La lengua fue clave en el proceso de conquista. No por casualidad fue en
1492 que se publicaría el primer tratado de gramática castellana. Su autor,
Antonio de Nebrija dedicaba la obra a la Reina Isabel y le decía en la
introducción "siempre la lengua fue compañera del imperio; et de tal manera lo
siguió, que junta mente començaron, crecieron et florecieron, et después junta
fue la caida de entrambos”.
Juan Manuel Valdés / Página 12
(Argentina)
En la película Malcom X
dirigida por Spike Lee, el famoso activista afro aprendía en la cárcel que el
lenguaje era racista. Al abrir un diccionario observó como el término negro era
definido como “Desposeído de luz. Carente de color. Envuelto en la oscuridad,
por lo tanto absolutamente deprimente o triste. Sucio con tierra, impuro.
Hosco. Hostil”. Por otra parte, la palabra “Blanco” se refería a: “Del color de
la nieve pura. Reflejando todos los rayos del espectro. Lo contrario de negro.
Libre de mancha o imperfección. Inocente. Puro”. Malcolm entendió que las
entradas habían sido escritas por gente blanca. Los debates actuales por el
lenguaje inclusivo no escapan a esta moraleja.
Durante el reciente Congreso de la Lengua española, el presidente Macri,
que tomó la palabra a continuación del rey Felipe VI de España, agradeció el
hecho de que en América Latina y en España se hablaba un mismo idioma:
“Imaginemos si acá los argentinos hablásemos argentino y los peruanos, peruano,
y los bolivianos, boliviano, y necesitásemos traductores para hablar con los
uruguayos”.
Siguiendo con el diccionario, esta vez de la Real Academia, llamamos
ucronía a la “reconstrucción histórica construida lógicamente que se basa en
hechos posibles pero que no ha sucedido realmente.” La sentencia de Macri
asimila categorías construidas a partir de las independencias del siglo XIX
(Argentina, Uruguay, Bolivia, Perú) a la situación previa a la conquista del
Siglo XV. Aquellas naciones no existían ni en la mente del más precoz de los
adelantados. Si traducimos esta paradoja a un lenguaje más próximo al léxico
presidencial, por tal caso el fútbol, diríamos que su pensamiento quedó en
offside.
El Colegio de Graduados en Antropología no tardó en recordarle a Macri
una grave omisión: “En Argentina se hablan al menos 15 lenguas indígenas
diferentes: ava-guaraní, aymara, chané, chorote, chulupí, guaraní, mapudungun,
mbyá guaraní, mocoví, pilagá, qom (toba), quechua, tapiete, vilela y wichí con
distinto grado de vitalidad y geográficamente distribuidas de manera desigual”.
Estas fueron las lenguas que sobrevivieron 300 años de colonización imperial y
otros 200 de indiferencia de Estado.
El esfuerzo filológico de nuestro Presidente tampoco le hizo gran favor
al Rey Felipe VI, figura hasta hoy cuestionada por su centralismo y desprecio
por la diversidad dentro de la propia España. Basta leer cualquier crónica
periodística de aquel país para conocer las enormes querellas que han tenido a
lo largo de su historia por defender las distintas lenguas allí habladas. La
Constitución Española de 1978 reconoce tres: catalán, vasco (euska) y gallego.
No son menores los conflictos que España ha enfrentado –y aún hoy enfrenta con
dramatismo– por las autonomías exigidas por cada una de las comunidades
ibéricas.
Que no se enoje el Presidente, pero desde estas líneas no creemos que
las ideas vertidas en su discurso le sean propias. Mario Vargas Llosa había
planteado de forma más fluida que “Los americanos no se entendían y por eso
mismo se mataban. América era una torre de Babel cuando llegaron los europeos y
estaba literalmente bañada en sangre”. Aseveración inexacta e incontrastable.
Pocos registros existen de las cifras de esas guerras precolombinas a las que
refiere el escritor peruano. Sin embargo hay amplia coincidencia en cuanto al
exterminio sistemático provocado por la Conquista. Ya en 1517, el dominico Fray
Bartolomé de las Casas denunciaba en 23 millones de indígenas aniquilados en su
Historia de las Indias. Ya en el siglo XX, el filósofo Tzvetan Todorov llamaba
a la Conquista de América como “el mayor genocidio de la historia humana” y
postulaba en 80 millones los decesos provocados por la guerra de conquista, las
enfermedades y la reducción a servidumbre a la que fue sometida la población
originaria.
La lengua fue clave en dicho proceso. No por casualidad fue en 1492 que
se publicaría el primer tratado de gramática castellana. Su autor, Antonio de
Nebrija dedicaba la obra a la Reina Isabel y le decía en la
introducción”siempre la lengua fue compañera del imperio; et de tal manera lo
siguió, que junta mente començaron, crecieron et florecieron, et después junta
fue la caida de entrambos”. Tras la Reconquista de España y habiendo llegado al
nuevo mundo, era necesario imponer el sentido a través de una lengua
codificada. Se trató entonces de la cruz, la espada y el diccionario. Para el
actual proceso de dominación política y económica, ya no son precisas tan
sofisticadas destrezas, como evidenció el Rey Felipe esta semana al evocar al
autor argentino José Luis Borges.
A Macri sugerimos desde esta humilde columna la ampliación de su
biblioteca latinoamericana. A Vargas Llosa podría adicionarle la lectura del
paraguayo Augusto Roa Bastos. En su libro sobre Cristóbal Colón, Vigilia del Almirante, advierte que en
Guanahaní –ciudad a la que arriba en su primer viaje el genovés– “comienza el
encubrimiento del continente que iba a llamarse América y de las sociedades
indígenas que un día vendrían a ser ‘descubiertas’… Quedó allí anunciada… la
triple negación de América: la de una economía suficiente, la de las religiones
verdaderas, la de lenguas y culturas propias”.
Si nuestro mandatario tomara nota de estas tres negaciones en las que
incurren él y sus funcionarios, entendería el por qué de la insatisfacción que
vivimos estos tiempos de derrumbe económico, cultural e institucional. Eso sí
que angustia, querido Rey.
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