México, en la figura de
su presidente y su equipo diplomático, se perfilan como un actor clave en la
promoción del diálogo y la búsqueda de la paz y la unidad nuestroamericana, en
esta hora de tensiones que vivimos. Una posición consecuente con la letra y el
espíritu con el que se firmó en La Habana, hace apenas un lustro, la Proclama
de América Latina y el Caribe como zona de paz.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Alineadas al compás de
los dictados que emanan del Departamento de Estado y de las embajadas de los
Estados Unidos, que preparan el camino para la apetecida intervención en
Venezuela, primero, y más tarde en Nicaragua, Cuba y Bolivia, las cancillerías
de los países que integran el Grupo de Lima protagonizan por estos días un
vergonzoso espectáculo de sumisión brutal a los planes estratégicos y
geopolíticos de la Casa Blanca, y de flagrantes violaciones al derecho
internacional y a principios elementales de la convivivencia entre las naciones
–como la no intervención en asuntos internos y el respeto a la
autodeterminación de los pueblos-. Con la OEA como escenario predilecto de sus
representaciones, con las usinas mediáticas reproduciendo a todo vapor relatos
y corrientes de opinión prefabricadas, y con el nuevo consenso de derechas que se articula en la región como contexto, la
diplomacia latinoamericana –con sus honrosas excepciones- vive una de sus horas
más oscuras, solo comparable con el clima vivido a inicios de la década de
1960, cuando las fuerzas imperiales orquestaron su conjura contra la Revolución
Cubana.
En situaciones como
estas, de crisis y grave peligro, en las que un desenlace fatal irradiaría sus
consecuencias sociales, políticas, económicas y militares hacia toda la región,
se impone la prudencia, la sensatez y la razón. Y afortunadamente, todavía
quedan voces en nuestra América que se levantan para recordarnos que somos
dueños de nuestro destino, y no simples títeres en el teatro de marionetas de
Washington. Una de estas voces es la del expresidente colombiano, y
exsecretario general de UNASUR, Ernesto Samper, quien expresó
en una entrevista su preocupación porque “cada día se escuchan más voces y
más duras que están pidiendo una salida confrontacional a la situación, una
salida que incluye las posibilidades de un golpe militar y, particularmente,
creo que debemos insistir hasta el final en que la única salida que garantiza
una solución incruenta es la salida del diálogo institucional entre los actores
políticos venezolanos”. Un diálogo necesario en Venezuela, así como en otros
conflictos regionales, y que en opinión del expresidente debería desarrollarse
el marco político de la CELAC, tomando distancia de la influencia de los
Estados Unidos, a quien considera un “socio no confiable” debido al carácter
esencialmente antilatinoamericano de su agenda hemisférica.
Otra de esas voces
necesarias a las que aludimos es la de Maximiliano Reyes Zúñiga, subsecretario
para América Latina de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, quien defendió
ante una comisión del Senado el nuevo enfoque de política exterior del
gobierno de Andrés Manuel López Obrador: “La diplomacia mexicana tendrá un
papel decisivo en América Latina y el Caribe. México debe ser un líder en la
región y estamos dispuestos a asumir esta responsabilidad. Es el momento en que
México vuelva a mirar al Sur”. Además, anunció ante este foro la disposición de
su país para actuar como mediador en Nicaragua y Venezuela: en el caso
nicaragüense, Reyes aseguró que “México estaría en disposición de participar, a
invitación de Nicaragua, en todo mecanismo de facilitación y mediación del
diálogo que permita el acercamiento de las partes en conflicto con pleno
respeto a sus asuntos internos y autodeterminación”; mientras que en el caso
venezolano, sostuvo que el gobierno no quiere “caer en el extremo antagonista
en el que pensamos que se encuentran todas las partes involucradas en el
conflicto venezolano. Pretendemos ubicarnos en un centro que sea capaz de
generar puentes de diálogo”.
México, en la figura de
su presidente y su equipo diplomático, se perfilan como un actor clave en la
promoción del diálogo y la búsqueda de la paz y la unidad nuestroamericana, en
esta hora de tensiones que vivimos. Una posición consecuente con la letra y el
espíritu con el que se firmó en La Habana, hace apenas un lustro, la Proclama
de América Latina y el Caribe como zona de paz: documento histórico en el
que todos los países miembros de la CELAC asumieron el “compromiso permanente
con la solución pacífica de controversias a fin de desterrar para siempre el
uso y la amenaza del uso de la fuerza de nuestra región”.
Si renunciamos a esta
alternativa, es decir, a la posibilidad de defender nuestras opciones y
emprender la construcción pacífica de caminos propios, nos perderemos dolorosamente
en el camino de vasallaje al que ahora nos conduce la mentalidad colonial que
todavía pervive en las élites de muchas de nuestras repúblicas: esa que
profundiza nuestra fragmentación y nos acerca, cada vez más, a la vorágine de
la guerra imperialista que tantos apetitos despierta en la Casa Blanca y en
Wall Street.
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