El
PT, que tradicionalmente obtuvo a lo largo de décadas un índice de 30 por
ciento de aprobación en la opinión pública, ahora cuenta, según los sondeos más
recientes, con solamente 11 por ciento. Peor, el PSDB, principal partido de
oposición, aparece con un insólito 9 por ciento.
Eric Nepomuceno / Página12
El expresidente Lula da Silva. |
El
de Dilma Rousseff se parece a un “gobierno de mudos”. El gobierno de Dilma
llegó al fondo del pozo, el PT está abajo del fondo del pozo, el mismo Lula
está en el fondo del pozo. Todos están en muy mala situación. Convencer a Dilma
de que debe viajar por el país y hablar a la gente defendiendo su gestión es un
sacrificio. El gobierno no sabe comunicarse con el electorado, con el pueblo.
El PT cambió la discusión política por la discusión de cómo seguir ocupando los
puestos que ocupa.
El
gobierno de Dilma perdió contacto con la histórica base social del partido. La
presidenta alejó su gobierno de los más pobres. El despacho presidencial es una
desgracia. Nadie entra para dar una buena noticia. Todos entran para pedir
algo.
Los
ministros del PT no hablan a la gente. Luego de la victoria en las
presidenciales de octubre del año pasado pasaron ocho meses, y ni el gobierno
ni el PT han dado una sola buena noticia al país. Las malas noticias son
muchas: inflación, aumento en la cuenta de luz, en la de agua, de la gasolina,
del diésel, aumento en las denuncias de corrupción, cambios en la legislación
laboral que contradicen todo lo que se anunció en la campaña electoral.
El
PT se desvirtuó. Hoy, sólo piensa en cargos públicos. El partido envejeció, no
tiene proyecto, está paralizado por la burocracia. Es necesario crear nuevas
utopías, porque las que el PT tenía se perdieron.
Hay
que pensar si no habrá llegado la hora de hacer una revolución interna en el
partido. Hay que saber si es más importante salvar los cargos y puestos
públicos ocupados o salvar un proyecto que amenaza naufragar. Hoy día, los del
PT no piensan en otra cosa que no sea asegurar su empleo en la máquina pública.
El partido adquirió todos los vicios de los demás. El PT llegó al poder, entró
en el juego de la política y, en lugar de cambiarlo, se adaptó a todo lo que
antes criticaba. Adquirió todos sus vicios.
Ninguna
de esas críticas, observaciones y conclusiones es nueva. Es lo que el
electorado de izquierda de Brasil viene reiterando de manera incesante desde
hace meses. El mismo Lula da Silva, que sigue como principal referente de esa
izquierda y principal figura de la política brasileña, jamás ocultó su malestar
con el escenario construido desde la reelección de Dilma.
La
gran diferencia, registrada en los últimos tiempos, es que la misma izquierda
que antes susurraba en secreto esas críticas ahora las expone de manera cada
vez menos velada. Y Lula empezó a hacer lo mismo.
A
propósito, todas las frases aquí reproducidas fueron pronunciadas por Lula. Si
antes eran observaciones proferidas en conversaciones con su círculo más
íntimo, ahora fueron dichas en encuentros públicos. Y más: en un momento en que
los niveles de aprobación de Dilma Rousseff y su gobierno son los más bajos
jamás registrados. Desde el retorno de la democracia, en 1985, solamente un
presidente anduvo tan mal frente a la opinión pública: Fernando Collor de
Mello, en vísperas de tener su mandato presidencial suspendido a raíz de actos
de corrupción.
El
PT, que tradicionalmente obtuvo a lo largo de décadas un índice de 30 por
ciento de aprobación en la opinión pública, ahora cuenta, según los sondeos más
recientes, con solamente 11 por ciento. Peor, el PSDB, principal partido de
oposición, aparece con un insólito 9 por ciento.
Es
decir que el partido de mayor arraigo popular de la historia reciente de Brasil
vio cómo, además de perder parte sustancial de la admiración del electorado, se
le acercó peligrosamente su rival, que jamás tuvo invocación popular.
Que
había harta insatisfacción popular desde mediados de 2013 era algo sabido. Que
las medidas anunciadas por Dilma tan pronto fue reelegida (el pasado octubre)
sorprendieron, de manera negativa, a su propio electorado, también.
La
novedad es que mientras el gobierno parece perdido y sordo en un callejón sin
luz, tanto la militancia del partido como parte importante del electorado de
izquierda ya no piensan dos veces antes de criticar públicamente lo que ocurre.
La indiscutible dificultad del gobierno en general y de Dilma Rousseff en
particular de comunicarse no hace otra cosa que dificultar un cambio en el
escenario.
Son
cada vez más claros los indicios de que el mismo PT perdió su norte, y no solamente
en relación con las actitudes de sus militantes que ocupan puestos y cargos
públicos, sino también en relación con qué hacer para cambiar la situación en
que se encuentra.
Crece,
entre sus militantes, el desencanto por los rumbos tomados por Dilma Rousseff
en su segundo mandato presidencial.
Las
duras y seguidas críticas lanzadas por Lula da Silva tienen por único objetivo,
según integrantes de su círculo más cerrado, “despertar” a la presidenta, para
que reaccione, salga de su claustro palaciego y se comunique con el electorado
y con el país. Que reaccione a la campaña que la mantiene acosada desde que se
conocieron los resultados de las elecciones de octubre y que explique al pueblo
las medidas que adoptó y que contrarían casi todo lo que dijo en la campaña.
No
son pocos, en todo caso, los que ven en la ráfaga de críticas de Lula da Silva,
que antes eran proferidas entre cuatro paredes y ahora disparadas en público,
una clara señal de alejamiento de Dilma y del gobierno. Al golpear tan
duramente al partido que ayudó a crear y del cual fue el principal artífice y
es la principal figura, Lula estaría buscando incentivar un cambio de actitud,
para evitar que se rompan del todo los puentes que eventualmente podrán
conducirlo, en 2018, de vuelta al sillón presidencial.
Frente
a lo que dijo y sigue diciendo Lula, Dilma reaccionó ayer con una frase
escueta: “Todos tienen el derecho de criticar al gobierno, principalmente el
presidente Lula, que es tan criticado por ustedes”, dijo la presidenta a los
periodistas.
Bueno,
Lula pasó a ejercer ese derecho de manera vehemente. Y es muy evidente el
malestar provocado en el grupo cercano a Dilma, que, entre sus integrantes, no
cuenta con nadie que sea apreciado por Lula.
Por
ahora, el país, principalmente la izquierda, cree que él tiene razón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario