En términos conceptuales, el revanchismo es la política desarrollada por
un país derrotado en una guerra para tratar de recuperar a toda costa, las
posiciones perdidas, incluso, sin
detenerse en desencadenar una nueva guerra.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Tal política está fuertemente ligada con prácticas chovinistas que
sirven de preparación a la agresión, bajo el subterfugio de venganza o
revancha. Si nos atenemos a la definición de Clausewitz de que “la guerra es la
continuación de la política por otros medios”, por tanto la guerra es un tipo
de acción política, en aquellos casos cuando se hayan limitado las
posibilidades de desarrollar el conflicto en términos bélicos, es probable que
se exacerben acciones de carácter político que conduzcan a los mismos
resultados.
El pensamiento revanchista asume un discurso patriótico nacionalista que
se nutre de la suposición de que una situación creada por la finalización de
una guerra en que no se han conseguido los objetivos propuestos, han conducido
a una imposición injusta de medidas tomadas con el objetivo de que tal
posibilidad no vuelva a surgir. Existen elementos de carácter geopolítico,
económico y racial que impulsan este
sentimiento, el cual se manifiesta como una posición inquebrantable en defensa
de la búsqueda de crear condiciones para lograr en una nueva oportunidad los
resultados no obtenidos.
El revanchismo está vinculado a discursos racistas de superioridad que
pretenden mostrar como injustas las condiciones impuestas a un país derrotado.
Generalmente, se produce una identificación de la nación con el Estado que
asume la responsabilidad de reivindicar la superación de las frustraciones del
pasado. Muchas de estas demandas deben ser cumplidas fuera del territorio del
país que asume la revancha, lo cual la transforma en un peligroso problema de
política internacional que se debe observar para evitar su desarrollo y
propagación.
El fin de la guerra fría creó el “caldo de cultivo” para el
resurgimiento de ideas revanchistas, particularmente en Alemania y Japón, dos
de las potencias que desataron la última guerra mundial, produjeron horrendos
crímenes de lesa humanidad, para finalmente ser derrotados por la alianza
creada por las potencias occidentales y la Unión Soviética.
Sin embargo, el contexto internacional de la guerra fría y el mundo
bipolar, hizo que Occidente “perdonara” a estos países, estimulando y financiando su reconstrucción a
fin de evitar que los mismos cayeran bajo influencia soviética. La
reconstrucción de la posguerra, a través del Plan Marshall, -ejecutado por
Estados Unidos- y de grandes inversiones extranjeras, permitió que Alemania,
-cuya población se caracteriza por una alta disciplina laboral y grandes
niveles de eficiencia- se transformara en una potencia económica y
tecnológica, que superó a sus vecinos europeos, lo que la convirtió en lo que
hoy se denomina la “locomotora de la economía” del viejo continente.
Lamentablemente los intereses capitalistas occidentales, no pusieron controles
suficientes para evitar que la clase política dirigente, permeada de
ideas reaccionarias,
expansionistas y agresivas, retomara el manejo del Estado. Sencillamente,
no se hizo, porque no convenía a los intereses estadounidenses en la guerra
fría.
En este sentido, aunque los aliados occidentales llevaron adelante
planes para impedir que ni Alemania ni Japón volvieran a ser una amenaza, los
objetivos de posguerra encaminados a evitar lo que llamaron la “expansión
soviética” pudieron más. Así, el Plan Marshall en lo económico y la creación de
la OTAN en lo militar tuvieron su
basamento en la naciente confrontación este-oeste que asumió a Alemania como su eje principal.
De hecho, la entrada de la República Federal Alemana (RFA) a la OTAN en 1955,
dio el impulso definitivo a la creación del Pacto de Varsovia, la alianza
militar dirigida por la Unión Soviética para contrarrestar el poderío bélico
occidental estructurado en la OTAN.
Esto fue aprovechado por la RFA que en la década de los años 50 del
siglo pasado, comenzó su fortalecimiento militar dentro de la estructura de la
alianza bélica occidental. Una manifestación evidente de ello, vino dada porque si bien es cierto que las sanciones de guerra
impedían el rearme alemán, lo que hizo que su gasto militar fuera nulo hasta
1954, a partir del año siguiente fue aumentando hasta llegar en 1970 a 6.1 mil
millones de dólares, superado solo por Estados Unidos, la Unión Soviética y
China, pero, por encima de Francia con 5,9 mil millones y Gran Bretaña con 5,8
mil millones en el mismo año. Las preocupaciones de estos dos países que
llevaron el peso fundamental de la guerra en Europa Occidental habían sido
superadas por el pragmatismo estadounidense que estimulaba el rearme alemán en
contra de la “amenaza soviética”.
