Sin dudas, integrar un
Darién próspero, aprovechando todas las potencialidades que puedan abrirse con
romper “ese tapón” tradicional, que es barrera de la conectividad de América,
implica la construcción de otra sociedad distinta a la que tenemos.
Manuel Zárate* / Especial para Con
Nuestra América
Desde
Ciudad Panamá
Agradecemos
el envío de este texto al Dr. Guillermo Castro H.
La región del Darién en Panamá. |
Antes que todo, quisiera
agradecer la invitación de la Fundación Ciudad del Saber a participar en este
foro sobre las opciones de futuro del Darién en la perspectiva del papel de
Panamá como puente entre las Américas. Se trata de un tema de singular
importancia, para el país y para Nuestra América: el del ejercicio de nuestra
soberanía en el marco de los procesos de integración nacional y regional que
caracterizan al fenómeno de la globalización.
Inicio la intervención
con esta pregunta: ¿es realmente necesario un puente terrestre entre las
Américas en la circunsancia creada por la dinámica del desarrollo continental y
la impronta de los fenómenos de la interdependencia a la que nos están
sometiendo las exigencias globales de carácter social, económico, cultural y
ambiental? Los habitantes del mundo son ya más de 7.000, y pronto llegarán a
ser 10.000 millones, que heredan los frutos un desarrollo socioeconómico y
cultural profundamente desigual, dominado por relaciones políticas asimétricas,
todo esto sobre una plataforma de recursos naturales limitados y con
desequilibrada distribución en la escala planetaria.
Sin duda, la magnitud
de este desafío demanda políticas globales que apunten a un reordenamiento
socio-económico profundo, de base científica; a una nueva cultura de paz y
solidaridad; a un desarrollo con equidad y a la integración armónica del
planeta. Esto es una necesidad histórica, independientemente de quién lo hace o
lo haga, de cómo lo hace y a favor de quien lo haga.
América Latina - y más
allá, toda América -, ha pasado en este contexto por grandes transformaciones,
si bien bajo relaciones sociales históricas internas y externas muy
cuestionables. Lo fundamental, sin embargo, es que somos un continente con una
masa social de 953 Millones de habitantes, de los cuales 384 Millones viven en
Suramérica y 46 Millones en Centroamérica y Panamá. Todos ellos comparten
43.316.000 km2, que abarcan el 8,4% de la superficie del Planeta y
el 30,2% de la tierra emergida, y que albergan las mayores riquezas en recursos
bióticos y abióticos del mundo.
Bastan algunas cifras
del subcontinente latino para comprender mejor todo esto. Por ejemplo, la
economía de Centroamérica genera hoy un Producto Interno Bruto (PIB) anual
cercano a los US $ 311.110 Millones, con un volumen de exportación de bienes y
servicios de US $ 67.570 Millones e importaciones por el orden de US $ 58.880
Millones. América del Sur, a su vez, representa una de las economías más
importantes del Planeta: tan solo sus cinco economías principales generan un PIB
anual del orden de los US $ 4,5 Billones, con exportaciones de bienes y
servicios por US $ 564.580 Millones e importaciones por un US $ 488.500
Millones. A esto se agregan procesos de
integración, que si bien pasan aún por una etapa joven de construcción, se
están produciendo tanto en el Sur como en Centro América, tales como UNASUR,
MERCOSUR, el ALBA, el SICA, el Plan Puebla-Panamá y, sobre todo, la Comunidad
de Estados Latinoamericanos y Caribeños.
Si tomamos Colombia ‒por ser la puerta hacia el Sur de la economía del
Norte y Centro América‒, encontramos
exportaciones anuales por US $ 58.820 Millones en valor FOB, e importaciones
por US $ 56.820 Millones, además de acuerdos comerciales con Guatemala, El
Salvador y Honduras. Excluyendo a Panamá, sus exportaciones hacia EEUU, México
y Centroamérica representan el 66% de su intercambio mundial, mientras que sus
importaciones desde este bloque representan el 59%. No obstante, el análisis de la conectividad
entre esa economía y panameña revela que los flujos sólo tienen dos rutas de
acarreo - mar y aire -, lo cual constituye una valla indiscutible para las
exigencias del momento. Por contraste, la experiencia europea ‒ un referente importante‒, muestra una integración sostenida principalmente por el
desarrollo de la conectividad terrestre, de la que depende un 75% del comercio
en esa región.
¿Qué representa Panamá como puente, para esta cadena
continental?...
A Panamá tenemos que
verla tanto en su vocación histórica como en el cuadro de la nueva
configuración geopolítica y geoeconómica que ha venido cobrando el
sistema-mundo, especialmente en la transición que vivimos de la unipolaridad
dictatorial a la multipolaridad. Esta dimensión, que ha hecho de la economía
del Pacífico la más importante del Siglo XXI, le ha asignado a nuestro país
nuevas funciones dentro de la división internacional de la cadena productiva
global. Muestra de ello son la ampliación del Canal de Panamá y la
transformación del Corredor Interoceánico en una verdadera Plataforma de
Servicios Globales de las Américas, en campos que van de la logísitica a las
finanzas, pasando por la gestión de sus operaciones regionales por un número
creciente de grandes corporaciones transnacionales.
Todos esto son aspectos
relevantes de nuestro desarrollo, al margen de si somos conscientes o no del
fenómeno, o de nuestra capacidad para aprovechar su potencial en beneficio del
desarrollo integral de nuestro país, con equidad, sostenibilidad ambiental y
justicia social. En esto no podemos equivocarnos: en una economía mundial,
ahora globalizada, hemos sido y somos fundamentalmente, por vocación histórica,
un país de servicios. De esa función ha dependido, y depende, el desarrollo
productivo de nuestra sociedad. Si alguna sucesión de gobernantes buscó ‒y aún busca‒ transformarnos en un país de “servidores” más que de
servicios, con todas las deformaciones que ello significa, es otro aspecto del
mismo problema, que también demanda ser encarado, y resuelto a favor de nuestra
gente.
Así, cabe una pregunta.
Habiendo sido un país que contribuyó con sus servicios a la expansión europea
por Asia, durante la colonia hispánica; que contribuyó a la integración de la
nación norteamericana durante el Siglo XIX; que contribuyó a la expansión
imperialista por el planeta y a la integración de la economía capitalista
mundial durante el siglo XX, ¿será imposible ahora que contribuyamos al proceso
integrador de Nuestra América, abriendo las puertas del oriente nacional al
continente dentro del espíritu de Bolívar y Martí?
La conexión entre las
Américas tiene un nudo histórico en Darién, y hallegado el momento de
proponernos soltarlo. Si no lo hacemos nosotros, más temprano que tarde lo hará
otro. No nos imaginemos que ese nudo llamado “tapón”, es igual al que pensamos
o nos contaron hace cuarenta años atrás. Entre el trasiego de armas, drogas y
humanos que permea diariamente la frontera territorial (con cifras alarmantes),
y el incremento limítrofe del comercio por parte de las poblaciones de ambos
lados, hoy encontramos otro paisaje, de intenso destaponamiento, a pesar de la
conservación visible de la selva primaria.
¿Qué podría significar una decisión de esta envergadura,
para la región del Darién?
Guillermo Castro, en la
presentación de este Foro, ha hecho referencia al Darién como un espacio representativo de cinco
fronteras sui-géneris: la frontera estatal limítrofe entre Colombia y Panamá;
la frontera etnosocial que vincula y enfrenta a un tiempo a grupos originarios,
grupos afro-panameños y campesinos del occidente del país; la frontera de
importancia global y regional “Parque Nacional de Darién”, reserva de la
biosfera, que garantiza la conectividad ecológica de la bioregión del Chocó; la
frontera de recursos naturales (forestales, hídricos, minerales, de tierras
agrícolas, etc.), sometidos a crecientes demandas y presiones por parte de una
economía mundial en expansión, y la frontera limítrofe de la red de
infraestructuras viales y energéticas del país, y de las Américas.
