sábado, 5 de junio de 2021

La revuelta permanente chilena. Una apuesta por el retorno de la razón estratégica

 Irrumpir en la revuelta armados del pensamiento estratégico es dinamizar la crisis a favor de las y los subalternos.

Marco Álvarez* / Para Con Nuestra América[1]

Desde Chile


I.             Un libro para ser militado

 

“Repito que no soy un crítico imparcial y objetivo. Mis juicios se nutren de mis ideales, de mis sentimientos, de mis pasiones. Tengo una declarada y enérgica ambición: la de concurrir a la creación del socialismo”.

José Carlos Mariátegui, 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana.

 

“Venceremos y será hermoso”, es una de las consignas más emblemáticas surgidas al calor de la movilización social y popular del último año en Chile. Asimismo, en tiempos pandémicos comenzó a circular la frase “viviremos, volveremos y venceremos”. Si hay algo que nos regresó la revuelta chilena es el derecho a imaginarnos lo que decretaron como “imposible” –un mundo diametralmente distinto– y, de paso, evaporar la afirmación bíblica de Žižek retomada de Fredric Jameson que dice que es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo; y eso que en estos días estamos encerrados en nuestras casas ante la peor crisis sanitaria mundial del viejo y nuevo siglo. Por consiguiente, este libro colectivo se puede resumir en un “pensar para vencer”.   

 

La revuelta chilena. Anticapitalismo, izquierdas y movimientos sociales es sobre todo “un libro para ser militado”.[2] No apto para indiferentes, es una invitación a leerlo, socializarlo y recrearlo al calor del umbral histórico que se abrió en Chile a partir del 18 de octubre de 2019 y –con la intención declarada de tomar partido– darle continuidad al proceso de radicalización política contra el modelo de explotación dominante. Si bien este tiempo de intensa lucha para las y los subalternos ha sido interrumpido por la coyuntura sanitaria global, esta dramática situación creemos que profundiza la idea de Marx que dice que “el capitalismo tiende a destruir sus dos fuentes de riqueza: la naturaleza y el ser humano” y, con ello, nos empuja a reflexionar la “ciudad futura” más allá del capital y sus miserias.   

 

Entonces, este ensayo de introducción está escrito de sur a norte en clave militante, vale decir, es una provocación dialógica encuadrada en ciertas coordenadas generales respecto a cuestiones que consideramos esenciales para darle continuidad a la revuelta chilena. Inscrito en una pedagogía más interrogativa que aclarativa, quien escribe no niega la voluntad de desplazar hipótesis estratégicas propias –las que son siempre compartidas–. Como apreciarán, el retorno de la política como arte estratégico desde una perspectiva de ruptura con el modelo dominante es la combustión del texto, que pretende movilizar ideas desde la inteligencia colectiva que posibiliten superar la triple crisis que atraviesan hace décadas las izquierdas transformadoras: teórica, estratégica y sujeto(s). 

Una vez le leí a Julio Cortázar, en algún texto que no recuerdo, que “todo lo que escribo es porque lo he leído”. Este ejercicio reflexivo conosureño está inspirado en una multiplicidad de autores trasatlánticos provenientes de las aulas del marxismo crítico y heterodoxo: de Carlos Marx a José Carlos Mariátegui, Luis Emilio Recabarren a Vladimir Lenin, Antonio Gramsci a Paulo Freire, Bolívar Echeverría a Walter Benjamin, Michael Löwy a Rosa Luxemburgo, etcétera. Aunque es de amplia notoriedad su presencia a lo largo de este ensayo, es fundamental recalcar la deuda que quedará con el filósofo francés Daniel Bensaïd, pues muchas de las reflexiones ancladas en este texto tienen origen en sus obras. En la galaxia bensaïdiana hemos encontrado cielo abierto para pilotear entre las enseñanzas y proyecciones de la revuelta chilena, aunque como él dirá “en materia de herencia, la devoción filial no es siempre la mejor prueba de fidelidad, y se da a menudo más fidelidad en la infidelidad crítica que en la mojigatería dogmática”.[3] Este 2020 se cumplen 10 años desde de la partida de Bensaïd, considerado por muchos el último gran marxista del pensamiento estratégico; a él va dedicado este proyecto político intelectual. 

 

II.            Tempestad a (des)tiempo

 

“¡Que todos los miasmas que absorbe el sol de los pantanos, barrancos y aguas estancadas caigan sobre Próspero y le hagan morir a pedazos!”.

Diálogo de Calibán en La Tempestad de Williams Shakespeare.  

 

Alexis de Tocqueville en 1848 tomó la palabra en la Cámara de Diputados francesa y dijo: “Estamos durmiendo sobre un volcán… ¿No se dan ustedes cuenta que la tierra tiembla de nuevo? Sopla un viento revolucionario, y la tempestad ya se ve en el horizonte”[4]. La revolución ese año no tardó en alborotarse en Francia y por toda Europa. En el Chile del 2019, tierra de volcanes y terremotos, ¿algún político chileno –ninguno tan “honorable” como Tocqueville– habrá vislumbrado la fuerza de la tempestad del 18-O? 

 

No es de extrañar que las y los políticos tradicionales no vieran venir la tempestad; aunque la tormenta fuera provocada también por ellos (por “Próspero” diría Shakespeare[5]). Es que la fuerza de la lineal normalidad y sus costumbres establecía que en el desierto neoliberal chileno, “oasis”[6], a veces sólo llueve y florecen en primavera las “añañucas rojas”. El filósofo decolonial cubano Félix Valdés nos hablará que las revoluciones son impensables “no por inauditos sino porque no caben en los esquemas de pensamiento dominante, en esas cómodas referencias codificadas, en las epistemes del mundo establecido”[7]. Sin embargo, por el momento no nos concentremos en las y los de arriba, veamos bajo la óptica de Calibán, el Caliban de Roberto Fernández Retamar que es la “encarnación del pueblo”[8].

 

El pueblo chileno, sus organizaciones políticas e “intelectuales orgánicos” ¿existen?, tampoco vislumbraron la añorada tempestad, horizonte tan esperanzado entre las y los que luchan. Es que “las revoluciones no llegan nunca a la hora. Tironeadas entre el ‘ya no más’ y el ‘todavía no’, entre llagar muy temprano o muy tarde, no saben lo que es llegar en hora” ¿A qué se debe el desajuste del reloj de las revoluciones? Bensaïd nos dirá que “la política también es un arte del tiempo: del momento propicio; de ir a destiempo”[9]. Pero, ¿Lenin, el revolucionario virtuoso por excelencia del momento propicio y las coyunturas, no nos emplazaba a organizar las revoluciones?  

 

De llegar atrasados a la cita con la pólvora, ya lo supo Marx y su amigo Engels. El documento que cambió el pulso del proletariado, El Manifiesto Comunista: “La versión francesa apareció por vez primera en París poco antes de la insurrección de junio de 1848”[10]; no obstante, su emergencia fue a destiempo, pues en aquel entonces tuvo una circulación precaria e incidencia política insignificante en los acontecimientos en curso[11]. “Si la revolución es ante todo un levantamiento social, su suerte se decide política y militarmente en una coyuntura en la que las horas cuentan cómo meses y en la que los días valen por años”[12]. Y es así como un libro “insuperable” puede perder vigencia en alguno de sus pasajes con la celeridad de los acontecimientos que alumbran cuando “la situación política ha cambiado radicalmente”[13].

 

A diferencia de las tempestades climáticas, las sociales y políticas no son pronosticables mediante la cientificidad. Irrumpen. Según Lenin, nadie se encuentra capacitado para establecer por anticipado el momento del despertar de las grandes masas, es decir, el día que la chispa encenderá la pradera. Por tanto, dirá: “tenemos el deber, por consiguiente, de realizar todo nuestro trabajo preparatorio”[14]. Entonces, para el calvo jefe bolchevique organizar las revoluciones no es gatillarla, sino más bien estar preparado en el momento preciso de su irrupción; cuestión, que en tiempo de ancha normalidad nos parece tan complejo como tomar el cielo por asalto. 

 

Asistiendo a nuestra realidad concreta, cuándo “Chile despertó”, no existía ninguna organización política en el amplio espectro de las izquierdas que se encontrara con mínimas condiciones para orientar las acciones en curso. Sin embargo, la irrupción de las masas agrieta un presente incierto para las y los subalternos organizados, donde una estrategia oportuna que se despliegue a través de una política del arte del contratiempo, pueda ajustar el tiempo en favor de las y los de abajo, y así (re)tomar las riendas del ritmo de la lucha de clases. Pensar la iniciativa del contraataque, para pasar a la ofensiva, es responsabilidad histórica en estos tiempos de revuelta.     

 

III.         Eclipse de la razón estratégica

 

“Instrúyanse, porque necesitamos toda nuestra inteligencia.
Conmuévanse, porque necesitamos todo nuestro entusiasmo.
Organícense, porque necesitamos de toda nuestra fuerza”.

Antonio Gramsci.

 

En la última fructífera etapa de vida intelectual de Bensaïd[15] una de sus preocupaciones teóricas centrales fue lo que llamó: “eclipse de la razón estratégica”[16]; inscrita en la crisis de los paradigmas de la modernidad, se alinearon –desde mediados de los 80 y profundizado en las décadas siguientes– en el seno de las izquierdas dos constelaciones de pensamiento que sumergieron el debate político estratégico de la transformación social a fojas cero. Uno, representado por la resistencia a salir del encapsulamiento de las retóricas idílicas del pasado en base a una cierta fidelidad/calco/continuidad del proyecto revolucionario. Otro, expresado en las nuevas estrategias posmodernas donde se encuentra un amplio y matizado abanico de referentes intelectuales como Negri, Hardt, Laclau, Mouffe y Holloway y su polémico Cambiar el mundo sin tomarse el poder[17].

 

La crisis político-estratégica de la izquierda transformada es un fenómeno global, y en Chile se acentuó por las peculiaridades de su transición “democrática” que, a través de su sistema de democracia procedimentalinstitucionalizó la fórmula de duopolio político, asfixiando cualquier intento de proyecto que cuestionara las leyes de la normalidad neoliberal. Pero la baja intensidad política de estos sectores no se redujo al campo político-electoral, sino que su incidencia fue nula en la multiplicidad de campos sociales –léase en clave bourdiana– en disputa. La era transicional trajo consigo una marginalización de la política de las y los subalternos, donde resistentes y posmodernos de distinta manera rehuyeron al pensamiento estratégico y, por tanto, carecieron de una estrategia de trasformación social.

 

Las dos puntas del eclipse de la razón estratégica bensaïdiana nos son muy análogas para pensar la actualidad de las izquierdas chilenas. Someramente digamos:

 

Respecto de los “resistentes” chilenos: luego de una etapa de lucha frontal contra el Estado en los primeros años de la transición y su pronta criminalización y desarticulación por los aparatos represivos, los grupos que se reivindicaron continuadores de las organizaciones revolucionarias quedaron obsoletos de cualquier tipo de debate estratégico. Allí se gestó una cultura limítrofe y anacrónica, donde su discurso se restringió a teletransportar consignas del pasado (como si las consignas fueran un mero instrumento estético). Podríamos hablar de una izquierda que con virulencia pretende monopolizar el adjetivo de revolucionaria, asentándole con más precisión la categoría de “izquierda autopoiética”[18], pues en su auto encierro se reproduce y destruye a sí misma. Víctor Serge en las últimas palabras de su memorable autobiografía sentenciará una problemática viciosa lamentablemente vigente: “el enloquecedor ambiente de persecución en el que vivían los hacía propensos al delirio de persecución y al ejercicio de la persecución”[19].

 

Con la izquierda que hemos denominado autopoiética no tenemos mucho que debatir en las próximas páginas, pues desde el punto de vista de las ideas y estrategia carecen de aporte alguno para sostener un contrapunto. Quizás, el único esfuerzo frente a ellos es no ceder en su manía de apoderarse moralmente de la historia del movimiento revolucionario chileno; subrayamos “moralmente”, ya que desde la dimensión “política” e “histórica” no rescatan más que nombres, colores y fechas, es decir, referentes políticos históricos sin contenido, vetustas estéticas y días para realizar sus rituales.  

  

Respecto de los “posmodernos” chilenos: estos han tenido un relativo protagonismo en el acontecer político nacional. El resquebrajado autonomismo criollo tiene sus particularidades a este lado del charco caracterizado principalmente por su vocación por la política estudiantil y electoral; en la actualidad goza de representación parlamentaria con liderazgos mediáticos. También ha emergido en el último tiempo la alternativa abiertamente declarada “populista” que, sin ánimo de ser despectivo, es una versión importada de la experiencia española podemista con la importante salvedad de no contar con un líder carismático como Pablo Iglesias e intelectuales orgánicos reconocidos (para ser justos ¿qué corriente política tiene intelectuales reconocidos?)[20].

 

Paradojalmente, “autonomistas” y “populistas-autonomistas” fueron los únicos sectores de la izquierda chilena que firmaron el 15 de noviembre del 2019 el Acuerdo por la Paz Social y Nueva Constitución que vino a oxigenar al agónico bloque dominante. Independiente de la feroz crítica que tenemos a esta trasnochada decisión, al igual que Bensaïd les reconoció a esta corriente ideológica el haber relanzado el debate estratégico en los años 90 y se enfrasca por ello y contra ellos en agudas confrontaciones intelectuales a través de sus obras, nosotros les otorgamos el valor de pensar y ejercer la política desde la trinchera subalterna. Modificando un viejo dicho: “hacer política obliga” ¿A qué nos obliga? A dialogar en clave estratégica con sus postulados.  