En el caso de Japón, después del
lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945,
las tropas estadounidenses ocuparon el país, lo que lo obligó a abandonar la
institucionalidad Meiji, es decir tuvo que renunciar a la divinidad del
emperador y trasladar el gobierno al parlamento, que a su vez asumió la
responsabilidad de elegir al primer ministro.
En 1950, esta situación cambió, paradójicamente por causa de los altos
gastos de defensa de Estados Unidos en la guerra de Corea, los cuales
estimularon a las empresas niponas dedicadas a la exportación. Ese fue el
pivote para lo que se dio en llamar el “milagro japonés”. Otro tanto ocurrió
con el desarrollo de la guerra en Vietnam, de la cual las empresas japonesas
obtuvieran pingües ganancias satisfaciendo las necesidades bélicas
estadounidenses.
El dominio estadounidense del mercado mundial en el período de la
posguerra y el poderío económico que supuso ser la única potencia que no sufrió
la devastación bélica en su territorio, le permitió modelar el mundo del futuro
a partir de sus intereses. En este sentido, abandonó rápidamente la idea de
ruralizar Alemania y desarmar los
grandes grupos económicos japoneses como fue su intención primaria. Una
Alemania sin potencial industrial y un Japón debilitado eran una tentación para
la penetración de las ideas socialistas en territorios de influencia directa de
la Unión Soviética. Sin embargo, esta visión no sólo tenía alcance político.
Desde el punto de vista económico, era contraproducente sacar del juego a dos
de los principales consumidores mundiales de productos estadounidenses.
Estimular su economía y su recuperación era estimular su consumo. El Plan
Marshall sirvió a ese objetivo, transformar a Alemania y Japón en las
principales espadas de la expansión estadounidense en Europa y Asia.
La oportunidad no fue desperdiciada. Salvo la emergencia de China como
primera potencia asiática, no ha habido diques de contención para la expansión
japonesa. En Europa, Alemania actúa a sus anchas violentando incluso elementales
principios del comportamiento internacional y de la práctica democrática. La
vergonzosa humillación infligida a Grecia con argumentos respecto de la deuda
que Alemania nunca cumplió con la suya, y los discursos imperiales de sus
autoridades, dan cuenta de que Alemania está de vuelta, ocupando nuevos
territorios, utilizando los instrumentos de la política y la economía para
obtener lo que no pudo a través de su desarrollo bélico. Solo unas semanas
después de las imposiciones financieras a Grecia, una empresa alemana se
apoderó de los 14 aeropuertos más importantes del país heleno, como expresión
clara del botín de guerra obtenido en ese país, sin necesidad de utilizar por
ahora, su fuerza militar. Es el modelo
oligárquico del que habla el ex presidente Carter como contraposición al modelo
democrático.
Por su parte, Japón, cuyas acciones significaron bárbaras violaciones a
los derechos humanos, que en algunos casos superaron a la de los propios nazis
durante la segunda guerra mundial, no acepta ni siquiera reconocer que ello
ocurrió, mucho menos pedir disculpas a las naciones agredidas. El pasado 14 de
agosto al conmemorarse 70 años de la rendición japonesa en la guerra, el primer
ministro Shinzo Abe rechazó disculparse por las atrocidades cometidas por sus
fuerzas militares durante la ocupación de extensos territorios de los países
asiáticos. No sólo eso, el máximo líder político nipón expresó que su país no
debe permitir que sus futuras generaciones "estén predestinadas a
disculparse", lo cual es clara expresión de su espíritu militarista y
revanchista.
Hoy, ambos países pretenden entrar al Consejo de Seguridad de la ONU
como miembros permanentes, lo cual entrañaría un verdadero peligro para la
humanidad. En los años precedentes, han comenzando un intenso lobby para
lograrlo. Las fuerzas progresistas y amantes de la paz deben estar alerta e
impedirlo. América Latina y el Caribe declarada zona de paz en la II Cumbre de
la Celac, realizada en La Habana en enero de 2014 y territorio libre de armas
nucleares de acuerdo al Tratado de Tlatelolco suscrito en México en abril de
1969 se debería oponer férreamente a esta posibilidad. Brasil, que aspira
entrar a esa instancia, debería desprenderse de una candidatura conjunta y
hacer esfuerzos apoyado en su liderazgo indiscutido en la región.
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