Raramente ha habido en la
historia tanta acumulación de situaciones de crisis como en el momento actual.
Algunas son coyunturales y superables. Otras son estructurales y exigen cambios
profundos, como por ejemplo, la reforma política y tributaria brasilera. Pero
hay una crisis que se presenta sistémica y que recubre toda la Tierra y la
humanidad. Es una crisis ecológico-social.
Leonardo Boff / Servicios
Koinonia
La percepción general es
que la Tierra viva no puede continuar así como se encuentra, pues nos puede
llevar a un cuadro de tragedia con desaparición de millones de vidas humanas y
porciones significativas de la biodiversidad. En su encíclica sobre “el cuidado
de la Casa Común” el Papa Francisco dice sin rodeos: “lo cierto es que el
actual sistema mundial es insostenible desde diversos puntos de vista” (n.61).
En su peregrinación por los países más pobres de América Latina, Ecuador,
Bolivia y Paraguay, el discurso de cambio estructural y la exigencia de un
nuevo estilo de producir, de consumir y de habitar la Casa Común ha sido
afirmado repetidamente como algo impostergable.
La crisis sistémica es
grave porque carga dentro de sí la posibilidad de destrucción de la vida sobre
el planeta y eventualmente la desaparición de la especie humana. Los
instrumentos ya han sido montados. Basta que surja un conflicto de mayor
intensidad o un loco fundamentalista del tipo del expresidente Bush para abrir
las puertas del infierno nuclear, químico o biológico hasta el punto de no
quedar nadie para contar la historia. No podemos subestimar la gravedad de esta
última crisis sistémica y global. La actual crisis brasilera es un pálido
reflejo de la crisis mayor planetaria. Pero incluso así es desastrosa para
todos, afectando especialmente a aquellos sobre cuyos hombros se colocó la
carga mayor de los ajustes fiscales para salir o aliviar la crisis: los
trabajadores y los jubilados.
Comulgamos con la
esperanza del Papa Francisco: hay en el ser humano un capital de inteligencia y
de medios que nos “ayudan a salir de la espiral de autodestrucción en la que
nos estamos sumergiendo” (n.163). Y finalmente hay Alguien mayor, señor de los
destinos de su creación, que es “el amante de la vida” (Sb 11,26). Él no
permitirá que nos exterminemos miserablemente.
En este contexto cabe una
profundización sobre la naturaleza de la crisis para salir de ella mejores.
Desde el existencialismo, especialmente con Sören Kierkegaard, la vida es
entendida como un proceso permanente de crisis y de superación de crisis.
Ortega y Gasset, en un famoso ensayo de 1942 titulado Esquema de las crisis,
mostró que la historia, a causa de sus rupturas y reconstrucciones, posee la
estructura de crisis. Esta obedece a la siguiente lógica: (1) el orden
dominante deja de tener un sentido evidente; (2) reina la duda, el escepticismo
y una crítica generalizada; (3) urge una decisión que cree nuevas certezas y
otro sentido, ¿cómo decidir si no se ve claro?, pero sin decisión no habrá
salida; (4) pero tomada una decisión, incluso con riesgo, se abre entonces un
camino nuevo y otro espacio para la libertad. Se superó la crisis. Un nuevo
orden puede comenzar.
La crisis es purificación
y oportunidad de crecimiento. No necesitamos recurrir al ideograma chino de
crisis para saber ese significado. Nos basta remitirnos al sánscrito, matriz de
nuestras lenguas occidentales.
En sánscrito, crisis
viene de kir o kri que significa purificar y limpiar. De kri viene
crisol, elemento con el cual limpiamos el oro de las gangas, y acrisolar
que quiere decir depurar y decantar. La crisis representa un proceso crítico,
de depuración de lo esencial: sólo lo verdadero y sustancial queda, lo
accidental y agregado desaparece.
En torno y a partir de este
núcleo se construye otro orden que representa la superación de la crisis. Esto
se traducirá en un curso diferente de las cosas. Después, siguiendo la lógica
de la crisis, este orden también entrará en crisis. Y permitirá, después de un
proceso crítico de acrisolamiento y purificación, la emergencia de un nuevo
orden. Y así sucesivamente, pues esa es la dinámica de la historia.
La crisis posee también
una dimensión personal, en varias situaciones de la vida y la mayor de todas,
la crisis de la muerte. La crisis posee también una dimensión cósmica que es el
fin del universo que para nosotros no acaba en la muerte térmica sino en una
inconmensurable explosión e implosión hacia dentro de Dios.
Entre tanto, todo proceso
de purificación no se hace sin cortes y rupturas. De ahí la necesidad de
de-cisión. La de-cisión lleva a cabo una cisión con lo anterior e
inaugura lo nuevo. Aquí nos puede ayudar el sentido griego de crisis.
En griego krisis,
crisis significa la decisión tomada por un juez o un médico. El juez pesa y
sopesa los pros y los contras y el médico ausculta los varios síntomas de la
enfermedad. Sobre la base de este proceso toman sus decisiones sobre el tipo de
sentencia a ser emitida o sobre el tipo de enfermedad a ser combatida. Ese
proceso decisorio se llama crisis. Brasil vive, desde hace siglos, demorando
sus crisis por faltarles a los líderes la osadía histórica de tomar decisiones
que corten con el pasado perverso. Se hacen siempre conciliaciones negociadas
con el pretexto de la gobernabilidad. De esta forma se preservan sutilmente los
privilegios de las élites y nuevamente las grandes mayorías son condenadas a
continuar en la marginalidad social.
La crisis del capitalismo
es notoria. Pero nunca se hacen cortes estructurales que inauguren un nuevo
orden económico. Siempre se recurre a ajustes que mantienen la lógica
explotadora de base, como ocurrió recientemente con Grecia. Bien dijo Platón en
medio de la crisis de la cultura griega: “las cosas grandes sólo suceden en el
caos y en la krisis”. Con la de-cisión, el caos y la crisis desaparecen
y nace una nueva esperanza.
Entonces se inicia un
nuevo tiempo que, esperamos, sea más integrador, más humanitario y más cuidador
de la Casa Común.
No hay comentarios:
Publicar un comentario