Entre los muchos
problemas que enfrentamos a nivel mundial se encuentra el fin del cruel bloqueo
de Cuba por Estados Unidos –un bloqueo que duró más de cincuenta años-. La
reanudación de relaciones diplomáticas, familiares, turísticas, comerciales,
culturales y financieras entre ambos países nos provoca una mezcla de júbilo
por el cese de la agresiva medida y una natural preocupación sobre la mejor
forma de seguir construyendo y luchando por la libertad, el socialismo y la
emancipación.
Pablo González Casanova / ALAI
Los avances de Cuba
durante estos cincuenta años son por todo el mundo reconocidos. En medio del
cerco y los incesantes asedios del imperio, la pequeña Isla del Caribe logró
uno de los primeros lugares en la lucha contra la desigualdad y por la
seguridad social; alcanzó los más altos índices de alfabetización y escolaridad,
realizó la más profunda reforma agraria y dio uno de los más fuertes apoyos
económicos y técnicos a los agricultores y trabajadores del campo; consiguió
una reducción óptima del desempleo; redujo la criminalidad de delitos del orden
común y dio un grado de seguridad interna a sus habitantes, poco común en otros
países; alcanzó altos niveles en la educación universitaria así como en la
preparación de técnicos, ingenieros, médicos y otros profesionales; impulsó las
artes y las ciencias y realizó numerosos descubrimientos científicos
reconocidos a nivel internacional, sobre todo en el terreno biológico y en la
medicina. Música, ballet, teatro, cine y otras bellas artes, así como
innumerables deportes, merecieron un fuerte impulso del Estado.
Pero si todos esos
logros son innegables y realmente impresionantes, desde el punto de vista de la
emancipación humana, para muchos no son de creer.
Hoy, en Cuba vive un
pueblo cuya conciencia se ha convertido en voluntad, su voluntad en
inteligencia y su inteligencia en organización. Y si semejante afirmación
parece exagerada piénsese por qué Cuba, no sólo ha logrado resistir durante más
de medio siglo el bloqueo y las numerosas agresiones de que ha sido objeto,
sino en este año de 2015 en que todos los países del mundo son capitalistas, y
en que ya todos los que fueron o se dijeron socialistas han restaurado abierta
y hasta agresivamente el capitalismo, Cuba es el único que sobrevive en medio
de esa tragedia humana. Y es que la Revolución Cubana, lejos de ser la última
marxista-leninista (ya debemos acostumbrarnos) es la primera de un nuevo tipo
de revoluciones que inició el “26 de Julio”. En ella, no fue sólo un decir que
José Martí es el autor intelectual de la Revolución Cubana; es el impulsor
histórico de la actual moral de lucha y cooperación, y de coherencia
impresionante entre lo que se dice y se hace.
La moral fuerza es,
además, una fuente motriz que a partir del pensar de los actores, en lucha por
su propio país, los lleva a seguir aquel otro precepto de inmenso valor: el de
“Patria es Humanidad”. Al postularlo enriquece el enlace del internacionalismo
proletario y la inmensa cultura en que destacan Marx, Lenin, el Che y, a la
cabeza ayer y hoy, el propio Fidel.
De la junta de
humanismos surge una manifestación Latinoamericana del socialismo, que entre
sus variadas fuentes cuenta con el liberalismo radical y otros humanismos que
incluyen al Padre Varela y al humanismo cristiano que más tarde, y por su
parte, se expresa en la teología de la liberación. Esa es la realidad, si nos
dejamos de mitos y de dogmas; esa es la esperanza, si ahora repensamos lo que
pasó y por lo que se luchó y consideramos lo que puede pasar, y por lo que se
debe luchar.
Los hechos son ciertos
y las propuestas vienen de un futuro que ya llegó. El futuro que entrevemos nos
permite explorar el qué hacer y el cómo hacerlo. Primero nos lleva a fijarnos
en el momento que vivimos y a reparar en la política que sigue el complejo
empresarial-militar-político y mediático de Estados Unidos de Norteamérica. De
inmediato advertimos que en este mismo momento Estados Unidos está pasando más
y más a la ofensiva en su proyecto globalizador neoliberal. Sus triunfos son
innegables en la Unión Europea, donde ya es el jefe militar de la OTAN y en que
con la lógica de “la eficiencia” hace que los Jefes de Estado impulsen por
sentido común las empresas de la paz y la guerra, e impongan más y más la
política neoliberal de la “acumulación por desposesión” o saqueo, que Estados
Unidos encabeza.
Día a día más
obsecuentes y sujetos a Estados Unidos. Los países dominantes en la Unión
Europea no sólo se pliegan a su creciente fuerza financiera, militar, política
y mediática, sino que destruyen su propio proyecto de una Europa Unida con sus
presiones sobre Italia y España y su cruel maltrato de Grecia.
