Aquí, ahora, el
problema principal para nuestras comunidades de cultura consiste en crecer con
nuestra gente, para ayudarla a crecer. Una vez más, no hay entre nosotros
batalla entre la civilización y la barbarie, como lo quieren los neoliberales,
sino entre la falsa erudición y la naturaleza, como lo advertiera Martí en
1891.
Guillermo Castro H. / Especial
para Con Nuestra América
Ciudad
Panamá
"Martí, hacedor de almas", de Luis César Banasco. |
Entrar en contacto con
la obra de José Martí nos ofrece una rara oportunidad de conocer, en un mismo
autor, una visión del mundo dotada de una ética acorde a su estructura, y el
ejercicio de esa éticas en un quehacer político sostenido por la fe en el
mejoramiento humano, en la utilidad de la virtud, y en el poder triunfante del
amor. En esa perspectiva, y precisamente
por su valor para la tarea de conocernos y ejercernos en nuestra propia
circunstancia, conviene llamar la atención sobre tres grandes peligros que nos
acechan en la obra de Martí. Uno es el
del anacronismo, que nos lleve a asumir como si fueran contemporáneos
pensamientos y situaciones correspondientes al último cuarto del siglo XIX;
otro, el de la fragmentación, que nos mueva a recordar y citar frases aisladas
de su obra, al calor del enorme atractivo estético y moral de su palabra
escrita, y el tercero está en olvidar que lo sentimos como un contemporáneo
porque se forjó por entero como un hombre de su tiempo, como intentamos nosotros
serlo del nuestro, que tomó forma con él.
Ante estos peligros, no
hay recurso mejor que leer a Martí desde las advertencias de su propia obra, en
particular aquella que hiciera en 1894 a los que deseaban intervenir en el
debate sobre la lucha por la independencia de Cuba:
Estudien,
los que pretenden opinar. No se opina con la fantasía, ni con el deseo, sino
con la realidad conocida, con la realidad hirviente en las manos enérgicas y
sinceras que se entran a buscarla por lo difícil y oscuro del mundo. Evitar lo
pasado y componernos en lo presente, para un porvenir confuso al principio, y
seguro luego por la administración justiciera y total de la libertad culta y
trabajadora: ésa es la obligación, y la cumplimos. Ésa es la obligación de la
conciencia, y el dictado científico.[1]
Atendiendo a esto,
quizás convendría empezar por el tercer peligro. La obra de Martí, en efecto,
expresa un largo proceso de forja de la vida misma – la inteligencia, la
afectividad, y sobre todo el carácter – del autor, desde la disyuntiva con que
se lanza aún adolescente a la vida política en 1869 – “O Yara, o Madrid” -,
hasta el párrafo admirable de la carta inconclusa a su amigo mexicano Manuel
Mercado, que escribía en la víspera de su muerte en combate, 26 años (apenas)
después:
[…]
ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber –
puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo – de impedir a tiempo
con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados
Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto
hice hasta hoy, y haré, es para eso. En
silencia ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para
lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían
dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.[2]
La
vida en que tuvo lugar esa forja fue a la vez intensa y compleja. Basta
examinar por ejemplo la valiosa cronología elaborada por el historiador cubano
Ibrahim Hidalgo, para encontrarnos con una infancia y una adolescencia vividas
en condiciones de gran modestia, atemperada y enriquecida por afectos y
solidaridades como los de su maestro, Rafael María Mendive, y de su amigo y compañero
Fermín Valdés Domínguez. Esa adolescencia culmina en 1870, con la condena a
trabajos forzados primero, y al destierro en España después, impuesta por las
autoridades coloniales españolas en castigo por sus actividades de propaganda a
favor de la independencia de Cuba.
España,
1871 – 1874; México, 1875 – 1876; Guatemala 1877 – 1878; Cuba, 1878 – 1879;
Nueva York, 1880; Venezuela, 1881; Nueva York, 1881 – 1895 y, en ese año final,
Cuba otra vez y para siempre. Ese es el periplo fundamental de su existencia, a
lo largo del cual se enamora, tiene un hijo, ve fracasar su matrimonio, debe
vivir lejos de los suyos, sufre reveses, es expulsado de su país y de países
que ama como al suyo propio, y habita durante la cuarta parte de su vida en una
sociedad que siempre le fue ajena.
