Tarde o temprano, el dólar estadounidense dejará de ser la divisa de referencia mundial y Washington perderá su privilegio de imprimir y solventar sus deudas con papeles y no con producción u otros valores tangibles.
Luis Manuel Arce / ALAI
Es una medida de protección justa ante todos los abusos de índole financiero que comete Estados Unidos contra Cuba recrudecidos por el expresidente Donald Trump y mantenidas de manera desenfadada por Joe Biden.
Cuba no se alegra por verse obligada a su drástica decisión y la proclama transitoria en espera de una rectificación de la Casa Blanca en la aplicación de su política de estrangulamiento económico repudiada en todas partes del mundo.
Simplemente es una alternativa que se hizo insoslayable con Biden quien, como Derek Chauvin a George Floyd, mantiene la rodilla imperialista sobre el cuello del pueblo cubano -contrario a las expectativas creadas por él mismo en su campaña electoral- como si alguien le aconsejara aprovechar los duros estragos de la pandemia de Covid-19 en la economía de la isla por la caída del turismo, para asfixiarla mortalmente.
La contradicción más evidente es que, mientras Cuba fue obligada a la fuerza a abandonar el dólar en la modalidad de depósitos y como circulante, y abrirse a una canasta de otras divisas internacionales, a otras naciones el propio Estados Unidos las presiona en sentido contrario, es decir, que no abandonen su moneda como por ejemplo quiere hacer El Salvador con el amago de adoptar el bitcoin.
Pero, no es para ponerse a llorar, y tampoco para que los enemigos de Cuba lo festejen como están haciendo.
Debería ser a la inversa, aunque parezca contradictorio: los cubanos debieran festejar alejarse de una moneda nociva, cada vez con peor crédito y futuro, y sus adversarios lamentarse de perder una herramienta que hasta ahora permitía un cierto control financiero y una incidencia emocional deliberada y mal intencionada, porque el dólar es una divisa anhelada por la gente y es la que mayormente reciben como remesa los familiares de residentes en Estados Unidos y otros países.
La eliminación del billete verde de la circulación ya tuvo un primer impacto favorable a las finanzas domésticas criollas con una rápida apreciación del peso cubano y una búsqueda de los tenedores de zafarse del dólar y trocarlo por otras monedas como el euro. Son resultados no deseados por los amantes de usar el signo estadounidense como arma política.
Esta situación puramente doméstica en Cuba (corrida del dólar hacia otras divisas), ocurre en muchas partes del mundo desde el gobierno del expresidente Barack Obama, se agravó con el de Donald Trump, y se acelera con Joe Biden porque no se percibe en este mandatario un cambio de timón en su estrategia financiera y comercial internacional.
Al igual que en Cuba, se llegó a una situación internacional en la que resulta cada vez más difícil encontrar instituciones bancarias o financieras internacionales dispuestas a recibir, convertir, tramitar o procesar el efectivo en moneda estadounidense por los altos niveles de desconfianza en una divisa usada como arma política.
El surgimiento del euro fue resultado de esa situación en gran parte, pero Estados Unidos persiste en esa estrategia, y sus aliados en Europa perciben el peligro que representa para la estabilidad de sus monedas un manejo intencionado del dólar en el mercado monetario, y han perdido la confianza en el billete verde. No es nuevo. Lo importante es que en Alemania y otros países siguen pensando así.
Rusia y China ya optaron por librarse de la divisa estadounidense aun cuando Beijing es el gran reservorio internacional del dólar y eso lo empareja bastante en su batalla permanente con la Reserva Federal de Estados Unidos en su afán de someter al yuan o renmimbi a sus dictados.
En el fondo -y eso lo conoce Biden- es que el dólar estadounidense pierde fuelle como moneda de reserva del mundo, y para muchos especialistas tiene una enfermedad terminal, lo cual no significa que morirá mañana ni que ya esté en terapia intensiva. Por el contrario, todavía conserva más de 45 por ciento de representación del PIB mundial.
Pero ya sienten el calor del incendio en la pradera financiera, en especial por la rápida expansión económica de China la cual, junto con Rusia, va forjando poco a poco, pero de manera sostenida, el respaldo en valores tangibles para el surgimiento de un nuevo sistema monetario y financiero internacional en el que el dólar no sea el determinante.