Desconocimiento y
descalificación de la democracia en Grecia, acaban de convalidar su inexorable
imperio financiero sobre los países endeudados a quienes habían ya impuesto una
política fiscal, financiera y monetaria que los llevaba al abismo de la deuda
pública y a romper el compromiso de mantener un equilibrio presupuestal. Su
creciente asedio a los partidos que proponen una política socialdemócrata está
desprestigiando a éstos de tal manera que al “fin de las ideologías” se añade
cada vez más el fin de los partidos que luchan por resolver los problemas
sociales y nacionales y no cumplen en nada. Que esa responsabilidad es
atribuible a la propia Europa y a sus clases dominantes, desde la tristemente
famosa Thatcher mal llamada dama de hierro, no cabe duda, pero que seguir esa
política primero impulsada por Estados Unidos con Pinochet en Chile, nos
presenta un panorama en que el predominio de Estados Unidos es cada vez mayor,
y en que ante el desprestigio de los partidos con membrete de izquierda tiende
a suceder --entre los desheredados, los pequeños propietarios y el “Lumpen”--el
predominio de nuevos lideres y clientelas neofascistas, como ya ocurre en
Francia y se manifiesta cada vez más en Estados Unidos.
En medio de una crisis
a la vez financiera, económica, ideológica y política –en que no deja de tener
un peso inmenso la restauración del capitalismo en Rusia y China, los demás
países gran “campo socialista” y los gobiernos de la Trilateral y de Bandung-,
los proyectos globalizadores adquieren un carácter particularmente violento con
la resistencia que muestra Rusia a ser tratada como si fuera una república
bananera y hace alarde para ello de su inmenso poderío nuclear.
Lejos de detenerse, la
política de la globalización continúa y juega con el individualismo y con la
lucha de clases para su cosecha. El “individualismo”, el clientelismo, el
particularismo, el sectarismo constituyen un arma de muchos filos capaz de
destruir las luchas de liberación y las de la clase obrera y los pueblos
despojados y oprimidos o, las más amplias de los pueblos por sus soberanía y
las de los trabajadores que se limitan a la defensa de sus derechos, o las de
las de las comunidades por sus territorios y su autonomía, o las más antiguas
por la Patria Chica, la Patria Grande y la Humanidad, a las que dividen y
enfrentan para vencerlas.
Parecida fuerza a la
del individualismo tiene otra arma que en términos genéricos es la corrupción.
En ella destacan la colusión, la cooptación, el soborno, el cohecho, el mercado
negro y sus mercaderes de mayoreo, y hasta llega a quienes usan la economía
informal para resolver problemas apremiantes que los llevan a ceder y comprar
artículos de primera necesidad y que no por ello dejan de desmoralizar a una
parte de la población que tiene parecidas carencias y menos o ningún recurso.
La profusa y seductora publicidad que al mismo tiempo hace la sociedad de
consumo –sin aclarar que del mismo sólo goza una mínima parte de la población-
llega a despertar sueños ilusos sobre todo entre los jóvenes que no vieron ni
vivieron la inmensa miseria en que estaba Cuba antes de la Revolución, y la que
vive la inmensa mayoría de la humanidad. La publicidad -con el individualismo y
la corrupción-, es la mejor arma del Complejo empresarial militar.
Allí no queda todo. La
globalización neoliberal está extendiendo y acentuando el uso de otra de sus
armas principales: la privatización.
La privatización es
−como el individualismo y la corrupción− un arma de muchos filos que se utiliza
en formas abiertas y encubiertas, legales e ilegales, y en este momento
hegemónicas entre los dirigentes de los complejos y corporaciones dominantes, y
en los asociados a ellos y sus subalternos, o que dependen de ellos y dominan
en todos los continentes del mundo.
Los promotores y
protectores de la privatización, en este mismo momento, están proyectando −con
los gobiernos de cincuenta países− aumentar todavía más el poder y la propiedad
de los señores y dueños que tienen como móvil la maximización de utilidades y
riquezas. Según la prensa, los gobiernos de cincuenta países se están reuniendo
en secreto para elaborar un plan de privatización de todas las actividades
económicas a su alcance. Quieren llevar al máximo y a la organización global un
proyecto de por sí ya muy avanzado: que las corporaciones tengan a su cargo
toda la producción, la distribución, el intercambio, los servicios y el consumo
que en el mundo existe.
Imaginar cómo sería un
mundo así sería pensar en un inmenso quiebre histórico en que sobre la
contradicción entre las fuerzas y las relaciones de producción se montaría la
contradicción entre las fuerzas de represión y las relaciones de represión,
fenómeno que de por sí ya se está dando con la construcción de soldados que son
robots y que tienen capacidad de distinguir (eso piensan sus productores) a
quienes deben eliminar y a quienes deben respetar e incluso defender.
