Lo que detiene por
ahora la escalada golpista en Brasil es el peligro de una desestabilización
completa del sistema político que desemboque en una situación de
ingobernabilidad, inédita en la historia de un país que, no por casualidad, sus
clases dominantes fueron las últimas en la faz de la tierra en eliminar la
esclavitud.
Atilio Borón / Página12
(Argentina)
Si en Grecia la
democracia sufrió un duro revés, otro tanto parece que está a punto de ocurrir
en Brasil. Incapaz de prevalecer en las urnas, la derecha griega y sus
mandantes en Bruselas reprobaron en el Parlamento lo que había sido aprobado
por el pueblo en el referendo convocado por Syriza. En Brasil, la derecha
vernácula y sus compinches en el imperio lograron que el voto popular en contra
del programa de la derecha radical encabezada por Aécio Neves fuese
neutralizado por un golpe de mercado a resultas del cual el equipo económico de
quien fuera derrotado en el balotaje fue instalado en Brasilia para perpetrar
un ajuste salvaje.
Pero esa derecha
brasileña, en línea con la ofensiva destituyente lanzada por Washington, no
quiere esperar hasta el próximo turno electoral, en octubre del 2018. Haciendo
gala de su profundo desprecio por las normas democráticas y confirmando la
sabiduría del dictum de Maquiavelo cuando dijo que no hay oposición leal, ahora
pretende derrocar a Dilma Rousseff apelando a las tácticas del “golpe blando”:
sabotaje del muy corrupto Congreso con “leyes bomba”; persecución del Poder
Judicial, súbitamente preocupado por la corrupción del sector público y
propenso a convalidar una salida “a la paraguaya” o “a la hondureña” de la
presidenta; desenfrenado terrorismo mediático liderado por O Globo bajo el
pretexto del combate a la corrupción, y convocatoria a marchas y cacerolazos
para expresar el repudio de la “sociedad civil” en contra del gobierno del PT.
Como ya lo dijéramos, éste tiene una enorme responsabilidad en el estallido de
la crisis actual porque desde inicios de su gestión gubernativa, en 2003,
desmovilizó a su militancia, desorganizó su base social, adoptó un enfoque
posibilista y tecnocrático que terminó debilitándolo frente a sus cada vez más
enconados enemigos, lo que terminó por dejar a Dilma indefensa frente a los
lobos de la derecha.
Pero, más allá de esta
crítica, lo que quisiéramos señalar es otra semejanza con lo ocurrido en
Grecia: propinar un castigo ejemplar, un escarmiento inolvidable, al povao
brasileño que tuvo la osadía, como los griegos, de decir que no al ajuste
ultraneoliberal. Lo impusieron después, por vías antidemocráticas, pero sin el
consentimiento popular. Ahora debe sufrir en carne propia el costo de su
insumisión. Cierta izquierda puede caer en veleidades pseudointelectuales y
dudar de la inmanencia de la lucha de clases en el capitalismo, pero la derecha
jamás incurre en semejante despropósito. No conformes con el ajuste ya
implementado por Dilma con el equipo de Aécio, van por más. Aprovechan la
debilidad del gobierno para apoderarse de lo que queda de las empresas
públicas, sobre todo Petrobras, perpetuar la dictadura del capital financiero
(que embolsa el 51 por ciento del presupuesto federal del año 2015, un
disparate en todo sentido), desandar los logros en materia de política social
y, sobre todo, demostrar que en Brasil no puede haber gobiernos de izquierda,
aunque sea de una izquierda inmoderadamente moderada como ha sido el caso del
PT, para su propia perdición. Lo que detiene por ahora la escalada golpista es
el peligro de una desestabilización completa del sistema político que
desemboque en una situación de ingobernabilidad, inédita en la historia de un
país que, no por casualidad, sus clases dominantes fueron las últimas en la faz
de la tierra en eliminar la esclavitud. Ayer Grecia, hoy Brasil, ¿quién será el
próximo?
* Director del PLED,
Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales.
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