 

Sin embargo, adelantamos que posmodernos comparten una aberración mutua con los resistentes, una misma ilusión, la de no proponerse por voluntad o inercia la conquista del poder. Cuando hablamos de la toma del poder no nos referimos meramente a la simplificación del acceso al poder estatal (cuestión por la que se desviven autonomistas, populistas y muchos más), sino a las transformaciones de poder y propiedad. ¿Qué quiere decir ser revolucionario en el siglo XXI? Transformar radicalmente el mundo, se preguntaba y respondía Bensaïd en una escuela de formación para jóvenes un poco antes de morir[21]. Esto que parece tan general y abstracto, no lo es, pues, aunque parezca de perogrullo el primer paso y todos los siguientes de una estrategia de ruptura anticapitalista es no perder de vista jamás el horizonte de emancipación.    

 

Nuestra inquietud no se centra tanto en el eclipse de los debates político estratégicos, sino en el retorno de la razón estratégica para nutrir una franja de izquierdas amplia y difusa por fuera de las coordenadas de resistentes y posmodernos. Una franja que a su vez tienen el mérito de haberse posicionado en la revuelta chilena en el lado del sentir de las masas al momento de la transacción por arriba aquel 15 de noviembre de 2019. Siguiendo a Bensaïd que a lo largo de sus obras nos insta a volver a tirar los dados de la razón estratégica y, evocando a Guilles Deleuze, convoca a recomenzar por el medio; por un lado, “es hora de extraer las enseñanzas que brindan las experiencias y derrotas del siglo pasado”[22] y, por el otro, “hay que estar a la escucha de los choques de acontecimientos de las experiencias fundadoras susceptibles de despertar la razón estratégica del gran letargo en el que inverna desde hace más de un cuarto de siglo”[23]; o sea, en estas experiencias “se aprende más en algunos días que en años y años de discusiones, de escuelas de formación, etc. Hay una aceleración en la toma de conciencia”[24].

 

¿Existe alguna duda que la revuelta chilena iniciada en octubre de 2019 es una experiencia fundadora? Chile despertó dice la consigna y, con ello, apostamos de su escucha crítica el retorno de la razón estratégica. Tomar el pulso de la aceleración de la toma de conciencia histórica es un desafío anticapitalista de corte estratégico en la conjugación del tiempo y espacio.   

 

IV.          Tiempo mecánico y tiempo estratégico 

 

“El materialismo histórico (…) su concepto principal no es el progreso,

sino que es la actualización”.

Walter Benjamin, Obra de los pasajes.

 

Para el pueblo mapuche “el tiempo gira de derecha a izquierda en círculos de eterno retorno alrededor del espacio terrestre dividido por los ejes simétricos de los cuatro puntos cardinales. Su movimiento perfecto va contra los punteros del reloj”[25]. La noción del tiempo no siempre fue uniforme, cuantitativa y sin retorno. Como no cuestionarnos la deuda que tenemos con los pueblos originarios en cuanto al reconocimiento de su sabiduría ancestral a la hora de reflexionar desde la tradición marxista. Tarea que sigue pendiente.    

 

En Walter Benjamín existe un tiempo “homogéneo y vacío” que precede el estallar del continuum de la historia[26]. Esta temporalidad se encuentra enganchada en la razón histórica hegemónica, es decir, en la ideología del progreso que vuelve el tiempo un reloj de pared emulando un círculo –lineal– vicioso donde la aguja gira al mismo ritmo y sentido. Incluso Marx aportó en esa misma dirección, cuando proclamó que “las revoluciones son la locomotora de la historia”[27]; quedando así amarradas las izquierdas del siglo XX a una visión teleológica de la política. Por tanto, este es un tiempo “mecánico, sin crisis ni rupturas, es un tiempo impolítico”[28].    

 

Como no pensar en los treinta años que anticiparon la revuelta chilena: “tiempo impolítico” de una política institucional predeterminada e infranqueable entre dos fuerzas, donde las organizaciones de izquierdas apostaban al mantenimiento de su exiguo porcentaje electoral. Asimismo, todo tipo de proyecto antineoliberal fue ensombrecido por el eclipse de la razón estratégica, impidiendo pensar alternativas posneoliberales. En la base social se impuso la ilusión del gatopardismo y el consumismo y sus créditos se volvieron los instrumentos por excelencia del progreso. Mientras el conformismo se hacía costumbre, la ola del progreso arrasaba hasta con los muertos de la dictadura en medio de la soberbia triunfalista de las elites[29]. El sentido común se vio trastocado por un tiempo encadenado y, por ello, un futuro secuestrado por una normalidad al servicio de una clase dominante; pero también dirigente, pues desde un olimpo de autoridad y legitimidad no se cansaban de repetirnos que las rupturas son un pasado infértil y que la única forma de mejorar las condiciones de los más pobres era con acuerdos y medidas paliativas. El arte de la política lo redujeron a las tecnocráticas medidas de lo posible.    

 

Volviendo a Benjamín, este se opone a la marcha de locomotora de Marx y a cambio propone que las revoluciones son un “freno de emergencia”; a lo que Bensaïd replicó con la idea subalterna de que el tren del progreso es descarrilado por el cavar del “topo de la historia”[30]. A su vez, en las tesis Benjamín contrapone el tiempo del calendario al tiempo cuantitativo del reloj que, al ritmo de un péndulo, mecaniza el presente y sus posibilidades[31]. Los calendarios, en cambio dirá Michael Löwy, “son la expresión de un tiempo histórico, heterogéneo, cargado de memoria y actualidad. Los días feriados son cualitativamente distintos de los demás: son días de recuerdo, de rememoración, que expresan una verdadera conciencia histórica”[32]

 

A la denominación de “marxista estratégico”, a Bensaïd también se le puede describir como un “marxista kairótico”[33] en su apuesta por la conjugación de las temporalidades históricas al servicio de un presente de lucha. Esta idea bensaïdiana de entrecruzamiento del tiempo también la podemos asemejar y/o encontrar en las categorías de “espacio de experiencias” y “horizontes de expectativas” acuñadas por el historiador de los conceptos Reinhart Koselleck[34] o en la carga melancólica de las películas de Carmen Castillo[35]. Bensaïd dispara contra el tiempo homogéneo y vacío lo que llama el tiempo estratégico, abriéndose en este espacio temporal un abanico de momentos propicios y oportunidades de bifurcar para las y los subalternos donde se articulan los sentidos del pasado y futuro y, donde el presente, se convierte en “el tiempo político por excelencia”[36].  

 

Para elaborar su idea de tiempo estratégico Bensaïd conjuga dos tesis: la de Gramsci que dice que “científicamente se puede prever sólo la lucha” y, la de Benjamin, quien postula que “la política pasa a prevalecer sobre la historia”. Este cruce garmsciano-benjaminiano le permite a Bensaïd pensar el presente como una aventura incierta, donde la única certeza para las y los subalternos es la lucha. Además, en la inversión política-historia, la historia se pone al servicio de las y los que luchan desde un punto de vista estratégico. “Cuando se quiebra la cadena del tiempo”, dirá Bensaïd, “los acontecimientos surgen como ruptura y bifurcación en un equilibrio salpicado de una pluralidad de posibilidades”[37]. Al luchar en un campo de batalla sin ganadores preconcebidos, el proyecto emancipador se vuelca en una apuesta, como la “apuesta pascaliana”[38]. “Esa es su trágica dignidad”[39]

 

Es así como una revuelta contornea su propio tiempo y, la chilena, ya nos ha dejado significativos aprendizajes en cuanto fundante de un nuevo calendario. Por dar un ejemplo, había amplio consenso en la cultura militante que los viernes son los peores días para organizar actividades, argumentando que en el último día de la semana las personas se dedicaban a cuestiones recreativas como asistir a los bares. La revuelta comenzó un viernes y desde ese 18-O quedó marcado en la recalendarización como un día de rememoración: la Plaza de la Dignidad y múltiples rincones del país son asediados por inquietos manifestantes en revuelta de jolgorio y radicalidad. Es como si en un mismo día y todas las semanas fuera a la vez 29 de marzo (día del joven combatiente), 1 de mayo (día de las y los trabajadores), 11 de septiembre (golpe de Estado) y, agregando, el mismo 18-O.     

 

Si la revuelta se hace de un nuevo tiempo, por tanto, también configura su propia geometría que bifurca de la lineal normalidad imperante; maniobra su caja de velocidades, girando y acelerando en los momentos propicios. Mientras el gobierno desfundaba el tradicional repertorio desmovilizador aplicando la estrategia del desgaste –tan efectiva en el tiempo vacío y homogéneo–, justo a un mes del inicio de la revuelta irrumpen LasTesis sostenido por el movimiento feminista que, dicho sea de paso, no sólo revitalizó el proceso de movilización, sino que esta tuvo un impacto movilizador internacional pocas veces visto en la historia de los acontecimientos de ruptura. Podríamos dar otros ejemplos, pero hay que tener en consideración que el tiempo estratégico no puede ser encapsulado en un “presentismo”, es decir, un presente perpetuo de posibilidades, sino que este está inserto en las dinámicas del claroscuro de la crisis, donde la clase dominante busca incesantemente la nueva normalidad. 

 

V.            Las palabras y el campo intelectual  

 

"Los intelectuales socialistas deben ocupar un territorio que sea, sin condiciones, suyo: sus propias revistas, sus propios centros teóricos y prácticos; lugares donde nadie trabaje para que le concedan títulos o cátedras, sino para la transformación de la sociedad; lugares donde sea dura la crítica y la autocrítica, pero también de ayuda mutua e intercambio de conocimientos teóricos y prácticos, lugares que prefiguren en cierto modo la sociedad del futuro".

E.P. Thompson, Tradición, revuelta y conciencia de clases.

 

Nos negamos en llamar estallido social al proceso histórico que se abrió el 18-O en Chile. Podría llegar a ser discutible tal denominación si este acontecimiento hubiese quedado en un zumbido estruendoso que se desvanece con las horas o, incluso, que siguiera retumbando durante días y semanas bajos las mismas lógicas de movilizaciones precedentes. La historia se terminó escribiendo a contrapelo y las acciones de protesta de ese día de primavera hicieron “saltar el continuum de la historia”[40], quebrantando las cadenas de la lineal – violenta– normalidad chilena sostenidas por el consenso neoliberal. Una muralla de la Plaza de la Dignidad dirá “no volveremos a la normalidad, porque la normalidad era el problema”.  

 

Estallido social, ¿quién la ancló y a quién le conviene? en tiempo donde la autoría se defiende como la propiedad privada, esta categoría se diluyó en los difusores por excelencia de la hegemonía dominante: los medios de comunicación; estos, al servicio de la reproducción del orden si bien no han podido contornearla de pasividad y desvestirla de su radicalidad, principalmente por el contraste de reapropiación arraigado en la misma movilización social y popular que le ha otorgado su potencialidad transformadora, el término estallido, termina acarreando un grave problema de origen y viabilidad. 

 

Quien ose alzarse en nombre de la transformación social: no puede someterse al depósito y reproducción de contenidos que evoca la “educación bancaria” que Paulo Freire tanto combatió en su pedagogía de las y los oprimidos[41]. El léxico –que construye realidades– no puede seguir siendo subyugado por las leyes de la aceptabilidad del habla que Bourdieu llamó “mercado lingüístico” y, por ende, subordinado al utilitarismo de los dominadores[42]. “Si bien las palabras podrán están enfermas”, diría Bensaïd, “y quizás sea necesario emplear otras, en el fondo seguiremos siendo comunistas”[43]. Como vemos la batalla del lenguaje está lejos de ser un problema de forma y, si hay que entrar a pabellón a operar de trasmutación, en este caso los únicos autorizados son las y los sujetos arraigados en la coherencia de la emancipación.    

 

En su indispensable y hermosa Pedagogía de la esperanza. Un reencuentro con la pedagogía del oprimido, un humilde Paulo Freire reconoce como las feministas norteamericanas –que lo bombardearon con cartas críticas luego de la publicación de la Pedagogía del oprimido– lo llevaron a reconocer que el lenguaje “no es un problema gramatical sino ideológico”[44]. En la actualidad el movimiento feminista se encuentra en la vanguardia de las luchas de las y los oprimidos y, en Chile, ha jugado un rol fundamental en el rumbo de la revuelta. Nos parece fundamental centrar la mirada en las enseñanzas feministas y, en este caso, su significativo aporte en el combate de las palabras.

 

En el último artículo publicado por Bensaïd antes de morir, Potencias del comunismo, encontramos una preocupación especial por la recuperación del repertorio lingüístico histórico de la revolución. Nos dirá que las palabras han quedado gravemente heridas con el derrotero del pasado, sin embargo, “hay algunas que vale la pena reparar y poner de nuevo en movimiento” [45]. Creemos que una de ella es la categoría de “revuelta” en función de designar el momento histórico abierto el 18-O octubre, por su fisionomía disruptiva y carga histórica, pero sobre todo su potencialidad revolucionaria de desencadenar un proceso de ruptura radical con la vieja sociedad.  