El gran peligro en todo esto está en que la divisa estadounidense no puede cumplir la misión que asumió cuando el teóricamente extinto Acuerdo de Breton Woods desplazó a la libra esterlina como moneda universal, de ser el garante de un sistema estable que evitara guerras comerciales y conjurara peligros para la paz, y no obstante se aferra en seguir encabezándolo.
Por el contrario, la Casa Blanca es el provocador de esas guerras como lo hace contra el yuan e incluso contra el euro. Pero ya no es como entonces cuando el resto de las monedas fuertes del mundo, de gobiernos amigos o enemigos, debían pasar bajo las horcas caudinas de la FED, la que de alguna manera movía a su conveniencia la paridad de todas ellas.
Eso es un reflejo de otra realidad: Estados Unidos dejó de ser la potencia industrial y financiera omnímoda, aún con su enorme capacidad productiva, y por vez primera está dejando ver sus piernas flacas ante potencias emergentes como China. Ahora añoran aquellas reservas en oro que protegían su moneda hasta el 15 de agosto de 1971 cuando el presidente Richard Nixon le retiró ese respaldo.
El resguardo en oro les permitía el lujo de capear crisis industriales y comerciales sin mucha afectación para el dólar, pero eso se acabó, y por eso la pandemia de la Covid-19 con la consiguiente parálisis de la producción, les hizo tanto daño.
Según algunos cálculos, en los 50 años desde que Nixon le quitó el respaldo en oro, el dólar ha perdido más de 85 veces su valor nominal o de cambio, por eso no es extraño que muchos países en el mundo busquen desligarse del billete verde, y ven en China, Rusia y hasta en el euro, más confianza que en el signo norteamericano.
Ahora que los integrantes del Grupo de los 7 acaban de celebrar su última cumbre en Cornuelles, Reino Unido, es oportuno recordar que también ese conglomerado de omnipresentes ha perdido bastante fuelle y en la actualidad es solo una cuadrícula de un plano más amplio que es el G-20.
China les ha recordado en respuesta a los ataques y convocatorias a crear un frente contra el gigante asiático, que han quedado atrás los días en que las decisiones globales eran dictadas por un pequeño grupo de países. Esa advertencia debe de llamar a la reflexión a sus integrantes para no dejarse manipular por la Casa Blanca, y plantar de una vez y por todas, los pies en la tierra.
Lo interesante de toda esta situación es que la prioridad no está en buscar una moneda para sustituir al dólar, lo cual sería tonto, pues el asunto va mucho más allá de esa circunstancia. La ONU incluso propuso en varias oportunidades el uso de una moneda virtual y casi paralelamente surgen con fuerza las criptomonedas, las cuales son vistas con recelo por el establishment debido a lo difícil que resulta monopolizar esa tecnología o dominarla desde algún banco emisor.
Es que el enfoque del problema no está en las monedas propiamente dichas, sino en la capacidad productiva, en el desarrollo tecnológico, en la distribución universal de la riqueza y en la búsqueda de un equilibrio planetario que baje el perfil de la desigualdad y elimine la descomunal concentración del capital, lo cual requiere de un nuevo sistema financiero y monetario internacional que la respalde y entierre definitivamente los restos del acuerdo de Breton Woods después de 50 años de proclamada su extinción.
Esto lleva a otra reflexión: parece no ser necesaria la convocatoria de otra reunión como aquella de Breton Woods, Nueva Hampshire, Estados Unidos, de julio de 1944, porque el proceso del cambio social y de las dinámicas de las relaciones internacionales se está forjando de manera natural.
Las guerras no serán la alternativa para solucionar los conflictos porque la humanidad no está dispuesta a poner en riesgo la supervivencia de la especie y del planeta.
Lo que al parecer está bien claro es que, tarde o temprano, el dólar estadounidense dejará de ser la divisa de referencia mundial y Washington perderá su privilegio de imprimir y solventar sus deudas con papeles y no con producción u otros valores tangibles.
Lo importante, y alarmante, es si el nuevo sistema que se gesta nacerá por inercia, o si requerirá de fórceps. He allí la cuestión.
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