Tras el ciclo
de los gobiernos progresistas latinoamericanos, el retorno del conservadorismo
político y del neoliberalismo económico se asienta en burguesías y oligarquías
cuya agresividad conceptual no tiene límite alguno en romper con las viejas
conquistas históricas.
Juan J. Paz y Miño Cepeda / Firmas Selectas Prensa Latina
La conquista
del laicismo fue uno de los objetivos de los radicales y liberales
latinoamericanos que enfrentaron a los conservadores y a la iglesia católica
durante el siglo XIX y buena parte del XX. Con la implantación del laicismo
coincidían varios principios: separar al Estado de la iglesia, secularizar a la
sociedad, institucionalizar el matrimonio civil y el divorcio, instaurar el
registro civil, respetar la libertad de cultos, garantizar la libertad de
pensamiento, así como la de imprenta.
De manera que
lograr el poder e implantar esa gama de principios liberales tuvo, en el
camino, duras confrontaciones y hasta guerras civiles, porque ni la iglesia
católica ni los conservadores estuvieron dispuestos a permitir el dominio de
tesis que consideraban la encarnación del demonio, o por lo menos de los ateos,
masones, impíos y herejes que las fomentaban.
El ejemplo
histórico de estos procesos ha sido México, durante La Reforma (1858-1861):
gracias a la Constitución liberal de 1857 y a los gobiernos de Benito Juárez
(entre 1858 y 1872), se implantó el laicismo. Procesos parecidos ocurrirían en
otros países latinoamericanos. En Ecuador el triunfo de la Revolución Liberal
(1895) acaudillada por Eloy Alfaro y la Constitución de 1906, conquistaron los
principios y valores liberales y laicos. Sin embargo, en Colombia el laicismo
recién fue introducido, en forma definitiva, en la Constitución de 1991.
Otro proceso
crucial en la historia de América Latina ha sido la conquista de los derechos
sociales y laborales. Esto fue posible por el ascenso de las luchas de
campesinos, indígenas, trabajadores y pobladores, acompañados por intelectuales
y profesionales que defendían sus causas, un fenómeno que ocurre a fines del
siglo XIX y particularmente con el avance del siglo XX. Fueron, además,
síntomas del progreso de las relaciones capitalistas que tuvieron distintos
ritmos, pues en buena parte de los países latinoamericanos los regímenes
oligárquicos continuaron vigentes hasta mediados del siglo XX.
Nuevamente,
como una especie de momento histórico definitorio, se ubica la Revolución
Mexicana de 1910 y especialmente su Constitución de 1917. En este año, 2019,
precisamente se conmemora el centenario de Emiliano Zapata (1879-1919), uno de
los campesinos revolucionarios del México insurgente.
Con la
Constitución mexicana fue reconocida la reforma agraria y los principios
laborales más sensibles: pro-operario, jornada máxima, salario mínimo,
contratación individual, sindicalización, huelga, indemnizaciones, seguridad
social, reparto de utilidades. En Ecuador, la Revolución Juliana (1925-1931)
marcó el inicio de un largo proceso para superar el régimen oligárquico, e
implantó similares derechos sociales, que fueron consagrados por la
Constitución de 1929. En Brasil, la Constitución de 1934 reconoció esos
derechos, aunque en forma tibia, si se la compara con la mexicana o la
ecuatoriana.
Sin duda, en
América Latina podemos encontrar otros fundamentos históricos a procesos que
vive la región en la actualidad. Pero resalto los dos que he mencionado, esto
es el laicismoy los derechos sociales-laborales, como ejes vertebradores de lo
que ha sido la evolución política en el siglo XX e inicios del XXI.
Y esto porque
tras el ciclo de los gobiernos progresistas latinoamericanos, el retorno del
conservadorismo político y del neoliberalismo económico se asienta en
burguesías y oligarquías cuya agresividad conceptual no tiene límite alguno en
romper con las viejas conquistas históricas.
En Brasil,
precisamente, de la mano de las sectas evangélicas y hasta de las máximas
figuras del gobierno de Jair Bolsonaro, la religiosidad revive para hacer
frente a la política, la intolerancia apunta a desmontar el laicismo, la fe se
abandera contra el evolucionismo darwiniano, el cuestionamiento y ataque a las
diferencias sexuales y de género, o el racismo y el clasismo con aires de
superioridad, adquieren su rumbo propio y, además, son bendecidos y saludados
por la elite “blanca”. Los conceptos del neoliberalismo restaurado sobre bases
fanáticas definen rumbos que retroceden a la época de las luchas conservadoras
contra los liberales y radicales. Es la era de las neoderechas. Y parece que
Marx recobra vigencia cuando sostuvo que la religión era el opio del pueblo.
Lo mismo
ocurre en el campo de los derechos sociales-laborales. De la mano de burguesías
rentistas, conservadoras y reaccionarias, en todos los países se clama por la
“flexibilidad” y la precarización del trabajo, con el supuesto de que ello
dinamizará a la empresa privada y permitirá la ocupación de nueva fuerza de
trabajo ahora acumulada en el sector informal y subocupado. Se trata de otro
retorno a épocas anteriores, a situaciones laborales que existieron antes de la
implantación de las Constituciones sociales latinoamericanas.
Con burguesías
que van delineando un camino hacia el fascismo criollo, bajo regímenes
electorales y formalmente democráticos, dentro de los cuales se destruyen
principios y conquistas históricos, América Latina bien podría entrar a un
ciclo de nuevo dominio oligárquico. El único camino para evitarlo sigue siendo
el trabajo intelectual continuo sobre las conciencias colectivas, la
movilización de los sectores populares y la organización de la sociedad, a fin
de que la resistencia no sea pasiva, sino activa.
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