Hoy, más que en ningún
otro momento, tenemos claro que el
intervencionismo descarnado, militar o político, y la imposición de
sanciones para colocar a sus “enemigos” entre la espada y la pared, son las
únicas dos vías que conoce la Casa Blanca para desarrollar su política
exterior. La paz y el diálogo no son alternativas en su repertorio diplomático.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Donald Trump, presidente de los Estados Unidos. |
Basta con repasar estos
poco más de dos años de mandato, para comprobar que no hay un solo logro de
gestión de gobierno, significativo por su valor en la búsqueda de la paz y el
bienestar global, del que pueda presumir el magnate neoyorkino; y en cambio,
abundan las bravatas, las amenazas y los golpes sobre la mesa protagonizados
por unos hombres –muchos de ellos criminales de guerra, como el infumable
Elliot Abrams- que desprecian sistemáticamente el derecho internacional.
En abril de 2017,
apenas unos meses después de asumir el cargo de presidente, Trump ordenó un
bombardeo sobre Siria como represalia por un ataque con armas químicas contra
poblaciones civiles, atribuido por Washington al gobierno de Bashar al Asad,
pero cuya verdadera autoría no se ha esclarecido de manera convincente;
después, en 2018, llevó el conflicto entre Corea del Norte y Corea del Sur casi
al borde de una conflagración nuclear; ese mismo año declaró la guerra
comercial a China al imponer, primero, medidas proteccionistas a las
importaciones de ese país, por un monto de 50 mil millones de dólares, y
después, al desatar una persecución global de los negocios del gigante
asiático, especialmente en el campo de las telecomunicaciones. Más
recientemente, el pasado mes de febrero, Estados Unidos anunció su salida del
Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, una herencia de la Guerra
Fría, que augura una escalada de la carrera armamentista y de las maniobras
geopolíticas de la OTAN para cercar y controlar a Rusia, demonio de turno en
los relatos oficiales. Y como si este inventario no fuera suficiente, en días
pasados el Secretario de Estado, Mike Pompeo, confeso militante de la
organización evangélica Capitol Ministries, declaró en Israel que, “como
cristiano”, cree que “es posible” que Dios
haya enviado a Trump para proteger al pueblo judío frente a sus amenazas
regionales (en particular, Irán).
Con América Latina la
situación no ha sido distinta: Trump se comporta como un matón de barrio y su
política exterior hacia la región rebosa de desvaríos injerencistas y arrebatos
bélicos. El bloqueo económico y los preparativos de una invasión contra
Venezuela; las amenazas contra Cuba, Nicaragua y Bolivia, que serían los
próximos objetivos en caso de derrotar a la Revolución Bolivariana; y el
recurso reiterado de la “crisis migratoria” con México para forzar la
aprobación de presupuesto federal para la construcción del muro fronterizo
–promesa de campaña que, con seguridad, no cumplirá-, son ejemplos de las
pretensiones de rapiña y los delirios xenófobos de un hombre cuyo nivel de
pensamiento político “cabe en 140 caracteres”, como dijera alguna vez el senador republicano Jeff Flakes, en una crítica
alusión a la “diplomacia de twitter” del mandatario estadounidense.
Con las elecciones
presidenciales de noviembre de 2020 en el horizonte cercano, el presidente
Trump parece decidido a convocar todas las tempestades, como quien busca una
tormenta perfecta para salir victorioso. Un juego de todo o nada con el que, si
cabe la metáfora, podría desatar el infierno en la tierra. Hoy, más que en
ningún otro momento, tenemos claro que el
intervencionismo descarnado, militar o político, y la imposición de
sanciones para colocar a sus “enemigos” entre la espada y la pared, son las
únicas dos vías que conoce la Casa Blanca para desarrollar su política
exterior. La paz y el diálogo no son alternativas en su repertorio diplomático.
Derrotar a Trump -al proyecto político-ideológico que en encarna- en la próxima
contienda electoral será un deber de los estadounidenses con su propio futuro
como nación; pero construir la paz, vistos los antecedentes, será una
responsabilidad y una tarea que no podremos abandonar todas y todos nosotros,
pueblos de nuestra América y el mundo, que decimos ¡basta ya de atropellos del
imperialismo!
[1] Martí, J. (2001). Obras Completas. Vol X. La Habana: Centro de
Estudios Martianos. Pág. 185: La
Nación. Buenos Aires, 9 de mayo de 1885.
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