En
ese decurso también conoce triunfos, descubre y entiende el mundo, y las
razones y maneras de transformarlo, y se gana el aprecio y la admiración de
muchos, en muchas partes. Y todo esto, siempre, en condiciones de una modestia
material tan extraordinaria como su riqueza moral, sintetizadas en las frases
con que saluda a los trabajadores irlandeses pobres de Nueva York que habían
encontrado guía y consuelo en su párroco, el padre McGlynn:
¡La
verdad se revela mejor a los pobres y a los que padecen! ¡Un pedazo de pan y un
vaso de agua no engañan nunca![3]
La formación y las
transformaciones del pensar martiano a lo largo de esa vida pueden seguirse en
los textos que le van dando forma. En su primera juventud, esa forma se expresa
en lo que va de la publicación de su alegato El Presidio Político en Cuba, en 1871, hasta el inicio de sus
actividades de colaboración con el periodismo liberal mexicano entre 1875 y
1876. Son años de prueba y crecimiento: el joven luchador por la independencia
de su patria se descubre y se ejerce en el descubrimiento, en sí, de la
vocación aun más amplia de constructor de sociedades nuevas. Esa etapa, como
sabemos, concluye con su rechazo al golpe de Estado que inauguró en México, en
1876, la dictadura que ejercería el General Porfirio Díaz hasta 1910.
Con ese rechazo inicia
Martí el tránsito a la madurez, cuyo primer paso probablemente corresponda al
artículo Extranjero, publicado en
1876, con que se despide de México, expulsado por la hostilidad del porfirismo.
“Aquí”, dice, “fui amado y levantado; y yo quiero cuidar mis derechos a la
consoladora estima de los hombres”. Por lo mismo, añade, “donde yo vaya como
donde estoy, en tanto dure mi peregrinación por la ancha tierra, - para la
lisonja, siempre extranjero; para el peligro siempre ciudadano.”[4]
La plenitud de esa
maduración, sin embargo, requerirá aún de otras experiencias: la de su paso por
la Guatemala en que Justo Rufino Barrios se afirma como caudillo liberal; la de
su breve retorno a Cuba al amparo de las garantías ofrecidas a los
independentistas cubanos por el gobierno español al concluir la primera Guerra
de Independencia en la Paz del Zanjón y, finalmente, la de su paso por Caracas,
cancelado por el clima opresivo de la dictadura liberal de José Guzmán Blanco.
En lo que hace a su
producción intelectual, este período de maduración y crisis de su primer
ideario liberal abarca lo que fue desde su folleto Guatemala, de 1878, a su fecunda labor de corresponsal del
periódico La Opinión Nacional, de
Caracas, entre 1881 y 1882. Y esa transición culmina en 1884, cuando Martí
ingresa al proceso de construir su plena madurez con aquella carta
extraordinaria que dirige al General Máximo Gómez para comunicarle que no podrá
seguir acompañándolo en un nuevo intento de reiniciar la lucha por la
independencia de Cuba, concebido como un proyecto puramente militar. Allí le
dice el joven exiliado al más prestigioso de los jefes militares de la primera
Guerra de Independencia:
Un pueblo no se funda, General, como se manda un
campamento; y cuando en los trabajos preparativos de una revolución más
delicada y compleja que otra alguna, no se muestra el deseo sincero de conocer
y conciliar todas las labores, voluntades y elementos que han de hacer posible
la lucha armada, mera forma del espíritu de independencia, sino la intención,
bruscamente expresada a cada paso, o mal disimulada, de hacer servir todos los
recursos de fe y de guerra que levante el espíritu a los propósitos cautelosos
y personales de los jefes justamente afamados que se presentan a capitanear la
guerra, ¿qué garantías puede haber de que las libertades públicas, único objeto
digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas mañana? ¿Qué somos,
General?, ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el
corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos
valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón
se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él? ¿La
fama que ganaron Uds. en una empresa, la fama de valor, lealtad y prudencia,
van a perderla en otra?[5]
Con esa carta se inicia
el camino de Martí a su plenitud. En ella se anuncia ya la idea de que el
problema no era el cambio de forma, sino el de espíritu, para evitar que la
colonia siguiera viviendo en la República, que encontrará su más plena
expresión en el ensayo Nuestra América,
publicado en México, en el periódico El
Partido Liberal, el 30 de enero de 1891. Allí sintetiza Martí su
experiencia de hispanoamericano, transformada ya en la demanda de una
revolución democrática continental, ante a la frustración del componente
democrático y popular de las revoluciones de Independencia, por el irresistible
ascenso al poder de la alianza entre las fracciones liberal y conservadora de
las oligarquía latinoamericanas.
