En Argentina se advierte un posible y nada deseable futuro para otros
países de la región, que podría instalarse en el Brasil, Venezuela y -con menos
probabilidad- en Ecuador y Bolivia. En Argentina se está aplicando la receta
post-gobiernos populares para ejercer en el subcontinente, y hay que aprender
de ella.
Roberto Follari / El
Telégrafo (Ecuador)
Un punto central del decálogo es acusar al gobierno popular de haber
dividido la sociedad, de ser demagógico a la vez que beligerante. Llegaría
ahora el reino de la paz y la armonía. Ello se acompaña de despidos a granel
por color ideológico, aumento de la represión y apresamiento de figuras
destacadas de la oposición (Milagro Sala, luchadora social en el norte argentino).
La flagrante contradicción puede sostenerse en que se sataniza tanto al
gobierno anterior -con todo el aparato mediático público y privado a favor-,
que odiar al kirchnerismo es presentado como una forma sublime del amor. De tal
modo, se anticipa la ofensiva del sector judicial de derechas contra la
expresidenta, cumpliendo un libreto que ya se aplica contra un líder popular
como Lula buscando desprestigiarlo, cuando no dejarlo encerrado el mayor tiempo
posible como condenado no por algún juicio justo, sino por sus ideas y su
proyecto político.
Otro punto es desastrar el Estado, reduciendo simultáneamente el gasto
público y los aportes e imposiciones patronales. Esto implica baja de salarios
en términos de consumo real, a la vez que tarifazos monumentales por
desaparición de los subsidios. Todo esto es justificado por la culpa lanzada a
la “pesada herencia” recibida. Se hace todo lo contrario del gobierno anterior,
pero de ello es culpa del gobierno anterior. Si hay que consumir menos, es
porque “el modelo anterior ya se caía”, aunque siempre se dijo que ya se caía,
y duró más de 12 años. Lo cierto es que hay quienes hoy bendicen empezar a
pagar mucho más caros la electricidad y el transporte, porque “no se podía
seguir con el desorden que nos dejaron”. Otro aspecto es que frente al
desfinanciamiento del Estado, vuelve el endeudamiento como única opción. “Para
hacer casas, carreteras y obras públicas para la gente”, Argentina pagará a los
fondos buitre y volverá al desastroso endeudamiento que la hundió por décadas,
y del que la gran negociación de N. Kirchner liberó en gran medida, allá por
2005.
También despunta una sorprendente retórica pretendidamente
progresista. Macri es risible cuando promete “hambre cero”, pero le creen
muchos que quieren hacerlo. Por cierto, ante la caída vertical del consumo
popular se mantienen algunos programas creados por iniciativa del denostado
kirchnerismo: la importante Asignación por Hijo, y otros que ponen algún
amortiguar a la suba de precios (llamados “Ahora 12” y “Precios cuidados”).
Lo cierto es que la retórica de satanización del pasado -prácticamente
la única carta del gobierno, además del entregarse al crédito internacional-
tiene sus efectos: en estos días han proliferado noticias sobre violencia
social contra militantes y simpatizantes kirchneristas, en algunos casos con
armas de fuego y planificadas, en otros dudosas en cuanto a si fueron
preparadas o “espontáneas” (ataque a sindicalistas en el Hipódromo de Mendoza),
en otros por golpes a personas en un bar o en un supermercado. Ha habido
heridos en varias de estas situaciones. Es visible que se está abriendo un
peligrosísimo campo de violencia sobre la que Argentina desgraciadamente mucho
sabe en su pasado, y que ojalá ninguna política siga activando desde discursos
satanizantes, unilaterales y maniqueos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario