Puesta
la historia en perspectiva, para el resto de los países de América Latina la
apertura de embajadas significa un cambio de tono importante. En ese marco de
mayor realismo sonarán más extemporáneas definiciones como las que este año
lanzó el propio Obama cuando definió a Venezuela como una amenaza para la
seguridad de los Estados Unidos.
En enero de 1961, EE.UU rompió relaciones diplomáticas con Cuba. |
Martín Granovsky / Página12
Cuba
se transformó en uno de los pocos temas que un limitado Barack Obama puede
desplegar sin el Congreso, sin la Corte Suprema y sin los megacomités de acción
política que articulan mayorías legislativas para cercarlo. Y lo está haciendo
mediante el aprovechamiento de las facultades del Poder Ejecutivo. El anuncio
de que el 20 habrá una embajada cubana en Washington y una embajada de los
Estados Unidos en La Habana es parte de esa política de la Casa Blanca que
comenzó el 17 de diciembre pasado, con el anuncio de un diálogo entre los dos
países, y tuvo su punto más alto en la Cumbre de las Américas de Panamá el 11
de abril último, cuando Obama y el presidente cubano Raúl Castro compartieron
el encuentro y mantuvieron una reunión bilateral.
Después
de la Cumbre de las Américas, Obama quitó a Cuba de la lista negra de países
acusados de patrocinar el terrorismo. Podía hacerlo sin el Congreso. Ayer
anunció otra medida para la que sí necesita mayoría parlamentaria: el fin del
embargo que, según dijo, “impide que los estadounidenses hagan negocios en
Cuba”. Terminar con el bloqueo debería incluir también la derogación de la ley
Helms-Burton promulgada por Bill Clinton en 1996. Permite castigar a las
compañías de terceros países que comercien con Cuba.
Hillary
Clinton, la figura más popular entre las precandidaturas demócratas para las
presidenciales de 2016, publicó ayer un tuit. Dice: “Una embajada en La Habana
ayuda para comprometernos con el pueblo cubano en la construcción de esfuerzos
que respalden un cambio positivo. Buen paso para los pueblos de los Estados
Unidos y Cuba”.
En
las palabras de Hillary puede advertirse una idea. Si la ausencia de relaciones
no sirvió para cambiar el régimen político de Cuba, probemos teniendo
relaciones.
John
Kerry, el secretario de Estado, dijo que la reapertura de embajadas es “un
importante paso en el camino de restaurar plenamente las relaciones entre los
Estados Unidos y Cuba, que llega un cuarto de siglo después del fin de la
Guerra Fría y reconoce la realidad de que las circunstancias han cambiado”.
El
argumento del anacronismo es interesante pero no agota un análisis que se
entiende mejor con una breve cronología.
El
1ª de enero de 1959 se produce la Revolución Cubana, encabezada por Fidel
Castro.
Ya
al año siguiente el presidente republicano Dwight Eisenhower ordena un embargo
sobre el comercio entre los Estados Unidos y Cuba.
El
3 de enero de 1961 los dos países rompen las relaciones que reanudarán el 20
julio próximo.
El
17 de abril de 1961 Estados Unidos produce la invasión de Bahía Cochinos, que
fracasa.
Recién
en 1962, tres años después de la revolución, la OEA expulsa a Cuba, el
presidente demócrata John Kennedy ordena ampliar el embargo y Washington casi
entra en guerra con Moscú por el descubrimiento de misiles soviéticos en Cuba.
Antes
de su prosovietismo –si por necesidad o por convicción es otro tema– los
cubanos protagonizaron una revolución social y nacional. Es obvio que si ese
movimiento se produjo a 144 kilómetros de Miami conformaba un desafío a una de
las dos superpotencias en el marco de la Guerra Fría. Pero no representaba aún
la asunción de un polo de esa Guerra Fría como propio por parte de los barbudos
de Sierra Maestra.
Quizás
esa revolución nacional originaria explique que ayer mismo [1 de julio] el gobierno
cubano pidiera el restablecimiento de la soberanía sobre Guantánamo, la colonia
que los Estados Unidos tiene en Cuba no desde la revolución sino desde 1903,
cuando el flamante Estado independiente cubano debió aceptar la ocupación.
Estaba prevista por la Enmienda Platt, impuesta por los Estados Unidos a la
constituyente cubana para limitar la soberanía política del país que recién se
separaba de España.
Puesta
la historia en esa perspectiva, para el resto de los países de América Latina
la apertura de embajadas significa un cambio de tono importante. En ese marco
de mayor realismo sonarán más extemporáneas definiciones como las que este año
lanzó el propio Obama cuando definió a Venezuela como una amenaza para la
seguridad de los Estados Unidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario