En América se encuentran
ya las ideas que necesitamos para una ética del buen vivir que encaje
perfectamente con los postulados del descrecimiento. Y a eso hemos de añadir la
justicia ambiental.
Joan Martínez Alier / LA JORNADA
Estos términos tienen
distinto origen, pero señalan un camino común. La décroissance es una
palabra nacida en Francia hacia 1972 de boca de André Gorz, repetida en el
libro de Georgescu-Roegen de 1979 que se llamaba Demain la décroissance.
Se ha difundido muchísimo a partir de 2002 de la pluma de Serge Latouche y
otros autores. Cuatro grandes conferencias se han realizado en Europa desde
mayo de 2008 llamando al descrecimiento o post-crecimiento, la última en
Leipzig en septiembre de 2014 con 3 mil participantes. En la editorial
Routledge de Londres recientemente ha aparecido, compilado por Giacomo d’Alisa,
Federico Demaria y Giorgos Kallis, un Diccionario del descrecimiento,
que saldrá en castellano en abril de 2015 en la editorial Icaria en Barcelona.
Emula el famoso diccionario del post-desarrollo que publicaron Wolfgang Sachs,
Ashish Nandy, Gustavo Esteva, Arturo Escobar… hace 20 años.
Lo que el descrecimiento
propone es una economía y una sociedad que, en lo ecológico, baje su consumo de
energía y materiales y, en lo social, ponga en vigor principios de organización
basados, no en las prioridades del mercado, sino en la autonomía, en el cuidado
de las personas, la reciprocidad, la convivialidad. Mucho de eso procede de
Iván Illich y de Cornelius Castoriadis. La décroissance es una idea
europea que en Estados Unidos tiene un paralelo en la “economía del estado
estacionario”, que Herman Daly viene proponiendo desde 1973, parecida a la de
“prosperidad sin crecimiento” de Tim Jackson en Inglaterra y a la “simplicidad
voluntaria” de Ted Trainer en Australia. En Alemania le llaman Post-Wachstum,
post-crecimiento.
Pero se puede preguntar
en México o en cualquier país del Sur: ¿cómo se atreven ustedes a proponer el descrecimiento
con la pobreza cruel que persiste en África, la India, América Latina? Una
respuesta sería que el descrecimiento es solamente para los países ricos
y debe ir junto con un crecimiento económico en el Sur y con la redistribución
en todas partes. Otra respuesta mejor, que complementa o modifica la anterior,
es que el descrecimiento no es un invento europeo; tiene otras raíces,
también debe ir junto con el buen vivir, el sumak kawsay. Esta expresión
quechua se usó en 2008 en la Constitución de Ecuador como una alternativa al
desarrollo económico uniformizador, como una manifestación de la
anticolonialidad.
No hace falta recurrir al
quechua; la idea de vivir con lo que es suficiente para una vida buena, sin
acumular, es lo que los jain llaman aparigraha desde hace miles de años
en la India, o es la eudaimonia de Aristóteles, es decir, la felicidad,
la plenitud del ser, el florecimiento de las propias capacidades sin acumular
posesiones. Tal vez sumak kawsay se haya dicho ya, aunque no se haya
escrito, desde hace muchos centenares de años, con total independencia de
Aristóteles. En América se encuentran ya las ideas que necesitamos para una
ética del buen vivir que encaje perfectamente con los postulados del
descrecimiento. Y a eso hemos de añadir la justicia ambiental.
En economía ecológica
insistimos en la imposibilidad de un crecimiento económico que sea sostenible.
En economías industriales no existe ni puede existir un “crecimiento verde”. Y
en ecología política estudiamos los conflictos ecológico-distributivos. Y
redescubrimos los movimientos de justicia ambiental que luchan contra el
“racismo ambiental”, por la justicia climática, la justicia hídrica. Si
dibujamos un mapamundi de industrias contaminantes, veremos cómo sus impactos y
las protestas contra ellos, no están distribuidas de forma aleatoria. Muchas de
estas actividades han sido colocadas en lugares donde habita gente pobre,
pueblos indígenas, gente del color de la tierra.
Por tanto han nacido
redes internacionales por la justicia climática, por la justicia hídrica, por
la conservación de las semillas campesinas, por el ciclismo urbano, contra las
plantaciones de eucaliptos y palma de aceite, por la conservación de los manglares,
contra la minería a cielo abierto y contra el fracking, denunciando el
comercio ecológicamente desigual y reclamando las deudas ecológicas y los
pasivos ambientales de las empresas papeleras, mineras o petroleras por los
daños producidos.
Y esas tres ideas, una
del Norte y dos de ellas del Sur, a saber, el descrecimiento, el buen vivir y
la justicia ambiental, se refuerzan mutuamente. Quienes en Europa, más allá de
experimentar nuevas formas de vida comunitarias en las ciudades o en el campo
disminuyendo su consumo energético y material, aumentando la intensidad de sus
cuidados mutuos y su interés por la vida pública, se sumen a la vez a las
denuncias contra la represión contra los ambientalistas y los pueblos indígenas
del Sur que protestan contra el extractivismo, estarán apoyando a la vez la
justicia ambiental, el buen vivir y el descrecimiento.
*Catedrático de la
ICTA-Universitat Autònoma de Barcelona
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