En el fondo, Castro nos
presenta una realidad que no se reduce al Darién, sino abarca muchos espacios
territoriales de nuestro país, atrevasado por las fronteras interiores que nos
ha impuesto históricamente el modelo de desarrollo “transitista”, y que
fragmentan profundamente nuestra nación… Sin duda, una gran tarea nacional pendiente, a
más de 100 años de vida republicana, consiste en romper esas fronteras, bajo
una visión integradora y sistémica de país.
Tal fue la visión de
país que tuvieron Belisario Porras y Omar Torrijos. A este último le
correspondió barrer la frontera casi impermeable del Pacífico con la costa
atlántica, pues no podíamos luchar por la integración territorial de una Zona
del Canal, dejando intactas otras fronteras que rompían la unidad territorial y
social de la nación, con enclaves que mantenían incluso una relación de mercado
más cónsona con países vecinos que con el nuestro, y al margen de los Estados
Nacionales respectivos.
Para Darién, esto
señala la necesidad de su incorporación próspera a la economía del país, su
plena integración al mercado de la nación y el desarrollo de sus fuerzas
productivas. Para el Estado Nacional significaría por supuesto, la caída de
cuatro de las cinco fronteras aludidas que dominan la provincia suroriental, y
el ejercicio más efectivo de su soberanía en todo el territorio. Para América
Latina, implica la oportunidad de que Panamá juegue plenamente un papel
dinámico en la expansión de su economía continental. Sin embargo, alcanzar esta
posibilidad, no es un camino de rosas cuando nos referimos al país que tenemos.
El verdadero problema
fundamental, aquí, consiste en cómo hacer esto en el país realmente existente,
hoy dominado por un neoliberalismo rapaz cuyo motor de desarrollo no tiene
Estado sino mercado; cuyo mecanismo de acumulación es la desposesión, por medio
de la coerción; cuyo orden lo definen las necesidades de un capital financiero,
a veces de dudoso origen; en el que existe una sociedad cuya base jurídica está
plena de permisibilidades para los poderosos y la sostenibilidad ambiental es
una palabra mediática, sólo para alzar imágenes corporativas. Aquí, es
indispensable preguntarnos si estamos realmente preparados, con las adecuadas
estrategias para tal aventura, e incluso si el país vecino lo está también…
Cuando se lanzó la idea
de la ampliación del Canal de Panamá, un grupo de técnicos sostuvimos que esa
iniciativa implicaba ampliar la dimensión del desarrollo integral de la nación,
particularmente en el complejo plano de la sostenibilidad ambiental. Y
preguntamos: ¿qué sucederá con las esclusas, si llegamos a concentrar los dos
tercios de la población del país en las áreas urbanas del Corredor
Interoceánico, con un consumo per cápita promedio de 350 litros de agua por
día, extraídos de la misma fuente de agua que hace pasar los barcos?... Si no
hay desarrollo planificado, integral y sostenible del Este al Oeste y del Norte
al Sur del país, sencillamente no habrá agua – como empezamos a ver hoy -
porque las políticas públicas, al parecer el más concurrido mercado de votos de
los gobernantes, han desconocido permanentemente la ciencia y la tecnología
como mecanismo de apoyo al desarrollo.
Sin dudas, integrar un
Darién próspero, aprovechando todas las potencialidades que puedan abrirse con
romper “ese tapón” tradicional, que es barrera de la conectividad de América,
implica la construcción de otra sociedad distinta a la que tenemos. En esa
sociedad que aún no tenemos, el desarrollo será sostenible por lo humano y
próspero que llegue a ser, en la medida en que las riquezas producidas sean
redistribuidas con justicia a quienes las producen. Y esto demanda
inevitablemente un ordenamiento territorial, social, económico, jurídico y
político, capaz de garantizar lo fundamental de la función exigida: conectar
por vía terrestre a dos países hermanos ‒y con ello Nuestra América‒, conservando la conectividad natural que da vida a la
estratégica bioregión chocoana.
Ponencia
presentada en el Foro Darién: fronteras y futuros.
Ciudad
del Saber, Panamá, 28 de julio de 2015.
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