Los mecanismos de difusión del
sistema nos muestran a la riqueza y la pobreza como dos cosas naturales de la
vida en sociedad. Siempre hubo ricos y pobres, nos dicen, como queriendo
significar que esas dos categorías de la vida social existen y seguirán
existiendo por los siglos de los siglos, porque son un efecto natural de las
relaciones humanas.
Jorge
Núñez Sánchez / El Telégrafo (Ecuador)
Lo que no nos dicen esos medios es que esos
fenómenos no existen porque sí, sino que son el resultado de las desigualdades
sociales y personales. En cuanto a las primeras, es obvio que ellas son el
producto de sistemas de dominación montados por los poderosos para explotar a
los más débiles, menos capaces o menos audaces. Esos sistemas de dominación se
sostienen sobre la fuerza y la violencia de los poderosos, pero también sobre
un tinglado legal que ampara y consagra la explotación de ellos sobre los
demás.
En la época colonial existían leyes que
consagraban la esclavitud de los negros y que permitían que estos fueran
comprados, vendidos y alquilados. Desde entonces y hasta el siglo XX hubo leyes
que consagraban el ‘concertaje de indios’, mecanismo que ataba a los
trabajadores a una hacienda por medio de una serie interminable de deudas, que
el amo inventaba y ellos nunca podían pagar.
Hubo también, en nuestro país y muchos otros
de América, ‘leyes contra la vagancia’, que consideraban vaga a cualquier
persona que fuera hallada en plazas y caminos, fuera de las haciendas o casas
urbanas donde se supone debían servir, y que autorizaban a apresar a estas
gentes o llevarlas por la fuerza a trabajar para cualquier propietario.
También hubo leyes que permitían que los
peones indígenas, tanto libres como concertados, fueran sometidos al trabajo
forzoso de construir caminos u otras obras públicas, sin pagarles nada por su
labor. Así se construyeron los caminos y puentes de la época de García Moreno.
El neoliberalismo de décadas pasadas aportó
su cuota particular de barbarie empobrecedora: leyes que marginaban a las
empleadas domésticas del salario básico general, leyes de ‘tercerización
laboral’ creadas para evadir los derechos de los trabajadores fijados en el
Código del Trabajo y leyes de ‘promoción de la maquila’, concebidas para
proveer trabajadores de bajo salario y sin derechos a las empresas extranjeras
que se asentaran en el país.
Es fácil concluir que todas esas leyes, de
antes y de ahora, han sido parte del amplio tinglado legal montado para
consagrar la explotación de los poderosos sobre los débiles y para enriquecer
cada vez más a los ricos y enriquecer cada vez más a los pobres.
Y aquí hay que completarle la plana a don
Carlos Marx: en la sociedad humana no solo se acumulan la riqueza, el capital,
la cultura; también se acumulan la pobreza, la marginalidad y la ignorancia.
Los hijos de los ricos están llamados, inevitablemente, a tener comodidades,
buena educación, buena salud y mejor genética. Los hijos de los pobres están
condenados a la miseria, la ignorancia, la insalubridad, los peores trabajos e
incluso la degradación genética, producida por carencias nutricionales.
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