La “nueva utopística” se
está construyendo tanto en territorios rurales como urbanos, e implica, por
supuesto, un esfuerzo de conciencia, trabajo y solidaridad que no es nuevo,
sino que simplemente fue diluido y olvidado en el imaginario de la modernidad.
Víctor M. Toledo / LA JORNADA
Todas las variantes que
pregonaban la transformación de las sociedades han quedado hechas
añicos, se volvieron “confeti de colores”. La realidad del mundo de hoy,
globalizado, interconectado, hiper-tecnológico y alcanzando los máximos
históricos de la explotación ecológica y social, ha enviado las principales
propuestas del cambio social al depósito de lo inservible. Ni la revolución
armada ni la reforma por la vía electoral son ya caminos viables y adecuados
para emancipar a las sociedades. Ante la crisis de la modernidad industrial
necesitamos de una transformación civilizatoria. Y eso implica la revisión del
pensamiento crítico y las acciones emancipadoras y de la adopción de nuevos
paradigmas. El viejo dilema entre “reforma o revolución” ha quedado superado y
desbordado por la compleja realidad. Los revolucionarios y los reformistas de
todo tipo se han vuelto anacrónicos. Estamos ante una singular paradoja: han
surgido los revolucionarios decadentes y los reformistas obsoletos, los que aún
siguen actuantes y aún más protagonizando numerosas batallas cuyo triunfo es
imposible.
Hoy, intentar una
transformación de las sociedades mediante la vía de las armas es el acto más
descabellado que se conoce. Atrás quedó la épica revolucionaria que,
serenamente analizada, indujo actos de suicidio colectivo y de demencia general
alimentados por la política y la ideología convertidas en religión o en dogma.
Hoy, intentar una revolución armada es dar a los grandes aparatos
tecno-militares la oportunidad de probar sus nuevos y sofisticados armamentos
basados en la aplicación de las ciencias de frontera, como la robótica, la
nanotecnología, la electrónica, la balística, la tecnología satelital, la
geomática, etcétera. Solamente las 10 grandes corporaciones fabricantes de
armas en conjunto realizaron ventas en 2013 por 202.4 mil millones de dólares,
y emplearon a más de 900 mil trabajadores, incluyendo unos 100 mil científicos
(ver).
Un dron (avión sin piloto) puede ¡localizar una huella humana a 1.5
kilómetros de distancia!
De la vía electoral no
puede decirse menos. La llamada democracia representativa, la que domina como
práctica, se ha vuelto una ilusión alimentada puntualmente por los aparatos de
la propaganda y los anestésicos de los explotadores. El poder económico actual,
el capital corporativo, controla, domina y determina a las clases políticas del
planeta como si fueran mansos rebaños de ovejas. La llegada de partidos o
dirigentes aparentemente alternativos, o son meramente temporales, es decir,
tolerables por un tiempo, o son fácilmente cooptables o eliminables. La fantasía
de la democracia cosmética, la idea de que el voto da mágicamente
representatividad a un individuo, es irreal en tanto no exista un efectivo
control social sobre las decisiones cotidianas del representante. Y eso tiene
que ver con la ausencia de la escala y del espacio, con la existencia de una
democracia desterritorializada y sin control social. Sólo un sistema que elige
representantes por territorios o regiones y que va escalando en la construcción
de una estructura de “abajo hacia arriba”, bajo el riguroso principio de
“mandar obedeciendo” resulta real. Se trata de poner en práctica una verdadera
democracia participativa, radical o territorial (grassroots democracy).
Hoy, la “nueva
utopística” (según la acepción que ofreció I. Wallerstein) es la creación
gradual y paulatina de zonas emancipadas, de islas ganadas al control ciudadano
o social, de territorios defendidos primero y liberados después. Defendidos y
liberados de los poderes políticos y económicos que en pleno contubernio
explotan hoy a la gran mayoría de los seres humanos. Se trata de islas
anticapitalistas, contraindustriales, posmodernas, cuya consolidación y
concatenación van dando lugar a territorios liberados que comenzaron
defendiéndose y hoy han logrado emanciparse porque ahí domina el poder social,
llámese como se llame (autogobierno, autogestión, soberanía popular). La “nueva
utopística” es lo que visualizaron Boaventura de Sousa Santos y André Gorz, es
“… el socialismo, raizal, ecológico y tropical” de Orlando Fals-Borda, “… las
prácticas emancipatorias descolonizadas” de Raúl Zibechi y la vuelta a esa
esfera doméstica de la reproducción de la vida detectada por Fernand Braudel.
La “nueva utopística” se
está construyendo tanto en territorios rurales como urbanos, e implica, por
supuesto, un esfuerzo de conciencia, trabajo y solidaridad que no es nuevo,
sino que simplemente fue diluido y olvidado en el imaginario de la modernidad,
pero que aún está presente en los pueblos tradicionales (campesinos, indígenas,
de pescadores) como práctica “normal y cotidiana” en su reproducción de la vida
misma y que se expresa a través de filosofías autóctonas como el buen vivir
(Andes), la minga o la comunalidad (Mesoamérica).
En México, como en buena
parte de la América Latina y algunos países de Europa, esta tercera vía que
conduce a una efectiva transformación civilizatoria avanza a pasos agigantados.
Pocos lo ven y casi nadie reconoce su trascendencia. Ello es resultado de una
historia cultural de unos 7 mil años, de una tradición de lucha social de más
de 200 años, de la revolución agraria de inicios del siglo XX, de las
condiciones de extrema explotación y deterioro que hoy se sufre, y hasta de la
vigencia de iconos que movilizan a millones como el maíz, Emiliano Zapata o la
Virgen de Guadalupe. En próxima entrega haremos una evaluación detallada de los
avances logrados por esta “nueva utopística” en México, incluyendo la ubicación
y extensión de territorios, y adelantaremos premisas sobre su gran potencial y
su consolidación. Esté pendiente.
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