La plenitud martiana
alcanza su cumbre más alta en la creación del Partido Revolucionario Cubano y
su periódico, Patria, en 1892, como
parte de una empresa “americana por su alcance y espíritu”[6],
encaminada a culminar lo que en 1889 había llamado “la estrofa pendiente del
poema de 1810”. Porque, en efecto, la América nuestra ya es por entero
consustancial a su patria cubana.
Así lo expresará en
1895 en el Manifiesto de Montecristi,
que firman él y Máximo Gómez, para llamar al asalto final contra el
colonialismo español en Cuba: “Honra y conmueve pensar”, dirá allí,
que cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de la
independencia, abandonado tal vez por los pueblos incautos o indiferentes a
quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre, la confirmación de la
república moral en América, y la creación de un archipiélago libre donde las
naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el
crucero del mundo.[7]
Y a lo largo de todo
ese proceso, la dimensión afectiva de la humanidad de Martí se expresará en el
contrapunto constante entre el discurso político, la creación poética y la
honestidad de los afectos que inspiran su correspondencia personal. No se podrá
nunca comprender al político Martí sin vincularlo al Martí poeta. Tras el
vínculo entre ambos subyace la clave de lo que Julio Antonio Mella llamara – ya
en la década de 1920 - el “misterio” de la íntima unidad entre la alta cultura
y la cultura popular, que en la obra poética martiana alcanza una expresión de
especial riqueza en sus Versos Sencillos , de 1891 – ejemplo singular de
cubanía publicado en el mismo año que Nuestra América -, como en su obra
política destaca la concepción del Partido Revolucionario Cubano como una
organización tan rica y compleja, a un tiempo, como la sociedad que se proponía
transformar, y como el proyecto al que apuntaba esa transformación.
Es únicamente desde
esta lectura de cuerpo entero que podemos encarar el peligro de la fragmentación
del pensar martiano.[8]
Así, esbozado el hombre entero, cabe situarlo desde su humanidad en su tiempo,
y en el nuestro, con una salvedad que siempre es útil.
El tiempo, en efecto,
constituye un elemento fundamental para la organización de nuestro entendimiento.
Por lo mismo, hay que tratarlo con el cuidado necesario para evitar sobre todo
la confusión entre el tiempo cronológico, vacío de significado social, y el
histórico, que sólo encuentra en lo social su significado.
Esta distinción resulta
especialmente importante para nosotros, integrantes de aquel pequeño género
humano advertido en 1815 por Simón Bolívar, constituido en el marco del proceso
más vasto de la formación del sistema mundial y que expresa - como quizás
ningún otro grupo humano del mundo - las contradicciones y las promesas en que
ese sistema involucró a nuestra especie entera. En esta perspectiva, cabe
preguntarse por los puntos de contacto y de conflicto entre el tiempo
cronológico y el histórico en lo que hace a la formación y las transformaciones
de la cultura y el pensamiento social de la América Latina.
Para Francois – Xavier
Guerra[9],
por ejemplo, el siglo XVIII se inicia en Hispanoamérica hacia 1750, con la
Reforma Borbónica, y concluye con la disolución del imperio español en América
entre 1810 y 1825. Aún más breve podría ser el XIX, delimitado por lo que va de
las guerras de independencia - en sus dimensiones civil y patriótica -, a las
de Reforma, que definieron los términos en que vino a constituirse el sistema
de Estados nacionales que harían viable una inserción nueva de Iberoamérica en
el sistema mundial por entonces aúnen formación.
Aquí, sin embargo, hay
que hacer otra importante salvedad. Como lo señalara el historiador panameño
Ricaurte Soler, en la transición del XIX al XX opera en nuestra América un
factor externo de trascendencia aún mayor que la Reforma Borbónica en nuestro
ingreso al XVIII: el surgimiento del imperialismo como fase superior del
capitalismo. Esa novedad en la historia del moderno sistema mundial, diría
Soler, conspiró activamente contra el contenido progresista de la Reforma
Liberal, favoreciendo en cambio la formación de un sistema de Estados de corte
autoritario, que promovían el libre comercio mediante la oferta, como ventaja
mayor de las economías de la región, de recursos naturales y mano de obra
baratas, a cambio de capital de inversión y de vías de acceso para la
comercialización de esos recursos como materias primas en el mercado mundial.
