Hay otro hecho que empieza a preocupar a la sociedad argentina que aun
no cicatriza sus heridas: frente al eufemismo de “cerrar la grieta”, como
denomina el oficialismo al enfrentamiento mediático con la oposición, ha
comenzado una agresión armada a los militantes K en donde la policía mira hacia
los costados.
Roberto Utrero Guerra / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Mendoza, Argentina
En los noventa cometimos el tremendo error de prendernos a los furcios
del entonces Menem y quedarnos en la mofa caricaturesca mientras el
neoliberalismo desguazaba el Estado y millones de argentinos se sumían en la
pobreza. Eran tiempos de Color de Melo
en Brasil, de Fujimori en Perú, de las relaciones carnales con los EEUU. Fue un
error garrafal quedarse en la crítica epidérmica y no advertir los alcances de
aquellas políticas surgidas del Consenso de Washington que arrastrarían
lentamente a la Argentina a la crisis desintegradora de diciembre del 2001.
Esos años fatídicos serían recordados por el periodismo crítico como los de “la
pizza con champán” en alusión a las preferencias cortesanas.
Actualmente transitamos un retorno a las mismas políticas destructivas
de la mano del presidente Macri, cuyos gestos desconcertantes como leer dos
veces la misma página en el discurso de apertura de las sesiones del Congreso
de la Nación nos hacen dudar de su idoneidad para ejercer el cargo y sus
exhortaciones a la armonía y reencuentro de los argentinos no se condicen con
la destrucción del aparato productivo y la expulsión de trabajadores, la
represión a las manifestaciones obreras, la apertura irrestricta de la
economía, la liberación del cepo cambiario con la consecuente pérdida de poder
adquisitivo de los salarios y el acuerdo con los fondos buitres, antes
cuestionados internacionalmente.
Sus palabras van por un camino y sus medidas por otro. Lo que hasta
hace menos de tres meses era motivo de orgullo: tener los salarios industriales
más altos de América latina, hoy son justamente lo contrario, un obstáculo para
atraer a inversores externos frente a un mercado de mano de obra pauperizado en
todo el continente. Todo está patas para arriba, si antes era importante
mantener salarios elevados para incrementar el consumo en un mercado interno
creciente, ahora es justamente lo opuesto, hay que generar mayores exportaciones,
eliminar las retenciones a las importaciones destruyendo miles de empleos de
pequeñas y medianas empresas que estos últimos años conformaron un entramado
productivo diversificado y novedoso y se cree necesario volver a inundar el
país con mercancías importadas baratas. La redistribución de la riqueza cambió
drásticamente de sentido, de pobres a ricos, porque los asalariados con una
inflación no medida por el INDEC mientras se reestructura, ha dado piedra libre
a las empresas formadoras de precios que saltan de alegría ante el repliegue de
las leyes de regulación.
El fundamento de lo realizado es la instalación de una crisis sin
precedentes dejada por el gobierno anterior que los medios cómplices se esmeran
en divulgar para justificar los ajustes y la represión a las manifestaciones
sindicales por disruptoras del orden. Pero la cosa no para allí, es mucho más
grave y comparable con los peores momentos de la historia reciente: hay un
retorno a las prédicas pro dictadura y expresiones en contra de las desapariciones
y atrocidades realizadas por el extinto dictador Videla, incluso ha habido
expresiones de funcionarios dudando de las cifras de los desaparecidos
aceptadas por las organizaciones reconocidas de derechos humanos, como Madres y
Abuelas. Esto nos pone ante la duda de lo que podría ocurrir el próximo 24 de
marzo cuando se cumplan 40 años del golpe militar. Así como saldrá el pueblo a
recordar la fecha para que “Nunca más” ello suceda, es probable que salgan las
bestias agazapadas de sus guaridas en busca nuevamente de sangre inocente.
De allí que hay otro hecho que empieza a preocupar a la sociedad
argentina que aun no cicatriza sus heridas: frente al eufemismo de “cerrar la
grieta”, como denomina el oficialismo al enfrentamiento mediático con la oposición,
ha comenzado una agresión armada a los militantes K en donde la policía mira
hacia los costados. Ha habido balaceras y heridos en actos el pasado fin de
semana en Mar del Plata y el saqueo de la casa del Premio Nobel de la Paz,
Adolfo Pérez Esquivel en la misma localidad bonaerense.
Además no deja de ser sospechoso ver a gente fotografiando a las
manifestaciones obreras, en clara identificación de los participantes, cuando
todo esto era parte de los operativos de persecución realizada por los servicios
de inteligencia durante el terrorismo de Estado. Estos oscuros sectores de la
derecha actúan con impunidad y revanchismo, como si todos estos años de retorno
a la democracia y consolidación de las políticas de derechos humanos hubieran
perdido privilegios legítimos de casta como los que disfrutaban durante el
denominado orden conservador.
En épocas turbulentas como las que vivimos que hacen posible la
prédica de un Donald Trump como candidato a presidente del país más poderoso de
la tierra, amigo declarado de nuestro presidente, no resulta ocioso que la
única voz que se alce a favor de los oprimidos del planeta sea la del papa
Francisco, quien en la última visita del mandatario argentino a la Santa Sede,
solo le haya concedido una audiencia de 22 minutos y una cara de pocos amigos
que fue comentada por todos los medios mundiales.
Lamentablemente, oscuros nubarrones comienzan a ocultar el sol a
millones de sudamericanos como viene sucediendo en Venezuela, Brasil, Bolivia y
ahora la Argentina, como si su destino fuera vivir en tinieblas aguardando que
se produzcan nuevos procesos liberadores, hecho que recuerda persistentemente nuestra
realidad semi colonial.
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