sábado, 25 de julio de 2015

El último abrazo de las presidentas

Cristina y Dilma, Dilma y Cristina. Dos mujeres extraordinarias, que siguen generando en las élites tradicionales reacciones brutales, que pasan de la crítica política a las ofensas personales. Nunca dirigentes políticos latinoamericanos han sido víctimas de tantas groserías, tantas agresiones, tantos prejuicios, como ellas siguen sufriendo.

Emir Sader/ LA JORNADA

Dilma y Cristina en la Cumbre del Mercosur.
Cuando fueron elegidas las primeras presidentas de sus países, causaron gran malestar en las élites tradicionales. Una en 2008, otra en 2010.

Me acuerdo del primer abrazo de ellas como presidentas, en una recepción en el Palacio San Martín, en Buenos Aires, en 2010, y el profundo sentimiento de orgullo que produjeron en todos nosotros. Fue la primera visita de una de ellas como presidenta, rencontrarse con su amiga, ahora las dos ­presidentas.

Dos países conocidos por su machismo, por élites conservadoras, donde las mujeres sólo cambian en las fotos oficiales como primeras damas, de repente presentan al mundo dos mujeres como presidentas. Y no dos mujeres cualesquiera. Dos mujeres que han estado alineadas en la resistencia en contra de las dictaduras de sus países. Una de ellas, comprometida en la resistencia armada, detenida y brutalmente torturada durante 22 días.

Las dos han resistido y se han mantenido en la lucha, cambiando de forma de lucha, pero nunca cambiando de lado, como gustan afirmar las dos. Por tanto, representan no sólo la novedad de ser las dos primeras mujeres presidentas de sus países, sino también dos mujeres que han transitado de la lucha en contra las dictaduras a la presidencia de la república.

Y tampoco para hacer un gobierno más, sino para dar continuidad y profundizar a gobiernos que resisten a la ola global neoliberal y desarrollar políticas en la contramano de esa ola, con desarrollo económico y distribución de renta, de afirmación de las identidades nacionales de sus países, de integración regional.

Son las dos –y más todavía, su encuentro simultáneo como presidentas de los dos más grandes países de Sudamérica– por tanto, símbolos de los nuevos tiempos, del siglo XXI de América Latina. Desde aquel primer abrazo en el Palacio San Martín, nos hemos acostumbrado a verlas juntas, conversando, reuniéndose, abrazándose. Lo hacen, ahora, por última vez como presidentas de sus países.

Son ellas Cristina y Dilma, Dilma y Cristina. Dos mujeres extraordinarias, que siguen generando en las élites tradicionales reacciones brutales, que pasan de la crítica política a las ofensas personales. Nunca dirigentes políticos latinoamericanos han sido víctimas de tantas groserías, tantas agresiones, tantos prejuicios, como ellas siguen sufriendo.

Pero nunca se les notó ni siquiera una mueca de debilidad, que pudiera hacer la felicidad de las élites tradicionales. Nada. La firmeza de las dos se mantuvo siempre, exuberante, con la más grande dignidad que un mandatario de nuestros países ha tenido.

Las vamos a echar de menos. Sus dos sonrisas, su elegancia, la grandiosidad de su entregar como líderes de dos procesos irreversibles. Ellas seguirán amigas, seguirán en el mismo combate de siempre, pero ya no como presidentas, como las hemos visto al final de la reunión del Mercado Común del Sur (Mercosur), en Palacio del Planalto, en el encuentro bilateral, en último abrazo como presidentas, que concluye aquel primero, en el Palacio San Martín, hace cinco años.

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