Levantarse, ponerse en
pie, defender la dignidad humana es un deber político y moral si queremos
evitar el fin de nuestra especie o un retroceso social de milenios. La
solidaridad debe remplazar la búsqueda del lucro a costa de todos y de todo; la
fraternidad debe sustituir al ciego egoísmo y el “después de mí, el diluvio”;
la conciencia de pertenencia a una sola especie debe acabar con el chovinismo,
el racismo, la xenofobia.
El pésimo desempeño de la
economía china y la velocidad con que caen las reservas del banco central de
ese país se suman al desastre provocado por la caída de los precios de
exportación en Rusia y en Brasil, Argentina, Sudáfrica, Venezuela y los países
de África, Asia o América Latina exportadores de petróleo y gas o de materias
primas minerales o agrícolas. Para completar este panorama económico, la Unión
Europea está estancada y en crisis política, al igual que Japón y Estados
Unidos, cuyo crecimiento económico no alcanza a compensar siquiera el
crecimiento demográfico y, por consiguiente, equivale a una caída del PIB per
cápita.
La amenaza de una nueva
larga recesión similar a la que comenzó en 2008 está acompañada por una
gravísima crisis ecológica mundial (el calentamiento climático, el aumento de
la temperatura de los mares, la aparición y desarrollo en los países otrora
templados de enfermedades tropicales, el agravamiento de las sequías,
inundaciones, huracanes, tornados y ciclones en todo el planeta). Aún más, la
victoria de Rusia y del reanimado ejército sirio contra el Estado Islámico y
contra la oposición sostenida por Arabia Saudita, los Emiratos, Estados Unidos
y Francia que se perfila en el horizonte provocaría cambios tales en la
relación de fuerzas en el Cercano Oriente que Israel y Estados Unidos podrían
verse tentados a una aventura militar (un ataque contra Siria, Irán o incluso
contra Rusia), desencadenando así un conflicto mundial de terribles
proporciones (Corea del Norte acaba de lanzar exitosamente un cohete
intercontinental que podría dejar caer bombas atómicas en Japón y en Estados
Unidos).
El ya presente
empeoramiento mundial de las ya graves condiciones económicas podría traer
aparejado un aumento brutal de las tensiones sociales y de la lucha de clases
que nos anuncia el crecimiento de los partidos racistas, xenófobos, de extrema
derecha en Europa, por un lado, y por el otro, de tendencias radicales de
izquierda en el Reino Unido, Portugal, España, o de centro izquierda, como la
que expresa Bernie Sanders, en Estados Unidos, o de luchas que tienden a
superar los frenos de los “gobiernos progresistas” latinoamericanos.
El capitalismo no es
eterno. Es el resultado de un proceso histórico. Como sistema tiene apenas 600
años y se extendió mundialmente sin trabas recién a fines del siglo pasado.
Como todo lo que existe morirá.
Pero no perecerá por sí
mismo, ya que se reproduce mediante la dominación ideológica, reforzada por sus
medios de información y también por todos los gobiernos y partidos de masas,
sin excepción alguna, que nos presentan como natural y a veces hasta como
“socialista” el sistema asalariado –o sea, la explotación capitalista–, e
identifican el intercambio de mercancías y el mercado (que existen desde las
primeras hordas errantes) con la producción de mercancías para el mercado y la
transformación de la fuerza de trabajo en mercancía, propios sólo del
capitalismo.
Para enterrar un sistema
insustentable y cada vez más dañino, por un lado es necesario desarrollar las
formas de resistencia precapitalistas o anticapitalistas que surgen en las
luchas (comunitarismos, solidaridades de todo tipo, experiencias de
autogestión, defensa colectiva de los recursos naturales) y, por otro, ir más
allá de la lucha defensiva contra los efectos del sistema capitalista (la
corrupción, la represión, la rebaja de los ingresos reales, la delincuencia
organizada, la guerra) para desarrollar conciencia de que el sistema no puede
ser reformado. Es necesaria igualmente una organización conscientemente
anticapitalista que se apoye en la comprensión de masas (hoy inexistente) de lo
que es el sistema.
Estamos en la barbarie y
en la perspectiva de que el sistema acabe con las bases materiales y sociales
de la civilización y en una hecatombe humana mucho peor que las anteriores de
1914-1918 y 1938-1946. Si no construimos la superación del capitalismo, con la
acción y con la difusión del conocimiento, las opciones podrían ser ambas
terribles: una gran catástrofe ecológica que provocaría grandes hambrunas o una
guerra atómica intercontinental, con consecuencias posteriores incalculables.
Ambas destruirían inmensas riquezas y buena parte de la humanidad y alejarían
brutalmente las posibilidades de la superación del capitalismo.
Porque ésta, llámese
socialismo o no, sólo es posible si existe a escala mundial cultura,
civilización avanzada, abundancia, riqueza. Ahí está el ejemplo de Vietnam para
demostrar que no basta con la más firme y decidida lucha contra la opresión si
no existe la base material, la cultura y la riqueza que permita restañar las
heridas de la guerra antimperialista y producir un régimen democrático que no
dependa ni de una minoría que “sabe” y comanda burocráticamente ni del imperio
del “mercado”.
La opción está ahí: vivir
y comer como y lo que determinen los amos capitalistas o romper las cadenas de
la resignación, la sumisión, la ignorancia, la aceptación como natural de un
sistema de explotación y dominación cuya fuerza principal consiste en que
controla las cabezas de aquellos a los que oprime.
Levantarse, ponerse en
pie, defender la dignidad humana es un deber político y moral si queremos
evitar el fin de nuestra especie o un retroceso social de milenios. La
solidaridad debe remplazar la búsqueda del lucro a costa de todos y de todo; la
fraternidad debe sustituir al ciego egoísmo y el “después de mí, el diluvio”;
la conciencia de pertenencia a una sola especie debe acabar con el chovinismo,
el racismo, la xenofobia. Todos somos indios, mujeres, homosexuales, judíos,
palestinos, negros, inmigrantes, porque nadie es libre mientras existan
oprimidos.
Como dice el himno de
lucha La Internacional: no hay salvadores supremos. La liberación de los
trabajadores será obra de los trabajadores mismos organizados
independientemente de estados, patrones, partidos, capitalistas o iglesias.
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