 

No nos debería extrañar que los dominantes impusieran su vocablo, el problema es su reproducción que no discierne fronteras entre izquierdas y derechas. De los apurados libros publicados a la fecha la mayoría tributan en la categoría de “estallido social”. Además, sus autores no se reconocen en un “campo intelectual” –que a decir de Bourdieu: es aquel “campo magnético” donde los agentes se apoyan y oponen ideas[46]– anclado en territorio propio. El nicho posmoderno y su intelectualidad de mayor resonancia pública está más interesados en dialogar con el campo del poder y aparecer en los medios de comunicación hegemónicos que, construir un campo intelectual autónomo donde se dinamicen las ideas de ruptura en el seno de las izquierdas transformadoras. Estos “nuevos filósofos”, diría Razmig Keucheyan cartografiando los nuevos pensamientos críticos, “son productos mediáticos”[47]. Esto, tiene serias consecuencias en el lenguaje, el cual termina arrodillándose al diccionario dominante.   

 

Una revolución es pensable, retomando e invirtiendo la idea de Félix Valdés esbozada más arriba, cuando los dominados son capaces de romper con la epistemología de los dominantes, es decir, “ningún discurso puede plantear una crítica a una cultura dominante mientras sus parámetros sean los mismo que los de esa cultura”[48]. Imaginar horizontes con palabras prestadas e intelectuales sometidos a las leyes del espectáculo, es seguir a la sombra del eclipse de la razón estratégica y, peor aún, termina siendo funcional a las estrategias de la dominación. 

 

VI.          Imaginación anticapitalista y afinidades electivas 

 

“¡Qué diferente habría sido la situación si el ‘socialismo utópico’ no hubiera sido destruido por el ‘socialismo científico’ de Marx!”.

Ernesto Sábato, Antes del Fin.

 

“Yo no voy a cambiar por el marxismo que me rechazó tantas veces,
no necesito cambiarsoy más subversivo que usted”.

Pedro Lemebel, “Manifiesto”.

 

El 2018 corrían dos siglos desde del natalicio de Marx y, en Chile, la que parecía ser la gran actividad de reflexión en su nombre dejaba una amarga postal gráfica de asientos vacíos. Si bien este seminario era abiertamente un acontecimiento académico (con todas sus certificaciones y cobros respectivos a expositores y oyentes), entre pasillos las y los partícipes disparaban múltiples dardos contra la organización, las que podemos encuadrar en una crítica al abordaje academicista de Marx y sus “ismos”. Con esto volvemos a la carencia de un campo intelectual autónomo –“ocupar un territorio suyo” en la idea thompsoniana– para pensar la transformación radical de la sociedad y, en su consecuencia, al sometimiento de Marx y su disputada herencia a un campo académico que se rige por las leyes de la indexación y el reconocimiento universitario; el problema de esta representación es que ha sido funcional a un Marx académicamente correcto que atenta contra un Marx político, estratégico y subversivo.  

 

En alguna medida Marx replegó a la academia para poder sobrevivir a los años más oscuros del tiempo vacío y homogéneo, sin embargo, sus usos terminaron potenciando la crisis teórica del marxismo que, ante todo, por justicia histórica debemos decir que es principalmente una crisis desencadenada por el fracaso de la ortodoxia marxista del siglo XX (un marxismo cientificista, positivista, dogmático, autoritario, lineal, etcétera); a quien Ernst Bloch llamó las “corrientes frías del marxismo”. En sus antípodas, Bloch reconoce la existencia de las “corrientes cálidas”[49], donde podemos situar a Benjamin, pasando por Gramsci hasta llegar a Bensaïd. 

 

Mientras los intelectuales del capitalismo y conversos del socialismo decretaban la defunción de Marx luego de clausurarse “el corto siglo XX”, algunos activos del anticapitalismo apostaban por su regreso que, a decir de Bensaïd, “no por la piedad de un eterno retorno a los textos fundadores, sino como un desvío necesario hacia nuestro presente, a través de caminos agrestes, en los que podríamos cruzarnos con compañeros ignorados, descubrir escondidas afinidades electivas y desconcertantes atracciones astrales”[50]. Esta propuesta bensaïdiana de un cálido marxismo dialógico con los marxistas olvidados, purgados de los manuales oficiales del comunismo, viene a enriquecer el retorno de la razón estratégica, para así, traer a Marx “al ‘juego’ de las interpretaciones que, descubriendo pistas ignoradas o descartadas, dan vida a las ideas”[51] ¡Un marxismo vivo!

 

En esa misma dirección Löwy, otro intelectual de la “corriente cálida” del marxismo, declara que “la herencia marxiana debe ser completada por las contribuciones de los marxistas del siglo XX” y, tal vuelta de Marx dirá, “solo puede ser útil a condición que uno se libere de la ilusión de encontrar en él la respuesta a todos nuestros problemas –o, peor aún, la creencia que no hay nada para cuestionar o criticar en el corpus complejo y a veces contradictorio de sus escritos”. En Bensaïd y Löwy hay una apuesta por un Marx abierto al servicio del retorno de la razón estratégica, el cual se recrea al calor del ejercicio dialógico de una nueva imaginación socialista y anticapitalista. 

 

Löwy va textualmente más allá en el rodaje de la imaginación socialista y anticapitalista al preguntarse cómo corregir las limitaciones e insuficiencias del pensamiento de Marx y de los marxistas, se responde: “por medio de un comportamiento abierto, una disposición a aprender y a enriquecerse con las críticas y aportes provenientes de otros sectores” ¿Cuáles otros sectores? 1° los aprendizajes de los viejos y nuevos movimientos sociales; 2° visitar las otras corrientes socialistas y emancipadoras (incluso las que Marx refutó); y, 3° el enriquecimiento por medio del pensamiento no marxista (Max Weber, Sigmund Freud, Hannah Arendt, etcétera).[52] Pues así, un marxismo herético se fortalece y encuentra nuevos caminos para pensar las revueltas y sus bifurcaciones.  

 

Ahora, ¿cómo darle operatividad a la imaginación anticapitalista en función de un comportamiento abierto? Luego de cargarla y enriquecerla de sus diferentes acepciones históricas (alquimia, literatura y sociología), Löwy hizo suya la categoría de afinidad electiva para instrumentalizarla en la apertura del marxismo, definiéndola como “un tipo muy particular de relación dialéctica que se establece entre dos configuraciones sociales o culturales, que no es reducible a la determinación causal directa o a la influencia en sentido tradicional”[53]. De esta forma, en sus obras relampaguea un Marx en diálogo con otras constelaciones de pensamiento, como por ejemplo con Max Weber[54], el romanticismo[55], el cristianismo[56], el movimiento libertario[57], la ecología política[58], que han dado impulso o fortalecido reflexiones en torno a un “marxismo weberiano”, “anticapitalismo romántico”, “teología de la liberación”, “marxismo libertario”, “ecosocialismo”, entre otras. 

 

Las afinidades electivas de Löwy como ejercicio dialéctico parten y terminan en Marx, es decir, nutren su marxismo trenzado que viene a subsanar las limitantes del marxismo. También, interpretando sus palabras podemos deducir que hay afinidades más estratégicas para el periodo que otras: 

 

“Pienso que la principal insuficiencia de la tradición marxista –aun si se encuentran algunos elementos importantes sobre esta temática en la obra de Marx y Engels– es la cuestión ecológica. Una reflexión marxista en el siglo XXI tiene que darle una importancia central a la amenaza que representa, para la humanidad, el proceso de destrucción capitalista acelerada del medioambiente y de los equilibrios ecológicos”.[59]

 

Así la apuesta ecosocialista hoy constituye una necesidad de subsistencia, sobre todo, pensando en la actual crisis pandémica que atraviesa el mundo y, donde el capitalismo, sigue profundizando su rol depredador sobre la tierra y sus habitantes. 

 

A 50 años del triunfo de Salvador Allende y la Unidad Popular, nuestra imaginación anticapitalista a través de la idea de afinidad electiva nos ha servido para articular en clave histórica dos fuentes supuestamente contrapuestas del marxismo latinoamericano: allendismo y guevarismo como expresiones del reformismo y la revolución. Pensar las afinidades de un allendismo-guevarista en tiempos de revuelta es armarse y servirse de lo más fructífero de la tradición rupturista del Cono Sur.   

 

VII.       Pensar la crisis 

 

“Revolución es sentido del momento histórico, es cambiar todo lo que debe ser cambiado”.

Fidel Castro, 2000.

 

Para que no quedara duda de la importancia en su trayectoria político intelectual, “Pensar la crisis”[60], se llama uno de los 23 capítulos de las memorias de Bensaïd.  Tempranamente, su tesis de maestría la dedicó a este tema bajo la supervisión de Henri Lefebvre y cuyo título denominó “El concepto de crisis revolucionaria en Lenin”[61]; y, donde una de las cuestiones centrales que interpreta de la noción de crisis en el jefe bolchevique es la doble dimensión de ruptura y continuidad, que en palabras del mismo Lenin “es un periodo de lucha entre el capitalismo agonizante y el comunismo naciente; o en otras palabras: entre el capitalismo vencido, pero no aniquilado, y el comunismo ya nacido, pero muy débil aún”[62].

 

No deja de ser sorprendente la similitud de esta cita de Lenin con la frase más manoseada de las izquierdas y ciencias sociales (y redes sociales), la del marxista de Cerdeña y teórico por excelencia del momento de crisis: “la crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo no muere y lo nuevo no puede nacer: en ese interregno se verifican los fenómenos morboso más variados”[63]; sin embargo, Bensaïd aclara esta falsa disyuntiva en su Elogio de la política profana declarando que una de las principales fuentes de la teoría de la hegemonía gramsciana son los postulados de Lenin[64]. Para él su lectura de Grasmci se traduce en clave leninista y, por ello, desde las coordenadas del pensamiento estratégico revolucionario. 

 

Lejos de los (malos) usos de Gramsci que proclamara el argentino Portantiero[65] y más alejado aún de los muy malos usos de los conversos chilenos como ejercicio anacrónico en los años de la transición[66], Bensaïd piensa la crisis en la búsqueda del momento propicio para su bifurcación, es decir, su salida desde una perspectiva revolucionaria donde: “Lo nuevo no sale de los viejo por germinación, por filiación legitima, por engendramiento continuo, sino por transgresión de los que existe, por supresión del orden establecido, por abolición de las normas y las reglas”[67]. Löwy en un reciente texto le reconocerá a Bensaïd haber introducido en el léxico marxista la noción de bifurcación y con ello lo que se podría denominar un marxismo de la bifurcación[68].   

 

Al situarnos en el actual proceso por una nueva constitución en Chile, hay que tener claro la problemática que acarrea el “engendramiento continuo”, pues está comprobado en la historia que para que se expresen las reales aspiraciones constituyentes de las y los subalternos el mecanismo debe ser el originario, barriendo así con cualquier ilusión rastrera del derecho derivado.

 

Como podríamos llenar páginas con la transición chilena pactada, volvemos a la noche del 15 de noviembre del 2019 donde se pactó –con el aval de un sector de las izquierdas– a espaldas de la irrupción del pueblo el Acuerdo por la Paz Social y Nueva Constitución. Esta filiación legítima se asimila al consenso entre un viejo padre y su joven hijo a la hora de regular una espuria herencia. Esto no lo recalcamos meramente por enrostrar que sus padres literalmente son avecindados en las filas del problema (militantes de la otrora Concertación), sino por lo perjudicial que es reproducir la política con las mismas leyes de la propiedad privada. Se justifican en la historia nos juzgará si estuvimos a la altura, pero de frentón no los absolverá, ya que lo menos que han hecho es articular los aprendizajes de las experiencias históricas análogas y contemplar el horizonte transformador. Se han rendido a la coyuntura amorfa de la transacción, sin mayor perspectiva estratégica. Negándose al antagonismo: la política de aquella jornada se ejerció como mero arte del simple cálculo de la gestión, sin pasado y futuro.  

 

Nuestra propuesta es pensar la crisis como un “oxímoron dialéctico”[69], superando la noción de “estallido social”, articulando acontecimiento y proceso, que en nuestra apuesta es comprenderla desde el pensamiento estratégico como una revuelta de carácter permanente, convierte la política en conjugación analítica y operacional de tiempo y espacio. Se conjuga en una misma decisión la irrupción y su prolongación, toma de posición y su expansión; sin perder de vista la salida de la crisis, es decir, siempre en la búsqueda del momento propicio para la bifurcación. Esta idea, es propensa a su vez para la elaboración de una hipótesis estratégica contemporánea de “mixtura de guerra de posición y movimiento”[70] al estilo gramsciano. 

 

La apuesta de los dominantes es girar la crisis y volver a la dirección del tiempo homogéneo y vacío, que con carencia de originalidad y abundancia de prepotencia le han llamado nueva normalidad. Nuestra apuesta, la de las y los subalternos, debería extender el tiempo estratégico y retornar a la razón estratégica para pensar con imaginación anticapitalista una salida a la crisis de ruptura radical con el neoliberalismo. Esta imaginación anticapitalista, si emula la imaginación sociológica del marxista norteamericano C. Wright Mills, requerirá como el oficio de la artesanía de toda la experiencia acumulada[71].

 

 

VIII.     La revuelta a contrapelo 

 

“¡Adelante con todas las fuerzas de la historia!”

Miguel Enríquez, 1973.

 

¿Por qué estudiar una revuelta? Desde la epistemología de los dominantes parece ante todo una interrogante académica en la justificación de la relevancia científica de un acontecimiento, sin embargo, para los ojos de las y los subalternos es la oportunidad de  “pasarle a la historia el cepillo a contrapelo”[72]; esta sentencia de Benjamin en su séptima Tesis tiene para Löwy una doble significación a contracorriente: una histórica, que es invertir el cortejo oficial de la historia de los vencedores y, una política, que es luchar para romper con el curso del progreso[73].

 

Siguiendo la idea benjaminiana de Löwy podemos decir que la historia de las y los vencidos es una fuente inagotable de subversión contra la normalidad que, al poner la mirada crítica en el derrotero de las revueltas del pasado, se recrea el latir del tiempo estratégico[74]. Ya lo decía Gramsci: “existen en la historia derrotas que más tarde aparecen como luminosas victorias, presuntos muertos que han hecho hablar de ellos ruidosamente, cadáveres de cuyas cenizas la vida ha resurgido más intensa y productora de valores[75]. Esto no es nostalgia, diría Enzo Traverso, sino melancolía de izquierda en la búsqueda de las potencialidades del pasado[76].  

 

La primera gran derrota para el marxismo fue la revolución de 1848, de la cual Marx reconocerá el primer enfrentamiento de clases de la edad moderna en su libro La lucha de clases en Francia 1848 a 1850[77] y, con ello, se publicó el texto fundante de la concepción materialista de la historia a palabras de Engels[78]. “Es obra de un tipo nuevo de narrador cuyo relato inventa o fabrica la política”, explicará Bensaïd, “relato que nos cuenta un cuarto de siglo de luchas, complica la intriga, quiebra el desarrollo del tiempo”[79]. En las últimas palabras de su primer capítulo Marx exclamó “¡La revolución ha muerto! ¡Viva la revolución!”[80]; inaugurando así la historia de las y los vencidos como fuente de inspiración de las revueltas futuras. 

 

Marx en La lucha de clases en Francia 1848 a 1850 dará cuenta de la lucha frontal contra el orden establecido, la ruptura con la normalidad, las correlaciones de fuerzas y las siempre presentes traiciones de todo movimiento. “Es sabido que los obreros, con una valentía y genialidad sin ejemplo, sin jefes, sin un plan común, sin medios, carentes de armas en su mayor parte, tuvieron en jaque durante cinco días al ejército”, escribió Marx, agregando que “es sabido que la burguesía [también] se vengó con una brutalidad inaudita”[81]. Tan lejos está este evento y tan cerca se representa en la propia revuelta chilena, en otras revueltas y posiblemente en las que vendrán. Como no pensar que las revueltas tienen sus propias leyes que deben ser estudiadas; sin embargo, no olvidar que como acontecimientos fundantes cada una de ellas al “fabricar la política” –pensando en esta idea bensaïdiana– en su desarrollo abren caminos inéditos y aprendizajes inconmensurables. 

 

Otro aprendizaje del cual Marx se inspiró respecto de los acontecimientos revolucionarios de Europa de mediados del siglo XIX –por continuar con el mismo ejemplo histórico pero estampado en el texto Circular del Comité Central a la Liga Comunista– fue que el grito de guerra del proletariado debe ser la “revolución permanente”, es decir, mantener la marcha de la revolución en el tiempo y espacio hasta que las clases dominantes sean desprovistas de su poder[82]. Como vemos la concepción de articular “tiempo y espacio” en perspectiva estratégica no es una idea nueva en las coordenadas del marxismo, a contrario sensu, es tan antigua como vigente. 

 

La idea de la revolución permanente, no obstante, fue profundizada gracias al estudio de otra derrota del movimiento obrero, el ruso de 1905, que a través de la pluma de Trotsky reimpulsó esta teoría en el libro Resultados y perspectivas[83] que, a palabras de Perry Anderson, constituye el “primer análisis político estratégico de tipo científico en la historia del marxismo”[84]; según Deutscher, por la prisión política de su autor muy pocos militantes tuvieron acceso al texto –nuevamente el destiempo de la política– pues “apareció demasiado temprano o demasiado tarde para que pudiera causar una impresión más fuerte de la que causó”[85]. Un cuarto de siglo más tarde Trotsky en polémica con Karl Radek[86] y en reacción al programa de la Internacional Comunista publicó un texto dedicado y conocido como La revolución permanente[87].

 

Bensaïd y Löwy harán concordar en América Latina los postulados de la revolución permanente con la praxis de los fundadores del marxismo de este lado del charco y, particularmente, con las reflexiones del peruano José Carlos Mariátegui. Asimismo, establecerán profundas afinidades entre esta teoría y el pensamiento del Che Guevara y la revolución cubana[88]. Un libro aparte se requeriría solo para esbozar las revueltas –y sus potencialidades melancólicas a decir de Traverso– latinoamericanas del último cuarto de siglo (desde la insurrección zapatista), las que nos proporcionaría inagotables enseñanzas y aprendizajes para recargar el retorno de la razón estratégica. Una valoración crítica de ellas nos llevará, por ejemplo, a pensar la relación entre la ofensiva social y popular desde abajo y el momento de gobernanza institucional (“revoluciones pasivas” diría Gramsci); la que ha dejado en la mayoría de los casos resultados amargos de digerir. 

 

Volcándonos en un Chile de más largo aliento, podríamos resaltar y revisitar a contrapelo tres irrupciones con carácter permanente para dialogar con la actual revuelta chilena: 1) las movilizaciones del 2 y 3 de abril de 1957, que como lo hemos dicho en otro texto fue un punto de inflexión para el despertar de una nueva generación de militantes revolucionarios a través de un proceso de radicalización política[89]; 2) la movilización, radicalidad y protagonismo de los pobres del campo y la ciudad previo y durante el gobierno de Salvador Allende; y 3) las protestas populares de los años 80, que articularon demandas contra las políticas de hambre y la caída de la dictadura militar de Pinochet. Estas y otras más, son atingentes para pensar cuestiones de corte estratégico más que por sus semejanzas con la actualidad (que las tienen), es buscar los puntos ciegos donde se podría haber bifurcado. Por dar un ejemplo, Bensaïd expresará en varios escritos que el breve momento propicio para la bifurcación en los mil días de la Unidad Popular fue la coyuntura del Tanquetazo, cuestión que Miguel Enríquez pudo ver, pero Allende habría tomado una actitud desmovilizadora[90]. La literatura cuenta que nunca se habría visto tan enojado en su vida al líder del MIR por la impotencia de no haber podido incidir militarmente en aquella coyuntura, como si hubiese sabido, que ese día se jugaba el futuro del proceso.     

 

Hoy se debaten cuáles fueron los momentos propicios de la revuelta y, a todas luces, las valoraciones se inclinan por la efectiva huelga general del 12 de noviembre de 2019; jornada, que terminó por aterrar a la elite y el gobierno, quienes para descomprimir la movilización social y popular se vieron obligados a pactar tres días después elAcuerdo por la Paz Social y Nueva Constitución.   

 

El estudio de las revueltas y sus potencialidades, es reanimar y reinventar el pulso de la lucha de clases en base a sus condiciones concretas, sin perder al decir de Lenin “el análisis concreto de una situación concreta”. Por ello, es una obligación de las y los subalternos encontrar claves que permitan reinsertarse en la coyuntura y, de esta forma, ajustar el tiempo de la irrupción. Memoria y revuelta se vuelven indisoluble, pero no entorno a la repetición, sino a la actualización. Volvemos a la idea de Benjamin de un marxismo de la actualización.

 

IX.          Hipótesis estratégica: una revuelta permanente 

 

“Soy libre de llevar las armas que a mí me plazca para hacer la revolución y libre a mi vez de deshacerme de las que vaya estimando inútiles o gastadas, o ineficaces, o inofensivas, a mi debido tiempo”.

Luis Emilio Recabarren, Carta de 1914

 

En sus escritos tempranos Marx rompe con el mito de aquel “salvador supremo” ajeno a la clase obrera, para consagrar el corazón de la teoría marxista: “la autoemancipación del proletariado”[91]. Luis Emilio Recabarren, sembrador del socialismo chileno, al igual que lo mejor del marxismo crítico le dio continuidad a la premisa revolucionaria de que la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los mismos obreros. Si creemos en este principio autoemancipador, se cuestionaba Bensaïd, como podemos “pretender tener en nuestro equipaje los planes con las dimensiones de la ciudad futura”[92]

 

“La ciudad futura”, imagen proyectual gramsciana, se construye al pulso de las y los que luchan nos dirá Gramsci[93]; por consiguiente, la sociedad nueva no puede preconfigurarse como las leyes de la alfarería que replica sus moldes. “El marxismo es una concepción revolucionaria del mundo”, aportará Luxemburgo, “que nada aborrece tanto como las formulas fijas y definitivas”[94]. En esa misma dirección, pero desde el Cono Sur, José Carlos Mariátegui convocaba a las nuevas generaciones a una misión digna, la de recrear el socialismo desde nuestra propia realidad, quedando inmortalizada para la tradición crítica su premisa de “ni calco ni copia, sino creación heroica”.

 

Todo lo contrario, a un modelo es una hipótesis, que según Bensaïd “es una guía para la acción, enriquecida por las experiencias pasadas, pero abierta y modificable a la luz de las experiencias nuevas y de circunstancias inéditas”[95]. Esta definición de hipótesis revolucionaria permite dinamizar el tiempo estratégico, que, al servirse del repertorio acumulado de las grandes luchas del siglo pasado, retoma el impulso del pensamiento estratégico y, de esta forma, termina reconstruyéndose desde el vivo presente la dialéctica de la temporalidad histórica.  

 

En base a las experiencias acumuladas, existen dos grandes hipótesis al decir de Bensaïd: la de guerra popular prolongada y la huelga insurreccional; aunque el autor tributó en su trayectoria política de esta última, reconoce que en entre ellas existe una “gama de variantes y combinaciones intermedias”[96]. Precisar la estrategia hipotética a seguir, no solo supera con creces las pretensiones de este escrito, sino que allí yace la debilidad de fondo de los proyectos de izquierda con vocación transformadora (que con premura deben apuntarlo en la agenda de la inteligencia colectiva). Sin embargo, nos parece que partir con una mirada ecléctica, superadora del sectarismo dogmático de las alternativas del siglo pasado, actualizar por el medio, es un buen inicio para el retorno del gran debate estratégico. 

 

Independiente de la formula a elegir o sus posibles combinaciones –para seguir avanzando– es medular establecer el tipo de estrategia, vale decir, si esta tiene un carácter de limitada o extendida. La estrategia limitada se reduce a la conquista del poder político a escala nacional, mientras, que la estrategia extendida apuesta por la articulación de tiempos y espacios. Es en esta última en la que Bensaïd se posiciona, inspirándose en la teoría de la revolución permanente, la que tiene sus orígenes en el propio Marx y que Trotsky profundizó gracias a la riquísima experiencia de la revolución bolchevique. La permanencia de la revolución, en definitiva, es la que carga de subversión su idea de tiempo estratégico al dinamizar la ruptura y continuidad; que, a su vez a nosotros nos hace pensar-apostar por una revuelta permanente respecto del proceso de irrupción subalterna iniciado el 18-O en Chile. 

 

Pensar la revuelta chilena como revuelta permanente es una apuesta política, y desde el mismo 18-O –desde la espontaneidad luxemburguista– vivimos un acontecimiento inédito de ruptura con la normalidad neoliberal, el cual tuvo una continuidad sostenida por la movilización social y popular que, incluso, en la actualidad se ha rebelado contra la peor pandemia mundial de los últimos cien años. Sin embargo, cuando hablamos de permanencia de la revuelta, lejos estamos de referirnos a la reproductibilidad –como si la lucha fuera una ciencia exacta– de la intensidad característica de los primeros meses desde el 18-O. Más bien, tomando en consideración los ritmos de la movilización, flujos y reflujos, ponemos a la revuelta y sus potencialidades en el centro de nuevas coyunturas y momentos propicios. 

 

Para graficar lo anterior, con el objeto de inhibir la potencia de la revuelta en cuanto a momento destituyente, posiblemente en el abierto proceso constituyente los partidos del orden pretenderán disociar revuelta y nueva constitución, como si esta última fuera una gesta de la misma clase política. Su intencionalidad es generar la ilusión de contradicción entre lo social y político que, dicho de otra formas, es el corte que siempre se ha quiere instalar entre la calle y lo institucional como reflejo del pueblo y la élite. 

 

Retomando la idea de que la única certeza para las y los subalternos es luchar, nos inscribimos en este tiempo estratégico por una hipótesis estratégica extendida que articule tiempo y espacio en mixtura de movimientos y posiciones; por tanto, darle continuidad a la revuelta, síntesis viva de la construcción político-social, les permitirá a las fuerzas de ruptura una mejor maniobra en los álgidos escenario de disputa que se avecinan.     

 

X.            Hegemonía y movimientos sociales

 

Y si todos fuéramos capaces de unirnos, para que nuestros golpes fueran más sólidos y certeros.

¡Qué grande sería el futuro, y qué cercano!”.

Ernesto Che Guevara, Crear dos, tres… muchos Vietnam.

 

A los Cuadernos de la Cárcel[97] de Gramsci le adeudamos la superación y extensión del tiempo estratégico como mero momento de la bifurcación y su posterior desenlace. En la proposición de transformar radicalmente el poder y la propiedad –que como lo hemos dicho es lo que caracteriza el horizonte de las y los revolucionarios– es fundamental la conquista previa de la hegemonía, es decir, la construcción de un bloque histórico en torno a una clase dirigente capaz de articular los intereses subalternos que lleve a cabo una reforma intelectual y moral forjadora de una nueva voluntad colectiva. Es como si la hegemonía se escribiera como un prólogo ciego para bifurcar, pues es una apuesta incierta que se articula al fragor de las más variadas reivindicaciones organizadas del pueblo. 

 

En sus reflexiones sobre la hegemonía, Bensaïd tuvo una especial preocupación por combatir la lectura de Laclau y Mouffe que vuelve soluble esta categoría en una cadena de equivalencias sin eslabones principales y con pretensiones de una mera expansión democrática. Lo interesante de esta crítica es que no viene desde la ortodoxia obrerista, todo lo contrario, ya que retoma a Gramsci desde la riqueza de la hegemonía como bases de una práctica política democrática compatible con una pluralidad de sujetos históricos. Para él esta noción gramsciana impone renunciar al mito de un gran sujeto épico de la emancipación, agregando que, “modifica también la concepción de los movimientos sociales, que ya no son movimientos ‘periféricos’ subordinados a la ‘centralidad obrera’, sino actores de pleno derecho, cuyo rol específico depende estrictamente de su lugar en una combinación (o articulación hegemónica) de fuerzas”[98]

 

Interrogantes atingentes para nosotros serían: ¿qué lugar han tenido en la antesala y desarrollo de la revuelta chilena los movimientos sociales y políticos respecto de una articulación hegemónica? No podemos dar cuenta de todos los actores sociales y populares, pero, someramente podemos esbozar algunas reflexiones en una dirección contrahegemónica.  

 

El proletariado como sujeto por excelencia de la emancipación sigue en crisis y, en los últimos años y décadas en Chile, su épica de irrupción ha sido remplaza por una estática dinámica de burocratización sindical. Las grandes plataformas sindicales oficiales y disidentes han jugado un rol secundario en la movilización social, sin embargo, han existido destellos de un nuevo sindicalismo que recoge lo mejor de las viejas tradiciones del movimiento obrero. Un ejemplo reciente fue el accionar de los trabajadores eventuales del puerto de Valparaíso, quienes pusieron en jaque la normalidad porteña y su emblemática fiesta de año nuevo; el método de la acción directa evidenció a nivel nacional la precariedad laboral de este sector productivo y, a su vez, concitó una amplia solidaridad de otros movimientos en lucha. Es justo e importante destacar que un sector de la izquierda chilena viene hace un buen tiempo discutiendo respecto de la potencialidad estratégica de la movilización portuaria.     

 

Cuando uno analiza los orígenes de la coordinadora No+AFP: nos remitimos a un puñado de sindicalistas que desde hace una década protestaban con sus banderas en el centro de Santiago por la abolición del sistema de pensiones de miseria que se instaló en Chile en la dictadura militar. Si bien es un movimiento de nuevo tipo, reconocemos en su emergencia el sentir de las y los trabajadores, por tanto, debe situarse también como una nueva forma de organización del mundo laboral. Su irrupción pública y contrahegemónica se dio a mediados del año 2016, donde millones de chilenos se plegaron a las movilizaciones callejeras por fin del sistema de pensiones, volviéndose un espacio movilizador, amplio y dinámico, que logró articular a una multiplicidad de sectores en luchas y poner en el centro del debate nacional la injusticia operativa del modelo neoliberal.  

 

En el siglo pasado el movimiento ambientalista ni siquiera era periférico frente a la centralidad del movimiento obrero, pues, la ideología del progreso bregaba el proyecto político de todas las izquierdas. Con el nuevo siglo los movimientos socioambientales se han propagado con intensidad en el mundo y, en Chile, luchas emblemáticas como Patagonia sin represas, Pascua Lama, Hidroaysen, Freirina, etcétera, han estado en el centro del antagonismo social.  En la actualidad el movimiento por el agua, que tiene a comunidades completas sin acceso a este recurso, se encuentra en permanente movilización contra lo que declaran que “no es sequía sino saqueo” del gran empresariado y las grandes mineras. En plena revuelta, por ejemplo, la comunidad del pueblo El Melón realizó acciones directas de recuperación de los pozos que han sido usurpados. La gran pregunta es cuándo este amplio campo reivindicativo se vuelca en una apuesta de carácter ecosocialista.

 

La irrupción del movimiento feminista y/o feminismo en los últimos años ha revitalizado las luchas de las y los oprimidos. Asimismo, ha jugado un rol un rol fundamental en el rumbo de la revuelta; es más, nos atreveríamos a decir que la movilización del 8 de marzo de 2019 por sus características fue el verdadero prólogo de la revuelta chilena. Posiblemente en material de reforma moral e intelectual este sector es el que más ha contribuido a forjar una nueva hegemonía.    

 

Si seguimos el pulso de la radicalización política la juventud ha sido probablemente el sector de mayor dinamismo y, las y los estudiantes secundarios –considerados históricamente la última fuerza auxiliar de la revolución–, han tenido un rol destacado en el despertar reivindicativo del nuevo siglo: 2001, el Mochilazo; 2006, Revolución Pingüina”; 2011, Primavera Estudiantil; etcétera. Un sector importante de las izquierdas ha focalizado sus esfuerzos organizativos estudiantiles en el campo universitario en desmedro del quehacer político en el mundo liceano, cuestión que debe revisada con premura, pues las y los secundarios (sin una estructura articuladora) fueron los que a través de la acciones directas de “evadir, no pagar, otra forma de luchar” dieron el vamos a la revuelta chilena.       

 

De frentón declaramos que no tenemos respuesta entorno a la preponderancia de un movimiento sobre otro y, con ello, no nos subyugamos a las tesis de mera sumatoria de antagonismos sociales; será la noción de hegemonía la que nos permite pensar y tejer la articulación de una multiplicidad de sujetos en lucha y, quien se nos presenta como el “gran sujeto unificador” no será otro que el mismo capital y sus múltiples contradicciones y atentados contra la humanidad[99]. Aunque a muchos no les gustan las palabras en negativo, el “anticapitalismo” unifica y su auto reivindicación es un paso esencial para seguir pensando y construyendo en conjunto la ciudad futura.   

 

La articulación hegemónica entre el movimiento obrero que con todas sus crisis no deja nunca de reinventarse, la audacia de la juventud, el sello revolucionario del feminismo, la conciencia por la salvación de la tierra y un sinnúmero de luchas y sujetos que han irrumpido en el Chile actual –que por lo sucinto de este ensayo quedamos en deuda con ellos– han sido los protagonistas del surgir de la revuelta y apostamos también que protagonicen el epílogo de la muerte del neoliberalismo en Chile. 

 

En plena revuelta, vimos con esperanza el auge y con desolación el declive del espacio llamado Unidad Social que articulaba a todos estos sectores movilizados; sin embargo, el siempre “pero” de las izquierdas y sus sectarismos y malas prácticas por delante lo hicieron estallar. Más que un reproche, que la historia se ponga al servicio de la política, es decir, que esta nueva experiencia fallida sea analizada con la voluntad de volver a empezar.  

 

XI.          Izquierdas y partidos     

“El individuo tiene dos ojos
El partido tiene mil ojos.
El partido ve siete estados
el individuo ve una ciudad.
El individuo tiene su hora,
pero el partido tiene muchas horas”.

Bertolt Brecht, Elogio al partido.

 

Las izquierdas deben hacerse cargo de un viejo grito de inspiración ácrata que ha vuelto a florecer con fuerza en las filas de la revuelta: “El pueblo unido avanza sin partido”; aparejado, de un acuerdo tácito por prohibir las banderas partidistas a riesgo de ser estas purgadas por el descontento popular. Calle y pueblo, terreno natural de los partidos de izquierdas, se han vuelto beligerantes contra ellos. Es cierto que la crisis de legitimidad de la política chorrea sin discernir, sin embargo, apuntar esta como respuesta a la crisis de las izquierdas es una tesis acomodaticia que no dejar ver la magnitud del problema. Entonces, el contexto político y social nos propone ¿abandonar la construcción partidaria y disolverse en la digna masa movilizadora?

 

Marx en la última página de su ofensiva contra Proudhon dirá que “No digáis que el movimiento social excluye el movimiento político. No hay jamás movimiento político que, al mismo tiempo, no sea social”[100]. Bajo el sálvese quien pueda, paradójicamente, en algunos sectores de las izquierdas chilenas intentan camuflarse en los márgenes de lo social sin reivindicar la construcción partidaria. Aunque eso dura muchas veces solo hasta el tiempo electoral. Existe un gran desafío en los espacios de ruptura de como distanciarse de la noción putrefacta de los partidos de los treinta años, sin abandonar el derecho a la construcción orgánica. Ya no basta con invocar una vez más ese viejo recurso histórico de autodenominarse como “nueva izquierda”. 

 

“Una política sin partidos”, será tajante Bensaïd, “conduce así a una política sin política: tanto a un seguidismo sin proyecto hacia la espontaneidad de los movimientos sociales como a la peor forma de vanguardismo individualista y elitista o, finalmente, a una renuncia política en beneficio de una postura estética o ética”[101]. Para las y los anticapitalistas esto no quiere decir que haya que replicar los formatos organizativos de antaño (¡Marx nos libre de ello!). Un nuevo contexto requiere un nuevo arquetipo de partido, pero, sobre todo, “la estrategia revolucionaria es la condición de eficacia de la organización, pero la organización es la condición de existencia de la estrategia”[102]. Partido y estrategia “se condicionan recíprocamente”, por tanto, un partido anticapitalista debe ser un “partido estratega”[103] que ajuste el tiempo en el momento propicio para su bifurcación. Posiblemente, deberíamos haber iniciado este ensayo con esta premisa de preponderancia del “príncipe moderno” de las y los subalternos y su responsabilidad en el retorno de la razón estratégica.  

 

Múltiples son las problemáticas que acaecen en las construcciones partidarias y que tienen directa repercusión en la crisis de organicidad de las izquierdas. Hasta el momento hemos identificado al interior de estas al electoralismo con las vertientes posmodernas y al sectarismo con la corriente autopoiética; simplificación grosera, pues su combinación irriga todos los causes de las alternativas orgánicas antineoliberales y anticapitalistas. 

 

Una larga tradición electoralista pesa en Chile. Descartando a la izquierda autopoiética que por simple dogma en materia electoral se anula y no sabe diferenciar la táctica de la estrategia, las izquierdas en general pecan de un electoralismo estéril que, dicho de otra manera, sucumben al ejercicio de conquista de posiciones institucionales y, al lograr un limitado éxito posicional, se sumergen aún más en el pantano de la política como gestión. El problema no es el concurso de escaños de cualquier tipo, sino que esta lucha se inscriba en los bordes de la política como arte estratégico. Una hipótesis estratégica que contemple en su haber toma de posiciones requiere de la disputa del campo político formal. Si dijimos que la calle y el pueblo ha sido el espacio natural de las izquierdas, históricamente la arena política electoral –saturado de clientelismo– es el lugar más áspero para las ideas de una apuesta por la bifurcación. No por ello las ideas anticapitalistas se deben ocultar y/o maquillar bajo las leyes del marketing; al ganar o avanzar con vestiduras ajenas, siempre triunfa el ropaje y sus dueños.    

 

“La sectarización es siempre castradora por el fanatismo que la nutre”, escribió Paulo Freire hace más de medio siglo y, agregará, “la radicalización, por el contrario, es siempre creador, dada la criticidad que la alimenta”[104]. Las izquierdas son poco freirianas, pues abunda en ellas la vocación de secta, agudizándose aún más en sectores que promulgan la radicalidad política; en suma, sectarismo y anticapitalismo se nos ha presentado lamentablemente como sinónimo, dejando una estela que llega hasta lo peor de la criminalidad ¡Viva Roque Dalton! Esta “patología minoritaria”[105] se expresa de mil formas en el quehacer político, fuego cruzado, que no permite pensar en clave estratégica y es castradora a su vez de la articulación hegemónica. “La sectarización es un obstáculo para la emancipación de los hombres [y mujeres]”[106].

 

La noción de “pluralismo partidario” nos ayuda a contratacar al viejo vanguardismo y al guerrillerismo fratricida que pena tanto en el interior de las organizaciones políticas de izquierdas como en la relación con sus pares. Bensaïd fundamenta su crítica teórica del régimen de partido único –retomando a Trotsky– en la propia heterogeneidad de lo social que lleva a que la misma clase pueda impulsar diversos partidos[107]. Si bien el mar de barcazas orgánicas es producto en gran medida del sectarismo, su solución, no pasa por el malgastado discurso de “unidad” en función de una herramienta política única; esto no implica que las sensibilidades anticapitalistas dejen de apostar por la mancomunión en torno a una construcción partidaria e, incluso, por una alternativa de partidos amplios. A lo que nos referimos y queremos recalcar es que la pluralidad partidaria no solo expresa una realidad de representatividad, sino una necesidad estratégica que se debe fomentar y cuidar en clave hegemónica (no reduciéndola a la cuestión electoral). 