Pero no es necesario
imaginar semejantes peligros para reconocer aquéllos a que ya nos enfrentamos y
de que hay amplias y repetidas pruebas. No me refiero sólo al cambio climático
y sus consecuencias para la vida en la Tierra, ni sólo me refiero a la gran
cantidad de bombas nucleares y sistemas de lanzamiento que numerosos países
tienen con muchos de sus gobernantes y ayudantes que rezuman una creciente
cultura del odio, del sectarismo racial, religioso, machista, sádico, xenófobo,
por lo demás bien armado y bien provisto de municiones y sustancias letales
cuyos productores y proveedores gozan de buena salud y bella vida.
Todo ocurre en medio de
supuestas religiones que ni sus rituales cumplen ni sus sagrarios dejan a
salvo. Se da con un terrorismo natural y comercial que al amparo de las
corporaciones y gobiernos rinde beneficios billonarios de que las huestes no
gozan, empeñadas como están en destruirse unas a otras y en destruir sobre todo
pueblos, presas, calles, casas, ciudades y zonas arqueológicas de sus propios
antepasados.
Esos horrores
acostumbrados, y muchos más, que hasta los científicos y especialistas de las
comisiones intergubernamentales convalidan, son mirados e incluso negados, de
la manera más irresponsable que quepa imaginar, por los ideólogos y apologistas
del sistema y por sus víctimas subalternas en quienes también domina una
especie de patología cognitiva, que hasta los lleva a perseguir, con todos los
descalificativos, y por todos los medios a su alcance a quienes no ven como
inevitable el ecocidio antropogénico que amenaza la vida en la Tierra.
Crisis ecológica y
crisis social plantean la inminente necesidad de otra organización del trabajo
y de la vida en el mundo, en que no predomine la lógica y la cultura de la
maximización de utilidades y riquezas sino la que en busca de la libertad
humana se desarrolló desde los inicios del capitalismo mercantil y usurario, y
en la cultura, desde el Renacimiento y la Ilustración hasta el nuevo
pensamiento revolucionario, que con Cuba y los Zapatistas, encabeza hoy en Roma
el Papa Francisco, y que es cultivada cada vez más por esa juventud que empezó
a andar en l968 y a la que hereda la que hoy no sólo va a prever el futuro sino
va a vivir el futuro.
Es en estas condiciones
como se advierte que Cuba no debe limitarse a una cultura de la resistencia,
sino desempeñar como Estado Nación, un doble papel mundial que ningún otro país
puede realizar, y es, en primer lugar, el de ser la sede de encuentros entre
las fuerzas que luchan en su tierra por un mundo mejor y que no por haber
recurrido a las formas violentas porque les niegan el derecho de luchar en
formas pacíficas, dejan de estar dispuestas a negociar y a defender en formas
pacíficas el interés general de comunidades, ciudadanos, pueblos y
trabajadores. La experiencia cubana en ese terreno –así como en la resistencia
y construcción del socialismo y sobre todo la verdadera democracia y soberanía
de esa nación- hace de ella la Isla de la Tierra más adecuada para dar
hospitalidad a semejantes tareas.
A la enorme capacidad
que tiene Cuba para contribuir a resolver ese proyecto se añade otro no menos sino
igual o más importante. En Cuba puede darse la última tabla de salvación para
la vida humana y emprender la creación de un organismo autónomo mundial en que
los expertos más destacados y responsables de las variadas posiciones críticas
y científicas que existen en el mundo diseñen los modelos de una transición
pacífica a un modelo de organización de la vida y el trabajo que asegure la
vida en la tierra y aleje los actuales peligros de destrucción de la biósfera y
del ecocidio.
Que semejantes
proyectos suenen a pura ilusión, ingenuidad y utopía es un juicio digno de
reconsiderar ahora que se acaba un cruel bloqueo que duró más de medio siglo y
más de veinte años de la restauración mundial de países que se decían
socialistas y cuyos dirigentes han llevado a cabo la acumulación primitiva más
cuantiosa de toda la historia.
Que la revolución
cubana es del todo diferente es algo que no se necesita probar porque ya se
probó. Sus nuevas relaciones con Estados Unidos se dan sin que la doblaran ni
la quebraran.
Es hora de la utopía,
del proyecto que no parece realista y que es el único que puede salvar --con la
libertad-- la vida en nuestro planeta. Toda la historia de la emancipación y de
la humanidad ha empezado con utopías. Esta no será la excepción.
Las utopías abrieron
metas sin saber cómo seguir. Por eso y para pensar qué hacer y cómo hacer es
necesario por lo pronto luchar por la paz y prepararse para la guerra
defensiva, por si acaso. Y hacerlo sin esas divisiones de intereses que
hicieron perder a Espartaco.
- Pablo
González Casanova es Ex rector de la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM)
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