Esa frustración del
componente más radical y democrático de las revoluciones de independencia
constituyó un importante elemento formativo en una nueva generación de jóvenes
intelectuales de la región, que tendría en Martí a un auténtico primus inter pares. Esa generación se
percibían a sí misma como moderna en cuanto se ejercía como liberale en lo
ideológico, demócrata en lo político, y patriota en lo cultural, y aspiraba
desde allí a representar con voz propia a sus sociedades en lo que entonces era
llamado “el concierto de las naciones”.
Para esa generación, la
formación del Estado Liberal Oligárquico tuvo lugar en una circunstancia de
crisis cultural que, hacia 1881, Martí expresó en los siguientes términos:
No
hay letras, que son expresión, hasta que no hay esencia que expresar en ellas. Ni habrá literatura hispanoamericana
hasta que no haya – Hispanoamérica. Estamos en tiempos de ebullición, no de
condensación; de mezcla de elementos, no de obra enérgica de elementos unidos.
Están luchando las especies por el dominio en la unidad del género.[...] Lamentámonos
ahora, de que la gran obra nos falte, no porque nos falte ella, sino porque esa
es señal de que de que nos falta aún el pueblo magno de que ha de ser reflejo.[10]
Desde allí empieza a
tomar forma la transición a nuestra contemporaneidad, que encontrará su acta de
nacimiento en el ensayo Nuestra América.
Las líneas de fuerza en torno a las cuales irán cristalizando nuestro hacer
social, político y cultural surgen, así, de un pensamiento democrático de
orientación popular y antioligárquica, radical en su afán de ir a la raíz de
nuestros problemas, y centrado en la construcción de nuestras identidades a
partir de la demanda de injertar en nuestras repúblicas el mundo, siempre que
el tronco de ese injerto fuera “el de nuestras repúblicas”.
La
enorme vitalidad de la cultura construida por los latinoamericanos a lo largo
del período ascendente de su siglo XX histórico se expresa, hoy, en la riqueza
con que se despliega la (re)construcción de nuestras identidades en el marco de
la desintegración de la bárbara civilización que dio de sí al neoliberalismo,
cuyas consecuencias ya amenazan la sostenibilidad misma del desarrollo de
nuestra especie. Nuestra América ha venido a situarse, así, en aquel lugar de
la historia en que ubicara Martí a los Estados Unidos en 1886. Todo, en efecto,
nos dice hoy que será aquí, entre nosotros y por nosotros, donde habrán “de
plantearse y resolverse”
todos los problemas que interesan y confunden al linaje
humano, que el ejercicio libre la razón va a ahorrar a los hombres mucho tiempo
de miseria y de duda, y que el fin del siglo diecinueva dejará en el cenit el
sol que alboreó a fines del dieciocho entre caños de sangre, nubes de palabras
y ruido de cabezas. Los hombres parecen determinados a conocerse y afirmarse,
sin más trabas que las que acuerden entre sí para su seguridad y honra comunes.
Tambalean, conmueven y destruyen, como todos los cuerpos gigantescos al
levantarse de la tierra. Los extravía y suele cegarlos el exceso de luz. Hay
una gran trilla de ideas, y toda la paja se la está llevando el viento.[11]
El tiempo de resistir,
así, abre paso otra vez entre nosotros al tiempo de construir. Y en esa
construcción, otra vez también, tocará un papel de primer orden a la cultura de
los latinoamericanos.
Aquí, ahora, el
problema principal para nuestras comunidades de cultura consiste en crecer con
nuestra gente, para ayudarla a crecer. Una vez más, no hay entre nosotros
batalla entre la civilización y la barbarie, como lo quieren los neoliberales,
sino entre la falsa erudición y la naturaleza, como lo advertiera Martí en
1891.
Hoy, el hacer político,
social y cultural de los latinoamericanos llega otra vez a aquel punto de
ebullición en el que los encontrara Martí al ingresar a su primera madurez. Hoy
luchan de nuevos las especies –pobres de la ciudad y el campo, trabajadores
manuales e intelectuales de la economía formal y la informal, indígenas,
afroamericanos, campesinos– por el dominio en la unidad del género. O, si se
quiere, por constituirse en el bloque histórico capaz de crear, finalmente, el
mundo nuevo de mañana en el Nuevo Mundo de ayer.
Para eso están,
precisamente, las reservas más profundas de nuestra cultura y nuestra eticidad,
sintetizadas en la convicción de la utilidad de la virtud y la posibilidad del
mejoramiento humano que nace del conocimiento de nuestro proceso de formación,
y se expresa día con día en la labor de constituirnos. Desde esa convicción,
podemos leer sin peligros a Martí: él es uno de los nuestros, como nosotros
somos de los suyos.
Universidad de Panamá, 2007
Círculo Martiano de la Universidad de Panamá, 22 de julio
de 2015
NOTAS:
[1] Martí, José: Obras Completas. Editorial de Ciencias
Sociales. La Habana, 1975. III, 121: “Crece”.[Patria, 5 de abril de 1894
[2] Martí, José: Obras Completas. Editorial de Ciencias
Sociales. La Habana, 1975. IV, 167: “A Manuel Mercado. Campamento de Dos Ríos,
18 de mayo de 1895.”
[3] Martí, José: Obras Completas. Editorial de Ciencias
Sociales. La Habana, 1975. XI, 139: “El
cisma de los católicos en Nueva York”. El
Partido Liberal, México. La Nación, Buenos Aires, 14 de abril de 1887
[4] Martí, José: Obras Completas. Editorial de Ciencias
Sociales. La Habana, 1975. VI, 362,
“Extranjero”. El Federalista.
México, diciembre 7 de 1876
[5] Martí, José: Obras Completas. Editorial de Ciencias
Sociales. La Habana, 1975. I, 177 –
178: “Al General Máximo Gómez” [New York, 20 de octubre de 1884].
[6] Martí,
José: Obras Completas. Editorial de
Ciencias Sociales. La Habana, 1975. III, 138 -
139: ““El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma
de la revolución y el deber de Cuba en América”.[Patria, 17 de abril de 1894]
[7] Martí, José: Obras Completas. Editorial de Ciencias
Sociales. La Habana, 1975. IV,
101: “Manifiesto de Montecristi”
[8] Y es curioso constatar
cómo pudieron contribuir el propio Martí – y la lealtad de los primeros
martianos – a la formación de este peligro. Porque, en efecto, la organización
inicial y más conocida de su obra completa – dispuesta por él mismo ante la
eventualidad de su muerte – ocurre por temas, no por años, y si bien permite
profundizar con rapidez en aspectos puntuales, dispersa y oculta en cambio las
conexiones transversales en la formación y transformación de su pensar. Pero a
grandes males, grandes remedios. La edición crítica de las Obras Completas de José Martí, que ya adelanta el Centro de
Estudios Martianos en La Habana, está organizada cronológicamente, y ayudará
sin duda a conjurar el peligro de la fragmentación. Aun así, el riesgo
disminuirá en la medida en que se tenga presente el elemento organizador que,
en el pensar martiano, representa su compromiso irreductible con Cuba en su
América. En esta tarea, también, será siempre útil poner en contexto las
expresiones parciales – a veces mínimas, como la frase que nos enseña que
“honrar, honra” – de su pensar. Y, enseguida, la atención constante a las
advertencias que nos ofrece la historia de la cultura, en lo que hace al valor,
el significado y los dilemas que en su tiempo planteaban términos como el de
“naturaleza” y, por supuesto, todo el inmenso campo de lo que hoy llamamos la
perspectiva de género.
[9] Así, por ejemplo:
Guerra, Francois-Xavier, 2003a: “Introducción”; “El ocaso de la monarquía
hispanica: revolución y desintegración” y “Las mutaciones de la identidad en la
América hispánica”, en Guerra, Francois - Xavier y Annino, Antonio
(Coordinadores), 2003: Inventando la Nación. Iberoamérica. Siglo XIX.
Fondo de Cultura Económica, México. Guerra, Francois – Xavier, 1993: Modernidad e Independencias. Ensayos sobre
las revoluciones hispánicas, Editorial MAPFRE, Fondo de Cultura Económica,
México, y 1988: México: del Antiguo
Régimen a la Revolución. Fondo de Cultura Económica, México (2a. ed.), 2 t.
[10] Cuaderno de Apuntes
5.[1881] En Martí, José, 1975: Obras Completas. Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana. Tomo 21, p. 164.
[11] 1975, XI, 144: “El
cisma de los católicos en Nueva York”. El
Partido Liberal, México. La Nación, Buenos Aires, 14 de abril de 1887.
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