El año 2019 abre con
muchas expectativas. Apenas a inicios de diciembre del 2018 tomó posesión en
México Andrés Manuel López Obrador y, un mes exacto después, Jair Bolsonaro en
Brasil. Las antípodas del espectro de los recién llegados al panorama
gubernamental latinoamericano.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Jair Bolsonaro y Mike Pompeo |
Bolsonaro llega para
hacer mancuerna contra Nicaragua, Cuba y Venezuela con Iván Duque de Colombia.
Más claro no pudo haberlo dejado desde ante de asumir la presidencia, y entre
los aspectos simbólicos a resaltar de su toma de posesión estuvo la presencia
del secretario de estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, quien eufórico
coordina el accionar de los tres visitando inmediatamente después de la toma de
posesión del primero al colombiano.
La política exterior
mexicana no se avizora comprometida ni en una ni en otra dirección. Nadie
espera ver a Marcelo Erbrard, el flamante canciller mexicano, quebrando lanzas
por ninguno de estos tres países, pero con el solo hecho de no ser propulsor de
bloqueos, sanciones y, en general, persecución internacional contra alguno de ellos
ya es mucho decir en nuestros días.
Las expectativas se
deben, también, al hecho que nos encontramos ante un año electoral. Irán a las
urnas los argentinos, los salvadoreños, los guatemaltecos, los uruguayos y los panameños.
Seguramente en donde la incertidumbre alcanza cotas más altas es en Argentina y
Uruguay.
Como se sabe, Mauricio
Macri va por la reelección, y aparentemente la única con posibilidades de
derrotarlo, Cristina Fernández, aún no se decide a ser candidata. La victoria
de Cristina, sin embargo, no se muestra segura. Aún sin haberse lanzado, pero
siendo la posible candidata con mayores posibilidades, aparece en la mayoría de
las encuestas superando a Macri en la primera vuelta y viéndolas difícil en la
segunda. Su retorno a la presidencia de la Argentina daría un respiro en medio de
la ola de derecha que cubre al continente.
Por su parte, en el
Uruguay tampoco están nada claras las cosas. Después de tres períodos seguidos
en el gobierno, el Frente Amplio sufre un desgaste no solo por el ejercicio del
poder sino, también, por contradicciones internas que, en esencia, se reducen a
la gran incógnita que corroe a los partidos y alianzas progresistas o de
izquierda que han gobernado los últimos 15 años en América Latina: ¿hay que
radicalizar hacia la izquierda el proceso o seguir marcando el paso y
haciéndole la faena a un capitalismo “con rostro humano”?
Panamá y El Salvador
tienen realidades internas distintas, pero en una región en la que hay rasgos y
tendencias comunes, la primera de las cuales es el estar ubicados en el patio
trasero de los Estados Unidos. Ambos han sido objeto de regaños contundentes y
públicos por parte de la administración Trump por haberse aventurado más de lo
permitido en sus respectivas relaciones con China.
Panamá ha sido, desde
su nacimiento como república en los albores del siglo XX, un alfil de primer
orden en el campo de los intereses norteamericanos. La ampliación del Canal, la
posible apertura del Tapón del Darién y su condición de plaza financiera
internacional lo hace un joya de la corona que los Estados Unidos no están
dispuestos a compartir con una China que quiere hacer de ella un centro de irradiación
en la región.
En El Salvador
seguramente el Frente Farabundo Martí será desplazado después de dos administraciones
seguidas. Quien posiblemente logre derrotarlo será un disidente de sus propias
filas, con las que el Frente rompió destempladamente cuando ya se perfilaba
como su candidato, Nayib Bukele.
El Salvador es un país
cuya economía, al igual que las de los otros dos países del Triángulo Norte
centroamericano, depende en buena medida de las remesas que envíe la gente que
expulsa masiva y continuamente. Esta situación, que marca no solo la economía
sino, en general, toda la vida del país, inclusive su identidad nacional, es
muy difícil de modificar.
No cabe duda que el
2019 es una año que abre con muchas expectativas.
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