Desde hace cinco
siglos, el Caribe ha sido el epicentro de grandes disputas geopolíticas y
comerciales entre imperios y potencias europeas, cuyos desenlaces parciales,
con avances y retrocesos de unos y otros actores, influyeron de manera decisiva
en el devenir político, cultural y económico de las formaciones sociales de
esta región de nuestra América, en concreto, de las Antillas, México, América
Central, Colombia y Venezuela.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
John Bolton, asesor de Seguridad Nacional de EE.UU, anunció sanciones contra Cuba, Nicaragua y Venezuela. |
El control colonial de
sus territorios continentales e insulares, el dominio de sus aguas como rutas
comerciales, la explotación de sus recursos naturales y la sumisión de los
distintos pueblos –originarios e implantados por la esclavitud- que a lo largo
del tiempo confluyeron en este espacio geográfico y ambiental, son elementos
que se encuentran en la raíz del desarrollo capitalista Noratlántico y en la
génesis del fenómeno imperialista moderno. Como escribiera el trinitario Eric
Williams en su libro clásico Capitalismo
y esclavitud, publicado originalmente en 1944, “cuando Colón, en
representación de la monarquía española, descubrió el Nuevo Mundo en 1492,
desencadenó la larga y amarga rivalidad internacional sobre las posesiones
coloniales” para la que “todavía no se ha encontrado solución”[1].
A finales del siglo
XIX, José Martí caracterizó al Caribe como el escenario de la lucha mayor no
sólo por la independencia postergada de las Antillas, sino también por la
construcción del equilibrio del mundo. Son numerosas las crónicas, artículos y
cartas en los que desarrolla esta idea, pero acaso sea en El tercer año del Partido Revolucionario Cubano, de 1894, donde
mejor lo expresa: “En el fiel de América están las Antillas, que serían, si
esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo
celoso y superior que se prepara ya a negarle el poder, mero fortín de la Roma
americana”; pero de alcanzar su libertad Cuba y Puerto Rico, que tal era la
empresa que acometían entonces los patriotas de ambas islas, Martí creía que
“serían en el continente la garantía de equilibrio, la de la independencia para
la América española aún amenazada, y la del honor para la gran República del
Norte, que en el desarrollo de su territorio (…) hallará más segura grandeza
que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que
con la posesión de ellas abriría contra las potencias del orbe en el predominio
del mundo”[2].
En 1969, en su libro De Cristóbal Colón a Fidel Castro, el
intelectual dominicano Juan Bosch, con una perspectiva de análisis de más largo
aliento, consideró al Caribe como
frontera imperial y “objeto de la codicia de los poderes más grandes de
Occidente y teatro de la violencia desatada entre ellos”. Su historia, en
consecuencia, es la de “las luchas de los imperios contra los pueblos de la
región para arrebatarles sus ricas tierras, es también la historia de las
luchas de los imperios, unos contra otros, para arrebatarse porciones de lo que
cada uno de ellos había conquistado; y es por último la historia de los pueblos
del Caribe para libertarse de sus amos imperiales”. Para Bosch, prescindir de
estos elementos en el estudio de las realidades de esta parte del mundo,
impediría comprender “por qué en esa región no ha habido paz durante siglos y
por qué no va a haberla mientras no desaparezcan las condiciones que han provocado
el desasosiego”[3].
Es en este contexto
histórico en el que debemos situar las nuevas sanciones decretadas por Estados
Unidos contra Cuba, Nicaragua y Venezuela, anunciadas recientemente por el
asesor de Seguridad Nacional John Bolton en Miami, frente a un auditorio
enardecido de veteranos de la fallida invasión a Playa Girón en Cuba. Las
medidas, a todas luces arbitrarias e ilegales, afectarán el comercio, el pago
con divisas, el turismo, el envío de remesas, entre otros aspectos, con los que
Washington pretenden asfixiar las economías de estos países y provocar crisis
sociales, como parte de sus planes para forzar cambios de gobierno e imponer
dirigentes afines a sus intereses.
Bolton, mirando de
reojo a Rusia y China, y con el horizonte electoral de las presidenciales de
noviembre de 2020, aprovechó la ocasión para reivindicar el talante
imperialista de la política exterior de Washington para nuestra región: “Hoy en
día, proclamamos con orgullo para que todos lo oigan: la Doctrina Monroe está
viva y bien”, declaró. Con los antecedentes conocidos de las relaciones
interamericanas, y en medio de una crisis de hegemonía que sangra a los Estados
Unidos desde hace varios lustros –incapaces ya de ejercer influencia en el
mundo que no sea de otra manera sino recurriendo a la extorsión, el engaño y la
agresión descarnada-, poco sorprende el recurso del argumento imperialista en
esta nueva rabieta de los funcionarios de la Casa Blanca en su guerra contra
América Latina.
Al fin y al cabo, no se
trata sino de la reafirmación de la rapiña imperialista desatada contra los
pueblos centroamericanos y caribeños desde hace más de un siglo de dominación
norteamericana. Pero esa sistemática agresión también explica la tozuda
resistencia que ha sabido germinar en nuestros países en la búsqueda –no exenta
de tropiezos, pero rica en aciertos- de caminos propios. Y ante la nueva
circunstancia, cuando el gigante que
lleva siete leguas en las botas amenaza con otra intervención militar, no
cabe equivocarnos en la expresión de nuestra solidaridad ni en el apoyo a los
que batallan por la defensa de su dignidad, del ejercicio de la soberanía y el
derecho a la autodeterminación. Frente a la guerra, la opción es la paz. Frente
al imperio, la opción es la humanidad y la integridad de nuestra América.
[1] Williams, E. (2011). Capitalismo y esclavitud. Madrid:
Traficantes de Sueños, p. 29.
[2] Martí, José (1894). El
tercer año del Partido Revolucionario Cubano. En: Hart-Dávalos, Armando (comp.)
(2000). José Martí y el equilibrio del
mundo. México D.F.: Fondo de Cultura Económica. Pp. 240-241.
[3] Bosch, J. (2012). De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El
Caribe, frontera imperial. Caracas: Fundación Editorial El perro y la rana,
p. 19.
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