paradigma machista y patriarcal que está a su base. De continuar por ese
lado, tenemos la destrucción de la especie asegurada, y seguramente también del
planeta.
¡No debemos ser
machistas por una elemental necesidad de preservar la vida!..., aunque para los
varones aparentemente resulte un beneficio ser servidos. El modelo violento,
arrasador, conquistador a que da lugar ese esquema “viril”, si bien pueda
deparar presuntos beneficios para el macho atendido servilmente por “sus”
mujeres, en definitiva es el preámbulo de otras formas de violencia, es decir:
de nuestro actual mundo basado en la injusticia, la impunidad, la corrupción,
el chantaje y, cuando sea necesario, la eliminación del otro.
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