Lo que sucede hoy en Ecuador constituye un poderoso recordatorio de que
la política norteamericana hacia América Latina y el Caribe sigue estando
regida por fuerzas, mecanismos y objetivos retrógradas e inerciales,
extremadamente resistentes a cualquier intento de cambio y orientados a
preservar, consolidar y recrear un sistema de dominación.
Roberto
M. Yepe* / Especial para Con Nuestra América
Desde La Habana, Cuba
En octubre de 2012 el
exembajador británico Chris Murray reveló que los Estados Unidos habían
destinado 87 millones de dólares a influir en las elecciones que se celebrarían
en el mes de febrero del siguiente año en Ecuador, con el objetivo de impedir
la reelección del presidente Rafael Correa.
Al recordar este antecedente y apreciar la tensa situación existente en
estos momentos en el país andino, es lógico sospechar que mucho dinero
norteamericano ha seguido fluyendo para desestabilizar y finalmente hacer
fracasar a la Revolución Ciudadana encabezada por el brillante estadista
ecuatoriano. Aunque no comulgo con la percepción de que todo lo malo que ocurre
en América Latina y el Caribe es atribuible a la acción del imperialismo, sería
una ingenuidad pensar que los Estados Unidos hayan seguido una política
diferente luego de las elecciones de 2013. El presidente Correa, sencillamente,
no puede ser perdonado, a partir de sus respectivas decisiones de cerrar la
base militar norteamericana de Manta y de incorporar a su país al ALBA-TCP.
Además, en un sentido más amplio, posiblemente se trata, a nivel mundial, del
jefe de Estado mejor preparado teóricamente para exponer y propagar verdades y
argumentos demoledores contra el neoliberalismo y sus nefastas consecuencias.
Lo que sucede hoy en Ecuador constituye un poderoso recordatorio de que
la política norteamericana hacia América Latina y el Caribe sigue estando
regida por fuerzas, mecanismos y objetivos retrógradas e inerciales,
extremadamente resistentes a cualquier intento de cambio y orientados a
preservar, consolidar y recrear un sistema de dominación multidimensional que,
por definición, es incompatible con la adopción de posturas respetuosas de la
soberanía y de no injerencia en los procesos políticos internos de los países
de la región. Más allá de lo que eventualmente pueda ser expresado en
declaraciones y comunicados oficiales, y de las buenas intenciones que pudiera
tener el Presidente de turno, como es actualmente el caso de Barack Obama,
quien se sitúa definitivamente a la izquierda dentro del espectro
político-ideológico del establishment norteamericano y cuyo gobierno fue capaz
de reunir el apoyo interno y el coraje políticos necesarios para producir un encomiable cambio en la
política hacia Cuba.
Incapaz de vencer electoralmente a Rafael Correa, la derecha oligárquica
ecuatoriana se lanza temerariamente a acciones desestabilizadoras y golpistas,
siguiendo un patrón que no es tan novedoso como nos han querido sugerir los
teóricos de los golpes “suaves” o “blandos” (que, dicho sea de paso, de suaves
o blandos no tienen nada, como seguramente nos recordarán los familiares de las
víctimas de la violencia derechista en Venezuela y en el propio Ecuador), sino
que fue desarrollado arquetípicamente contra el gobierno guatemalteco de Jacobo
Árbenz en 1954 y el chileno de Salvador Allende en 1973, pero que incluso tuvo
antecedentes en países centroamericanos durante la primera mitad del siglo
pasado. En todos los casos, con mayor o menor visibilidad, pero de manera
siempre decisiva, ha estado la acción planificadora, financiadora e instigadora
de los correspondientes órganos de inteligencia y operativos de los Estados
Unidos. No hay ninguna razón para suponer que ahora, en Ecuador, esté
ocurriendo de manera diferente. Y, frente a ello, las fuerzas de izquierda en
todo el mundo están obligadas a intensificar la solidaridad internacionalista
con la Revolución Ciudadana, en tanto ejemplar proceso democrático y
antineoliberal. Es lo menos que merece un pueblo que, junto a su Presidente,
concluye sus actos políticos multitudinarios cantando el “Hasta Siempre” de
Carlos Puebla.
*Politólogo y jurista cubano.
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