 

Por último, dejar esbozado que un partido pluralista es un partido democrático que, al calor de los disensos, va delineando la política de la sociedad futura, es decir, es un partido de síntesis permanente. Un partido que no se resquebraje en cada coyuntura, donde al carecer de estrategia la táctica termina siendo un principio inalienable. En el caso chileno, existe poco interés por recuperar la historia del Partido Socialista –el viejo socialismo obviamente– y, quizás allí, existan algunas hipótesis de construcción partidaria dignas de recuperar.

 

XII.       Un leninismo libertario  

 

“El compañerismo es una etapa superior de las relaciones humanas”.

Bautista van Schouwen, 1972.

 

Desconfiado de las jerarquías autoritarias Bensaïd en sus memorias declara que es portador de un “curioso leninismo libertario”[108]. Esta definición la sostiene desde una perspectiva autobiográfica crítica, es decir, de su repulsión personal a dirigir a otros en el ejecrcicio táctico orgánico; sin embargo, si esta idea de un “leninismo libertario” la leemos insertada como elemento transversal de su trayectoria teórica y militante, termina enriquecida como una afinidad electiva de lo mejor de dos tradiciones políticas totalmente divorciadas a lo largo siglo XX (es importante destacar que existieron autores fronterizos como Benjamin, Serge y otros que podemos clasificar como marxistas libertarios).  

 

Con el objetivo de “sembrar algunas semillas del marxismo libertario”[109], Lowy junto al ex candidato anticapitalista a la presidencia de Francia Olivier Besancenot escribieron un libro sobre las “afinidades revolucionarias” entre los seguidores de banderas rojas y negras, concluyendo que “pensamos que la cultura revolucionaria del porvenir, la de las luchas de emancipación del siglo XXI, será marxista y libertaria”[110]. Löwy nos contará que este texto fue recepcionado por marxistas y libertarios franceses con desconfianza, como si fuera una “operación política” destinada a someter una a la otra[111]. No sería extraño que por el solo nombre una categoría como la de leninismo libertario fuera cuestionada al interior de las izquierdas chilenas que, además de sectarias, sufren de agorafobia político-ideológica.      

  

Las últimas palabras de una entrevista que dio Benaïd el año 2006 al otro lado de la cordillera fueron “la hipótesis de un ‘leninismo libertario’ sigue siendo un desafío de nuestro tiempo”; previo a ello, estableció las tensiones inevitables que existen “entre las lógicas de poder y las exigencias de la autoemancipación, entre lo colectivo y el individuo, entre la norma mayoritaria y el derecho de las minorías, entre el socialismo por la base y un grado necesario de centralización y síntesis”[112]. Leer a Lenin más allá del sacrosanto centralismo democrático –que opera en la práctica más como centralismo burocrático– le permitió a Bensaïd seguir reflexionando en clave de construcción de partido cuestiones como la profesionalización del militante, democracia interna, relación con los movimientos sociales, etcétera. 

 

Es una moda posmoderna abandonar a Lenin, aunque son añejas algunas de las críticas que llevó incluso a Rosa Luxemburgo a acusarlo de “vigilante nocturno”[113]. No obstante, la apuesta es ir a su rencuentro bajo la dialéctica crítica de “continuidad y ruptura” en el abordaje de su teoría política del partido. Un marxismo libertario sin Lenin, nos atrevemos a decir que carece de sustrato estratégico en materia de organicidad. 

 

Un leninismo libertario, entonces, es una hipótesis estratégica de construcción orgánica, donde en el caso chileno es una apuesta por romper con las lógicas tan (auto) nocivas de las izquierdas en su conjunto. Por ejemplo, se ha distorsionado el Qué hacer de Lenin y su noción de “profesionales de la revolución”, sobre todo cuando estos llegan por la vía de la parlamentarización (allí el supuesto espíritu leninista no le molesta a nadie), es decir, cuando el parlamentario electo de un partido construye su propia estructura interna a través del poder que le otorga la administración de los recursos obtenidos. 

 

En un país como este, donde los representantes populares tienen sueldos de gerentes, el mediocre caudillismo del dinero es una práctica habitual de la clase política en general. Lamentablemente esta fórmula se ha replicado en los nuevos sectores de izquierda que se incorporaron al hemiciclo en las últimas elecciones; con esto no me refiero a lo violentamente indigno que fueron las la declaraciones de un diputado que decía que “donaba” la mitad de su remuneración y finalmente este iba a parar a un fondo partidario para volverse a elegir. Cuando postulamos que el sueldo mínimo en Chile es de miseria, considéranos igualmente inconsecuente esperar que un diputado antineoliberal reciba esta cifra y, a su vez, que ésta sea más que el triple.  

  

La parlamentarización de la política viene a debilitar la democracia interna partidaria. Un ejemplo que nos parece insólito fue el de la noche del “Acuerdo por la Paz y Nueva Constitución”, cuando un diputado firmó el pacto a nombre personal sin la autorización de su partido ¿qué implicancias partidarias tuvo esto? Que la organización que era producto de un largo proceso de confluencia en el seno de la izquierda antineoliberal terminara totalmente herida, resquebrajada, a tal nivel que la mayoría de sus militantes salieron en distintas direcciones en cosa de horas y días ¿cómo se explica que el diputado que en el congreso fundacional apoyó la lista y tesis política que salió última, no sólo no fue reprendido, sino que finalmente se quedó con el partido? 

 

Pensar en un leninismo libertario también nos lleva a pensar y replantearnos la relación entre las izquierdas y, estas, con los nuevos y viejos movimientos sociales que, como ya hemos visto, ha tenido magras consecuencias en las últimas improntas de articulación hegemónica; siempre míseros intereses caudillistas y partidistas por delante hacen explotar espacios de construcción colectiva.  

 

XIII.     Violencia subalterna 

 

“Este pueblo tiene derecho a destruirlo todo porque todo le han destruido”.

Cura Mariano Puga, 2019. 

 

Sí a la vida. Sí al amor. Sí a la generosidad. Pero el hombre es también un no. No a la indignidad del hombre. A la explotación del hombre. Al asesinato de lo que hay más humano en el hombre: la libertad”.

Frantz FanonPiel negra, máscaras blancas.

 

“Ningún tema de nuestro tiempo”, dirá Bolívar Echeverría, “resulta más incómodo de tratar que el de la violencia como instrumento de la política”[114]. Antes del 18-O en Chile, quienes osaran a debatir en el seno de las izquierdas sobre la “partera de la historia” eran acusados de anacronismo; como si Weber hubiese destripado a Marx con su idea del monopolio de la fuerza del Estado, volviéndose esta un axioma transversal para el ejercicio de la política y, en consecuencia, desechándose cualquier posibilidad de instrumentalizar la violencia al servicio de los grupos subalternos. La credencial de buena conducta otorgada por la elite para participar en política, por consiguiente, se encontrará aparejada a la condena perpetua de mantener el cauce de la normalidad capitalista. Y eso, que para las y los oprimidos la violencia siempre es legítima, dirá Žižek, aunque la decisión de utilizarla es de orden estratégico[115].

 

Pero el continuum de la historia y su normalidad ya estallaron. El ángel rebelde de la historia parece tener la clara intención de seguir violentando el soplo huracanado del progreso neoliberal; y el cortafuego vigente es consecuencia de la violencia política de las y los subalternos ¿existe alguna duda que la agenda de cambio instalada en Chile es gracias a la radicalidad política ejercida en las calles desde el 18-O? “No es la forma”, balbucean moros y cristianos en nombre de la paz social, negando una de las leyes de la emancipación, pues los acontecimientos de esta y todas las revueltas nos enseñanza que la única forma posible de liberar derechos sociales es a través de la movilización y acción directa de masas.   

 

Si bien dijimos que desechar el estallido por una revuelta es una conclusión analítica, sin embargo, trasmutar una revuelta en una revolución es una apuesta política que, necesariamente requiere el arte de la radicalidad como contra-violencia ante un sistema que perdió su elemento de legitimidad respecto al monopolio de la violencia; aunque Gramsci establecerá que la clase dominante al perder la legitimidad, el carácter dirigente, seguirá detentando el poder coercitivo[116]. Precisando, más bien se abrió una grieta antimonopólica, es decir, una valorización de la violencia contrahegemónica en este tiempo estratégico. Esta apuesta, para su viabilidad se encuentra obligada a retomar el debate estratégico de las famosas formas de lucha y poner sobre el mantel –esquivando marcos teóricos académicos y fraseología revolucionaria grupuscular– el tema de la violencia en su contradicción sistémica y transformadora.    

 

En la actualidad, la revuelta ha colocado en el centro del debate político a la tan incómoda violencia; donde los medios de comunicación mediadores de la hegemonía por excelencia, de mañana a noche han abierto sus paneles para debatir sobre este fenómeno. Hay consenso en la clase política general, de criminalizarla, separando aguas entre manifestantes y delincuentes, siendo estos últimos los responsables de la oleada de violencia que azota de punta a punta al país. Esta narrativa se quiere imponer como de lugar ¿tanto miedo le tiene a la violencia como instrumento de la política de los grupos subalternos?

 

En la otra esquina, los grupos subalternos no han encontrado aún el momento – responsabilicemos al vertiginoso ritmo de la lucha de estos últimos meses– de redefinir la relación de la violencia con la política y, menos aún, de la violencia política como instrumento de cambio. Algunos grupos autopoiéticos dirán que ellos nunca han abandonado el componente de la violencia dentro de su estrategia revolucionaria. Colocándonos serios, se sabe que sus proyectos se encuadran más bien en el fetiche histórico y en el mantenimiento de pequeños grupos-sectas; que, dicho sea de paso, su accionar esta reducido al verbalismo.  

 

Liberando a la violencia del campo de la tipificación punitiva y del culto a esta por un sector de las izquierdas, es que podemos iniciar nuestro debate con perspectiva estratégica y, así, reivindicar el legítimo derecho a pensar la violencia al servicio de la emancipación social.     

 

No es menester nuestro trazar la genealogía de la violencia sistémica en Chile, pues bastante literatura –sobre todo historiográfica– da cuenta de aquello. Tampoco es nuestro interés describir el salvajismo neoliberal, del cual a destajo se ha derramado tinta en la búsqueda del origen de la revuelta chilena; y, no tanto por ello, sino porque el pueblo chileno hoy tiene plena conciencia de la violencia en sus múltiples formas de atentado contra el buen vivir y, en su carácter terrorista, en el abuso represivo policial. Lo que si nos interesa recalcar es que la violencia subalterna es una reacción a estas dinámicas frontales y simbólicas del ejercicio de la dominación y “por ello existe una legítima violencia revolucionaria, a la que no es necesario rendir culto, porque no es lo que caracteriza para nosotros principalmente la revolución”[117].

 

La violencia como instrumento de la política tiene un origen claro en los intereses de la clase dominante que, además, se han arrogado su monopolio, tan espurio y criminal, como la que ejercen los monopolios financieros. En esta doble prepotencia es que la violencia de las y los subalternos legitima no sólo su existencia, sino su imperiosa necesidad en función de cambiar todo lo que debe ser cambiado.  He ahí donde la legitima violencia revolucionaria –lejos de todo culto ceremonial– encuentra su razón estratégica, su virtud como instrumento al servicio del arte de la política.  

     

De todas las figuras de violencia, dirá Bolívar Echeverría, la que resalta en el capitalismo moderno no es la que opera desde fuera, sino que desde dentro del individuo, es decir, “son figuras que proceden de una interiorización del amedrentamiento o la amenaza de castigo que gravita sobre toda resistencia a la subsunción capitalista”[118]. Esto se asimila a la categoría de “violencia simbólica” de Bourdieu que la define como aquella que arranca sumisiones[119]. Tanta era la confianza en la administración de la sumisión que cuando aumentaron el precio del transporte público el ministro de la cartera llamó a la ciudadanía a levantarse más temprano para aprovechar la tarifa diferida. Lo hicieron en uno de los países de mayor precarización laboral –horarios extenuantes, sueldos de miseria y donde la gente ocupa gran parte de su tiempo en el trayecto hogar/trabajo–. Dolió más que una bofetada en la cara.   

 

¿Basta que ellos ejerzan su violencia sistémica –frontal y/o simbólica– para legitimar la violencia subalterna? 

 

El miedo a ser convertido en un elemento antisistémico de la sociedad se evaporó en las jornadas de lucha de octubre, a pesar, de la brutal represión y endurecimiento de la legislación contra la movilización social y popular (¿Por qué hay un olvido de los presos de la revuelta?). Cuando el proceso de radicalidad política asumió un carácter mayoritario, se neutralizó así el principal dispositivo de violencia sistémica, que es el de subyugar el derecho a la rebelión. Por tanto, la violencia subalterna se legitimó con el proceder de las masas que se alzaron en nombre de la dignidad del pueblo, lo que le otorgó una potencialidad revolucionaria inédita. 

 

Cuidado con “romantizar” el accionar directo (con esto no me refiero a la noción gramsciana de que “todo movimiento revolucionario es romántico” o a la idea de “anticapitalismo romántico” que propuso Lukács y profundizó Löwy[120]) y convertirlo en un fetiche aparatista, es decir, sustituir el quehacer y protagonismo de las masas (auto) organizadas por pequeños grupos de choque. El ejercicio “universitario” de ir a cortar la calle a la esquina aislada de sus compañeros no sintoniza con el tiempo estratégico, pues de estrategia solo tiene la voluntad de mantener el pulso deportivo. 

 

Marx diría que “ser radical es atacar el problema por la raíz” y, por ello, no podemos desprendernos del legítimo derecho de pensar la violencia como instrumento de la política; pues, nuestro problema es el capitalismo y para abatirlo se requiere de la dignidad y su radicalidad política. Pero esto nos lleva nuevamente a insistir que no se puede pensar bajo el dominio epistemológico de la dominación; Rosa Luxemburgo declaraba que no se necesita de los medios del terror de la burguesía ya que la revolución proletaria los aborrece[121]. La imaginación anticapitalista en este punto tiene como esencia el sentir y protagonismo de las masas. Si la legitimidad de la violencia subalterna la otorga la propia violencia sistemática, su carácter estratégico radica en (y al servicio de) la movilización de masas. 

 

La revuelta chilena nos ha trazado un camino, por tanto, quien apueste por una alternativa postcapitalista (socialista, feminista, libertaria, ecosocialista y un largo etcétera), necesariamente deberá retomar el debate estratégico sobre el rol de la violencia revolucionaria. Al menos eso nos recordó la apertura del tiempo estratégico.  

 

XIV.      La dignidad de la indignación 

 

“Pondremos la dignidad de Chile tan alto como la Cordillera de los Andes”.

Raúl Pelegrin, s/f.

 

El tiempo homogéneo y vacío siembra costumbre y resignación, sin embargo, la dignidad de la indignación se mantiene alerta al momento propicio para su irrupción. Bensaïd reconocerá que “la indignación es un comienzo. Una manera de levantarse y ponerse en marcha. Uno se indigna, se levanta y ya ve. Uno se indigna apasionadamente, antes incluso de encontrar las razones de esta pasión”[122]. Como lo hemos sugerido, planificación y revuelta no es un amorío a primera vista, pues “las masas no van en la revolución con un plan preconcebido de la nueva sociedad”, dirá un viejo bolchevique, “sino con un sentimiento claro de la imposibilidad de seguir soportando la vieja sociedad”[123].

 

El 18-O en Santiago de Chile la gente se puso en marcha sin dirección acordada. Solo los que querían retornar a su hogar sabían hacia donde caminar. El componente subversivo de la espontaneidad terminó regulando el ritmo de la movilización y su inédita radicalidad. Programáticamente, cuando alguien insinuó entre la muchedumbre que la protesta tenía su motivación en los treinta pesos de alza en el transporte “púbico”, al unísono se escuchó el grito de son treinta años.  “No son 30 pesos, son 30 años” fue la primera consigna y, con demostrar esta proclama la profundidad del sentir de la sublevación, mostraba también lo difuso que era el pliego de envestida de la irrupción. 

Eran tantas demandas las que habían sazonado la paciencia de la indignación que, enumerarlas, parecía tan difícil como en un pasado reciente fue articularlas. La dignidad se nos presentó como la antítesis del cúmulo de injusticias sociales amparado bajo el mito del orden y la modernidad y su progreso, que no fue otra cosa que más de treinta años de neoliberalismo salvaje (a los que debemos sumar casi dos décadas de dictadura). La dignidad, por tanto, se alimentó de cada uno de los vejámenes impuestos por la clase dominante, para así convertirlos en sabiduría popular, que, en clave política subalterna no es otra cosa que una apuesta programática. 

 

¿Cuál fue el acontecimiento particular que gatilló la irrupción de octubre? Algunos han respondido esta interrogante con la brutal represión que vivieron las y los secundarios la tarde noche anterior. Esto tiene sentido, pues las revueltas tienden a comenzar como un acto de respuesta ante una acto injusticia. Ejemplos hay miles, pero el más reciente nos lleva a Norteamérica, donde un policía asfixió y asesinó a un afrodescendiente, lo que impulsó las protestas más radicales de la últimas décadas en ese país. 

 

Para comprender mejor la dialéctica indignación-dignidad, son clarificadores los orígenes del nuevo movimiento mapuche. Fernando Pairacan en su libro Malon y particularmente en el capítulo “Lumaco: La mecha que encendió Wallmapu”, retrata la noche del 21 de noviembre de 1997 cuando un grupo de mapuche interceptaron una comunicación radial entre carabineros, donde decían que si veían un “indio” lo iban a atropellar. La indignación se apoderó de una treintena de mapuche quienes salieron a la carretera con piedras, palos y hachas logrando paralizar tres camiones de las forestales, de los cuales dos fueron reducidos por el fuego. Pairacan dirá que allí se escribió “una nueva página en la historia” del pueblo mapuche[124]. La dignidad se hizo costumbre en Wallmapu y, las acciones directas, a casi un cuarto de siglo de aquella madrugada podemos afirmar que se volvieron “permanentes”. 

 

“Hasta que la dignidad se haga costumbre”, nombre de una canción dedicada por Patricio Manns a Bautista van Schouwen, terminó por convertirse en el principal emblema de la revuelta chilena. A esta consigna, también la acompañaron otras ancladas en los últimos años de lucha por los estudiantes y sectores movilizados: “salimos a la calle nuevamente, la dignidad del pueblo no se vende ¡se defiende!” y “el pueblo, el pueblo, el pueblo ¿dónde está? El pueblo está en la calle exigiendo dignidad”. La otrora Plaza Italia, epicentro del encuentro de la movilización de las masas y de la violencia política, terminó siendo rebautizada como Plaza de la Dignidad. La “maestra dignidad”, dirá Fabián Cabaluz, “nos está enseñando muchas cosas en estos ajetreados e intensos días del despertar de la sociedad chilena”[125].

 

¿Qué es la dignidad? Si seguimos el imaginario labrado por el pueblo entorno a la idea de la dignidad, esta parece ser una utopía, un horizonte que debe volverse una costumbre, es decir, una aspiración de sociedad nueva a construir. También, esta sería intrínseca a las y los sujetos que luchan por ella, pues les pertenece históricamente; aunque siempre ha estado bajo el peligro de ser arrebatado por aquellos dispuestos a robarlo todo, incluso las palabras, privatizarlas, para luego volverlas inofensivas. A todas luces su espacio natural es la calle, donde se defiende y se exige a la vez, dialéctica pasado y futuro, que se (re)crea en un presente ávido de cambios profundos. Por último, al (re)crearse en el pulso de la radicalidad política supera la abstracción, tomando posiciones simbólico-geográficas como una plaza, como si la apuesta estratégica fuera tomarse el poder.  

 

La dignidad se nos presenta como un eje articulador de un proyecto alternativo a la hegemonía capitalista que, en su movilidad, tiene una salvedad insoslayable: la permanente movilización social y popular en el proceso de reconocimiento de los derechos arrebatados que, para ser recuperados, sólo puede ser bajo la lógica del “arrebátale”. La dignidad, en la forma que la redefinió el pueblo chileno al calor de la lucha, no subsiste sin la radicalidad política. Por tanto, dignidad y violencia, en su reconocimiento dialéctico, son indispensables para la imaginación anticapitalista y su concreción en una estrategia de emancipación.   

 

La dignidad moviliza y, por ello, acarrea una peligrosidad enorme para enemigos abiertos y encubiertos de las causas de la revuelta; dispuestos a echar manos del repertorio histórico de la desmovilización social y popular. Que la historia no se repita como comedia. 

 

XV.        Por un retorno de la razón estratégica

 

“Las revueltas contra la injusticia mundializada se multiplican. Pero la espiral de retrocesos y de derrotas no se ha roto. Sin voluntad y sin conciencia, el número y la masa no bastan”.

Daniel Bensaïd, Lenta impaciencia.

 

A modo de conclusión: como lo hemos trazado a lo largo de este ensayo proponemos desde la inteligencia colectiva el retorno de la razón estratégica para pensar-irrumpir en la revuelta chilena. Si bien la actual situación pandémica mundial tiene en suspensión la movilización social y popular y, a su vez, ésta trastoca cuestiones significativas del cauce de la lucha de clases, darle continuidad al proceso histórico y de protagonismo subalterno abierto el 18-O es el desafío a seguir por todos y todas quienes se inscriben por el derrumbe del neoliberalismo en Chile. Por tanto, nuestra apuesta es que la política como arte estratégico –en el seno de las izquierdas transformadoras chilenas– se ponga al servicio de la permanencia de la revuelta hasta su bifurcación emancipadora.    

 

Pensar la revuelta desde el pensamiento estratégico es volver a lanzar los dados de la razón estratégica, lo que implica múltiples operaciones que disloquen la conservadora linealidad de la temporalidad histórica. Los aprendizajes del pasado y las expectativas del futuro se entrecruzan en un presente que hoy no se encuentra vacío ni homogéneo sino, que es un tiempo estratégico cargado de potencialidad revolucionaria. La imaginación anticapitalista pasa a alimentarse a contrapelo de las experiencias acumuladas y, sobre todo, de la escucha de la propia revuelta como acontecimiento fundante de la fabricación de una nueva política. 

 

Irrumpir en la revuelta armados del pensamiento estratégico es dinamizar la crisis a favor de las y los subalternos; cuestión que solo se puede lograr a través de la articulación contrahegemónica, el impulso de continuidad de la movilización social y popular y a través del sostenimiento de la radicalidad política. Para ello la(s) herramienta(s) política(s) transformadora(s) deben maniobrar la “máquina de velocidades” de la lucha en función del ajuste del destiempo político y, a la alerta del momento propicio, estar preparados para la bifurcación. 

 

Pensar-irrumpir la revuelta es interpretar transformando todo lo que deba ser transformado. Pensar sin irrumpir es abandonar la tesis de Marx que dice que “los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”[126]. Irrumpir sin pensar es condenar la acción subalterna al derrotero de la historia. Optimismo de la razón estratégica. Optimismo de la voluntad transformadora. 

 

* Sociólogo y escritor chileno. Miembro del Grupo de Pensamiento Crítico y Memoria Histórica (GPM). 

 



[1] Ese trabajo se publicó como introducción al libro La revuelta chilena. Estrategia, izquierdas y movimientos sociales, editado el año 2021 conjuntamente por la Editorial Pehuén y el Grupo de Pensamiento Crítico y Memoria Histórica (GPM). Además, este texto fue entregado a las y los autores de este libro colectivo con el objeto de servir de base para el debate convocado. 

[2] Esta expresión ha sido tomada del marxista argentino Aldo Casas, quien la utilizó en el prólogo del libro 

 Marx Populi de Miguel Mazzeo, publicado por la Editorial El Colectivo el año 2018.

[3] Bensaïd, Daniel. Trotskismos. Madrid: El Viejo Topo, 2007, p. 12. 

[4] Hobsbawm, Eric, La era del capital, 1848-1875. Barcelona: Editorial Crítica, 1998, p. 21.

[5] La tempestad es una obra de William Shakespeare donde sus personajes principales son Próspero, Ariel y Calibán, los cuales han servido de inspiración para pensar la teoría crítica. 

[6] El 8 de octubre de 2020, justo a diez días del inicio de la revuelta chilena, el presidente Sebastián Piñera declaró en televisión abierta: En medio de esta América Latina convulsionada veamos a Chile, nuestro país es un verdadero oasis con una democracia estable…”.

[7] Valdés, Félix. El ángel de la revolución caribeña y latinoamericana. Buenos Aires: CLACSO, 2019, p. 69. 

[8] Fernández Retamar, Roberto, Todo Caliban. Consulta en: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/caliban/caliban1.pdf

[9] Bensaïd, Daniel. Marx ha vuelt. Barcelona: Editorial Edhasa, 2012, p. 71.

[10] Marx, Carlos y Federico Engels. Prólogo a la edición alemana del Manifiesto Comunista, 1872. Consultado en www.marxist.org

[11] Hobsbawm. La era del capital…, ibíd., p. 21.

[12] Bensaïd, Daniel. La política como arte estratégico. Madrid: La Oveja Roja, 2013, p. 65.

[13] Marx, Carlos y Federico Engels. Prólogo a la edición alemana del Manifiesto Comunista, ibíd.  

[14] Lenin, V.I. La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo. Pekín: Edición en lenguajes extranjeras, 1975, p. 105.

[15] Para conocer el trayecto político-intelectual de Daniel Bensaïd ver sus memorias: Una lenta impaciencia. España: Editorial Sylone, 2018. 

[16] Bensaïd, Daniel. Elogio de la política profana. Barcelona: Ediciones Península, 2009. En este libro existe un capítulo que se denomina El eclipse de la política, sin embargo, la categoría de “eclipse de la razón estratégica” se encuentra disgregada en gran parte de la producción intelectual de sus últimos 20 años.  

[17] Existe una gran cantidad de artículos, capítulos y pasajes de libros donde Daniel Bensaïd polemiza con estos autores.  

[18] La categoría de “autopoiesis” fue anclada por los biólogos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela, no obstante, ha sido tomado por la sociología de Niklas Luhmann y su teoría de sistemas. 

[19] Serge, Víctor. Memorias de un revolucionario. Madrid: Editorial Veintisiete letras, 2011, p.465. 

[20] Es importante destacar que el populismo criollo viene desarrollando esfuerzos intelectuales serios por difundir sus ideas, cuestión que carecen la mayoría de las corrientes políticas chilenas. 

