Después de enormes
esfuerzos y luchas por avanzar hacia la democratización del país, en particular
durante los dos lustros posteriores a la firma de los acuerdos de paz, en los
últimos años y gobiernos se constatan profundos retrocesos.
Mario Sosa / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de
Guatemala
Varias estructuras del
crimen organizado y de la burguesía emergente lograron apoderarse de algunos
espacios del poder estatal, con lo cual se afianzó una disputa por el control
de este ámbito nodal de poder, que en buena medida había sido detentado —a
veces desde las sombras— por los principales segmentos de la burguesía
tradicional. No obstante, las contradicciones entre unos y otros, con
sobresaltos que los llevaron a confrontaciones relativamente relevantes,
prontamente fueron gestando nodos de alianza como respuesta a objetivos
comunes, ciertamente más tácticos e inmediatos que estratégicos. En ese orden
de ideas, los gobiernos del Partido Patriota y del FCN-Nación constituyeron la
expresión del contubernio en materia de políticas y prácticas que a estas
alturas son catalogables de clasistas, corruptas y, en lo demostrable,
delictivas.
Acusados y enjuiciados
por casos de corrupción y de crimen organizado, ambos segmentos de poder
económico y político se articularon para detener las investigaciones y los
juicios en su contra. Así, controlan el Gobierno y el Organismo Judicial y han
avanzado en el aseguramiento de instituciones fundamentales para ese propósito:
el Ministerio de Gobernación, la Corte Suprema de Justicia, el Ministerio
Público. Han infligido un golpe casi mortal a la Cicig, factor externo que
apuntaló los procesos de la investigación criminal que los amenaza. Con ese
mismo propósito han pretendido destituir al procurador de los derechos humanos,
así como controlar el Tribunal Supremo Electoral, y avanzan en su búsqueda de
desaforar a miembros de la Corte de Constitucionalidad (CC) que les resultan
adversos en materia tanto de este tipo de casos como de aquellos relacionados
con proyectos extractivos.
Hasta el momento han
logrado una aplicación de justicia de clase al liberar fácilmente a grandes
empresarios, al tiempo que se endurece la criminalización y la judicialización
contra quienes se oponen a sus intereses. Han reconfigurado los procesos
judiciales y es muy probable que salgan libres, con penas mínimas y conmutables
por unos quetzales. A la vez pretenden la aprobación de leyes que garanticen
impunidad para quienes cometieron crímenes de lesa humanidad y delitos como el
financiamiento electoral ilícito.
En esta disputa, y en
función de garantizar impunidad, el Gobierno ha incurrido en una violación de
la norma constitucional en lo tocante a la relación con otros Estados y
organismos internacionales, lo cual se rige según el derecho internacional. Ha
cometido desacato continuado respecto a las resoluciones de la CC, lo cual
constituye un paso más en lo que varios juristas interpretan como un golpe de
Estado técnico o blando, en torno a lo cual dicho organismo constitucional
actúa de manera ambivalente. El camino por el que transitan el gobierno y su
alianza permite afirmar que podría profundizarse por esa vía
anticonstitucional, con lo cual estaría en riesgo incluso el proceso electoral
y podría instalarse un régimen dictatorial como en Honduras, Paraguay y Brasil,
entre otros.
Quienes integran esta
alianza pro impunidad aparecen fragmentados de cara al proceso electoral. Su
objetivo es posicionar lo mejor posible sus vehículos electorales y
candidaturas para agenciarse de mayor poder de negociación y convertirse en la
principal fuerza ungida por quienes tienen el poder real en el país. No
obstante, siguen siendo parte del actual bloque de poder y, frente a las que
consideran amenazas políticas —que incluyen expresiones de izquierda y de
derecha moderada—, lo más probable es su rearticulación antes o después de la
primera vuelta electoral, tal como ocurrió en torno a la figura de Jimmy
Morales y al FCN-Nación en las elecciones de 2015. Teniendo en cuenta su
capacidad financiera, su control de los medios de comunicación masiva, su
manejo de fondos y de instituciones estatales y sus políticas, prácticas y
discursos con fuertes signos fascistas, el riesgo es que esta alianza se
consolide, logre mantener el control del Estado por la vía electoral o de facto
y nos haga retroceder aún más.
Si ello ocurre, las
amenazas y riesgos son varios: mayor retroceso de la enclenque fachada
democrática (que podría convertirse en dictadura), aumento de la conflictividad
y confrontación política (con afianzamiento de métodos y estructuras represivas
al estilo de los de la etapa contrainsurgente), violación de las garantías
constitucionales y de los derechos humanos, consolidación de la impunidad para
el saqueo de los bienes públicos y comunes y, por último, aumento de la
explotación, del despojo, de la desigualdad, de la miseria y de la expulsión de
niños y jóvenes, tal como ha venido ocurriendo durante los últimos dos
gobiernos.
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