Lo que observamos en Tlahuelilpan sucede en otros lugares de México:
sea el cultivo de mariguana y amapola, el robo de combustible, el secuestro o
cualquier otra actividad del crimen organizado, la población ha encontrado una fuente alternativa de subsistencia.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Como es ampliamente sabido, al final del atardecer del viernes 18 de
enero pasado, una toma clandestina en uno de los ductos de Pemex estalló
ocasionando casi un centenar de muertos y
decenas de heridos. Los videos
nos arrojan imágenes infernales en las que gritos de terror y dolor se alternan
con personas que desesperadamente corren
en medio de la oscuridad convertidas en antorchas humanas. Los prolegómenos de
la tragedia comenzaron a las 14.30 horas cuando se reportó una fuga de gasolina
el municipio de Tlahuelilpan (Hidalgo). Una multitud creciente que llegó aproximadamente a 800 personas se acercó a la fuga y de
manera alborozada empezó a recoger el combustible en cubetas y bidones.
Sorprendió ver cómo buena parte de la muchedumbre tenía dichos bidones que son
recipientes adecuados para recoger líquidos. Cuando un contingente del ejército mexicano y otros
más de las policías municipal y estatal se acercaron a los congregados en torno
al ducto y empezaron a advertirles del
peligro mortal que corrían, fueron repudiados a gritos e insultos por los
pobladores. Los habitantes del municipio iban y venían con los recipientes en
los cuales recogían el combustible y se mojaban en gasolina con el mismo
desparpajo que si se tratara de una fuente de agua.
Han sido frecuentes el repudio
y agresiones a contingentes de seguridad
pública que han combatido al huachicoleo (robo de combustible). Los
huachicoleros han formado una base social o como sucede en Tlahuelilpan, el
robo de gasolina se ha convertido en la segunda fuente de ingreso en la
localidad. Eso explica cómo las comunidades han repudiado y hasta apedreado a
las fuerzas de seguridad pública. El escenario de la tragedia es un municipio
muy desvalido, el 55% de la población es
pobre y un 23% padecen pobreza alimentaria. Entre 2017 y 2018 se habían
observado en el municipio 6 incendios
provocados por tomas clandestinas. Días después, otro geiser de gasolina
provocado por los huachicoleros surgió a 11 kilómetros del lugar de la
tragedia. El gobernador de Hidalgo aseveró que su administración ha detectado
mil fugas en los ductos provocados por los delincuentes. Lo que observamos en
Tlahuelilpan sucede en otros lugares de México: sea el cultivo de mariguana y
amapola, el robo de combustible, el secuestro o cualquier otra actividad del
crimen organizado, la población ha encontrado
una fuente alternativa de subsistencia. Andrés Manuel López Obrador ha
ensayado una explicación sociológica interesante: el neoliberalismo ha
destruido las esperanzas en la movilidad social en un sector muy amplio de la
población. Es difícil conseguir trabajo bien pagado, el acceso a la educación
se ha vuelto cada vez más difícil, diplomas o títulos no necesariamente significan empleo. Es el
caldo de cultivo para lo que horrorizados observamos en Tlahuelilpan.
He visto conmovido un video en el que el padre de una de las víctimas
entre sollozos clama que su familia no se dedicaba al huachicol. Cierto o no,
la responsabilidad fundamental de la tragedia recae sobre un sistema desalmado
que ha multiplicado pobreza en campos y ciudades.
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