[21] Bensaïd, Daniel. Estrategia y partido. 1 de julio de 2007. Ver en: www.danielbensaid.org

[22] Bensaïd, Daniel. Elogio de la política profana, ibíd., p. 51. 

[23] Bensaïd, Daniel. Fragmentos descreídos. Sobre mitos identitarios y república imaginaria. Barcelona: Icaria Editorial, 2010, p.145. 

[24] Bensaïd, Daniel. Estrategia y partido, ibíd.  

[25] Grebe, María Ester. La concepción del tiempo en la cultura mapuche, Revista Chilena de Antropología, N°6, 1987.

[26] Benjamin, Walter. Tesis de filosofía de la historia 1940. consultado desde www.anticapitalistas.org

[27] Marx, Carlos. La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850. Consultado en www.marxists.org

[28] Bensaïd, Daniel. La política como arte estratégico, ibíd., p. 35. 

[29] Moulian, Tomás. Chile actual: anatomía de un mito. Santiago: LOM Ediciones, 1997.

[30] Bensaïd, Daniel. Resistencias. Ensayo de topología genera., España: El Viejo Topo, 2006. 

[31] Benjamin, Daniel. Tesis de filosofía de la historia, ibíd. 

[32] Löwy, Michael. Aviso de incendio. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2002, p. 144. 

[33] Antentas, Josep M. La razón mesiánica de Daniel Bensaïd.  Consultado en www.vientosur.info

[34] Koselleck, Reinhart. Futuro pasado (Para una semántica de los tiempos históricos). Barcelona: Paidós, 1993. 

[35] Álvarez, Marco. Carmen Castillo. Una revolucionaria de todos los tiempos. México, Revista Memoria N°274, 2020, pp. 83-93. 

[36] Bensaïd, Daniel. Marx ha vuelto, ibíd., p. 76.

[37] Bensaïd, Daniel.  Elogio de la política profana, ibíd., p. 71.

[38] Löwy, Michael. El socialismo como apuesta. De Lucien Goldmann a Daniel Bensaïd. Revista Acta Poética N°28/2, 2017, PP. 143-152. 

[39] Bensaïd, Daniel. Elogio de la política profana, Ibíd., p. 342.

[40] Benjamín, Walter. Tesis de filosofía de la historia, ibíd. 

[41] Freire, Paulo. Pedagogía del oprimido.  Montevideo: Tierra Nueva, 1970. 

[42] Bourdieu, Pierre. ¿Qué significa hablar? Economía de los mercados lingüísticos. Madrid: Ediciones AKAL, 1985.

[43] Bensaïd, Daniel. La sonrisa del fantasma. Cuando el descontento recorre el mundo. Madrid: Editorial Sequitur, 2012. 

[44] Freire, Paulo. Pedagogía de la Esperanza. Un reencuentro con la pedagogía del oprimido. Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2009, p. 89. 

[45] Bensaïd, Daniel. Potencias del comunismo. En La política como arte estratégico. Madrid: La Oveja Roja, 2013, p. 128. 

[46] Bourdieu, Pierre. Campo de poder, campo intelectual. Itinerario de un concepto. Buenos Aires: Editorial Montressor, 2002. 

[47] Keucheyan, Razmig. Hemisferio izquierda, Un mapa de los nuevos pensamientos críticos. España: Siglo XXI, 2013, p.29.

[48] Fontana, Josep. “Ranahit Guha y los ‘subaltern studies’”, en Ranahit Guha, Las voces de la historia y otros estudios subalternos, Barcelona: Editorial Crítica, 2002. 

[49] Bloch, Ernst. El principio esperanza.  Madrid: Editorial Trotta, 2017.  

[50] Bensaïd, Daniel. Lenta impaciencia, ibíd. 

[51] Bensaïd, Daniel. Marx ha vuelto. ibíd., p. 199. 

[52] Löwy, Michael. Ver prefacio a La teoría de la revolución en el joven Marx, pp. 13-21. 

[53] Löwy, Michael. Redención y utopía. El judaísmo libertario en Europa central. Un estudio de la afinidad electiva. Santiago: Ariadna Ediciones, 2018, p. 11. 

[54] Löwy, Michael. La jaula de hierro. Max Weber y el marxismo weberiano. México: Universidad Veracruzana, 2017.  

[55] Löwy, Michael y Robert Sayre. Rebelión y melancolía. El romanticismo a contracorriente de la modernidad. Buenos Aires: Editorial Nueva Visión, 2008.

[56] Löwy, Michael. Cristianismo de la liberación. Perspectivas marxistas y ecosocialistas. España: Editorial El Viejo Topo, 2019.  

[57] Löwy, Michael y Olivier Besancenot. Afinidades revolucionarias. Nuestras estrellas rojas y negras. Por una solidaridad entre marxistas y libertarios. Buenos Aires: Editorial Herramientas, 2018. 

[58] Löwy, Michael, Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista, Buenos Aires: Editorial Herramienta y Editorial El Colectivo, 2011. 

[59] Löwy, Michael. Anticapitalismo, ecosocialismo y movimientos sociales. Entrevista con el autor, ver en: https://vientosur.info/spip.php?article13948

[60] Bensaïd, Daniel. Lenta impaciencia, ibíd.  

[61] Bensaïd, Daniel. La notion de crise révolutionnaire chez Lénine, 1968. En: www.danielbensaid.org 

[62] Ibíd. Esta frase de Lenin se encuentra en el texto La economía y la política de la dictadura del proletariado, 1919.

[63] Gramsci, Antonio. Cuadernos de la cárcel. Tomo II. México: Ediciones ERA, 1999, p. 37. 

[64] Bensaïd, Daniel. Elogio de la política profana, ibíd., pp. 310-311.

[65] Portantiero, Juan Carlos. Los usos de Gramsci. México: Folios Ediciones, 1983. 

[66] Massardo, Jaime. Gramsci en Chile. Apuntes para el estudio crítico de una experiencia de difusión cultural. Santiago: LOM Ediciones, 2015, p.79. 

[67] Bensaïd, Daniel. Elogio de la política profana, ibíd., p 51. 

[68] Löwy, Michael. Daniel Bensaïd: el marxismo de la bifurcación. Madrid, Revista Viento Sur N°168.

[69] Bensaïd, Daniel. Elogio de la política profana, ibíd., p. 327. 

[70] Katz, Claudio. Las disyuntivas de la izquierda en América Latina. Buenos Aires: Editorial Luxemburg, 2008, p.245.

[71] Mills, C. Wright. La imaginación sociológica. México: Fondo de Cultura Económica, 2009, p. 207.  

[72] Benjamin, Walter. Tesis de filosofía de la historia, ibíd. 

[73] Löwy, Michael. Aviso de incendio, ibíd., pp. 86-87. 

[74] Para profundizar en Michael Löwy y su reapropiación benjaminiana ver nuestro reciente trabajo: Marxista libertario, judío errante y romántico anticapitalista. Presencia de Walter Benjamin en la obra de Michael Löwy en Walter Benjamin y El ángel de la barricada, Marco Álvarez Vergara y Félix Valdés García, Editorial del Instituto de Filosofía de la Universidad de La Habana, 2020.

[75] Gramsci, Antonio. En Los usos de Gramsci, Portantiero, ibíd., p. 21.  

[76] Traverso, Enzo. Melancolía de izquierda. Marxismo, historia y memoria. México: Fondo de Cultura Económica, 2018. 

[77] Marx, Carlos. La lucha de clases en Francia 1848 a 1850. Consultado en www.marxists.org. 

[78] Ibíd. “Introducción de Engels a la edición de 1895”. 

[79] Bensaïd, Daniel. Marx ha vuelto, p.72.

[80] Marx, Carlos. La lucha de clases…, ibíd. 

[81] Ibíd. 

[82] Marx, Carlos. Circular del Comité Central a la Liga Comunista, 1850. Consultado en www.marxists.org

[83] Trotsky, León. Resultados y perspectivas, 1906. Consultado en www.marxists.org

[84] Anderson, Perry. Consideraciones sobre el marxismo occidental. Madrid: Siglo XXI Editores, 1979, p. 19.

[85] Deutscher, Isaac. Trotsky. El profeta armada. Santiago: LOM Ediciones, 2015, p. 154.

[86] Radek fue cercano a la Oposición de Izquierda, luego pacta con el estalinismo, para finalmente ser sentenciado por los crímenes de Moscú. 

[87] Trotsky, León. La revolución permanente, 1930. Consultado en www.marxists.org

[88] Bensaïd, Daniel. Revolución permanente y revolución por etapas en América Latina. 1983, consultado en www.danielbensaid.org. Löwy, Michael (Carlos Rossi), La revolución permanente en América Latina, 1972, consultado en www.lahaine.org.

[89] Álvarez, Marco. La ruta rebelde. Historia de la izquierda revolucionaria. Concepción: Editorial Escaparate, 2014, p. 45. Es importante señalar que han existido comparaciones de este acontecimiento con la revuelta actual, sobre todo, porque las movilizaciones de abril de 1957 estallaron por un alza en el pasaje de la locomoción colectiva y, además, por las semejanzas respecto al nivel de radicalidad política ejercida en las calles.  

[90] Bensaïd, Daniel. La política como arte estratégicoLenta impaciencia, ibíd. 

[91] Löwy, Michael. La teoría de la revolución…, ibíd.

[92] Bensaïd, Daniel. Estrategia y partido, ibíd. 

[93] Gramsci, Antonio. La ciudad futura y otros escritos. Buenos Aires: Editorial Dialektik, 2008. 

[94] Luxemburgo, Rosa. La acumulación del capital. Buenos Aires: Edición de Lucien Laurat, p. 127.

[95] Bensaïd, Daniel. La política como arte…, ibíd., p. 75. 

[96] Ibíd., p 76. 

[97] Gramsci, Anotonio. Cuadernos de la Cárcel, ibíd. 

[98] Bensaïd, Daniel. La política como arte estratégico, ibíd., p. 98. 

[99] Ibíd., p. 102.

[100] Marx, Carlos. Miseria de la filosofía.  1847. Consultado desde www.marxists.org

[101] Bensaïd, Daniel. La política como arte estratégico, ibíd., p. 50.

[102] Bensaïd, Daniel y Alain Naïr. A propósito del problema de organización: Lenin y Rosa Luxemburg, en Teoría marxista del partido político/2 (Problemas de organización). Buenos Aires: Cuadernos de Pasado y Presente N°12, 1980, p. 39. 

[103] Bensaïd, Daniel. Estrategia y partido, ibíd. 

[104] Freire, Paulo. Pedagogía del oprimido, ibíd., p. 29. 

[105] Bensaïd, Daniel. Lenta impaciencia, ibíd.  

[106] Freire, Paulo. Pedagogía del oprimido, ibíd., p. 30. 

[107] Bensaïd, Daniel. Elogio de la política profana, ibíd., p 79.  

[108] Bensaïd, Daniel. Lenta impaciencia, ibíd. 

[109] Löwy y Besancenot, Afinidades revolucionarias…, ibíd., p. 10

[110] Ibíd., p. 171.  

[111] Löwy, Michael. Conversación con el autor. París, octubre de 2018.

[112] Bensaïd, Daniel. La hipótesis de un ‘leninismo libertario’ sigue siendo un desafío de nuestro tiempo, Entrevista con Jorge Sanmartino. Buenos Aires, 2006. Consultado en www.danielbensaid.org

[113] Luxemburgo, Rosa. Problema de la organización de la socialdemocracia rusa, en Teoría marxista del partido político…, ibíd., p. 41. Es importante destacar las valoraciones disimiles que tienen Bensaïd y Löwy respecto de la teoría del partida de Lenin y Luxemburgo. 

[114] Echeverría, Bolívar. Vuelta de siglo (ensayos). Caracas: Monte Ávila Editores, 2018, p. 49.

[115] Žižek, Slavoj, On violence and democracy”, Jacobinver en: https://jacobinmag.com/2011/05/the-jacobin-spirit

[116] Gramsci, Antonio. Cuadernos de la cárcel, ibíd. 

[117] Bensaïd, Daniel. Estrategia y partido, ibíd.

[118] Echeverría, Bolívar. Vuelta de siglo…, ibíd., p. 65. 

[119] Bourdieu, Pierre. Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción. Barcelona: Editorial Anagrama, 1999. 

[120] Löwy, Michael. El marxismo olvidado. Barcelona: Editorial Sylone, 2018, p. 66. 

[121] Luxemburgo, Rosa. ¿Qué quiere la liga Espartaco?. Buenos Aires: Editorial La Minga, 2009, p. 69. 

[122] Bensaïd, Daniel. Les irreductibles. Théorèmes de la résistance à l’air du temps. París: Les Éditions Textuel, 2011, p. 106. 

[123] Trotsky, León. Historia de la revolución rusa. Tomo I. Santiago: LOM Ediciones, 2017, p. 28. 

[124] Pairacan, Fernando. Malon. La rebelión del movimiento mapuche 1990-2013. Santiago: Editorial Pehuén, 2014, p.98.

[125] Cabaluz, Fabián. Maestro pueblo, maestra dignidad. 2019, consultado en: https://www.clacso.org

[126] Marx, Carlos. Tesis de Feuerbach, 1845. Consultado desde  www.marxists.org

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