El lunes 20 de julio, Cuba abrió
de nuevo, después de 53 años, su embajada en Washington, un acontecimiento que
es el resultado de la resistencia cubana y la presión ejercida, en los últimos
años, por América Latina.
Rafael
Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
La bandera de Cuba en la nueva Embajada en EE.UU. |
Primero, fue el llamado a Cuba
para que se reinsertara en la Organización de Estados Americanos hechos desde la Honduras pre golpe
de Estado, y luego, el clamor unánime, sin excepciones, de todos los gobiernos
latinoamericanos exigiendo el cese del bloqueo. La reanudación de las
relaciones diplomáticas entre ambos países es un paso firme en esa dirección
aunque, como todos saben, especialmente las partes directamente involucradas,
para llegar a eso hace falta mucho trabajo aún.
Durante varios años, la derecha
latinoamericana se quejó que los Estados Unidos habían quitado su atención de
América Latina por estar ocupados en el Medio Oriente, y que eso había
permitido el avance de fuerzas progresistas que estaban retando su dominio en
la región.
Lo cierto es que no se trataba de
falta de atención, sino de un nuevo estado de cosas producido por el
alineamiento de una serie de factores. En primer lugar, el agotamiento de la
paciencia de los pueblos cansados de la creciente marginación a la que los
orilló el modelo neoliberal, y que sacó a las calles a miles en Caracas, Buenos
Aires, La Paz y el Alto, Quito, Tegucigalpa o Bogotá. La década de los noventa
fue, en este sentido, un tiempo de inestabilidad pues subían y bajaban
presidentes sin que se vislumbrara una salida que permitiera estabilidad.
En segundo lugar, el reto al
poderío económico norteamericano por parte de potencias emergentes locales y
mundiales, como Brasil y China quienes, cada uno de acuerdo a sus
posibilidades, constituyeron áreas de influencia que concretaron con incremento
del comercio, proyectos conjuntos entre varios países e instituciones que
respaldan proyectos de integración y apoyo mutuo.
En tercer lugar, la miopía de la
política norteamericana, especialmente de las dos administraciones de G. Bush,
que pretendieron el alineamiento incuestionable de América Latina a su política
agresiva y belicista, que dejó poco margen para posiciones más flexibles.
La administración norteamericana
comandada por Obama se dio cuenta que los tiempos habían cambiado, y que había
que variar la estrategia hacia América Latina en su conjunto, y que Cuba era
una piedra en el zapato en ese sentido. Si no había cambios efectivos en esa
dirección, no habría modificaciones sustanciales en otras y, como en una
partida de ajedrez, hizo su primera jugada.
No es la única, por cierto, pues
ya hemos visto otros cambios en otras partes del continente. En Centroamérica,
por ejemplo, por fin cayeron en cuenta que esos regímenes mafiosos del
Triángulo Norte no llevaban a ninguna parte, y que de seguir las cosas como
hasta ahora, los problemas en su frontera Sur seguirán creciendo cada vez más.
El campanazo en este sentido lo dieron
los miles de niños que, en avalancha, llegaron a su frontera a inicios del año
pasado, y que han motivado la puesta en marcha de un plan de financiamiento
para el desarrollo de esos países que, sin embargo, ha topado con oposición en
el Congreso por la sospecha que los miles de millones presupuestados pueden ir
a parar a los bolsillos de quienes se han apoderado del aparato del Estado para
lucrar descaradamente. De ahí que decidieran acompañar las protestas
multitudinarias que en Guatemala y Honduras se han dado contra la corrupción,
llevando en el primero a la renuncia se la vicepresidenta que, a estas alturas,
pende de un hilo para no ser deportada a Miami en donde puede ser requerida
para ser juzgada.
La nueva etapa que estamos
transitando tienen su punto de partida en la reanudación de las relaciones
diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos; vendrán otros procesos y
acontecimientos signados por esta “apertura” norteamericana, que concreta el
paso del garrote al soft power que
buscará, como siempre, hacer prevalecer los intereses norteamericanos aunque
por otras vías.
Así como ellos han sabido leer el
signo de los tiempos, nosotros debemos hacerlo también, y prepararnos para
responder a las nuevas circunstancias.
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