Los
que leímos a Galeano pudimos disfrutar de la belleza con la que hilaba las
palabras, pero al mismo tiempo
barruntamos una enorme condición humana que iluminaba con colores distintos
todo lo que con esas palabras tocaba. Eduardo Galeano nos llegó hasta el fondo del alma no
solamente en sus textos políticos sino porque también volvió humana y llena de
amor su reflexión política.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para
Con Nuestra América
Desde
Puebla, México
El escritor uruguayo Eduardo Galeano. |
Siempre
que se va una voz de referencia como lo
fue y seguirá siendo Eduardo Galeano nos sentimos huérfanos. Relativamente
pocos de los que hoy escriben contritos por la muerte del gran escritor
uruguayo, tuvieron el privilegio de
conocerlo personalmente y aun ser sus amigos. En las últimas horas he leído
breves textos de sus admiradores que lo recuerdan haber visto en una
conferencia, haber estrechado su mano ocasionalmente, haberse topado con él en
el elevador de algún edificio. La mayoría de nosotros nunca lo vio
personalmente, nunca habló con él, nunca estuvo físicamente cerca de él. Y sin
embargo, a Eduardo Galeano sus lectores siempre lo sentimos cerca y lo llegamos
a querer. Eduardo Galeano, como también
lo fue el otro gran uruguayo Mario Benedetti, tuvo la virtud de ser un escritor
que hacía sentir a sus lectores muy cerca, casi en la intimidad.
Los
que leímos a Galeano pudimos disfrutar de la belleza con la que hilaba las
palabras, pero al mismo tiempo
barruntamos una enorme condición humana que iluminaba con colores distintos
todo lo que con esas palabras tocaba. Eduardo Galeano nos llegó hasta el fondo del alma no
solamente en sus textos políticos sino porque también volvió humana y llena de
amor su reflexión política. Y transformó en político lo humano y el amor. Su
gran obra probablemente fue “Las venas abiertas de América latina”, el libro
que alguna vez Hugo Chávez le regaló a Barack Obama con la esperanza acaso vana
de que lo leyera. Pero debido a mi patria de origen, el libro con el cual yo
conocí a Galeano fue “Guatemala, país ocupado” leído por mí cuando apenas salía
de la adolescencia. Probablemente miles de guatemaltecos hayan leído ese libro y se hayan quedado con la memoria del drama que en sus páginas
logró captar el en ese entonces joven escritor uruguayo.
Cuando
publicó “Guatemala, país ocupado” Galeano tenía 27 años y tenía 31 cuando vio
la luz “las venas abiertas de América latina”. Desde entonces el escritor
uruguayo escribió miles de páginas, entre ellas su magna obra “Memoria del
Fuego”. En algunas de esas páginas hizo
de la brevedad el ejercicio de una extraordinaria maestría. Lo podemos advertir en “Los hijos de los
días” donde la recuperación de historias de heroicidades se combina con la
ironía y el diestro manejo de lo insólito. Esa ironía de lo insólito se sintetiza en algo que alguna vez dijo: “No
sólo Estados Unidos, sino algunos países europeos han sembrado dictaduras por
todo el mundo. Y se sienten como si fueran capaces de enseñar lo que es
democracia”.
Habiendo
superado en 2007 una cirugía por cáncer de pulmón, Eduardo Galeano empezó a
reflexionar sobre la muerte. Coincidiendo con Luis Cardoza y Aragón, quien
alguna vez escribió que “la muerte siempre llega tarde”, Galeano dijo que a
veces la muerte le resultaba indiferente porque nacimiento y muerte eran
hermanos, “hay nacimientos para confirmar que la muerte nunca mata del todo”.
Por
ello, para Eduardo Galeano la muerte
fue mentira.
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